Soraya Casla, experta en ejercicio oncológico: «Necesitamos que los oncólogos prescriban ejercicio a sus pacientes»
VIDA SALUDABLE
La entrenadora de Ana Rosa Quintana asegura que «con salir a caminar no vale; no es suficiente»
31 ene 2024 . Actualizado a las 13:40 h.El ejercicio físico funciona como una píldora de salud en cualquier patología. Todos los sistemas del organismo se benefician de sus efectos, en materia de prevención, reduce el riesgo; y como parte de un abordaje, forma parte de un tratamiento. Uno de los grandes ejemplos en terreno médico es el cáncer, donde sus consecuencias están más que demostradas.
Cuando Soraya Casla, doctora en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y pionera en España del ejercicio oncológico, empezó a estudiarlo, la receta de más movimiento todavía no había llegado a las consultas de los especialistas a nivel nacional. Por aquel entonces, solo un grupo de investigación estudiaba los beneficios en cáncer pediátrica, en adultos ni se valoraban. Quince años después, cada vez son más los especialistas que prescriben el movimiento como parte de la solución.
Reconoce que este camino no ha sido fácil. La falta de interés administrativo en este campo llevó a que ella misma tuviese que costear sus estancias internacionales: «Eran esenciales porque en España todavía no había nada», recuerda. La experta recoge toda la evidencia en su nuevo libro Ante el cáncer, muévete (Vergara, 2024).
—Su profesión parece tan gratificante como dura.
—Este trabajo es muy complicado. Es verdad que ver cómo ayudas a las personas a mejorar y a recuperar su día a día da una gran satisfacción, pero es muy duro ver cómo pacientes que vienen con toda su ilusión, al final también se van. Y se van no porque se desapunten. Tener que lidiar con eso es, evidentemente, un reto que debemos aprender y para el que trabajamos con psicólogos que nos ayudan.
—En el libro cuenta que desde los 90, se habla de poder utilizar el ejercicio como una terapia coadyuvante. Sin embargo, tardaría muchos años en calar en la población.
—En España, estamos 20 años por detrás de otros países. Mientras que en otros sitios, como Estados Unidos o Canadá, en los 2000 ya se hace uno de los primeros ensayos clínicos más importantes, y se empieza a integrar el ejercicio dentro de las unidades hospitalarias, en pacientes oncológicos especialmente; en España todavía no se ha inculcado en la mayoría de hospitales a día de hoy. Es cierto que, cada vez más, los oncólogos tienen claro que hacer ejercicio físico es importante, pero también es importante que tengan muy claro y que transmitan que no todo vale. Cualquier tipo no es igual de beneficioso, y hay cosas que pueden hacer y otras que no.
—Hacer ejercicio es una recomendación general que se escucha en casi cualquier contexto. ¿Qué exigencia debe suponer para que se considere efectivo?
—El ejercicio físico es aquel tipo de actividad que se realiza de forma supervisada, controlada y planificada, con el objetivo de mejorar la salud. Es decir, tiene que cumplir una serie de requisitos para ser ejercicio físico. Con salir a caminar, no vale. No es suficiente. Los tratamientos oncológicos tienen un impacto en la salud de sus pacientes muy grande, de forma que hacen que sus células se conviertan en menos eficaces, y por lo tanto, menos funcionales. Precisamente, el ejercicio ayuda a recuperar la funcionalidad a esas células. Funcionalidad para producir energía, para moverse, para hablar entre ellas, para conectarse y para que todo vuelva a funcionar bien. Hoy en día sabemos que todo esto solo se consigue cuando incluimos alta intensidad, y te puedes imaginar qué significa esto para un paciente oncológico. Se debe conocer muy bien su situación.
—¿Cómo plantea un entrenamiento de un paciente oncológico?
