Lágrimas

Emilio Rodríguez Pérez

LUGO

08 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Se le han saltado a usted alguna vez las lágrimas frente a una pantalla? Sí, eso es, viendo una película en el cine o en la tele, sabiendo que la historia no es real sino ficticia y que esos personajes ni disfrutan ni padecen, sino interpretan; y sin embargo… ¿Sí? ¿De verdad que le ha pasado?... A mí también. ¿Y ha tenido que mirar para otra parte si es que estaba acompañado?, ¿sorber la agüilla que le cae por la nariz? o pasar con disimulo el dorso de la mano… ¿Sí?... Pues yo también. Y dígame, ¿por qué?; no, no le pregunto por qué llora, que eso al fin y al cabo es un precioso don que ya traemos, sino lo otro: ¿por qué demonio hace esas cosas?, ¿por qué se monta usted ese pequeño paripé?... Se lo diré: porque le da vergüenza. Sí… Y a mí también. Eso al menos es lo que yo siento: vergüenza; pudor porque la gente que está cerca sea testigo de mis íntimos sentimientos; aunque esa gente sean mi madre, mis hijos, mi mujer… Sí, no se sonroje, es eso. Incluso yo ahora mismo aquí en el alto en tanto escribo lo recuerdo y me arrebolo. 

¿Y sabe usted por qué esas gotas ruborizan y no las de la risa? ¿Se lo cuento?... Pues porque esas son las que al salir dejan en cueros las defensas. Es eso, amigo. Simplemente. Qué tamaña estupidez, ¿verdad?, sentir rubor por desnudarnos y vestir con nuestro traje más bonito: la transparencia. Avergonzarse uno por ellas. Las más sinceras. Así nos va. Llorar, abrir la puerta a la inocencia, dejar que fluya el alma fuera. Qué pena. Ese zumo puro, transparente y cristalino, esa pequeña gota que es el fruto de su esencia, la lágrima: la prueba más fehaciente de que existe. Qué maravilla. Y una sola cuánto dice.