Caja de Pandora

Emilio R. Pérez

LUGO

09 jun 2021 . Actualizado a las 20:07 h.

Ayer a mediodía nos quedamos sin televisión. Vino el del segundo a cerciorarse de si era así o sólo cosa de la suya y comprobé que no: la mía también. No había señal. Apagón dramático general. Se masca la tragedia, musité. A ver cómo se apaña el personal hoy por la tarde sin su reality de marras. Llamé al administrador creyendo oír ya alarmas y alaridos por los patios, pero no hubo tiempo para ello: en un plis plas estaba abajo el técnico llamando al timbre en el portero. Qué menos, una urgencia es una urgencia. Esta tarde, suspiré, no habrá soponcios.

Ay tele, tele, cómo nos camelas, qué farisea caja de pandora que estás hecha; te has metido en nuestra casa, infiltrado en nuestras vidas como un topo traicionero y, ocupando tu poltrona en un lugar de privilegio, convertida por derecho en una más de la familia, a diario nos controlas y diriges a ese mando irresistible siempre a mano. Y con tu ojo traicionero ya encendido nos atrapas, nos seduces, nos alelas, hipnotizas y canalizas las ideas; nos maleas, adormeces, idiotizas y moldeas las conciencias.

Siendo aún pequeño, cuando este invento estaba aún en pañales y había en el barrio sólo varios aparatos, nos reuníamos por docenas en la casa de un vecino y alelados la contemplábamos hasta que el ojo decía basta y se llenaba de granitos la pantalla. Una noche, con la boca abierta, una abuelita preguntó: y ellos, ¿nos ven ellos a nosotros?... La viejita se calló ante tanta carcajada, y cuando todo se acalló hundió en el pecho la barbilla y se volvió a quedar dormida. Aquí en el alto, en tanto saboreo aquel recuerdo tan arcano, considero: y luego dicen que los viejos no son sabios.