Los gorrillas del HULA acosan de nuevo a mujeres y les tiran del bolso si no les dan dinero

María Guntín
María Guntín LUGO / LA VOZ

LUGO

Óscar Cela

Una mujer relata el acoso que sufrió a las puertas del hospital este jueves, poco después de la una del mediodía

18 dic 2020 . Actualizado a las 11:09 h.

Una del mediodía. Cinco o seis gorrillas se diluyen por las inmediaciones del Hospital Universitario Lucus Augusti (HULA) y se concentran en las zonas con alguna plaza libre de aparcamiento que, como siempre, escasean. Encontrar sitio para dejar el coche e ir al hospital es una batalla que desespera a muchos y más aún, si cabe, si se tiene en cuenta que nadie acude al centro por iniciativa propia. Siempre hay un motivo con peso detrás. Desde salvar vidas hasta visitar a un familiar que se debate entre la vida y la muerte o que mira de frente a su enfermedad que acaba de asomar la cabeza. Algunos optan por ir con tiempo al hospital, pero no por pensar en llegar con antelación a la cita médica. El motivo que hay detrás es el de evitar gorrillas y enfrentamientos derivados de su presencia. Ellos, que campan a sus anchas pensando que el HULA es más suyo que de los pacientes y sanitarios, amedrentan y acosan.

Son las mujeres las que salen más perjudicadas por su presencia. No es raro ver que alguno de estos hombres se pega a la oreja de otro varón. Se fijan en ellas y, cuanto más jóvenes, el blanco es más fácil de engañar. O eso deben pensar. A veces, como ocurrió este jueves, no les basta con saber que ni tan siquiera se han «encargado» de buscar la tan ansiada plaza de aparcamiento. Avistan a lo lejos a su presa y entonces, aceleran el paso. Irrumpen después en el camino del paciente o del profesional y piden la moneda. Muchos, la mayoría, optan por dársela. Pero más que por caridad, por miedo. «Alguno se saca al mes más que yo», asumía ayer con rotundidad un especialista del HULA. Pero, continuando con esta crónica, el gorrilla en cuestión se decidió ayer por una mujer en concreto. La abordó a pocos metros de su coche y ante la negativa de ella optó por seguirla muy de cerca. No le bastó con el «no» ni con ver cómo hablaba por teléfono, con llantos incluidos al otro lado de la línea que, de sobra, se escuchaban a los escasos centímetros a los que se postuló el gorrilla. Fueron varios metros, concretamente desde el conocido leirapárking y hasta la caseta de seguridad del hospital. Tras varios intentos de disuasión, que resultaron inservibles, el hombre se decidió a tratar de arrancar levemente de la tira del bolso de ella y la presión fue aumentando conforme aumentaban los minutos. Siguió insistiendo y solo cuando vio cómo la mujer colgaba el teléfono y se acercaba a la caseta de seguridad concedió un ligero alivio que se tradujo en dos metros de separación con la acosada. Tuvo que salir personal de seguridad para que cesase la presión. Y ni así, porque el hombre, que apenas dejaba entrever su rostro entre capucha y mascarilla, se atrevió a decir «me prometió una moneda, pero no me la dio». Era mentira. El guardia de seguridad le contestó que mantuviese la distancia y él se quedó quieto y vio cómo la mujer se alejaba escoltada por el guardia. Solo así pudo ella llegar al hospital, no sin antes sentir inseguridad, impotencia e incluso miedo.