Muere el último cesteiro de la Ribeira Sacra

carlos cortés, roi fernández CHANTADA / LA VOZ

LEMOS

Avelino, en su taller de Pincelo, a finales del año pasado.
Avelino, en su taller de Pincelo, a finales del año pasado. carlos rueda< / span>

Avelino García será enterrado esta tarde en el cementerio de A Sariña, la parroquia ribereña en la que nació y vivió

05 feb 2016 . Actualizado a las 14:19 h.

Los espectaculares paisajes de la parroquia chantadina de A Sariña acaban de perder a uno de sus vecinos más peculiares. Avelino García Pérez, el último cesteiro tradicional que quedaba en la Ribeira Sacra, murió el miércoles a los 85 años de edad. Su especialidad eran los culeiros, los característicos cestos para uvas empleados tradicionalmente en las vendimias, pero podía fabricarlos para prácticamente cualquier clase de uso. Será enterrado esta tarde en el cementerio de A Sariña, tras un funeral que empezará a las cinco y media en la iglesia parroquial.

Avelino García vivió siempre en la aldea de Pincelo, al borde del río Miño, y el de cesteiro no fue su único oficio. Como explicaba hace apenas dos meses a Carlos Rueda en un reportaje publicado por este diario el pasado 18 de diciembre, también fue cantero, albañil, carpintero, herrero, agricultor y apicultor. Se le daba bien prácticamente cualquier trabajo manual que utilizase como materia prima lo que se puede encontrar en esta parroquia ribereña.

Avelino García sobrevivió a la desaparición generalizada de los cesteiros sin renunciar a las técnicas tradicionales. No las aprendió de niño, sino ya entrado en la treintena y en plenos años sesenta. Fueron los primeros pasos de un taller que sobrevivió a todos los demás y de una actividad que no dejó de practicar hasta su muerte.

En sus casi cincuenta años de cesteiro, lo que más salió de su taller fueron los culeiros para cargar uvas en las empinadas viñas de las riberas de Chantada y del resto de las comarcas productoras de vino del sur de Lugo y el norte de Ourense. Pero también sabía fabricar cestas para recoger patatas, para transportar ropa, para recoger setas e incluso para que sirviesen como maceteros o paragüeros.

Durante años compaginó su trabajo como cesteiro con el de apicultor. Le dolió especialmente tener que dejarlo, porque dedicaba mucho tiempo a las abejas y quería aprender más sobre su crianza y la elaboración de miel. Pero se le murieron repentinamente todos los enjambres que tenía, así que no le quedó más remedio. Pero en los últimos tiempos había recuperado esa afición y cuidaba cuatro colmenas. Por supuesto, no compró las abejas, sino que atrajo los enjambres con un reclamo elaborado por él mismo con cera vieja y un poco de miel. Artesano, como todo lo que hacía