Raquel Blasco, especialista en Medicina Deportiva: «Si te pasas el día sentado, ir al gimnasio dos días a la semana no es suficiente»

Lois Balado Tomé
Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

La médico internista y experta en Medicina Deportiva Raquel Blasco.
La médico internista y experta en Medicina Deportiva Raquel Blasco.

La especialista, gran embajadora del entrenamiento de fuerza como medida preventiva, lamenta que el ejercicio físico esté excluido de la formación de cualquier médico en España

04 ene 2025 . Actualizado a las 16:38 h.

Si piensan en una consulta de Medicina Deportiva, en la imagen que proyecten existirá, evidentemente, un médico, ¿pero cómo se imaginan a la persona que esté al otro lado de la mesa? ¿Será un deportista que busca una manera de reducir los segundos en los que recorre un kilómetro o un paciente de cáncer? Por la consulta de Raquel Blasco, médico internista y especialista en Medicina Deportiva, el segundo perfil es ya más habitual que el primero. Esta profesional, que arrancó su trayectoria sanitaria atendiendo a pacientes drogodependientes del sistema penitenciario, ha acabado por convertirse en una de las grandes embajadoras en España del ejercicio físico. Especialmente del entrenamiento de fuerza. Su trayectoria le ha hecho consciente del poder del ejercicio físico para prevenir y tratar enfermedades en un mundo que ha olvidado la importancia de moverse. 

—No deja de resultar paradójico que no veamos ningún conflicto en habernos entregado a lo farmacolgía y, sin embargo, nos cueste lo más natural del mundo: movernos. 

—Esa es la esencia. En concreto, no perder la movilidad. El músculo no deja de ser el órgano endocrino por excelencia. Mucho más importante que el hígado, el páncreas, la glándula tiroidea y todo lo que tú quieras. El músculo no deja de ser un ávido consumidor de grasa e hidratos de carbono. Todas las enfermedades crónicas, pero todas, incluyen cierto grado de disfunción muscular. Aunque la razón la más importante de todas es que nos hacemos mayores. Así de claro. Nos hacemos mayores y nos movemos menos. Entramos en un bucle, y el músculo se acomoda. No es tanto que pierdas fuerza o movilidad, sino que pierdes la capacidad de consumir lo que deberías. Si a eso le sumas que comes regular, que descansas poco, que trabajas de aquella manera y, sobre todo, que somos sedentarios, pues ya la tienes montada. No hay vuelta atrás a menos de que te lo tomes en serio. Y tomárselo en serio es plantearte un programa de fuerza. Dicho así, suena fatal, pero no es más que hacer lo que nunca debimos dejar de ser: personas activas. 

—Dice que, con los años, cada vez nos movemos menos. Pero además de una cuestión puramente biológica, nos movemos menos por cuestiones laborales. Como te dejes llevar, a los treinta años ya estás atado a una silla.

—Efectivamente. Atado, además, veinte horas al día. Porque ¿cuánto tiempo pasas sentado? A mí me preocupa mucho que los médicos, los responsables en materia de salud, digamos a nuestros pacientes esa frase de «haz lo que puedas», como si fuese suficiente. Estamos generando una falsa sensación de seguridad. Si me dicen que con estudiar inglés una hora al mes, que es lo que puedo, voy a estar preparada para manejar el idioma, pues no va a ser suficiente. No me parece correcto decirlo. Haces creer a la gente que, como ya hacen lo que pueden, la degradación se va a frenar o a 'curar' y no es cierto. No porque te hayas apuntado a un gimnasio y vayas una hora al día, dos días a la semana, va a ser suficiente si el resto de las horas del día te las pasas sentado delante de la tele, del ordenador o en el despacho. 

—Me parece muy llamativo que de todos los caminos que llevan a la Medicina Deportiva, su casilla de salida es de las más heterodoxas. Empezó atendiendo a pacientes drogodependientes, ¿cómo fue ese camino?

