Javier Albares, médico experto en sueño: «Las pantallas dan un subidón de dopamina»

VIDA SALUDABLE

El especialista reflexiona sobre el abuso de dispositivos móviles en la sociedad y recoge los riesgos para la salud que suponen
13 jun 2025 . Actualizado a las 15:15 h.Javier Albares, médico especialista en Neurofisiología Clínica, se dio cuenta de que las pantallas son un reto de salud pública para los niños y adolescentes cuando le dieron, a su hijo mayor, su primer móvil. «Se lo dimos excesivamente temprano», dice con perspectiva que solo da el tiempo. Preocupado, el miembro de la Sociedad Española de Sueño (SES), se puso a investigar sobre los posibles efectos en la salud de estos dispositivos, y todo lo que descubrió lo aglutina en su nuevo libro Generación Zombi (Editorial Península, 2025).
—¿Qué consecuencias tiene su exceso en niños y adolescentes?
—La evidencia científica dice que el uso de pantallas excesivo en niños y adolescentes afecta a cómo se desarrolla su cerebro, cómo se conectan sus neuronas y eso a nivel práctico impacta a nivel del aprendizaje, a nivel del desarrollo del lenguaje, a nivel de la memoria, a nivel de la atención, a nivel de la salud mental y de su salud física y hasta a la socialización. Es decir, afecta en todos los aspectos del crecimiento saludable de tu niño y adolescente.
—Como experto en sueño, ¿de qué forma las pantallas tienen esa capacidad de fraccionar el descanso?
—Las pantallas son el gran ladrón del sueño y afectan en varios sentidos. Uno es que el tiempo que se le dedica hiper excita nuestro sistema nervioso central y eso hace que nos cueste más dormir. Y otro es que nos roban tiempo. Roban tiempo a los jóvenes que no dedican a dormir. En otras palabras, una parte es que ocupan un tiempo en las que el niño y adolescente debería estar durmiendo, y otra, la hiper excitación, que hace que cuando me intente poner a dormir no pueda y esta, a su vez, provoca que la calidad de mi sueño sea peor, que haya más despertares a lo largo de la noche, y que se haya asociado con una mayor incidencia, por ejemplo, de pesadillas y de sueño inquieto.
—¿Qué necesita el cerebro infantil y adolescente para desarrollarse saludablemente?
—Necesita jugar, necesita momentos de aburrimiento, de no hacer, necesita estimulación real, no estimulación de la pantalla. El juego, precisamente, es un gran estimulador. También requiere vínculo, presencia de los padres, lectura, experiencias, necesita relaciones reales con gente de su edad. Por supuesto, precisa actividad física, arte, música, necesita baile y expresión artística.
—¿Se puede decir que la adicción al móvil funciona como la adicción a una droga?
—Sí. Si sacas imágenes de una persona que tiene una adicción a las pantallas y una persona que tiene una adicción a cualquier droga que tenga afectado su sistema de recompensa, las alteraciones, lo que se ve es muy similar. Pero, en realidad, es lógico que las técnicas de imagen nos muestren esto.
—¿Por qué?
—Porque las pantallas jaquean nuestro sistema de recompensa. Es decir, provocan una adicción. De hecho, están creadas para que pasemos el mayor tiempo posible frente a ellas. Pero para que eso se consiga como objetivo, al final hay que hacer que nuestro cerebro quiera consumirlas. Si nuestro cerebro necesita el consumo de algo de forma repetida y reiterativa, lo normal es que se altere el sistema de recompensa y se genere una adicción. Las drogas lo hacen a través de ocupar receptores de neurotransmisores, y las pantallas lo consiguen creando una hiperestimulación, una descarga de dopamina que nos da ese pequeño subidón, esa pequeña recompensa que nos hace después que el sistema de recompensa esté continuamente pidiéndote un poquito más de dopamina. El gran problema en esa alteración en edades tan tempranas es que sabemos que cuando el sistema de recompensa, que es el que te lleva a una adicción, se altera, ese niño adolescente será más susceptible en adelante, a tener otro tipo de adicciones.
—¿Cómo afectan al rendimiento escolar?, ¿a la inteligencia? Da la sensación de que quienes usan mucho las pantallas tienen más dificultades a la hora de concentrarse.
—Es así. Las pantallas te llevan al multitasking, a la multitarea, y evitan que seas capaz de focalizar la atención. Afectan al aprendizaje en varios aspectos, como el desarrollo del lenguaje y demás, pero una parte muy importante es que afectan a nuestra capacidad de atención y concentración, porque cuando esta última no se entrena, la perdemos. No se desarrollan esas redes neuronales que nos van a permitir tener esa concentración. Las pantallas nos llevan al cambio constante de tarea, porque ahora miro una cosa, ahora miro la otra, ahora aparece una notificación, y sucede a una velocidad muy acelerada. Los datos nos dicen que el adulto medio, en la actualidad, tiene una capacidad de concentración plena en algo en torno a los tres minutos; los adolescentes en torno a los 50 segundos. Es terrorífico. Y por otra parte, sabemos que hasta que no se pasan 20 minutos plenamente en una función, concentrado en algo, no se tiene un rendimiento pleno. El cerebro no es capaz de hacer dos cosas a la vez, aunque creamos que sí porque tengamos tres ventanas abiertas en el ordenador. El tiempo que tardo en concentrarme de la una a la otra es tiempo perdido, y es lo que se llama el coste de la alternancia. Es muy alto y tiene muchísimas repercusiones a nivel del aprendizaje. Es más, se sabe que los países que han invertido más en digitalización de las escuelas son los países que, paralelamente, han tenido peor rendimiento a nivel escolar. A más digitalización, peores resultados en los informes PISA de rendimiento escolar
—¿Qué preguntas puedo hacerme para ver si tengo un problema con las pantallas?
