Manel Esteller y Salvador Macip, investigadores: «En la situación actual, se ha calculado que el máximo de años que podemos vivir son 130»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Los investigadores Salvador Macip y Manel Esteller, autores de El secreto de la vida eterna.

Los científicos especializados en epigenética, cáncer y envejecimiento celular, despejan todas las dudas sobre «la vida eterna»: ¿existe alguna terapia antienvejecimiento que funcione?, ¿por qué las mujeres viven más?

27 nov 2023 . Actualizado a las 14:13 h.

La humanidad es la única especie que lucha constantemente para vencer el paso del tiempo. Vivir más y mejor, aunque eso suponga ir en contra de nuestra propia naturaleza. No son pocos los que, a lo largo de la historia, han intentado dar claves sobre cómo llegar a la ansiada vida eterna. Pero ¿qué sabemos, a día de hoy, sobre ella? ¿Existe realmente?

«El envejecimiento es una degradación progresiva del organismo, como consecuencia del daño que van acumulando nuestras células. Esto hace que los tejidos dejen de regenerarse y, al final, no funcionen adecuadamente», comenta Manel Esteller, médico, investigador y catedrático de Genética en la Universidad de Barcelona y en la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (Icrea). «En la naturaleza, la gran mayoría de animales no tiene tiempo a envejecer, porque mueren antes. Pero este está tan presente en los humanos porque la ciencia nos ha permitido alargar la vida hasta extremos inesperados», añade Salvador Macip, también médico e investigador, catedrático de Medicina Molecular en el Departamento de Biología Molecular y Celular de la Universidad de Leicester, que él mismo dirige. Ambos han escrito El secreto de la vida eterna (Grijalbo, 2023), una obra en la que abordan todo lo que se sabe sobre el proceso de envejecimiento y lo que podemos hacer para frenarlo. 

¿Qué relación tiene el envejecimiento con nuestra capacidad para reproducirnos?

Existe un fuerte vínculo entre la capacidad reproductora y la longevidad. Una prueba de ello es que, cuanto más tarde en la vida de una especie se llega a la madurez sexual, más tiempo de vida por delante. 

Pero esta relación también es a la inversa: vivir más y mejor también nos puede hacer menos fértiles. «A partir de que dejamos de ser fértiles, el envejecimiento se acelera. De hecho, algunas técnicas para alargar la vida a los animales de laboratorio se ha visto que frenan la capacidad reproductiva», confirma Macip. Los investigadores explican en su libro que esto último se conoce como la teoría del soma desechable, que fue enunciada por primera vez en 1977 por Thomas Kirkwood. Según él, nuestro cuerpo necesita invertir parte de la energía que genera en mantenerse «en forma» para poder reproducirse durante un determinado período de tiempo. Pero como efecto secundario de estas labores de reparación y mantenimiento, el organismo acaba degenerándose con el tiempo. Con este pensamiento, el «soma» (cuerpo) es desechable porque lo de verdad interesa desde el punto de vista evolutivo son los genes que heredarán los descendientes. 

¿Por qué las mujeres viven más?

En la mayoría de las especies que utilizamos el sistema sexual para reproducirnos, uno de los dos géneros tiene una esperanza de vida superior al otro. Los dos expertos subrayan que, desde las moscas hasta los humanos, las hembras viven más. ¿Por qué? Podría explicarse por varios motivos. En el caso que nos confiere, el de los humanos, «porque tradicionalmente, tienen menos comportamientos de riesgo, aunque esto está cambiando», indica Esteller. Es decir, en la sociedad contemporánea se sabe que una posible tendencia a la violencia no explica por completo las diferencias de longevidad entre sexos. 

«También existe una influencia de las hormonas, que protegen de ciertas enfermedades», amplía Macip. Aquí entraría en juego la testosterona: «Cuando unos científicos estudiaron los datos históricos de los eunucos (varones castrados) de las cortes de los reyes de Corea entre los siglos XVI y XIX, se dieron cuenta de que vivían más que los compatriotas de estatus social similar que conservaban los testículos. La diferencia media era de entre catorce y diecinueve años más de vida. Aunque se trata solo de un análisis estadístico que no demuestra cuál es la causa de esta mayor longevidad, sí sugiere que el hecho de los eunucos tuvieran niveles de testosterona mucho más bajos podría haberlos protegido, ya sea por motivos sociales (vivían en condiciones mucho más protegida que los demás machos), o quizás también por razones biológicas». 