—Yo estoy formada en materia de patología infecciosa. Hice la residencia en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid, donde me especialicé en Medicina Interna. Mi vocación siempre ha sido la de ser médico internista, me formaron exclusivamente para ello y para llevar la unidad de infecciosos. En aquel momento, estaba todo el tema del sida y era demoledor. Muchísimos pacientes que se nos morían, chavales de 24 o 25 años, y la drogadicción no hacía distingos. Antes de acabar la residencia, era responsable de un programa de atención a drogodependientes por vía parenteral de la Junta de Castilla y León en centro penitenciarios de la comunidad. Me encantaba. Además era una patología de las grandes, de las que implica saber un poquito de todo que es el trabajo de los internistas, rellenar el puzle con las piezas.

—¿Y cómo se produjo el salto?

—Era 1992, año olímpico, se abrió el centro regional de Medicina Deportiva y salieron las plazas. De ninguna manera pensé en presentarme para responsable de los servicios médicos del centro, pero en aquel momento tenía un niño de dos años. Mi familia, eso que tuviese que moverme tanto para atender a gente con vidas complicadas no era lo que mejor llevaba. Así que solicité la plaza y me la dieron. Los primeros seis meses fueron extraños, había pasado de atender a las personas más enfermas que te puedas imaginar a ver a los tipos más sanos. No entendía sus preocupaciones. Me decían que habían pasado de hacer la legua en 42 segundos a hacerla en treinta y tantos. Y yo pensaba: «Estás sano, fuerte, te quiere tu pareja, ¿qué mas quieres?» Me costó entenderlo. Pero se convirtió en un reto, entendí que el mundo del gran rendimiento deportivo es justo lo contrario a de dónde yo venía: poner al cuerpo al límite. Y empecé a fascinarme por el funcionamiento del cuerpo frente a situaciones adversas. Que es lo mismo que hacía, pero en el sentido contrario. Y es apasionante. Los deportistas son auténticos bancos de datos, estudios experimentales gloriosos donde ves qué es un cuerpo humano sometido al máximo esfuerzo, lo cual se parece a una enfermedad. Y como internista, me sirvió para aprender muchísimo.

—¿Y le gustó?

—Comencé a sentir auténtica pasión por la fisiología del esfuerzo, en muchos casos un esfuerzo límite, y sobre todo a prevenir la patología de ese esfuerzo. Ese es mi trabajo. Prevenir que esa persona muera, se le agrave o aparezca una enfermedad durante la realización del mismo. La evolución natural fue la de pensar en cómo aplicar la fisiología del esfuerzo para prevenir algunas enfermedades o a tratar algunas otras. Así fue como empezamos en el año 2015 tras obtener una beca de prescripción de ejercicio físico. Se inició como un programa para pacientes de diabetes y, desde entonces, casi la totalidad de mi agenda es prescripción de ejercicio físico en pacientes con patología crónica, sobre todo en oncológicos. Y es precioso ver cómo gente que está siendo sometida a tratamientos con quimioterapia consigue sacar fuerzas para realizar un programa de entrenamiento, convencidos de que va a funcionar, y que luego funciona. Es un privilegio. Y el hecho de convencer a nuestros compañeros para que nos los deriven y que ellos mismos ya empiecen a saber prescribir, sobre todo desde oncología, endocrinología y medicina de familia, es un privilegio. No es crear escuela por crear. 

—¿Quiénes son más duros de convencer?, ¿pacientes o colegas?

—El médico. Produce cierta ternura ver que, en el momento que cogen cierta confianza contigo, el paciente se abre. Ahí lo tienes en el saco. Porque aquí no vale empoderar al paciente. Sí debo hacerle partícipe de su tratamiento, porque sino, no funcionará, pero me parece injusto que yo te explique la fisiopatología de cualquier enfermedad y debas decidir tú el tratamiento. Igual que me parecería muy injusto llegar al taller y que el mecánico me pida que decida el tipo de aceite que le tengo que poner. Aquí pasa un poco lo mismo, el paciente se pone en tus manos. El problema está en que el otro profesional, el compañero que tiene que hacer equipo contigo, tiene que creer en ese tratamiento. No es que tenga que creer, porque no va de creencias, sino de evidencias. Se trata de estudiar los trabajos publicados al respecto. Igual que pones un tratamiento quimioterápico a la dosis correcta, prescribes la dosis correcta de ejercicio. Y si no es tu especialidad, lo derivas hacia el profesional que sabe lo que tiene que hacer. Es de lo que se trata. Nos cuesta, pero en Castilla y León ya hay más de 1.200 profesionales en salud formados en prescripción de ejercicio. De ellos, el 30 % son residentes, y eso es algo que nos da la vida; tenemos cantera. 

