Diego Gracia, médico y filósofo: «Vivimos aún en la fantasía de que la ciencia y la técnica son buenas en sí»

VIDA SALUDABLE

El médico, académico y experto en bioética, Diego Gracia, presidente de la Fundación de Ciencias de la Salud.
El médico, académico y experto en bioética, Diego Gracia, presidente de la Fundación de Ciencias de la Salud. ANGEL MANSO

Especializado en psiquiatría y psicología, formó parte de la discusión sobre neuroderechos y neuroética celebrada ayer en la Fundación Paideia de A Coruña

14 mar 2025 . Actualizado a las 16:36 h.

Las personas tienen derecho a la privacidad mental y a la identidad personal. Son dos de los cinco neuroderechos que, en el año 2017, un grupo de expertos de la Universidad de Columbia (Estados Unidos) comenzó a redactar ante la preocupación creciente de que el progreso podría llegar a interferir con nuestra actividad cerebral. El científico español Rafael Yuste estuvo metido de lleno en aquel proyecto y ayer protagonizó una de las ponencias del XXVI Ateneo de Bioética: neuroética y neuroderecho que se celebró ayer en la Fundación Paideia de A Coruña. Una discusión organizada por la Fundación Ciencias de la Salud que preside Diego Gracia, psiquiatra, catedrático Emérito de Historia de la Medicina en la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Real Academia Nacional de Medicina y una de las voces más autorizadas a la hora de hablar de bioética que se puedan encontrar.

—Oranizan una serie de conferencias sobre cómo se deben abordar nuestros neuroderechos y hasta qué punto no se deberían transgredir fronteras éticas sobre. Casi resulta necesario parar y repetirse esto, que parece un argumento de una novela distópica: debemos prevenir que el progreso no tenga como víctima a nuestros “neuroderechos”

—Las novedades que se están produciendo en las llamadas neurociencias son tantas y tan importantes, que están haciendo surgir nuevos términos, como los de «neuroética» y «neuroderecho». Estos neologismos designan disciplinas que buscan promover la reflexión sobre las consecuencias que para la vida de las personas pueden llegar a tener los nuevos descubrimientos que se están dando en el campo de las llamadas neurociencias.

—Como conocedor de la Historia de la Medicina, ¿existe algún escenario pasado que supusiese tal nivel de desafío? Porque, perdone si estoy simplificando, se trata de evitar que alguien se meta directamente en nuestras cabezas.

—La humanidad siempre ha fantaseado con la posibilidad de manipular el psiquismo humano. Lo que sucede es que hasta hace muy poco tiempo se trataba solo de fantasías, que ahora comienzan a ser reales. De un mito, como el Golem de la mitología hebrea, estamos pasando a otros más sofisticados, como los llamados ciborgs o cibernetic organisms. Hay mitos que poco a poco van convirtiéndose en realidades.

—Si uno piensa en neuroderechos, lo primero que piensa es en tratar de evitar que acabemos con algún tipo de implante cerebrale, pero sospecho que podría estar pecando de inocente. En este mundo actual de pantallas y de vivir atrapados bajo un carrusel infinito de estímulos, ¿vamos ya tarde?

—Hoy, son varios los medios técnicos que existen para estimular el sistema nervioso en direcciones precisas, de modo que las personas hagan lo que nosotros queremos, pero creyendo que hacen lo que ellos quieren. Ni que decir tiene que estos adelantos técnicos necesitan de regulación y control, porque no todo lo que es técnicamente posible es sin más ética y jurídicamente correcto.

—Hablando de aparatos implantados, Elon Musk introdujo el año pasado el sistema Telepathy, un chip cerebral, en el cerebro de un hombre, saltándose cualquier tipo de cortafuegos ético. No parece que le haya penalizado mucho dada su actual posición de poder a escala mundial. ¿No es preocupante?

—Sí, es muy preocupante, como usted dice, y como dice y piensa todo el mundo. No parece que ese sistema de Elon Musk haya funcionado muy bien, pero en cualquier caso nos orienta sobre la dirección que están tomando los acontecimientos. Y a cualquiera se le ocurre que ese enorme poder de control de las mentes y las conciencias tiene que estar, cuando menos, muy estrictamente regulado. 

—Me refiero, sobre todo a que, como sociedad, parece que estamos dispuestos a aceptar cualquier novedad tecnológica. La sensación es de que no hay una censura social, sino todo lo contrario. Nos cuesta fiarnos de las vacunas, pero devoramos la tecnología. ¿Este es el camino?

—Tiene usted razón. Vivimos aún en la fantasía positivista de que la ciencia y la técnica son buenas en sí, y que son ellas las que van a arreglar el mundo, que si aún no funciona muy bien, es porque la ciencia y la técnica no han avanzado suficientemente. Pero ya queda poco. Esa es la fantasía en la que vive la mayor parte de nuestra sociedad.

—Le he escuchado hablar sobre actitudes activas ante el envejecimiento, sobre proyecto, sobre vejeces creativas y autónomas. Las personas mayores de hoy en día todavía forman parte de una generación capaz de aburrirse, ¿pero cómo ve la vejez de aquellos que se han criado con un teléfono en la mano devorando contenido en redes sociales?

