Nada de estudio
No hay imágenes de estudio, porque no lo tenía. Pero tampoco le hacía demasiada falta. El fondo que utiliza son las calles y caminos de un país que trata de salir del pozo de la posguerra. Fiestas, bodas, incluso algunos entierros, fotografías para carnés de identidad... No hacía falta que se tratase de una ocasión especial. A veces, simplemente se las hacía a gente que estaba trabajando y después se las enseñaba. En caso de que la quisiesen, pagaban por ella. «Generalmente, las compraban todas, eran baratas», explica.
Da la sensación de que siempre intentaba añadir algo que las hace únicas. Como una vez que fue a fotografiar a un niño frente a la puerta de su casa y acabó montando un retrato familiar, con la madre tratando de domar el flequillo del chaval y el que parece ser el abuelo riendo con ganas desde la penumbra de la entrada. Él cuenta que no había preparación previa, que se trataba siempre de fotos espontáneas. «Tomaba a la gente como estaba, eran gente conocida mía y sabían que yo era fotógrafo», asegura. Si se topaba con un grupo interesante, pero no conocía a nadie, simplemente no sacaba fotos.