—Últimamente me preguntan mucho: «¿Qué es mejor el ejercicio cardiovascular o el ejercicio de fuerza?». Esa es una pregunta de los años 80. En Estados Unidos ya no se habla de ejercicio cardiovascular o de fuerza, se habla de intensidad. Hay que trabajar a una intensidad equis, que nos va ayudando a mejorar y a adaptar las células y la funcionalidad del cuerpo. Trabajamos con ambos tipos de ejercicio, con cardio y fuerza. Pero lo importante es saber cómo los combinamos para que las intensidades que tenemos que aplicar a los pacientes sean las adecuadas.
—¿En qué ayuda cada clase al paciente?
—Son esenciales. La parte cardiovascular les va a ayudar a mejorar toda su funcionalidad cardíaca y su sistema circulatorio por encima de otros, además de aumentar el gasto calórico para gastar más grasas y favorecer que no haya tanta acumulada. Y el de fuerza mejorará la funcionalidad nerviosa, la capacidad funcional de ese músculo, cómo se mueve, su agilidad, y también que sea capaz de gastar más calorías cuando está quieto. Por lo tanto, cada uno aporta unos beneficios concretos. ¿Qué pasa? Que la mayoría de la población es sedentaria. Y aún por encima, te dicen que tienes que ponerte a hacer ejercicio en un momento en el que lo último que te apetece es hacer ejercicio. Esa es una realidad.
—Tienen que hacer el doble de esfuerzo.
—Claro. Necesitamos conocerlos muy bien para poder adaptar el entrenamiento a sus necesidades. Los pacientes oncológicos que me llegan, normalmente, no solo tienen cáncer, sino también hipertensión, hipercolesterolemia o párkinson. Cada vez vemos a más personas con polienfermedades, con las que tenemos que aprender a trabajar y a adaptarnos. Más que ellos mismos sepan lo que tienen que hacer, es más importante que sus oncólogos les prescriban ejercicio, lo necesitamos.
—¿De qué forma el ejercicio ayuda a los pacientes a reducir su fatiga?
—Lo más importante que hace el ejercicio físico es que las células se vuelven más capaces de producir energía, el cuerpo se vuelve, con ello, más eficiente. Son capaces de generar más energía, además de activarse con menor esfuerzo. Otro de los puntos más importantes en la fatiga crónica es que mejoramos la actividad del sistema inmune, que es otro de los factores importantes. Se reducen los niveles de inflamación. Y al final, cambiamos el modo de funcionar del cuerpo para que con el mismo esfuerzo, esté haciendo el doble o más.
—La producción de energía tiene mucho que ver con las mitocondrias, todavía desconocidas para el público general. ¿Cómo se benefician del movimiento?
—Las mitocondrias son las fábricas de energía de las células. También interactúan para que, si están en un buen estado, hagan que el ADN de la célula sea más estable, crezcan cuando tienen que crecer y se mueran cuando se tienen que morir. Es decir, son un reloj biológico de la propia célula con un papel esencial. Por eso son un órgano tan importante. Si hacemos ejercicio de alta intensidad vamos a aumentar el número de mitocondrias, y si lo hacemos a una intensidad moderada o baja, vamos a mejorar la funcionalidad. Esa combinación de intensidades nos ayuda a que, por un lado, aumentemos el número de mitocondrias y que, por otro, hagamos que sean muy funcionales, es decir, que sean capaces de producir la energía que necesitan. Es como si tenemos una fábrica al 50 %, o tenemos diez fábricas al 100 %. Esa es la forma en la que las mitocondrias producen esta energía. La única medida para regenerarlas y que sean más eficientes es el ejercicio físico.
—Estos cambios fisiológicos repercuten positivamente en el cáncer y, de igual forma, en otras enfermedades, ¿no?
—La mejora de la funcionalidad del sistema inmune, la mayor sensibilidad a la insulina, la reducción de los factores de crecimiento, de los niveles de inflamación global del organismo, el control de la obesidad, la mejora de la reducción de cantidad de masa grasa y aumento de grasa, así como el control de las hormonas sexuales, nos dan un estado fisiológico más óptimo para que nuestro cuerpo funcione mejor por dentro. El ejercicio es transversal. Decimos que no existe una píldora igual porque no hay nada que genere tantos cambios beneficiosos para el cuerpo a la vez. Esto cobra más importancia en pacientes de cáncer, porque una vez recuperados, tienen más probabilidad de tener otras enfermedades a largo plazo. Por eso decimos que el cáncer es una enfermedad crónica; no lo es porque esta gente vaya a tener cáncer durante toda la vida, sino porque conlleva unos tratamientos que aumentan el riesgo para otras patologías.
