Magdalena das Pereiras, la bruja monfortina que juzgó la Inquisición

felipe aira MONFORTE

MONFORTE DE LEMOS

Aquelarres en Piñeira. Un libro del abogado y político monfortino Ricardo Rodríguez Vilariño de Barbeito, escrito en el año 1.896 y reeditado recientemente por Agrasar Editores, recoge una leyenda que situaba las reuniones de las brujas de la contorna en la antigua bodega excavada en el monte de de Piñeira
Aquelarres en Piñeira. Un libro del abogado y político monfortino Ricardo Rodríguez Vilariño de Barbeito, escrito en el año 1.896 y reeditado recientemente por Agrasar Editores, recoge una leyenda que situaba las reuniones de las brujas de la contorna en la antigua bodega excavada en el monte de de Piñeira ALBERTO LÓPEZ

Una denuncia de los benedictinos le valió el destierro en el año 1650

20 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Documentos que se conservan en el Archivo Histórico Nacional ofrecen curiosos detalles sobre los procesamientos promovidos por la Inquisición de Santiago a hechiceras, brujas o adivinadores de Monforte y de otros lugares de la zona entre mediados del siglo XVI y XVII. Los cargos a los que se enfrentaban eran de lo más variopinto, pero abundaban los procesos por prácticas adivinatorias. Por ejemplo, sobre «María Afonsa, vecina de Francos» pesa la acusación «de que adevina echando gotas de cera en una escudilla de agua y otras supersticiones». El denunciante aseguraba que sobre esta mujer pesaba un proceso ante la justicia seglar y no se había sentenciado «por haber ella huido a otra parte».

De esa época son también los procesos inquisitoriales contra Amaro Rodríguez, «de tierra de Caldelas» y acusado «de hechizos»; Elena de Pombar, «vezina de Lor», denunciada por «hechizera famosa y adevina»; y «la vieja de Forxán», que se enfrentó a los mismos cargos ante los inquisidores. Mención aparte merece la monfortina Magdalena das Pereiras, cuyo caso sale a relucir en el libro Brujos y astrólogos de la Inquisición de Galicia y el famoso libro de San Cipriano, escrito por Bernardo Barreiro y editado en el año 1885.

Labradora y curandera

«Esta mujer fue una pobre vieja, casada, labradora y curandera a quien prendió el vicario de los frailes benedictinos de Monforte por la mucha fama que había conseguido dando remedios para variar enfermedades», se dice de ella en esta obra. Mujer de Antonio Rodríguez, labrador y vecino de la villa de Monforte de Lemos, Magdalena das Pereiras era conocida por el apelativo de la Vedoreira de Canide y ofreció testimonio en la visita que hizo a la villa a tal efecto, en el año 1646, el inquisidor licenciado don Antonio Ozores.

Según consta en la documentación de aquel proceso, la mediación de la Vedoeira había sido solicitada por una mujer cuya hija «trataba un hombre ilícitamente, debajo de la palabra de casamiento». «Temiendo no la burlase y dejase deshonrada», y sabedora de la fama de la bruja monfortina esta mujer «la pidió le hiciese algún hechizo para que se casasen». En las actas del proceso consta que «la reo le respondió que en volviendo a su casa le enviase una pieza de la ropa de dicho hombre y que no tuviese cuidado, y habiéndola remitido una manga de la ropilla del sobredicho, le dijo que no tuviese cuidado, que presto se casarían y serían buenos casados, lo cual había sucedido dentro de tres semanas».

Para justificar sus poderes, Magdalena das Pereiras testificó ante los inquisidores que «siendo niña de doce años, estando un día en casa de sus padres teniendo un poco de orujo en el regazo se le viniera una paloma a él y luego se le pusiera en la cabeza y le hablara diciéndola que podía curar de cuantas enfermedades quisiera y conocer todas las yerbas, y que la paloma era el Espíritu Santo».

De la Vedoeira se dice que tenía dotes adivinatorias y que daba «noticia de cosas perdidas» y ofrecía «remedios a cuantos se lo pedían». Perseguida por «cierto comisario como vicario de los frailes Benitos de Monforte», un 4 de mayo de 1640 «fue reclusa en cárceles secretas». Dos días después se le dio la primera audiencia, en la que «dijo ser de sesenta años de edad, de casta de cristianos viejos». Por lo que parece, sus servicios incluso habían sido requeridos por el conde de Lemos ante la desaparición de algún objeto de valor.

En el proceso al que fue sometida consta que «habiendo faltado un poco de ropa de vestir a unas mozas de servicio, preguntándole a la Vedoreira quién se la había hurtado, les respondió no quería decirlas cosa ninguna, porque habiendo hurtado al Conde de Lemos un poco de plata de su aparador, porque descubrió quien la había llevado, el conde le había mandado no usase de aquel trato».

