De abogado en Venezuela a hostelero en Lugo: «He invertido en este establecimiento todo el capital de 25 años de trabajo»

Marta de Dios Crespo
MARTA DE DIOS LUGO / LA VOZ

LUGO

OSCAR CELA

Gerardo Guarino inauguró hace hoy dos semanas el bar A Cova en Ronda das Mercedes, tras llegar en noviembre

22 abr 2019 . Actualizado a las 19:57 h.

Gerardo Guarino cumple hoy 50 años a 6.736 kilómetros de su hogar. Llegó a España el 27 de noviembre y en apenas unos meses su vida ha dado un giro radical. Hace ya dos semanas abrió el bar A Cova en la Ronda das Mercedes. «He invertido en este establecimiento todo el capital de 25 años de trabajo», cuenta sentado en una de sus mesas. Habla delante de un buen puñado de fotografías paradisíacas de Venezuela, con las que ha adornado el local.

Hasta hace no tanto tenía su propio bufete de abogados y uno de sus clientes era el sindicato de futbolistas de su país. Tras graduarse, estuvo de pasante en un tribunal y fue asesor jurídico de una empresa importante del estado venezolano de Miranda durante 11 años. Toda esa formación le vale de poco aquí.

«No todo el mundo ha sido capaz de hacer capital en Venezuela y no es irse, es escapar», dice emocionado y agradecido por su situación. Guarino se toma su tiempo en explicar cómo vivió él los cambios políticos que acorralaron a su país en los últimos años y en un momento del relato le asaltan las lágrimas y tiene que interrumpir la charla.

El fútbol le trajo a Lugo

Hace seis años que su bufete empezó a perder clientela, muchas empresas a las que él asesoraba cerraron o se fueron del país. «Mermaron los ingresos y yo tenía dos niños pequeños», recuerda. Su cuñada se vino con su hija a Alicante hace más de un año y ahí empezaron a barajar seriamente hacer las maletas y salir de Venezuela. Escogieron Galicia porque tenían parientes en O Carballiño y terminó en Lugo gracias a Antonio Vázquez, un futbolista retirado, de origen venezolano, que jugó en el Lugo de Tercera hace años.

«Me había comprado el uniforme del equipo porque me encanta el fútbol, porque estamos aquí y porque la acogida había sido muy buena. Un día Toni vino a por la equipación y me la devolvió firmada por toda la plantilla», cuenta Guarino con una sonrisa. Ahora luce enmarcada junto a la camiseta que le dedicó Jose Manuel Rey, Tetero, capitán durante años de Venezuela y jugador del Dépor en la 1994-1995.

Sin experiencia previa en hostelería, trabaja a destajo en A Cova en jornadas de 14-15 horas diarias. Su cuñada le ayuda con los turnos y la cocina. «Tenemos mucha fe, optimismo e ilusión. Al principio estábamos un poco asustados porque los primeros días nos parecía que había poca afluencia de gente, pero habrá que ir poco a poco, apostando por una buena atención al cliente. Nos gusta que la gente que viene se sienta a gusto», explica.

Cierra los lunes y está desde las 8.30 horas de la mañana hasta que se va el último cliente, «el ayuntamiento de aquí nos da permiso hasta las 2.30 horas». Apuesta por productos frescos y comida española, aunque el que lo desea también puede probar las arepas, típicas de su país.

El barrio se ha volcado para ayudarle a dar los primeros pasos

«Siento que aquí tengo verdaderos amigos», dice Gerardo Guarino con alivio. El barrio se volcó para ayudarle a dar los primeros pasos desde que se decidió a invertir en el local hace un par de meses. La estanquera de su calle, Carmen, le trajo un San Pancracio, «porque da buena suerte». Y como ella, vecinos y emprendedores de la zona no han dudado en echarle una mano.

El de la ferretería de la Avenida de Madrid le regaló algunas herramientas y utensilios para el bar, un abogado amigo le trajo la letra del conjuro de una queimada para que lo colgara en su pared y Antonio una foto de cuando era futbolista, «sé que tiene mucho valor sentimental para él y le estoy agradecido».

Estrella Galicia y Cafés Candelas también pusieron de su parte para que esta huida hacia adelante se le haga más llevadera. «Estrella me ayudó con el mobiliario, barriles de cerveza y me asesoró en el tipo de grifos que podía poner. Cafés Candelas me dio un curso para aprender a poner el café y me ayudó también con los suministros», enumera agradecido.

Mañana, Guarino celebrará su cumpleaños e invitará a su nuevo establecimiento a todos los que le han ayudado a poner en marcha A Cova. «Vamos a hacer una queimada», dice risueño. Y es que a pesar de todas las cosas por las que ha pasado, Gerardo Guarino no pierde la sonrisa.

«No venimos a pedir»

«Nosotros no venimos aquí a pedir», recalca Gerardo Guarino, que insiste mucho sobre este punto. Explica resuelto que ellos llegaron a España «a trabajar, a invertir y a crecer todos juntos». Espera que el negocio poco a poco marche bien y se consolide y prospere en el barrio.

Estuvo seis meses sin ver a su familia, porque su mujer y sus hijos viajaron antes a España

Cuando tomaron la decisión de venir a España, su mujer y sus hijos tomaron la delantera. La madre de Gerardo Guarino es italiana y su suegra, española (de Salamanca). «Por un tema de economía, a mis hijos les hicimos pasaportes españoles», relata. Seis meses antes de que Guarino hiciera las maletas, su mujer y sus hijos salieron de Caracas. Se fueron hasta Alicante, aunque las cosas no fueron como esperaban.

«Trabajó en hostelería y tuvo un jefe que la regañaba si iba al baño», cuenta. Después de jornadas maratonianas pelando tomates y destrozándose las manos, se terminaron el verano y el trabajo. Se movieron entonces a O Carballiño, a casa de una pariente. Gerardo Guarino se vino para aquí al poco tiempo, pero su mujer y sus hijos se quedaron en la localidad ourensana. Ella está realizando un curso de formación mientras que intentan arreglar un montón de papeleo para que le convaliden los estudios, los de ella y los de sus hijos. «Esta semana se termina el plazo que nos dio la Xunta, allí están sin luz y no es fácil conseguir un papel», relata Gerardo Guarino resignado.

Una morriña inevitable

Llegó a España ansioso por ver a su familia después de medio año, en vuelo directo desde Caracas. Pero «salimos de allí llorando», recuerda, «los que nos fuimos de Venezuela no queríamos irnos, porque naturalmente es el país más bello del mundo», cuenta con morriña, ese sentimiento tan internacional de apego a la tierra que resume de maravilla una palabra tan gallega.