Victoria de Andrés, bióloga: «Las ventajas de ser ''Homo sapiens'' las disfrutan hombres y mujeres, pero las pagan solamente ellas»

VIDA SALUDABLE

La profesora de la Universidad de Málaga viene de publicar un ensayo inédito recorriendo la evolución humana, por primera vez, «desde una visión femenina»
23 dic 2024 . Actualizado a las 16:33 h.¿Por qué la evolución ha deparado a, aproximadamente la mitad de los individuos de la especie Homo sapiens, algo tan incómodo, farragoso y doloroso como la menstruación? ¿Qué pasó para que la evolución acabase por elegir este mecanismo como el mejor entre todos los posibles? Son solo algunas de las preguntas que Victoria de Andrés, bióloga, especialista en análisis clínicos y biología evolutiva, además profesora titular en la facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga cuenta en El sexo injusto (Metatemas, Tusquets, 2024), el libro que acaba de publicar. Se trata de su primera incursión en el mundo editorial, pero su firma ya es conocida en los círculos de la divulgación con centenares de artículos publicados en revistas científicas y medios generalistas. Las preguntas que ha querido realizarse son grandes, y lo ha hecho desde «una visión femenina de la evolución humana» —el subtítulo de su libro—: «¿Por qué somos individuos sexuados?, ¿qué sentido tiene el sexo?, ¿qué ventajas nos ha procurado?, ¿cómo hemos llegado a ser lo que somos a través del sexo?, ¿cuáles son realmente las diferencias entre los dos morfotipos, hombre y mujer, y qué acarrea esta distinción evolutiva? La gente no tiene ni idea y siendo nuestra propia esencia, nuestra propia naturaleza es la única manera de entender por qué funcionamos y actuamos como lo hacemos».
—El sexo injusto, ¿por qué?
—Nuestra especie es muy diferente al resto de las especies del planeta. La adquisición de las capacidades de la línea de los homínidos que llevó a la aparición del homo sapiens fue una serie de circunstancias concatenadas muy azarosas, muy particulares, muy raras; en cualquier caso, excepcionales. Esa línea evolutiva que apareció en un momento dado en la naturaleza no hubiese sido posible sin el sexo. El hecho de que existiese el sexo en el mundo animal generó una variabilidad enorme de posibilidades que facilitó la aparición de muchísimas vías evolutivas, entre ellas la que derivó a una muy rara que es la nuestra. El coste por los innumerables beneficios que aporta el sexo, en el caso de la línea de los mamíferos en general y los homínidos en particular, lo ha pagado y lo sigue pagando el sexo femenino. Las ventajas de ser Homo sapiens las disfrutan hombres y mujeres, pero la pagan solamente las mujeres. O masivamente, al menos. Por eso digo que el sexo es injusto. No es que sea malo, porque es fantástico, pero lo pagamos solo nosotras.
—Habla de lo extraordinario del sexo en los Homo sapiens, ¿pero tantas diferencias hay con el sexo de los osos? Por poner un ejemplo.
—Llegar a nuestra especie supone dos particularidades muy especiales dentro de la línea de los mamíferos. Pongamos ese mismo ejemplo, el del oso, que es estupendo. Somos muy, muy, muy diferentes a un oso por dos circunstancias muy particulares. En primer lugar porque somos una especie mucho más inteligente, algo que es posible porque tenemos un cerebro muy desarrollado y ello implica un cráneo muy voluminoso. Por otro, somos una especie que se puso de pie. Pasamos de la cuadripedia a la bipedestación. Estos dos factores, que se dieron simultáneamente en la línea de los homínidos, supusieron que toda la estructuración ósea y muscular cambiase su equilibrio de fuerzas. Esqueleto y músculos se tuvieron que reorientar completamente. En el caso particular de nuestra especie, supuso, entre otros grandes cambios, el estrechamiento enorme de nuestra cadera en sentido dorsoventral; digamos que la distancia del pubis al glúteo se estrechó. ¿Qué significa eso? Que si se nos estrechó la pelvis, se nos estrechó también el canal del parto. Concurren dos circunstancias contrapuestas: por un lado tenemos cada vez el cráneo más grande; por otra, tenemos cada vez el canal del parto más pequeño.