«Presumia que habia sido presa porque, habiendo tenido un mal parto y quedando bien hinchada y mala, fue a otra mujer de dicha villa que ya es difunta y que curaba muchas enfermedades, la cual le mandó traer de la botica un poco de manteca de azahar, asente, ruda orégano e incinso, y de todo le hizo un emplasto que le puso en el estomago y otro en el riñón, y le mandó bebiese un poco de aceite, dos o tres veces en las mañanas siguientes, con el cual remedio se halló buena, y después a las personas que le pedían alguno para sus enfermedades, le daba el mismo y a otras se lo hacía, con lo cual vino a tomar mucho nombre que de muchas partes acudían a ella», recoge el acta que levantaron los inquisidores.

Más de cien páginas

El proceso se abrió, según parece, porque a raíz de sus prácticas sanatorias un cura «la denunciara delante del Vicario de los Frailes de Monforte, el cual la reprendió». El proceso contra la Vedoeira consta de 109 páginas y lo firma «el inquisidor licenciado don Juan Rojo». La documentación sobre su encausamiento se hace eco de otras prácticas curativas. «Que a las mujeres a quienes faltaba leche para criar sus criaturas las mandaba tomar apio, britonia y manteca, y echando todo a hervir, la bebiesen en tres mañanas; el cual remedio lo había tomado ella y le saliera bien y así lo recomendaba a los demás». Para que surtiesen efecto, después de tomar algunos de sus remedios era necesario pronunciar tres veces seguidas la frase «en el nombre de Jesús».

De poco le sirvió, por lo que parece, a la hora de responder ante la Inquisición. «Votada a question de tormento y puesta en él, y después de desnudada dijo: que era verdad lo de la paloma, y añadió que segunda vez la encontrara en el campo y se le había puesto en el regazo y ella le daba migajas de pan, la cual se bajó al suelo a picar un poco ruda y dijo la reo: que con aquella yerba había de curar de todas enfermedades, y que era el Espíritu Santo, que no lo dijese a nadie. Negó todo lo demás y habiéndola ligado en la silla ya puesto la mancuerda y amonestada dijese la verdad respondió que no tenía más que decir, sino que tuviese misericordia de ella, y se le mandó dar la primera vuelta y apretándola se rompió el cordel y se puso otro», señalan las actas del proceso.

Fue castigada «a salir de una iglesia en forma de penitente con una soga al cuello, donde le fuese leída la sentencia, y al día siguiente se le desen 200 azotes por las calles a la vergüenza pública y fuese desterrada de Santiago, Madrid y Monforte de Lemos con diez leguas en contorno, por seis años». La sentencia de la Inquisición se ejecutó en 3 de octubre de 1650.

Procesos por blasfemias y amancebamiento con religiosos de por medio

A lo largo del siglo XVI, según recoge fray Mancio de Torres en las escrituras del monasterio benedictino de San Vicente, se suceden los procesos por blasfemias que en ocasiones están dirigidos a religiosos. En esta documentación constan un proceso por denuncias contra «Joan Arias de Armesto clérigo, renegador y blasfemo», en el año 1545, y una querella de Macia Alonso «sobre malas palabras» contra el clérigo Tomé Pérez de Campelo, en julio de 1585.

Fray Mancio también deja constancia de un pleito criminal contra Pero Núñez, clérigo de Ribas Altas, que «no administraba bien su oficio y habia hecho ciertas faltas», y la vecina de Monforte Luisa Pascuala, acusada de almorzar una empanada el día de Pascua del año 1594 y «comulgar después».

Las escrituras del monasterio recogen, por otro lado, procesos criminales y de oficio por amancebamiento dirigidos, respectivamente, a Vitorio Álvarez, cura de A Régoa en 1594, que resultaría absuelto; y Bartolomé Diéguez Francos. Este último caso es de 1608 y alude a María Preta en calidad de amancebada.

La documentación de San Vicente se hace eco de un proceso criminal «contra Antonio de Sezeda, capellán de Doade, sobre que trataba con la hija de Diego de Otero, en 20 de marzo de 1596», y de un auto de oficio contra Clara, tabernera de Doade, por amancebamiento, a comienzos de septiembre de 1608». Jácome Álvarez, zapatero monfortino, se enfrenta, por otro lado, a un proceso en abril de 1603 acusado de trabajar en día festivo.

Con dos matrimonios

En la sección relativa a la Inquisición de Santiago, se conserva en el Archivo Histórico Nacional documentación sobre sendos procesos seguidos en esa época contra Payo Trigo y Juan de Gayoso, ambos vecinos de Castro Caldelas, a los que se acusa de casarse en dos ocasiones. La misma imputación pesa sobre Alonso Rodríguez Pedrero, de San Miguel de Rosende, que se había casado con una segunda mujer paso «cerca de la raya de Portugal hacia Ribadavia» y Bastián da Portela, de San Paio de Diomondi por cohabitación con una segunda mujer «cerca de Orense».

Fueron perseguidos por cohabitación «Gerónimo Álvarez carpintero natural de la feligresía de Bahamorto, junto a Monforte», y el maestre Guillén Barbulla, entallador y vecino de Tuiriz.