Toldaos esconde entre la maleza sus viejas fábricas de cal

carlos rueda / francisco albo MONFORTE / LA VOZ

LEMOS

CARLOS RUEDA

Los hornos de esta parroquia de O Incio tardaban tres días en cocer cada lote

09 nov 2014 . Actualizado a las 14:32 h.

En diversas localidades situadas en territorios de suelo calizo del sur de la provincia fue habitual en tiempos la actividad de los llamados caleiros u hornos de cal. Estas pequeñas industrias artesanales, cuyo origen se pierde en los tiempos, estuvieron activas en algunos casos hasta las décadas de 1960 y 1970. De ellas quedan diversos vestigios, a veces bastante bien conservados. Uno de estos lugares es la parroquia de Santiago de Toldaos, en O Incio, donde esta actividad estuvo muy extendida. Hasta seis hornos llegaron a funcionar de manera constante y al mismo tiempo.

Los caleiros que más cocían y vendían eran los del lugar de A Ponte, a unos cien metros de Toldaos y unas decenas de metros de la carretera. Esta ubicación favorecía su actividad comercial, ya que los camiones se podían acercar hasta los hornos para cargar la cal. No pasaba lo mismo en los de Pedrouzos. Solo un carro tirado por una pareja de bueyes podía llegar hasta ellos. El mineral se transportaba así hasta las inmediaciones de la iglesia parroquial, donde era cargado en camiones.

En la zona quedan muchos recuerdos de esta actividad tradicional desaparecida en tiempos relativamente recientes. Manuel Domínguez, vecino del núcleo de O Barrio, fue uno de los que se dedicaron a este oficio. Según explica, la mayor parte de la cal que se obtenía en los hornos se vendía para ser utilizada como mortero. Mezclada con arena, servía para la conrtrucción de los muros exteriores e interiores de las viviendas. «Era o cemento que había daquela», señala. Pero también era apreciada como abono para las huertas y prados, y se esparcía sobre la tierra cuando se sembraban las patatas. «Cando se dicía que un terreo estaba enfermo, botábase un pouco de cal para recuperar e sanear a terra», recuerda el señor Manuel. Asimismo, se empleaba para blanquear paredes y como desinfectante e incluso tenía usos medicinales.

El proceso de elaboración de la cal era muy laborioso. Primeramente había que arrancar la piedra con picos y a continuación triturarla con mazos. El material así preparado se introducía en los hornos, donde se cocía durante tres largos días con sus noches. El fuego debía mantenerse siempre vivo. Una cocción requería unos treinta carros de leña y a veces más. Según Manuel Domínguez, «a maior parte eran xestas e polo medio metíase algunha leña de carballo para darlle máis forza ao lume».

En Pedrouzos vivía Benigno Pérez, que también trabajó mucho tiempo como caleiro. Se dedicaba a cocer la cal con la ayuda de dos o tres vecinos, bien para utilizarla ellos mismos o bien para obtener unas ganancias que ayudasen a la renta familiar. «Botaban tres días seguidos cocendo e tiña que levarlle a comida ao meu pai», dice su hija Paquita.

Otros tres días de espera

Una vez concluida la cocción era preciso esperar otros tres días hasta que se enfriase el horno para retirar el valioso producto. La cal se vendía en en sacos de cincuenta kilos. En la época de actividad del vecino de O Barrio, el precio oscilaba entre veinticinco y cuarenta pesetas el kilo. «O cal era caro pero daba moito traballo», dice Manuel Domínguez.

Otra zona del sur lucense donde también se fabricó cal con estos métodos artesanales es el municipio de Quiroga. Los antiguos hornos situados en las cercanías de Soldón fueron arreglados e incluidos en una ruta de senderismo. Los de Toldaos, en cambio, están cubiertos de maleza y bastante olvidados en la actualidad.

Cómo llegar

Hay que salir de la capital del municipio de O Incio por la carretera que lleva a Oural. La localidad de Toldaos se encuentra a 4,2 kilómetros de distancia