—El tema de la vejez me ocupa y preocupa desde hace bastante tiempo. La esperanza media de vida se ha prolongado tanto que hoy la vida humana puede dividirse en tres periodos de aproximadamente treinta años de duración. Los primeros treinta los invertimos en la formación. Entre los treinta y los sesenta, nos dedicamos a ser productivos, a producir. Y durante los treinta últimos entramos a formar parte de las llamadas "clases pasivas", que, como su propio nombre indica, no tienen asignada ninguna actividad específica. Yo vengo defendiendo que eso es un grave error, y que en la tercera edad hay que hacer por los demás, especialmente por las nuevas generaciones, algo que no pueden hacer los que se hallan en la segunda época de la vida, aunque solo sea porque no tienen tiempo. Esto obliga a replantear el papel de los viejos en la sociedad, y a promover toda una «cultura de la vejez». De esto se habla poco, pero es muy importante.

Diego Gracia es catedrático emérito de Historia de la Medicina en la Complutense, miembro de la Real Academia Nacional de Medicina y académico de Ciencias Morales y Políticas.
Diego Gracia es catedrático emérito de Historia de la Medicina en la Complutense, miembro de la Real Academia Nacional de Medicina y académico de Ciencias Morales y Políticas. ANGEL MANSO

—Antes le preguntaba sobre Elon Musk, que forma también parte del grupo de multimillonarios que se está dejando una auténtica fortuna en investigación sobre procesos para frenar el envejecimiento. Creo que no es la idea de vejez creativa de la que hablaba, ¿nos dirigimos a una peor relación con la muerte de la que ya tenemos?

—Insisto que es necesario promover una «cultura de la vejez». En la actualidad nadie sabe muy bien qué hacer con los viejos. De hecho, las residencias de ancianos se asemejan, como han sugerido varios autores, a las salas de espera de las estaciones de tren, en la que se mata el tiempo esperando a que pase el tren, que en el caso de los viejos es ya el último tren.

—Hablando sobre ética, valores y decisiones. En un contexto en el que las humanidades, como mucho, van tirando. Quizás sea una pregunta demasiado grande, pero ¿qué momento vive España y el mundo en cuanto a la bioética?

—La bioética ha surgido por pura necesidad. Los avances técnicos son de tal categoría y tienen tal poder, que es necesario preguntarse cuál puede ser su utilización correcta, o cómo deben utilizarse. Antes decía que no todo lo técnicamente posible es, sin más, éticamente correcto. De ahí la necesidad de que el progreso científico-técnico vaya acompañado de una adecuada reflexión ética. Lo que está en juego es la vida humana, tanto en cantidad como en calidad.

—Creo que la gente no conoce demasiado bien cómo alguien acaba formando parte de un comité que toma decisiones complejas, donde dos más dos no siempre son cuatro, sobre la vida de un paciente. ¿Hay injerencias desde la política? Porque muchas veces decidir sobre vidas conlleva ideología.

—Los comités de ética no tienen nada que ver con la política. Son cosas completamente distintas, con objetivos y lógicas también distintos. Lo que sucede es que la política acapara de tal manera la atención de los medios, que parece que lo invade todo. No es verdad. Hay que distinguir muy claramente lo que es la gestión política del Estado y lo que es la vida de la sociedad civil. La ética se encuentra en este segundo plano, ese que se aprende en las escuelas y que lleva a las personas privadas a vivir y actuar intentando ser fieles a ciertos valores fundamentales. La sociedad es anterior al Estado, de tal manera que al Estado hay que verlo como lo que es, un epifenómeno de la sociedad. Dime qué sociedad tienes y te diré cómo funciona tu Estado. La sociedad se construye en las escuelas, no en los parlamentos. 

—¿Cómo son los procesos de deliberación sobre encrucijadas biomédicas?, ¿son tomadas estas cuestiones lo suficientemente en serio? En absoluto quiero ser receloso, pero me provoca mucha curiosidad su encaje en un contexto en el que parece haber cierta tendencia a querer excluir la filosofía de los planes de estudio.

—Los planes de estudio están hechos generalmente por personas que entienden, supongo, algo de política pero poco de educación. Es una pequeña o gran tragedia. Eso explica que, por ejemplo, su objetivo no sea que las personas aprendan a deliberar, que sería lo sensato, sino que aprendan a triunfar en la vida, aunque sea a costa de los demás. No somos del todo conscientes de que los países se hacen y se deshacen en las escuelas, no en los parlamentos. 

—¿Un experto en bioética siempre debe tener una opinión sobre cualquier asunto? Como persona a la que le cuesta posicionarse, no solo me parece agotador, sino prácticamente imposible.

—Vuelvo al tema de la educación. Si uno se pone a los mandos de un coche sin una formación previa, lo más probable es que se encuentre angustiado, que no sepa muy bien qué tiene que hacer y que, a poco que se descuide, provoque un accidente. La formación no es una varita mágica que resuelva los problemas por arte de magia. Los problemas son problemas, y en tanto que tales necesitan de un detenido análisis antes de decidir nada. Es probable que el detenido análisis no lo resuelva completamente, pero al menos nos dirá cuál es la solución menos mala, o más prudente. Esto es como la conducción de un coche. Hay que estar tomando decisiones continuamente sobre lo que debemos hacer, y además es posible que en algún momento nos equivoquemos. Eso no se puede evitar. Pero lo que sí puede exigírsenos es que analicemos bien los problemas y tomemos la decisión más prudente posible. A nadie se le exige que no se equivoque nunca. Pero sí puede y debe exigírsenos que seamos prudentes. Pues bien, el procedimiento para actuar así, es la deliberación. La gran asignatura pendiente en nuestros programas educativos.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.