—Entiendo, ¿y las consecuencias de esto?
—Pues que la especie humana, de entre todos los mamíferos, es la que sufre mayor riesgo en el momento de la reproducción. Tanto para la madre como para el hijo. Hasta el punto que nuestra línea evolutiva estuvo a punto de extinguirse por esto que se ha venido a llamar «el dilema obstétrico». Cada vez la cabeza más grande, cada vez la pelvis más estrecha. Las ventajas de ponernos de pie y ser más listos las disfrutamos toda la especie, pero las consecuencias las pagamos solamente las mujeres en un parto extraordinariamente dificultoso, arriesgado y peligroso. Y muy, muy doloroso. El momento del nacimiento de un hijo es el momento más crucial de nuestra vida y es el que requiere de mayor asistencia médica, de aparatología, de asepsia... Una serie de circunstancias que, si te das cuenta, en otros mamíferos no existe. El parto es un acto fisiológico facilísimo en otros mamíferos. Mira como trae una osa a sus oseznos, sin problema ninguno. En el libro no solo se analiza el tema del parto, también el porqué somos como somos; por ejemplo, por qué las mujeres menstruamos, que es una cosa rarísima, por qué tenemos mamas, o por qué tenemos que darnos prisa para quedarnos embarazadas si queremos tener hijos sanos.
—Esto del dilema obstétrico, muy adaptativo no parece a nivel evolutivo.
—Son adaptativas las dos circunstancias por separado. El ponerse de pie fue brutal, pudimos, entre otras cosas, tener las manos libres. Tener las manos liberadas nos ha supuesto poder manipular el entorno y poder generar, así, toda una actividad cultural. Poder manufacturar cosas supone dejar una herencia para nuestros hijos más allá de la puramente genética. Todo este tipo de cosas revolucionó nuestra especie en cuanto al dominio del entorno. Eso es súper adaptativo. Por otra parte ser listo, el gran desarrollo del encéfalo también es extraordinariamente adaptativo. El problema es que estas dos circunstancias juntas son biológicamente contradictorias. Y no porque se anulen en cuanto a potencialidad, sino en cuanto a viabilidad anatómica en el vientre de la mujer.
—Dice que la menstruación es un fenómeno extrañísimo y no le falta razón. En otros mamíferos tenemos el celo, que es una cosa muy diferente.
—Muy diferente. En el libro se indaga dónde puede estar el origen evolutivo de esta circunstancia, ¿dónde está el origen de un fenómeno fisiológico tan molesto, doloroso y con tantas implicaciones patológicas?, ¿por qué menstruamos las mujeres siendo una cosa tan engorrosa? Está claro que en algún lugar tiene que estar la ventaja. Aunque al final del libro existen más de trescientas referencias bibliográficas para todo el que quiera ampliar su conocimiento, he sido consciente de que, aquellos que no son especialistas, tal vez no tengan interés en leerlas. Por eso he tratado de escribir un libro, que aunque sea un ensayo, se pueda disfrutar incluso con más facilidad que una novela porque se van a adentrar en el conocimiento de su propia naturaleza. Pero es que además he intentado que la gente se lo pase bien leyendo; he tratado de contarlo de una manera muy divertida. Al menos eso es lo que me están diciendo las personas que lo han leído. Vamos, que no es un ladrillazo sobre ensayos científicos ni mucho menos.
—Es verdad que, además, en el celo de los animales existe una especie de llamada a los individuos del otro sexo. Lo detectan y aparecen. Esto con la menstruación no pasa, no hay esa finalidad. ¿Por qué entonces cada 28 día tienen que pasar por esto? Algo que, en muchos casos, además es doloroso.