—Hay aspectos importantes. ¿Hasta qué hora uso el móvil?, ¿uso el móvil hasta justo meterme en la cama?, ¿cuánto tiempo antes lo dejo?, ¿cuánto tardo en coger el móvil? cuando me levanto. Si me voy sin el móvil de casa, ¿volvería a por él?, ¿estaría dispuesto a vivir sin móvil? Todo eso me puede orientar un poquito. También usar pantallas mientras como, o en otros lugares, por ejemplo, cuando voy al aseo; si me han reclamado algunas veces hijos, familiares, seres queridos, que no les estoy prestando atención porque estoy pendiente del móvil. Todo eso ya me da un indicio. Hablamos del móvil, pero aquí incluyo todo tipo de pantalla.
—Claro, ¿qué sucede con la televisión?
—La televisión es una pantalla que también cuenta. Solo que, al no ser tan interactiva, afectan y estimulan algo menos. Pero ojo, aún así tienen implicaciones. Fíjate que el coeficiente intelectual de nuestra especie, el homo sapiens, hasta los años 80 siempre había ido creciendo. El incremento era de unos tres puntos por década y los expertos lo achacaban a una mejor nutrición, sanidad, a una mejor asistencia social. Pero en los 90 se ralentizó, dejó de crecer. Por aquel entonces, ya lo justificaron por el efecto de la televisión, que ya llevaba hasta tres décadas en algunos países. A partir de ahí, y en este nuevo siglo, no es que el crecimiento se haya estancado, sino que ha disminuido. Hoy en día un estudiante de 11 años, por ejemplo, en rendimiento académico, es prácticamente un año menor de capacidad que hace 20 años. Y el gran factor diferenciador que ha habido han sido las pantallas sin ninguna duda, aunque no sea el único.
—¿A qué edad se le puede permitir el acceso a pantallas a un niño?
—En la actualidad ya se habla de que hasta los seis, nada de uso. Las pantallas no son biológicas, a partir de ahí podría ser una media de unos 30 minutos al día. Entre los 12 y los 18, deberíamos estar hablando de un máximo de dos horas al día. Y luego hay que tener en cuenta que no todas las pantallas son iguales; hay usos que son todavía mucho más perjudiciales, porque no debemos olvidarnos que muchas veces el acceso que tienen los niños tan jóvenes a través de las pantallas es a violencia, está el ciberbullying con cada vez más presencia y el acceso al porno. Basándome en eso y no en una opinión ligera, está claro que los adolescentes no deberían tener su primer smartphone antes de los 16. Igual que el acceso a las redes sociales, que es en la línea donde se está empezando a legislar en muchos países.
—¿Los adultos han pecado de ingenuos?
—Sin ningún tipo de duda y no debemos autoinmolarnos y culparnos. Al final, cuando hay un nuevo producto, siempre están detrás las poderosas industrias con una capacidad de generar influencia muy grande. En las décadas previas, se vendió el tabaco como algo con glamour; y de glamuroso tiene poco, lo que aporta es una gran cantidad de patología pulmonar, de cáncer, y de muertes anuales que hay causadas por ello. Pero incluso cuando la gente dice cuánta gente ha muerto por culpa de ello, se permite fumar en sitios públicos. Con las tecnologías creo que hay un paralelismo muy directo en este sentido, hasta que todos los que nos dedicamos a la salud empezamos a hacer ruido y que la evidencia científica está diciendo que es tremendamente peligroso, mientras tanto hay muchas empresas y personas que están haciendo su negocio en ello. Seguirán creando confusión y seguirán acusándonos de tecnófobos a los que intentamos concienciar sobre todo esto. Y luego hay una parte en la que hoy en día, en la sociedad en la que vivimos, hay mucho estrés crónico, hay mucha velocidad, y a los padres se nos olvida muchas veces la responsabilidad que implica la paternidad y la maternidad. No quiero ejemplarizar a nadie, para nada; pero la paternidad implica presencia y dedicar tiempo a estar con los hijos. Y muchas veces, ese tiempo que las familias no tienen se ocupa con una pantalla. Así que sí, hemos pecado de ingenuos, pero lo que tenemos que hacer ahora es no mirar hacia atrás, sino saber que hay posibilidades de cambio y ese es el objetivo fundamental del libro.
—Se debe reducir el uso de los adolescentes pero muchos colegios recurren al libro electrónico.
—Sí, pero piensa que muchos centros ya están empezando a desdigitalizar las aulas, y esa es la línea que tiene que haber. Si tú a un niño le das una tablet para el colegio a los 10 años ya tenemos un problema importantísimo. Está comprobado que muchísimos países que están empezando a desdigitalizar ya están empezando a notar las mejoras de menos pantallas. Y, aunque nos encontremos con esa dicotomía, el límite de horas de uso que yo tengo que poner en casa sobre el resto de pantallas es importantísimo. se puede aplicar un control parental, y dedicarle tiempo y constancia cada día, porque es un tema muy complejo.