El viejo puente de los Pelambres

fELIPE aIRA MONFORTE / AGENCIA

MONFORTE DE LEMOS

ARCHIVO F. AIRA

Así era llamado en el siglo XVI un monumento que aún mantiene hoy su importancia en la trama urbana

17 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El puente de los Pelambres es la denominación más antigua de cuántas se conocen para designar el hoy llamado puente viejo. Sus piedras nos informan de un pasado medieval, aunque otra construcción realizada durante la segunda parte del siglo XVI predomina en la actual estructura del monumento monfortino. El puente sigue siendo aún hoy un punto importantísimo de comunicación dentro de la trama urbana.

Ya en el medievo facilitaba el tránsito entre los barrios seculares de Remberde, Abeledos, As Cortes -a partir del siglo XVI, San Antonio- y Fabeiro, con el Monforte intramuros y el centro de la población que estaba fuera de la muralla, la antiguamente conocida como calle de los Herreros, La Peña, Arrabaldo, A Calexa, calle de los Herradores y Plaza de los Herradores, Pelambres, calle del Peso, Cisqueiros, Zigarral, calle de los Cereixas, o calle del Cardenal, entre otras

Entre las noticias más antiguas sobre su existencia se encuentran las referentes al siglo XIII. Era puente que tenía condición «de Merced», receptor de mandas pías en el siglo XIII. Y en el año 1331, recibe una manda para su obra. Los puentes con esta condición estaban sobre caminos de peregrinaje, pero también sobre rutas mercantiles vitales para el abastecimiento de una ciudad o de un territorio. El puente viejo era escala del Camino de Invierno y ruta mercantil.

El puente se convertía así en una persona jurídica y para su obra se constituía un patronato que recaudaba todo tipo de fondos, limosnas y mandas testamentarias. En Galicia eran pocos los que tenían esta entidad. Por su condición de obras pías, debían estar libres de derechos de tránsito, aunque lo cierto es que estos derechos con frecuencia, se aplicaban.

Marcas de canteros

El puente viejo conserva en la parte inmediata al monasterio de Santa Clara una serie de signos lapidarios, marcas de canteros, que parecen indicarnos una primitiva construcción, realizada en el románico. Carlos Rodríguez Fernández, doctor en historia medieval, en su tesis doctoral Colección Diplomática de San Vicente del Pino cita un foro del monasterio de fecha 5 de mayo de 1517 en el cual se hace referencia al primitivo puente. Se le cita como «de los Pelambres» debido a que estaba inmediato a la actual calle de las Huertas, en el pasado calle de los Pelambres.

Es muy probable que se construyese o fuese reconstruido a raíz de la parcial o casi total destrucción de una estructura anterior de mucha menor consistencia que la actual. Esta intervención habría resultado necesaria a consecuencia de los intensos temporales de lluvia que azotaron a Galicia en la segunda parte del siglo XVI.

Buena parte del actual puente de piedra fue levantado, como ya se indicó, en la segunda parte del siglo XVI. Pedro Rodríguez de Remberde, maestro cantero, otorgó testamento en fecha 29 de julio de 1591. Manifestaba, entre otras cosas, que construyera el puente «con los apuntalamientos y condiciones que estaban hechas por el Licenciado Juan Monforte y Pedro Rodríguez de Estrada». Fue obra financiada por el Concello de Monforte, siendo objeto de reclamación por parte del cantero, ya que el maestro Remberde recomienda en una cláusula del testamento que los herederos reclamen mil ducados que le debía el Concello.

Conviene aclarar que, en un principio, la obra había sido adjudicada a Alonso Rodríguez de Remberde, familiar cercano a Pedro Rodríguez de Remberde.

Hoy son visibles cuatro de sus arcos, aunque en la documentación histórica que hemos estudiado confirma la existencia de hasta cuatro arcos más, hoy ocultos. No pocos monfortinos recuerdan todavía uno de los que hoy no son visibles, en la parte inmediata a la actual plaza del Doctor Goyanes.

Los arcos ocultos

En una Relación descripción de los estados de Lemos, realizada en vida del XI conde de Lemos (1666-1741), se dice que «el puente tiene cinco arcos». Un importante referente histórico como el Catastro del Marqués de Ensenada, de mediados del siglo XVIII, dice de Monforte: «Puentes. Ay la principal situada sobre el río Cave la qual divide parte de la villa y corre desde la plazuela de los Herradores [la actual plaza del Doctor Goyanes] hasta la de las monjas, y va a los barrios de S. Antonio y Remberde. Tiene 125 varas de largo y 7 de ancho con ocho ojos grandes y pequeños».

El antiguo peto de ánimas sirvió para levantar unas escaleras

La mayoría de los autores afirman que el puente viejo tiene seis arcos. Dos pequeñas oquedades existentes en uno de los extremos, frente al convento de las Clarisas, explicarían que en algunos casos se hable de ocho. Francisco Coello, en el plano que realiza de Monforte de Lemos en la primera mitad del siglo XIX, lo hace constar con seis arcos. En los inicios de ese siglo sufrió nuevas reformas, quedando visibles cinco. De hecho, en el Diccionario de Madoz ya se cita con solo cuatro. Los dos arcos ocultos se encuentran bajo la actual plaza del Doctor Goyanes.

En el puente viejo se ubicaba antiguamente, por otro lado, el humilladero o peto de ánimas donde los franciscanos recogían el féretro de las personas que decidían, según testamento, ser enterrados en el hoy desaparecido convento franciscano de San Antonio. Fue escenario de sonados conflictos, entre los siglos XVI y XIX, relacionados con las ceremonias religiosas.

Desaparece el convento

En pleno siglo XIX, y ya desaparecido el convento de franciscanos desde dos décadas atrás, las autoridades municipales acordaron demoler el peto de ánimas situado en el medio del puente viejo. «Teniendo presente dichos señores el mal efecto que causa en medio del puente de este pueblo una especie de cepillo o cajón de sillería muy antiguo y de reconocida inutilidad, han determinado arruinarlo», se lee en un documento municipal del año 1856.

El peto de ánimas era un elemento del puente viejo desde los comienzos del convento franciscano allá por 1503. Trescientos cincuenta años después, cuando el cenobio franciscano al que debía su presencia ya no existía, nadie defendió su continuidad y sus piedras fueron reutilizadas en unas escaleras de acceso al convento de las Clarisas.