El crimen que se aclaró minutos antes de que las pruebas fueran a la basura

X.F. LUGO/LA VOZ.

LEMOS

La policía y la comisión judicial vivieron unas horas frenéticas intentando llegar a los sitios antes que el camión de recogida de los desperdicios urbanos

29 ago 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

La luz roja no se encendía en la comisaría lucense desde el 21 de agosto de 2008. Ese día se plantó en la casa de la calle Chantada un anciano que decía que su hermana estaba muerta en el pasillo de su casa en el barrio de A Ponte. Casi justamente dos años más tarde, no era un octogenario el que aparecía diciendo casi lo mismo. Era un profesor de Química del Instituto Sanxillao, Juan Carlos Pernas López, de 42 años, que contaba una historia similar, aunque quien estaba muerta no era su hermana sino su esposa. La policía tenía servido en su mesa un crimen fruto de la violencia machista, aunque en los primeros momentos lo desconocía.

Ni Ágatha Christie hubiese apostado por un capítulo como el que horas más tarde se escribió. El profesor, según todas las versiones recabadas sobre el particular, se aferró a decir que él no había cometido ningún asesinato y que alguien había acabado con la vida de su esposa. Juan Carlos Pernas aguantó horas y horas sin venirse abajo. Sabía que el paso del tiempo lo beneficiaba.

El presunto homicida vivió unas horas muy agitadas de idas y venidas. Después de acabar, supuestamente, con la vida de su esposa, inició un recorrido de unos quince kilómetros por la ciudad buscando contenedores en los que ir dejando las pruebas del delito: ropas, sábanas e incluso el arma homicida.

Después fue a Pol a la casa de sus padres. A continuación se trasladó a la comisaría. Horas más tarde lo llevaron al piso donde ocurrió el terrible suceso, en el número 9 de la calle Carlos Azcárraga; de nuevo fueron con él a la comisaría, y por la tarde, como las cosas se ponían difíciles, volvieron a transportarlo hasta la casa. Pero no acabó ahí su periplo. Continuó en una noche que resultó trepidante para los investigadores y la comisión judicial, con la titular del Juzgado de Violencia al frente. El objetivo era llegar a los contenedores de basura antes de que lo hiciera el camión recogedor. Eran sobre las once de la noche, y en quince o veinte minutos el personal de Urbaser comenzaba su turno.

En los contenedores de Garabolos, A Piringalla y Castelo estaban las pruebas. El propio Juan Carlos les dijo a los investigadores dónde las había depositado cuando se vio acorralado a preguntas y cuando le fueron desmontando, una por una, las coartadas que tenían preparadas. Sus llamadas al 112 para despistar no tardaron en irse al garete.

No es descabellado pensar que en algún momento los investigadores se planteasen parar el servicio de recogida de basuras, pero no les hizo falta. Llegaron a tiempo por los pelos. Recuperaron las pruebas, incluida la macheta utilizada para golpear a Montse Labrada.

Ahora que los vecinos ya se libraron de la legión de periodistas que les cayó encima en las horas posteriores el crimen, algunos empezaron a hablar. Al parecer, una mujer, oyó gritos en la madrugada del jueves en torno a las dos y pico de la mañana. Se despertó pensando que se trataban de los lloros de un bebé. No le dio mayor trascendencia al asunto, y a los pocos minutos intentó volver a recuperar el sueño.

Posiblemente fuesen los gritos de terror de la auxiliar de enfermería cuando presuntamente estaba siendo atacada por su marido, que no soportó más el que ella presuntamente mantuviese una relación sentimental con otro.