Así, la clave de esta relación entre sexo y longevidad podría ser, tal como explican los expertos, descubrir qué hace la testosterona para incrementar la velocidad de envejecimiento de los machos. «Como todo lo relacionado con el envejecimiento, es probable que la respuesta a las diferencias sexuales sea muy compleja y esté relacionada con diversos factores, algunos de los cuales todavía no hemos descubierto», remarcan. 

¿Tienen nuestros genes relación con nuestra forma de envejecer?

«Sí, nuestra forma de envejecer tiene que ver con los genes y el entorno, pero en partes que no están claras», expresa Esteller. Los autores del libro explican que una pista de que la genética desempeña un papel fundamental es que la longevidad extrema (superar los cien años) a menudo se observa en miembros de una misma familia. «Estos casos nos sugieren que debe de haber algo hereditario, un gen o, con mayor probabilidad, un conjunto de genes, que otorgan cierta resistencia frente a factores internos y externos que desgastan los tejidos». 

Las familias más longevas no solo viven más tiempo, sino que suelen envejecer mejor tanto física como mentalmente. «Además, tienen pocas enfermedades relacionadas con la edad, como cáncer o alzhéimer. Parece que lo que hace que vivan más tiempo, ese misterioso factor genético, también las protege contra muchas enfermedades relacionadas con la edad», señalan. 

Con todo, Macip añade que, a la hora de envejecer, «cada especie tiene un límite prefijado y cada individuo parte de una base genética diferente. Pero los factores externos influyen mucho también». 

¿Qué importancia tienen los factores externos?

Entre los factores externos que más evidencia existe de que tiene un fuerte vínculo con el envejecimiento se encuentra el tabaco. «De todos los factores estudiados, es uno de los que se ha observado de una forma más clara que nos envejece», comenta Macip. A este tóxico le siguen los rayos ultravioleta. «Estos y otros muchos elementos que existen a nuestro alrededor no solo modifican el ADN a nivel epigenético, sino que son responsables de buena parte de las lesiones que acumulan nuestras células». 

De esta forma, aparte de la genética, numerosos factores relacionados con la geografía, las enfermedades y la cultura de cada país pueden determinar una gran diferencia. Por eso, los investigadores remarcan que la esperanza de vida también se correlaciona con condiciones sociales, «con el nivel económico de cada zona. Aquellas que tienen una renta familiar elevada, la esperanza de vida es más alta que en las desfavorecidas». 

«Morirse de viejo»: ¿Es posible envejecer sin enfermar?

Ser viejo es el principal factor de riesgo de muchos trastornos, desde cáncer hasta el alzhéimer. Así, envejecimiento y enfermedad son dos conceptos que suelen ir cogidos de la mano. Por eso, cuando nos referimos a que alguien «se muere de viejo», caemos en una ambigüedad.  «Uno no se muere de viejo exactamente, sino de una enfermedad o del fallo de algún órgano importante. Y el envejecimiento puede provocar todo esto, claro», subraya Macip. 

¿Sería posible envejecer sin enfermar? «Esta es la pregunta. Quizás sí, si encontramos fármacos que puedan controlar las enfermedades importantes», contesta Esteller. 

¿Es el cáncer la enfermedad de la vejez?

La edad es el factor de riesgo de muchas enfermedades, pero más en dos casos concretos: el cáncer y el alzhéimer. Sobre la primera, Macip recalca que «ha existido siempre, pero antes se veía mucho menos porque nos moríamos antes de tener tiempo a desarrollarlo, ya que el principal factor de riesgo es la edad». ¿Por qué?

Así la explican los investigadores: «Cada día nuestras células se multiplican y están sometidas a daños que les llegan por todas partes. En ese proceso pueden introducirse errores de maquinaria, una pequeña piedra en el engranaje del reloj que puede tener consecuencias nefastas (en este caso, una mutación que inicie el proceso del cáncer). Una persona de 72 años ha vivido tantos días que ha comprado muchos billetes de lotería para que se introdujeran estos defectos en sus genes y células. Los mecanismos de corrección de errores, como los métodos de reparación del ADN, no funcionan tan bien con el paso del tiempo, ya no es posible tapar todas las vías de agua y el barco se hunde. Además, nuestras defensas, que siempre habían estado alerta contra células anormales, han bajado la guardia, también por edad». 

