Una familia ucraniana acogida en Lugo: de una vida acomodada a huir de la guerra con lo puesto

Uxía Carrera Fernández
UXÍA CARRERA LUGO / LA VOZ

LUGO

Illia, Lucya y Klim ayer en Frigsa, donde el mayor recuperará el deporte que practicaba, la natación
Illia, Lucya y Klim ayer en Frigsa, donde el mayor recuperará el deporte que practicaba, la natación Óscar Cela

Lucya y sus hijos intentan recuperarse en Outeiro de Rei. Vuelven a tener clase, irán a natación o a la playa, pero su cabeza está en Kiev: «Mi marido se quedó y mi madre tiene que esconderse en el baño»

24 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La ucraniana Lucya huyó de Kiev con sus hijos de 10 y 13 años cuando Rusia comenzó la invasión. Este fin de semana podrá ver el mar por primera vez en su vida, en Viveiro. Son las paradojas que trae la guerra. Hace una semana que vive acogida por unos lucenses en Outeiro de Rei. Tras siete días en Galicia, los pequeños volvieron a sonreír, igual que la madre, aunque solo cuando está con ellos. Intentan recuperar algo de su vida anterior a 3.700 kilómetros de distancia, agradeciendo en todo momento la hospitalidad de la familia de acogida.

Los tres ucranianos y el marido de Lucya vivían a las afueras de Kiev. Él trabajaba en un almacén y llevaban una vida acomodada. El 24 de febrero todo cambió con los grandes estruendos de los bombardeos. «Estuve durmiendo con los niños durante una semana en sótanos. Nunca nos habríamos imaginado que eso pudiera pasar», recuerda Lucya. Cuando el conflicto se recrudeció, tuvo que tomar la decisión de separarse de su marido y huir con sus dos hijos. Pasaron de vivir sin complicaciones a llenar rápidamente una mochila y salir del país con lo puesto. «Viajamos durante dos días en furgoneta y en tren hasta Polonia», relata. En el país vecino, se refugiaron durante una semana.

Contacto por Facebook

Al mismo tiempo que Lucya y sus hijos dejaban todo atrás para huir de la guerra, un matrimonio lucense, impactado por las imágenes que veía de la invasión, decidió hacer lo posible por ayudar. Empezaron preguntando en asociaciones y ONG, pero todas estaban saturadas. Así que optaron por iniciar el proceso de manera particular y a través de grupos de Facebook consiguieron hablar con una ucraniana que reside en Santander, que hizo de intermediaria con Lucya. Les aseguraron casa en Cela, en Outeiro de Rei, tanto a ellos tres como a otra madre con sus hijos. Desde Polonia, las dos familias viajaron hasta España en autobús durante tres días.

La ucraniana refugiada en Lugo llegó primero a Ciudad Real porque allí su hijo mayor, Illia, había estado cuatro veranos acogido con una familia. Pero apenas tenían sitio en su casa y hace una semana pusieron rumbo a Lugo. No fue la misma decisión que tomó la otra madre ucraniana, que optó por quedarse en Madrid «porque tiene una hija de 14 años y tienen mucho miedo a la trata de mujeres».

«Seguimos con mucho miedo»

Llegaron a Lugo en tren, sin conocer casi a los que se encontrarían ni saber adonde se dirigían. Sin embargo, nada era peor que lo que ya habían vivido, así que a Lucya solo se salen palabras de agradecimiento. «Nos dieron casa, comida y ropa estamos muy contentos». Además, también recibieron ayuda de Durán Maquinaria, el patrocinador del Ensino, que les hizo una compra y les dejó una furgoneta para poder moverse todos juntos.

Empezar a convivir en una situación así es complicado, pero la salvación fueron los niños pequeños de los lucenses: «Uno de mis hijos tenía apuntadas dos preguntas para Illia y Klim, si le gustaban los dinosaurios y el fútbol». Y gracias a que los cuatro pequeños comenzaron a jugar, los adultos también pudieron romper el hielo. «En una semana que llevan aquí se les ve un cambio enorme, ahora ya sonríen».

La cabeza de Lucya todavía sigue en Kiev porque la mayoría de su familia está allí. «Mi madre, hermanas y más parientes están bien, pero tenemos mucho miedo», explica emocionada. Su madre tiene que esconderse a diario en el baño y su marido está luchando en el conflicto, aunque puede hablar con ellos por teléfono. Su casa, ahora vacía, todavía está entera, pero se encuentra cerca de un punto estratégico, las instalaciones de Antonov, donde construyen aviones.

A pesar de la angustia, están intentando recuperar cierta normalidad. De hecho, los niños están dando clases online con profesores ucranianos y, ayer mismo, el mayor se fue a apuntar a natación a la piscina de Frigsa. «En Ucrania ya nadaba y competía a nivel nacional», cuenta de Illia, que habla español. Sin saberlo, el joven de 12 años ya venía preparado. Cuando, de un momento para otro, tuvo que hacer una mochila para huir de Ucrania, no se olvidó de las gafas de bucear.