—En materia de prevención, ¿existe una dosis mínima de movimiento para la población general?
—Sí, son las recomendaciones que nos da la Organización Mundial de la Salud y el Colegio Americano de de Medicina Deportiva, que cada vez son más completas y hacen alusión a todos estos factores de los que hablábamos. Son 150 minutos de ejercicio físico cardiovascular a la semana, que lo podemos dividir en tres días, y además, hacer uno o dos entrenamientos de fuerza, así como otros tres de equilibrio y propiocepción.
—Parece que todos hemos asumido el beneficio del entrenamiento cardiovascular para el corazón, ¿qué aporta el ejercicio de fuerza? Se ha demostrado su eficacia tanto en cáncer en adultos, como en cáncer pediátrico.
—Así es. Hemos visto que es muy bueno incluirlo en los protocolos de ejercicio oncológico tanto en nonagenarios, como en pediátricos. Hay estudios que lo relacionan con una mayor supervivencia, con un aumento de la masa muscular, también ayuda a la absorción de calcio, especialmente, a nivel de espalda. Además, contribuye a mejorar la funcionalidad neural, como el sistema nervioso, activa nuestra musculatura y, como decía, ayuda a mejorar y aumentar los niveles de mitocondrias. En resumidas cuentas, tiene unos beneficios, especialmente a nivel neural, que solo se podrían conseguir con el cardiovascular si fuese a mucha intensidad, y no todo el mundo es capaz de llegar a ese punto.
—La presentadora y periodista Ana Rosa Quintana habla, en su libro, de la importancia del entrenamiento.
—Sí. La verdad es que el apoyo de gente como Ana, que además sigue entrenando conmigo, es muy importante. Es una de las personas que llegó por la indicación de su oncólogo. Que ella hable de su experiencia acerca el ejercicio y su importancia a la población, que un oncólogo se pronuncie sobre la relevancia del movimiento avala científicamente y ayuda a los pacientes. Creo que el caso de Ana es de generosidad hacia nuestra labor y hacia nuestros pacientes, porque es un apoyo y una forma de descubrir algo que ni siquiera saben.
—Otro grupo de mujeres que entrenaron con usted fueron capaces de cruzar la meta de la media maratón de Londres.
—Sí, varias de ellas. Creamos un grupo de 15 pacientes que cruzaron la meta; algunas no podían correr porque tenían metástasis ósea, así que lo hicieron caminando. Fue un reto precioso y la verdad es que para ellas fue una experiencia de algo que no se esperaban que podrían hacer.
—Me comentaba al principio que no todo tipo de ejercicio vale para todo el mundo. En su libro precisa que cambia el entrenamiento y se adapta según el tipo de tumor. Voy a preguntarle por los dos cánceres con más casos. ¿De qué forma entrena alguien que tiene un cáncer de pulmón y de qué forma lo hace alguien con cáncer de mama?
—Algunas bases son generales a todos los tipos de cáncer. Por ejemplo, tenemos que incluir ejercicio de fuerza y cardiovascular de intensidad moderada alta, ejercicios de propiocepción o estiramientos adecuados. Sin embargo, a una paciente de cáncer de mama que presente un linfedema, le adaptaríamos ciertos movimientos con un peso concreto, y en lugar de trabajar la parte pectoral, incidiríamos más en la posterior, en la de la espalda, para favorecer la postura y que el propio brazo ayude al retorno linfático. En cambio, muchas veces, en los pacientes de cáncer de pulmón, según la situación, indicamos que pongan todo el peso hacia abajo o que hagan una mayor flexión de tronco, ya que pueden presentar más presión a este nivel o tener líquido en el pulmón.