¿Es posible frenar el desgaste que produce el envejecimiento en nuestro cerebro?

Nuestro cerebro nos distingue del resto de especies, pero, al igual que otras partes de nuestro cuerpo, también se deteriora con el paso de los años. «Tiene un alto requerimiento energético y va a “más revoluciones” que el de otros animales, y esto genera un desgaste adicional. Ahí está una de las bases de las enfermedades neurodegenerativas, seguramente», asegura Esteller. Entre ellas, la más conocida es el alzhéimer, pero existen otras como la demencia de cuerpos de Lewy, la enfermedad de Huntington, etcétera.

«Cada tejido de nuestro cuerpo puede envejecer de forma diferente. Vemos a personas mayores con la piel llena de arrugas y la mente lúcida; otras tienen una preciosa piel de porcelana, pero su cabeza ya no está en este mundo porque la neurodegeneración ha hecho mella. Más allá de la predisposición genética, contamos con datos que indican que una vida intelectualmente activa, más unos hábitos de ejercicio y alimentación correctos y una rica interacción social pueden proporcionarnos tiempo extra y retrasar el inicio de una enfermedad (el alzhéimer) que algunos expertos creen que, si viviéramos los años suficientes, todos acabaríamos teniendo», relatan los investigadores en En el secreto de la vida eterna.

¿Existe alguna terapia antienvejecimiento que funcione?: el papel de la dieta

Ya a principios del siglo XX, cuando empezaba a investigarse en busca de intervenciones que frenaran el envejecimiento, se descubrió un fenómeno curioso: si se conseguía que los animales de laboratorio pasaran hambre, estos vivían más de lo normal. Lo que conocemos como restricción calórica. Pero lo cierto es que los investigadores aún no han podido demostrar los efectos de esta en los humanos. «En animales de laboratorio ciertas dietas extremas tienen un efecto en la longevidad, efectivamente. En humanos aún no se ha comprobado, y hasta que no tengamos datos científicos sólidos, es absurdo creer en dietas antiaging que, según como, incluso pueden ser perjudiciales», recalca Esteller.

Ambos expertos aseguran que, de momento, lo único que se sabe a ciencia cierta que puede alargar los años de buena salud y, por lo tanto, la esperanza de vida, es seguir una dieta equilibrada y combinarla con ejercicio constante y moderado. A la vez, evitando tóxicos como tabaco, alcohol y contaminación; junto con una vida social activa. 

Por eso, ante la pregunta de si existe alguna terapia antienvejecimiento que funcione, Macip, responde: «Que se sepa que funciona para frenar el envejecimiento normal en humanos, no. Ni dietas, ni ejercicios, ni vitaminas ni pastillas. Se están probando fármacos que podrían reducir el envejecimiento que se ve en enfermedades como el alzhéimer y así mejorar el pronóstico de la enfermedad. Será el primer paso, y con el tiempo seguramente se conseguirán fármacos más efectivos y seguros que se podrán dar a todo el mundo, pero aún queda mucha investigación por hacer».

¿Hasta qué punto puede seguir aumentando nuestra esperanza de vida?

A finales del siglo pasado se creía que existía una especie de barrera infranqueable alrededor de los 85 años. A partir de ahí, se frenaría el envejecimiento. Pero a día de hoy sabemos que esto no es así y casi todos conocemos algún caso que supera con creces esa cifra. De hecho, en 2050, probablemente habrá más del doble de ancianos que de jóvenes menores de quince años.  

Llegados a este punto, ¿existirá un límite en el que nuestra esperanza de vida dejará de aumentar? ¿Tiene el ser humano una especie de barrera infranqueable? «En la situación actual, se ha calculado que el máximo puede ser unos 130 años. Pero si se descubren buenos fármacos antienvejecimiento, ¿quién sabe cuál puede ser el límite?», concluye Macip. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.