Las piedras que hicieron los primeros vinos en la Ribeira Sacra

Luis Díaz
Luis Díaz MONFORTE / LA VOZ

LEMOS


Cinco lagares rupestres salieron a la luz en los últimos años en lugares próximos a las zonas de viñedo

02 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los trece lagares rupestres que había localizado hasta el 2011 Luis Paadín ?autor de una guía de vinos gallegos? son ya más de cincuenta. Aparecen recopilados en su publicación Las piedras que hacían vino, editada recientemente por la Xunta. El desencadenante de su trabajo fue otro libro, el Tratado de Viticultura de Luis Hidalgo, que habla de un lagar rupestre descubierto en 1940 por Taboada Chivite en un castro de Verín. Esa referencia movió a Paadín a rastrear estas construcciones por toda Galicia. Las trece primeras aparecieron en puntos de Oímbra, Verín, Monterrei, Ribadavia y Arbo. Las piedras que hacían vino incluye cuatro lagares excavados en la piedra en diferentes puntos de la Ribeira Sacra. Existe constancia de otro en Sober, cuya existencia destapó el arqueólogo Iván Álvarez Merayo y que no está en el libro.

«El mapa de los lagares refleja la expansión del viñedo en Galicia durante la conquista romana. Históricamente, la viticultura se desarrolló antes en Monterrei o en O Ribeiro que en Rías Baixas», dice Paadín. Otros muchos lagares que tiene localizados todavía no vieron la luz. Solo en Monterrei existen al menos doce más que están enterrados y no se pueden desescombrar sin permiso de Patrimonio.

Topónimos reveladores

Lo habitual es que los lagares rupestres permanezcan ocultos por la maleza en lugares de difícil accesibilidad. Alguno de los que aparecen en el libro quedó a la vista después de un incendio. El autor está convencido de que en la Ribeira Sacra también hay muchos más por descubrir. La opinión de Paadín es compartida por Merayo, que también se interesó en los últimos años por estas antiguas construcciones. «Cunha investigación seria aparecerían moitos máis na Ribeira Sacra, estou convencido. Topónimos como a ribeira de Lagares son suficientemente reveladores», señala el arqueólogo.

En esa zona de viñedo, situada en A Pobra do Brollón, no se localizó hasta ahora ninguna construcción en la roca destinada al prensado del fruto. Los que tienen cabida en el libro de Paadín están en Penalonga y Chao do Couso ?en la zona ourensana del Bibei, acogida a la denominación de origen?, Ricopete (Quiroga) y Pombeiro (Pantón). Por dimensiones, tipología y ubicación, resulta difícil no asociar los dos primeros al prensado de la uva. «Pode haber algún reparo noutros casos, pero os do Bibei son lagares sen ningún tipo de dúbida», indica Merayo.

Paadín, por su parte, es todavía más explícito. Los más sencillos ?detalla? «serían utilizados para el estrujado directo de frutos o bayas, o bien podrían ser empleados para la obtención de grasas vegetales y animales». Las dimensiones van de apenas metro y medio a los veinte metros cuadrados de ciertos lagares. Esas construcciones, de mayor tamaño y complejidad, apuntan a la elaboración de vino y a un uso seguramente común. «La mayoría, por sus capacidades, número y usos, han producido miles de litros, lo que nos lleva a pensar que eran una auténtica industria. Nuestros lagares constituyen uno de los patrimonios a cuidar, mimar y exhibir el mundo», dice el autor del libro.

La incógnita de su antigüedad

Luis Paadín discrepa de los investigadores que sostienen que el origen de los lagares es medieval. «Seguro que fueron usados en el siglo XV, o en el XVII. Pero la estructura base sin duda es muy anterior. Si solo ves piedras, no puedes entender las reformas que experimentaron», opina el autor del libro. La datación de estas construcciones no es fácil. Los suelos ácidos no favorecen la conservación de restos vegetales y la mayoría de los lagares están asociados a yacimientos cuya excavación permita ubicarlos en el tiempo. La excepción está en el lagar descubierto en el castro de Santa Lucía, en Castrelo de Miño. Los estudios de estratificación que se realizaron allí sitúan su origen en el siglo II.