—Resumirlo en una respuesta corta es imposible, son muchísimas las cosas que intervienen y, además, me haría spoilers a mí misma (ríe), pero sí te voy a dejar con la miel en los labios diciéndote que, de no ser así, posiblemente el hecho de quedarnos embarazadas nos supondría la muerte. Nuestros embriones, en caso de no existir la menstruación, son especialmente peligrosos para nuestros úteros. Es muy interesante esa manera comparativa y evolutiva de ver por qué nos pasa esto. Nosotras menstruamos con las hembras de muy pocas especies más: una especie de musaraña que hay por ahí, otras especies de murciélago, el ratón espinoso egipcio y un par de simios más. La menstruación se ha dado de manera convergente en varios grupos de animales muy distintos entre sí. Todos mamíferos, claro, porque la menstruación se da en el útero, que es un órgano que solamente tenemos las mamíferas. Y somos muy pocas. En ese grupo, donde no hay más que cinco, ha sido necesario que exista un proceso como la menstruación para salvar nuestra propia existencia y nuestra propia reproducción. Es un fenómeno muy curioso e interesante del que no se sabe mucho. En los temarios de Medicina, incomprensiblemente, no se incluye una visión comparada de la especie humana con otras; se olvida que la especie humana es el resultado de un proceso evolutivo. Y ese proceso evolutivo es el que seleccionó la menstruación como la menos mala de entre todas las opciones que había para nosotras.
—Por mucho que haga a las mujeres sobrevivir, entiendo que es difícil cogerle cariño o estar agradecida.
—Muy difícil, porque a todas nos fastidia de una u otra manera. Puede que el libro no haga que le cojas cariño a la menstruación, pero sí que la entiendas. Y, de alguna manera, agradecer que exista. Es que la otra opción era todavía peor. Hasta el momento no tenemos nada mejor, pero oye, que todavía seguimos. A veces pensamos que, como la evolución nos ha traído hasta aquí, esta es la etapa final. Y no tiene por qué. Seguimos evolucionando.
—Lo que pasa es que quien esté leyendo ahora esta entrevista será consciente de que lo siguiente que haya no le va a tocar.
—No le va a tocar. Eso sí es cierto. Habrá que esperar unos cuantos miles o millones de añitos…
—El subtítulo del libro es «una visión femenina de la evolución humana», ¿la que tenemos ahora es masculina?
—Sí. Así de claro. Todos los capítulos que trato en el libro, en los temarios de zoología se ven de manera aislada, en distintas asignaturas y como epígrafes de temas específicos, de manera inconexa en asignaturas tan diferentes como la genética, la anatomía, la fisiología, la histología comparada, la biología celular o la bioquímica. Cosas puntuales en temas distintos aparentemente sin ninguna conexión. Hasta que me decidí a hacer este libro, no se habían visto conectados. Todos esos aspectos diferenciales entre hombres y mujeres entre funcionamientos a nivel molecular, celular, histológico, orgánico y sistémico, todas estas diferencias vistas de manera conjunta, es lo que trato de explicar en el libro. Aunque sea lo más sorprendente del mundo, es la primera vez que se hace.
—No me resisto a preguntarle sobre el hueso peneano, ¿dónde se ha quedado ese hueso en el pene en la evolución?
—Pues ya no está, se ha perdido. Le he dedicado, con todo el cariño, un capítulo a los hombres para hacer ver que la evolución no solo nos ha hecho faenas sexuales a las mujeres, sino también a los hombres. Nuestra línea evolutiva se caracterizaba por tener báculo, un hueso en el pene. No era necesario erigir el apéndice copulador porque ya estaba erecto y permanecía erecto de la misma manera que una pierna o un brazo porque tenía hueso. No se precisaba de un mecanismo hídrico, en este caso hemático, de sangre, como el que existe en la actualidad, para propulsar ese líquido hacia el interior del apéndice copulador y lograr ponerlo en erección para hacer posible la cópula. Eso no existía en nuestros antecesores, porque tenían un hueso peneano. Sin embargo se ha perdido, ¿por qué? También lo cuento en el libro y creo que los hombres van a sonreír, como mínimo, cuando descubran lo que se han perdido.