Ribeira Sacra, mejor sin herbicidas

Luis Díaz
LUIS DÍAZ MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

El empleo de motocultores y las cubiertas vegetales se abren paso todavía tímidamente en los viñedos

10 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Las redes sociales son una ventana abierta al mundo. Una especie de álbum global en el que también estampan sus cromos los gurús del vino. Botellas y añadas exclusivas, platos seductores y escogidos paisajes vitícolas, que es lo suyo. Puestos a colgar estampas originales, las fotos de Ribeira Sacra juegan con ventaja. Siempre gustan esas imágenes del Sil serpenteando entre viñas de vértigo. Pero no todo va a ser jauja. A veces, también hay comentarios que ponen el dedo en la llaga. «Bonito paisaje, pero mejor sin herbicidas», se quejan los que están de vuelta.

Ribeira Sacra no es un espacio vitícola cualquiera. La imagen del cañón del Sil vale más que mil palabras. Por eso precisamente, cada vez se le exige más en el mundo del vino. Y el inquietante tono amarillento de las viñas tratadas con herbicida rompe el hechizo. «Sin vida en el suelo, no hay terruño que valga», avisa el enólogo Fredi Torres. Sílice Viticultores, el proyecto en el que colabora en Amandi, ha prohibido esos tratamientos en los viñedos en los que compra uva. Algunas de sus marcas, también es cierto,  no llegan a 500 botellas.

 ¿Se puede ir más lejos cuantitativamente? Sin salir de Amandi, la bodega Don Bernawrdino tiene más de cinco hectáreas propias y otras dos en alquiler. Produce en torno a 50.000 botellas por cosecha, una cantidad significativa en el contexto de la Ribeira Sacra. Desde hace tres años, ha sustituido los herbicidas por el laboreo. Se vale de pequeños motocultores provistos de fresadoras, el mismo sistema que está implantando Adega Algueira en muchas parcelas.

El rastro del tratamiento

El escaso peso de estos motocultores, apenas treinta kilos, no permite profundizar. A cambio, es un tipo de maquinaria que se puede pasar con cierta facilidad de un muro a otro. «Tampoco hace falta levantar mucho la tierra. Se remueve un poco para sacar las malas hierbas y esa especie de capa plástica que forma el herbicida. La diferencia entre ver la viña así y no quemada por los tratamientos es impresionante», dice el propietario de Don Bernardino, Emilio Rodríguez.

No estamos solo ante una cuestión de estética. En su corta experiencia, esta bodega ha tenido la oportunidad de comprobar las ventajas del nuevo sistema sobre el cultivo. La mortandad de las vides con las que replanta las viñas se ha reducido y se aprecia un enraizamiento más profundo de las cepas desde que se eliminaron los herbicidas. «Sería importante buscar alternativas, porque son suelos poco profundos donde los residuos tienden a acumularse», opina el enólogo e investigador Ignacio Orriols.

Pasados unos años, esas sustancias «puedan trasladarse al vino», apunta Javier Cancela, profesor de la Escuela Politécnica Superior de Lugo. «El lavado no existe o es menor en suelos como los de la Ribeira Sacra, que tienden a la acumulación de residuos», añade este experto. Saca a relucir el riesgo de concentraciones de ciertas sustancias por la polémica en torno al glifosato, principio activo de alguno de los herbicidas más comercializados, cuyo riesgo cancerígeno fue reconocido por Organización Mundial de la Salud.

Competencia con la cepa

En los últimos años, Cancela dirigió un proyecto de investigación en la Ribeira Sacra con cubiertas vegetales espontáneas en viñedos de Adega Guímaro. «La vegetación preserva la microfauna, que ayuda a su vez a controlar de forma natural los hongos que atacan el viñedo. Pero es necesario cortarla cuando llega a determinada altura, porque compite con la cepa por los recursos hídricos y los nutrientes», explica.

La peculiar orografía de la Ribeira Sacra, según su experiencia, es difícil hasta para el trabajo del investigador. «Conducir por esas pistas no es para cualquiera», rememora. Mantener a raya la cubierta vegetal en bancales donde no es viable la mecanización, tampoco parece una tarea fácil. «El coste de la mano de obra resulta enorme si hablamos de superficies de cierta entidad. Es un tema difícil, de complicada solución», admite.

Salvo en zonas de menor pendiente, como el valle de Quiroga, el empleo de maquinaria es muy limitado en la Ribeira Sacra. La inclinación del terreno y los estrechos bancales que combaten la erosión apenas permiten el uso de pequeños motocultores. Labrar la tierra, mantener cubiertas vegetales espontáneas o sembradas, o esparcir capas de paja sobre el terreno generan costes que no todo el mundo está dispuesto a asumir.

La sensibilidad hacia este problema, sin embargo, parece ir en aumento. Laura Lorenzo no quiere ver ni de lejos herbicidas en las viñas que trabaja en su proyecto Daterra Viticultores. Pero la parcela de algún colindante comienza a teñirse de amarillo por esta época debido al uso de esos productos. Lo denuncia en su cuenta de Twitter con la contundente etiqueta #ecoterrorism. Entre sus cepas, las flores silvestres anuncian el cambio de estación en las laderas del Bibei. A unos pocos metros, se levanta una especie de desierto.

«La vegetación preserva la microfauna, que controla de forma natural los hongos»

Javier Cancela

Los residuos de los tratamientos se acumulan con facilidad en suelos poco profundos