Setenta toneladas de lana, residuo para unos, negocio para otros

Dolores Cela Castro
dolores cela LUGO/ LA VOZ

LUGO

Un chatarrero monfortino recoge los vellones de los socios de Ovica

21 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El monfortino Francisco Echeverri, chatarrero durante la mayor parte del año, se convierte en lanero durante dos meses y medio y recoge para los socios de Ovica los más de 60.000 kilos de lana de oveja que rapan las dos cuadrillas de esquiladores polacos en explotaciones de toda Galicia. Echeverri llega a las cuadras, cargado de sacos, una vez que los polacos realizaron su trabajo. Tiene que andar listo para que no se le mojen los vellones porque de lo contrario nadie se los compraría y menos con el precio que tiene este producto en estos momentos. Le pagan, según asegura, entre 15 y 20 céntimos el kilo, dependiendo de la limpieza y de la calidad. Los envía a una fábrica de coches de Madrid, que los utilizan para limpiar piezas.

La pasada campaña Echeverri mandaba los sacos a un lavadero de Valladolid que exportaba lana a China. Según asegura, lo cerraron, al igual que otros que había en A Garda, en Pontevedra. Este año le salió esta otra opción, la de Madrid, que no dudó en aprovechar.

Problema desde las vacas locas

Las ganancias, salvo los gastos de transporte para recoger la lana y para enviarla a Madrid, son limpias porque los ganaderos le regalan una materia prima que les genera más problemas que beneficios. Los vellones han pasado a convertirse en un residuo agrario, catalogado como subproducto de categoría tres, desde la crisis de las vacas locas. Por esta razón tiene que ser tratado en una planta autorizada y transportado con autorización. Está prohibido tirarla a los contenedores o abandonarla en el campo.

Francisco Echeverri recorre toda Galicia con su furgoneta, acompañado en muchas ocasiones por su hijo. En una campaña, según asegura, puede conseguir entre 60 y 70 toneladas de lana, que le reporta unos ingresos adicionales y que le pagan en función de la calidad y de si está más o menos limpia.

Para recolectar los vellones que se lleva la empresa que se los compra de Madrid el lanero monfortino tiene que recorrer miles de kilómetros en dos meses y medio, de una punta a la otra de Galicia y cargar la lana en sacos. La almacena en Monforte y cuando reúne la lana suficiente para cargar un camión avisa a la empresa madrileña para que se la lleve.

La lana de las ovejas gallegas no se caracteriza por su elevada calidad, sino más bien por todo lo contrario. «Tiene que ir seca -asegura el lanero- porque mojada no la quieren y ya no la recojo». Esta actividad supone un complemento a su economía familiar, que está basada, según confiesa, en la recogida de chatarra y en los portes que realiza con su furgoneta.

Materia prima denostada

Antes de alcanzar la categoría de subproducto, la lana de oveja era una materia prima cotizada y buscada, de múltiples usos en la confección y en la vida diaria. Se empleaba no solo en la confección de cálidas, aunque pesadas, mantas o colchones, sino también en prendas de ropa como los calcetines, que constituían un excelente remedio para los sabañones.

También eran famosas las mantas zamoranas. Hasta hace pocos años una empresa de esa provincia acudía puntualmente a las ferias de Becerreá a recoger lana para confeccionarlas a medida y por encargo y las entregaba en el mercado siguiente. Había que entregarle la materia prima limpia y elegir los colores. Cobraba la confección.

Está en estudio y alguna prueba ya está en marcha, para utilizar la lana de las ovejas como aislante natural en los tejados de las viviendas, en lugar de los productos sintéticos que se utilizan actualmente.

crónica lanero, un oficio en extinción