La responsable de orientar a usuarios que piden ayuda en Cáritas asegura que sus perfiles se han «normalizado»
13 may 2020 . Actualizado a las 14:36 h.Al despacho de Concepción Genoveva Romero entran las personas que llaman por primera vez a Cáritas porque necesitan ayuda. Ella trabaja desde hace 25 años como técnica en el programa de acogida, que se encarga de esa primera toma de contacto y de derivar a los usuarios al tipo de asistencia que mejor se ajuste a sus necesidades. Considera que el covid-19 ha llevado al límite la resistencia de muchos: «Las personas que tenían trabajos irregulares están ahora muertas de miedo».
El perfil de la persona que demanda ayuda para comer o para pagar el alquiler cambia, según apunta, con una crisis de semejante envergadura: «Son más ‘normalizados’, aunque no me gusta mucho esa palabra, pero es gente que tenía trabajo y le costaba mucho llegar a fin de mes. Ahora no tiene ahorros».
Si además esa persona no tiene familia ni amigos que puedan echarle una mano, se encuentra en total desamparo. En esos casos, Cáritas se encarga de gestionar la asistencia al comedor social, así como la entrega de vales canjeables en el supermercado.
«La primera vez»
Johan Arango tiene 27 años y aguarda en el recibidor de Cáritas a ser atendido: «Esta es la primera vez que vengo a pedir ayuda». Vino a España desde Colombia en busca de oportunidades, pero después de un año aquí la pandemia por covid-19 ha terminado de levantar ante él una barrera infranqueable.
El dinero que tenían ahorrado alcanzó para pagar la comida y el alquiler del último mes, pero en los más de diez días de mayo no tiene con qué pagarle al casero, con el que no ha sido posible llegar a un acuerdo para aplazar el ingreso. Su situación en el país es irregular y su padre, de 62 años y asentado en Lugo, padece diabetes, circunstancia que le complica también la búsqueda de empleo. Ninguno de los dos se había dirigido nunca a una institución para pedir ayuda.
En la calle de la Cruz, donde se encuentra la sede de Cáritas, una joven sale acompañada de su pareja. Piden preservar su anonimato y cuentan el viaje que los trajo desde Colombia a Lugo el otoño pasado animados por el padre de ella. «Dijo que nos iba a ayudar, pero cuando llegamos las cosas no fueron así», lamenta. Ahora están al límite, sin capacidad para poder pagar la habitación de alquiler en la que viven: «No conseguimos trabajo».
Frente a estos casos, Concepción Romero recuerda que hay también un perfil «que lo pasa muy mal» y que no se acerca a pedir ayuda a las instituciones «por vergüenza».