Abuelas sin peluquera durante tres meses: «¡Cuánto te eché de menos!»

LUGO

Óscar Cela

Las residencias de mayores retoman el servicio después de que se suspendiera por precaución tras emerger el covid-19

30 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«¡Qué alegría! ¡Ya está aquí la peluquera! ¡Cuánto te eché de menos!». Con ese entusiasmo recibieron a Andrea Ferro Silvarrey los usuarios de la residencia Albertia. Llevaban más de tres meses sin verla y cuando el covid-19 dio una tregua y permitió a los mayores empezar a establecer sus primeros contactos con el exterior, se retomó este servicio. La peluquera se encontró con una lista de espera de 110 personas deseosas de arreglar su imagen y contribuir con ello a la tan ansiada normalidad.

«Al principio me agobié mucho, pero luego pensé que por mucho que hiciera era imposible atenderlos a todos de golpe, así que les pedí que me dieran un par de semanas para ponerme al día. Y en eso estoy. Esta semana creo que habré terminado y podremos volver al ritmo normal», explica Ferro Silvarrey, peluquera autónoma vinculada a esta residencia desde hace siete años.

Doble turno

En las últimas dos semanas ha doblado turno mañana y tarde para cambiar la imagen de decenas de mayores. «Si solo fueran cortes de pelo... pero les gusta hacerse la manicura, pintarse las uñas, depilarse... Entonces necesitas más tiempo», señala.

Para ella, el servicio que presta actúa como una pieza clave en la recuperación tras el aislamiento tan estricto vivido por los usuarios de estos centros, un colectivo muy golpeado por la enfermedad debido a su perfil extremadamente vulnerable.

«Las usuarias que están bien y son conscientes de las cosas lo llevaban mal»

«Las usuarias que están bien y son conscientes de las cosas lo llevaban mal. También ellos, que les gusta llevar el pelo cortito y había unas melenas...», relata la joven, acostumbrada a recibir a la mayoría de su clientela cada semana, cuando ahora han estado más de tres meses sin verse.

«Venir a la peluquería es un ratito en el que se relajan, se ponen más contentos al verse bien y los ayuda a salir de la rutina. Me cuentan sus historias de cuando eran jóvenes, a mí también me gusta escucharlas y yo les cuento las mías», añade.

En estas dos semanas de trabajo intenso, ha notado que muchas de las usuarias han apostado por modificar su aspecto: «Cambian de tinte, piden moldeados...».

Punto de reunión

Consciente de la necesidad de extremar la precaución para limitar al máximo los riesgos, Andrea Ferro se ha visto obligada a cambiar la manera en la que atendía a los mayores. El espacio en el que trabaja en la residencia era antes un pequeño punto de reunión, pero ahora solo pueden estar dos personas con ella en la misma sala y han de guardar una distancia de seguridad. El uso de la mascarilla es indispensable, así como la aplicación constante de gel hidroalcohólico.

«Alguna incluso no contaba conmigo y al entrar por la puerta, al verme dijo ‘Ay, ¡cuánto te eché de menos !’. Lloraban, las pobres. Me decían: ‘Es que no sabíamos si ibas a volver’», recuerda esta mujer, que se ha convertido para muchos de los usuarios de la residencia Albertia en una persona casi de su familia.

«Yo les decía: ‘Ya nos abrazaremos más adelante, chocamos un poquito el codo y ya nos abrazaremos más adelante’»

«Te quieren dar un abrazo y, claro, no puedes. Yo les decía: ‘Ya nos abrazaremos más adelante, chocamos un poquito el codo y ya nos abrazaremos más adelante’», cuenta Andrea, que deseaba ese reencuentro porque, en su caso, suponía además volver al trabajo después del parón abrupto y del confinamiento con sus dos niñas pequeñas. «A mí también me hacía falta trabajar, me gusta mucho estar activa y estos tres meses en casa fueron horribles», recuerda.

Esta semana espera poner el contador a cero y acabar con la lista de espera. Las melenas brillantes lucirán como un símbolo más de la vuelta a la normalidad.