Una entrañable cordelería en Lugo con 130 años de historia

Carlos Vázquez LUGO

LUGO

CARLOS VÁZQUEZ

Crónica | Oficios en la ciudad amurallada Mari Carmen Pérez-Carro regenta un negocio singular que fue abierto por su abuelo Tomás Pérez Carro, conocido en la capital lucense por su procedencia maragata

08 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando no hacíamos más que entablar conversación, entró un señor y dijo: «Boas tardes. Viña a ferrar un paraguas». Mari Carmen entendió perfectamente. Lo que el hombre quería de la dependienta era que le vendiese un taco para que el bastón no resbalase ni hiciera tanto ruido al caminar. Y es que son ya muchos años -hace más de 130 que Tomás Pérez Carro abrió la tienda-, los que lleva de cara al público la que hoy regenta esta entrañable cordelería, sita en el número 66 de la rúa San Pedro. El acceso a la tienda, si bien nunca perdió de vista la puerta de San Pedro o Toledana -denominada así porque al menos desde la Edad Media era por donde los comerciantes de esas tierras introducían sus mercancías-, en tiempos lo fue por Campo Castelo, aunque en su día con motivo de la traída de agua corriente a las casas cambió de lado para situarse definitivamente en la rúa de San Pedro. Así mismo lo atestigua Mari Carmen Pérez-Carro García. A pesar de estudiar la carrera de Derecho y hacer Magisterio y tampoco ejercer como agente de aduanas, Mari Carmen afirma sentirse más a gusto aquí, entre las fibras que se venden en su tienda. No obstante, confiesa que en su día le determinó mucho el hecho de no querer dejar solo a su padre, aunque hoy en día, añade, si sigue en el negocio es únicamente ya «por tradición». Dice, asimismo, que su padre, conocido en la ciudad por su tierra de origen, la comarca leonesa de la Maragatería, era muy respetuoso en todos los sentidos: en el negocio y con las personas. Así, quien hoy regenta este local recuerda con satisfacción el trato humano que siempre dispensaba aquél, «sobre todo con la gente de la aldea», añade mientras charlamos pertrechados por una máquina de escribir a la que le atribuye antigüedad más allá del año 1936, y un teléfono, también en color negro, que según ella misma es de los primeros que llegaron a la ciudad de Lugo. A la cordelería siguen viniendo clientes que lo son desde su juventud. Algunos -como pudo comprobar este que escribe-, incluso hablan de cuando allí en la puerta de la Muralla había que pagar el fielato. Hay quien incluso rememora que al lado de la susodicha se vendían, entre otros artículos, jamones, aunque en la cordelería lo que se comercia son todo tipo de fibras: esparto, cáñamo, el lino que hoy ya apenas se cultiva aunque antaño llenaba de hermoso azul nuestros campos y daba hilo a los telares; etc. Antiguamente -señala la dependienta-, además de lo que es propio de una cordelería, se vendían aperos de labranza, botas para pisar el vino, garrafones, bozos y metros y metros de cuerda de esparto, que se usaban para trabajar con el ganado. Cuando aún la agricultura y ganadería era la base de nuestra economía. Sin embargo ahora, como bien explica Mari Carmen, la gente ya no demanda o lo hace más bien poco, este tipo de cosas, prefiriendo otros materiales como el plástico o, por otra parte, dice que últimamente también el hilo reciclado. Esa necesidad de tener que adaptarse al discurrir de los tiempos lo ve ella como algo natural, si bien es consciente de que siendo este un proceso difícilmente evitable, advierte que no siempre es el más recomendable. Y así lo convinimos ambos. Quesos Mari Carmen no iba a tener mejor momento para aprovechar y hablarme de los quesos que cuida, es decir, cura, con agarimo y esmero. Se los traen y luego ella los va untando bien de aceite hasta que adquieren allí en la fresquera donde los guarda ese grado de curación que demandan sus clientes. Relataba esto para los lectores de La Voz de Galicia, cuando de repente se abrió la puerta e hizo su aparición un señor cuya pretensión suya era la de llevarse «un queixo ben curadiño» y varias docenas de corchos. «¡Ves! -exclamó la amable dependienta-. Antes la gente venía y se llevaba las barricas para hacer el vino. Y ahora, en cambio, lo que vendemos son los corchos». Sin decirlo expresamente se referiría al cambio de costumbres y en concreto, a que poco a poco las viejas barricas de madera van siendo substituidas por otro tipo de recipientes, cuales son los de fibra o acero inoxidable. No obstante, el referido señor aquél, siempre atento a cuanto me indicaba aquélla, tomó la palabra para añadir con cierta sorna: «E haberá que levar o que hai, non é?». Mari Carmen, quien en su tiempo libre también cultiva la pintura, especialmente el retrato, se confiesa una enamorada del orden y la buena educación. Y a fe que lo demuestra con cada cliente que llega a su viejo mostrador de madera. Con cada uno ata -nunca mejor dicho- una conservación donde no falta la cordialidad y el interés por dar un buen servicio a quien decide adentrarse allí entre la amalgama de cordeles y cuerdas que abarrotan del suelo al techo cada esquina del local. Eso sí, advierte, que es ella quien mejor puede aconsejar al cliente; al que se deja, ya que no todos lo hacen, segundo asevera. Así pues, lo antiguo combinado con la tradición y cuanto allí se ofrece, hacen que esta cordelería sea atracción, no sólo para los lucenses, sino también para los turistas que agradecidos, algunos remiten copias de las fotos que les fueron permitidas desde lugares como Madrid o Noruega. Y es que hay monumentos que impresionan, como la Muralla, y otros que aún estando tan cerca de la anterior, permiten, sin embargo, otra mirada y un recuerdo quizás más íntimo.