La americana a la que el amor y el 11-S llevaron a una aldea de Palas

Lorena García Calvo
lorena garcía calvo LUGO / LA VOZ

LUGO

ALBERTO LÓPEZ

Alissa cambió su New Jersey natal por Maceda, donde ha formado una familia

18 abr 2019 . Actualizado a las 19:42 h.

Alissa Jensen nació en New Jersey, con Manhattan y la capital del mundo ante sus ojos, pero es en la pequeña aldea de Maceda, en Palas de Rei, donde ha encontrado su lugar. Hasta allí llegó persiguiendo en un primer momento sus raíces y más tarde el amor. Los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York le dieron el empujón definitivo para cruzar el océano con billete solo de ida. Hoy, diecisiete años después de haber tomado la decisión más radical de su vida, está feliz. «Aquí vivo en paz».

Alissa hizo el viaje inverso al que sus abuelos iniciaron décadas atrás. Su familia paterna había abandonado Galicia tras la Guerra Civil y su bisabuela había hecho las maletas rumbo a Cuba en cuanto pudo, huyendo del campo. Fue en la isla caribeña donde vinieron al mundo sus padres, aunque sería en New Jersey donde el destino los uniría. «Con 18 años mi padre se fue a combatir a la guerra de Vietnam, cuando regresó le hicieron una fiesta de bienvenida y ahí conoció a mi madre». Y ahí comienza la historia de Alissa.

Al norte de New Jersey, la hoy vecina de Palas pasó su infancia y su juventud. En el momento en que entraba en casa quedaba atrás el inglés y sus oídos se adaptaban a escuchar hablar en castellano. También su paladar. «Me crie comiendo caldo, filloas, cocido, ensaladilla y comida cubana. Mis abuelos entre ellos hablaban gallego pero conmigo lo hacían en castellano». Por eso cuando siendo una adolescente pisó Galicia por primera vez, todo le sorprendía. Vino con su madre a hacer turismo por España y una de las paradas fue la casa de sus primos, en una aldea de Palas de Rei. «Me quedé flipada, era mi primera experiencia en una finca con animales, estaba con mi primo, me iba en el tractor a dar de comer a los animales. ¡Yo alucinaba!».

Hubo más estancias en España, aunque sería con el cambio de siglo cuando su vida se pondría patas arriba. Fue cuando conoció a Gonzalo, el que hoy es su marido. «Nos conocimos, empezamos a escribirnos y a llamarnos». Las visitas se hicieron más frecuentes y, consciente de que su chico no cambiaría su hogar en Palas por el ajetreo de la costa este americana, en su cabeza comenzó a barruntar la idea de dar el salto, dejar atrás su vida e iniciar una nueva en una aldea del interior de Galicia, Maceda. Lejos de su entorno y de su familia.

El 11-S lo cambió todo

El 11 de septiembre del 2001 Alissa y su madre se encontraban en Nueva York. Se sorprendieron cuando, al girar en una esquina, se toparon con un montón de gente en la calle mirando hacia el Downtown. Imaginaron que sería algún accidente. Al cabo de unos instantes vieron cómo una bola de fuego atravesaba una de las torres del World Trade Center. «Ese día creí que iba a morir. Pensé: si le han dado a las torres, al Pentágono... ahora vendrán a por Times Square y seguirán con lo demás», relata. En medio del caos y la preocupación, y tras asegurarse de que su mejor amigo se encontraba bien, Alissa y su madre peregrinaron por los hospitales de la ciudad dispuestas a donar sangre, aunque los bancos ya estaban llenos.

Cuando por fin pudo sentarse con su familia, sus padres le dijeron que si creía que con Gonzalo podía ser feliz, debía intentarlo. Al otro lado del mundo. «Tres días antes de Navidad del 2001 aterricé en Santiago». Ya solo regresaría a su país de visita.

«Dije a mi marido: ‘Os apoyo, pero no me pidas ordeñar vacas o cuidar cabras’»

Cambiar New Jersey por Maceda tuvo su miga. «Yo generalmente me adapto bien a todo, pero cuando llegué le dije a mi marido: ‘Os apoyo en todo lo que hagáis, pero a mí no me pidas que me ponga a ordeñar vacas ni a cuidar cabras, que yo soy urbana y de eso no entiendo’. Me vine sabiendo donde me metía, hasta cierto punto. Luego fue una adaptación lenta», describe Alissa con la voz risueña.

El primer shock que sufrió fue el transporte. Acostumbrada a los coches con cambio automático, enfrentarse a uno de marchas le costó lo suyo. «Durante los dos primeros años dependía de Gonzalo y eso me frustraba, me veía limitada, cuando yo era muy independiente». De cuando en cuando iba a echar una mano en las granjas mientras entregaba un currículo tras otro en busca de un trabajo que no llegaba. «Estuve siete años así, me desesperé, me bloqueé». Pero luego apareció una oportunidad como camarera y como profesora de inglés, y hoy celebra que trabaja desde casa para una agencia de turismo.

Internet y un bombo

«La limitación en el transporte público y el acceso a internet me costaron lo suyo. Estuve años peleándome para tener conexión en casa», recuerda Alissa. Pero esos pequeños grandes inconvenientes los fue superando todos. Tomó el pulso al ritmo del rural gallego y a sus gentes y formó una familia junto a su marido y sus tres hijos, Elías, Julen y Liam. Incluso se animó con la música tradicional, tocando el bombo en un grupo local tras haber probado con conchas y panderetas que, definitivamente, no eran lo suyo. «Tras seis años sin ir a casa, el verano pasado estuve allí y me agobié. Demasiado ruido, demasiada gente. Yo estoy acostumbrada a mi vida aquí».