—¿En qué momento de la formación de un médico o de cualquier sanitario está presente el ejercicio físico?

—En ningún momento. No existe. Ya está. Igual que el tema de la nutrición, que apenas se pasa por encima. No existe nada más allá de alguna contraindicación formal. Es el gran caballo de batalla que tenemos. 

—¿Tal vez sea porque escuchamos hablar de Medicina Deportiva y pensamos en deportistas de élite o clínicas privadas?

—Sí. Incluso a nivel nacional, si no se ha mostrado un impulso firme a sacar una especialidad, es porque se pensaba que todos los médicos de medicina deportiva iban a acabar en el Real Madrid o trabajando en la medicina privada. Nada más lejos de la realidad. Es una medicina con especial vocación pública. Necesitamos un médico que sepa de medicina del deporte en todos los hospitales de España para evitar patologías, para hacer consultas transversales, para disponer de una consulta de prescripción de ejercicio físico que descargue al endocrino, que no tiene por qué saber de eso.  

—Le he escuchado decir que caminar no es suficiente, que necesitamos otro tipo de ejercicios, ¿de qué hablamos en concreto?

—Imagina que eres una persona sana y que tu único 'problema' es que tienes sesenta años. Lo primero que deberíamos saber es tu estado de forma física. No te digo que hagas una prueba de esfuerzo, porque el objetivo no es romper ningún récord ni de trasladar al ejercicio esas dietas de cajón que te dicen que necesitas 500 kilocalorías para mantenerte en forma. Hablamos de intentar hacer una actividad constante y mantenida todos los días, ser activo, y dos o tres días por semana realizar un trabajo aeróbico a una intensidad mayor que la que nos requiere caminar. Ya sea carrera continua, trote cochinero, bailar, ir en bici o estar tres cuartos de hora en la elíptica. Lo que quieras, pero de una manera continua y mantenida. Y luego, sin duda, un entrenamiento de fuerza. Tampoco te hace falta ir a un gimnasio, lo puedes hacer en casa: sentadillas, flexiones, flexiones de pared. Esto por lo menos dos o tres veces por semana. Solo con esto, sería suficiente. Además, para romper el sedentarismo, podemos hacer caso a los relojes inteligentes cuando nos dicen: «¿Te apetece unos estiramientos?». Pues a lo mejor te apetece lo mismo que romperte una pierna, pero ya que estamos, podemos hacer algo que resulte eficaz durante un minuto o dos. Un esfuerzo importante, pero mantenido durante ese tiempo. Tal vez salir de tu casa y subir y bajar un piso de escaleras. 

—¿Y si nuestro problema va más allá de tener sesenta años?

—Cuando empieza a haber una patología hay que, primero, evaluar tu estado de forma. Cuando realizamos una actividad física entre intensa y moderada, por encima del 70 % de nuestra capacidad, se van a liberar a nuestro torrente sanguíneo unos trocitos pequeños de proteína que se llaman mioquinas, que vienen del músculo. Son la llave de nuestro funcionamiento muscular. Son las que nos van a permitir utilizar mejor el azúcar, las grasas, disminuir esa resistencia que con el tiempo acabaremos desarrollando a la insulina. En general, las que le van a seguir haciendo muy funcional al músculo. ¿Pero qué pasa? Que esas mioquinas se van a liberar en una cantidad suficiente no en función de la edad, el sexo o de la composición corporal, sino del estado de forma física de ese músculo. Es como la parábola de los talentos: cuanto mejor estás, más vas a producir; cuanto peor estés, producirás menos. Además, esa liberación de trocitos de proteína es un poco como en los naipes el juego de las Siete y media o el blackjack. Tienes que llegar al punto justo para que se liberen. Pero sin pasarse. Porque si te pasas, se va a producir inflamación. Se trata de llegar, pero sin pasarse. Que produzca los efectos deseados sin una fatiga que no se deba a las agujetas, sino a roturas fibrilares que harán que el paciente, al día siguiente, esté hecho papilla y esté otros veinte años seguidos sin moverse de la silla. Con la prescripción de ejercicio tenemos que alcanzar la dosis a la que cada persona debe entrenar y traducir eso en tantas flexiones de pared, tantos abdominales y tanto descanso. No es una tabla de gimnasia, sino un programa ajustado de prescripción de ejercicio físico. Funcionamos con dosis. 

—Entiendo, al igual que no es lo mismo un gramo de paracetamol que cinco.

—Esa es la idea, tenemos que hacer una receta según el tipo de ejercicio. Con la dosis, las veces que hay que hacerlo al día y a la semana. Con los cambios que tendrás que hacer a medida que tu enfermedad mejor o empeora. Y ya está. Al igual que se hace una revisión de un antibiótico, también la hacemos con el ejercicio. La idea es que el paciente mismo sepa, poco a poco, ir ajustando su dosis. Y ojalá vean mis ojos que tengamos en nuestros equipos a los readaptadores deportivos, a los graduados en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, que son los que tiene que implementar la receta que yo he prescrito. Los que tiene que traducir en sentadillas búlgaras ese press de esfuerzo del 72 % durante un minuto de duración.

—Valores que rondan ese 72 % es lo que suele recomendarse, ¿pero somos capaces como pacientes de identificar esos niveles de esfuerzo en nuestro cuerpo?

—Sí. Los que prescribimos ejercicio sabemos que no nos sirven los valores hemodinámicos como la presión arterial o la frecuencia cardíaca. Si a una persona sedentaria la pones a trotar y a los 30 segundos tiene la tensión disparada, la frecuencia cardíaca por los aires y eso ni es 75 %, ni reloj inteligente, ni hay forma de hacerlo así. Se utiliza siempre la escala de Borg, que es la escala de percepción de esfuerzo, de fatiga. Se evalúa del 0, que es estar nada cansado, al 10, que es que no puedes aguantar ni un segundo más. Deberíamos llegar al punto en el que puedas seguir realizando ese esfuerzo manteniendo una conversación con tu compañero de al lado, aunque no sea muy inteligente. Se trata de sudar y mantener, mínimo, un cuarto de hora. Si no eres capaz de hacerlo continuado, lo fraccionas. Y así todos los días. Si lo puedes hacer de una tacada, fenómeno; que no, vas sumando. Pero buscamos intensidad, calidad, no muchas horas viendo escaparates. Eso valdrá para hacer amigos, pero no para entrenar. La calidad nos la da el esfuerzo. 

—Muchas personas ven los gimnasios como lugares hostiles donde se puede reír de ti si no sabes hacer un ejercicio bien. Eso disuade.

—Hace menos de dos años salió en una revista especializada el cambio que se produjo en los usuarios de gimnasios, que es algo muy bonito. Los objetivos que se buscaban entre el año 2010 y 2020 era, sobre todo, el sacar músculo; ahora, más de la mitad de los usuarios de gimnasio van buscando objetivos de salud. Está cambiando el paradigma, que es lo que buscábamos. Depende también del horario. Los horarios de la mañana suelen ser más de personas que están buscando objetivos de salud, gente ya mayor,  jubilada, y en el horario de 20 a 22 horas es donde van más ese perfil de gymbro y gymsister. Pero cada más gente va a cubrir otros objetivos. Las grandes franquicias se han acostumbrado a tener monitores, entrenadores deportivos, que se dedican a que los novatos no se pasen. Y también es importante que la gente vaya al gimnasio que le quede al lado de casa. Porque si vas a andar perdiendo el tiempo en llegar, buscar, aparcar, te vuelves loco. Y que vayan en compañía, aunque se lleve regular con esa persona, porque eso anima mucho. Y que hagan, a ser posible, actividades dirigidas de sala. Es muy importante el hacerlo en grupo, con gente con objetivos similares, con música y un monitor que sepa lo que está haciendo y corrija el gesto. Que haga que te guste. Cada vez lo veo más en las clases de bodypump o spinning, que son a las que suelo acudir. Y ves que hay gente de todos los palos. Los gimnasios hoy día están llenos, y llenos de gente que busca objetivos de salud, y eso me pone muy contenta. 

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.