Emma Beckett, doctora en Nutrición Humana: «Si alguien aprende a que le guste el café o la cerveza, puede aprender a disfrutar de las ensaladas o verduras»

VIDA SALUDABLE

La científica australiana explica que «nuestros genes son parte de la razón por la cual escogemos unos alimentos frente a otros»
07 sep 2023 . Actualizado a las 18:59 h.La epigenética es un campo de estudio reciente, que se basa en modificaciones del ADN que no cambian la propia secuencia, pero sí pueden afectar a su actividad. A lo largo de la vida de una persona, el epigenoma registra las experiencias sobre la célula además de la influencia que ha tenido el entorno. Y en este último punto, en el ambiente, reside la importancia que tiene la alimentación.
Emma Beckett, especializada en epidemiología molecular y genética y doctora en Ciencias de la Alimentación y Nutrición Humana, investiga las interacciones que se producen entre los genes, los nutrientes que se consumen y el entorno en el que cada persona vive. Responde a La Voz de la Salud desde Australia, nueve horas por delante, y desgrana, término a término, en qué consiste este reciente campo científico.
—¿Qué es la epigenética y cómo me afecta?
—La epigenética ocurre cuando tenemos pequeñas modificaciones que se adhieren a nuestros genes y cambian la forma en que funcionan. Son unos pequeños marcadores que, o bien contribuyen a que les resulte más fácil activarse, o bien dificultan el hecho de desactivarse. Además, transforman la manera en la que el mismo gen podría manifestarse con muchos resultados diferentes. El ejemplo más fácil para entenderlo es si piensas en que tenemos el mismo ADN en todas las células de nuestro cuerpo, pero la mejilla no es lo mismo que la sangre. Son tejidos diferentes con funciones distintas, y una de las razones por las que eso ocurre es por la epigenética, que le dice a unos genes que trabajen para producir las células de la mejilla y a otros que trabajen para las células de la sangre. Esto es una forma un poco extrema de explicarlo, pero lo que quiero decir es que la epigenética se involucra en todos los genes de todas las formas posibles. Nosotras podemos tener un mismo gen receptor del gusto, pero debido a la epigenética, pueden trabajar de forma diferente y que tú tengas más y yo menos.
—¿Se puede decir que, debido a la epigenética, los alimentos nos saben diferente?
—Sí, de hecho puede afectar a todo lo relacionado con la comida. Otra forma de ver cómo la epigenética nos cambia, particularmente en lo relacionado con la alimentación, es observar unos gemelos. Por ejemplo, yo tengo una gemela idéntica, que tiene la misma genética que yo y somos clones moleculares la una de la otra porque venimos del mismo óvulo que se dividió en dos. Sin embargo, no nos gustan los mismos alimentos y no percibimos la comida de la misma forma. Eso se debe, en parte, a que a medida que hemos crecido, nuestra exposición ambiental, las cosas con las que nos hemos encontrado, han reprogramado nuestros cuerpos en formas únicas, y una de ellas es la apetencia de ciertas comidas y cómo nos saben.
—¿Qué factores pueden tener un impacto en ello? Pienso en la dieta, pero también en el ejercicio o en la exposición a la luz solar. Todos ellos son hábitos de vida saludable que pueden, por ejemplo, influir en la predisposición a padecer una enfermedad.
—Sí, casi todo puede tener un impacto en la epigenética. Hay que decir que este campo, en comparación con la genética, es mucho más reciente y todavía estamos descubriendo qué elementos son los que crean esas variaciones. Pero sabemos que factores como el entorno en el que vivimos, cuánto ejercicio hacemos, lo que comemos o incluso el hambre que solemos tener, son elementos que se mezclan, que se equilibran unos con otros, en función de si estamos por debajo de nuestro peso o por encima; de si siempre tenemos hambre; de si estamos mal o bien nutridos. Todo eso afecta a la epigenética. De hecho, los primeros estudios que mostraron que esto funciona de la manera en que nosotros pensamos vienen de otras investigaciones que analizaron si estar bien o mal alimentado en la juventud influye en el riesgo de padecer ciertas enfermedades al envejecer.
—Incluso se sabe que la dieta de la madre, mientras está embarazada, ya influye en el niño.
—Sí, totalmente. Fíjate, resulta que esos marcadores que se adhieren a los genes pueden pasarse de generación en generación, a la descendencia. También es posible que aparezcan con la regeneración celular, cuando las células se dividen y se forman unas nuevas. Pero si tenemos en cuenta que la epigenética se transmite de generación en generación, nos damos cuenta de que esa exposición ambiental comienza antes de que tal siquiera hayamos nacido. No solo importa lo que vivimos de adultos. Es más, aunque es cierto que el útero es nuestro primer entorno, como la mujer ya nace con una reserva ovárica, todo a lo que esta futura madre (en caso de serlo) se exponga puede tener un impacto en su descendencia, aunque sea antes de su concepción. Es decir, vemos que no solo se pasan los genes de una generación a otra, sino también los marcadores que se adhieren a ellos. Realmente, cuando lo piensas y lo observas desde un punto de vista evolutivo, tiene sentido, porque nuestra biología nos prepara para el entorno y lo que podemos esperar de ello. Por ejemplo, si mi madre ha nacido y vivido en un entorno carente de un alimento o nutriente tiene sentido que la biología busque una forma para que su descendencia pueda responder ante ello. Ahora bien, esto se complica cuando se mezclan dos entornos, porque si la madre crece en un contexto de hambruna y su hijo en uno de abundancia, los marcadores pueden interactuar y tener consecuencias para la salud.
—Usted ha estudiado de qué forma interactúan los genes, el microbioma y la dieta. ¿Cómo influyen en la salud y en la enfermedad?
—Interactúan de todas las maneras que te puedas imaginar, e incluso más. Habitualmente, cuando pensamos en cómo nuestros genes nos predisponen a una enfermedad, nos centramos en la nutrigenética. Esto se basa en cómo los genes que tenemos cambian la forma en la que respondemos ante la comida y nutrientes. Incluye desde percibir una misma comida de forma diferente, a tener versiones únicas de enzimas que descomponen la comida o distintas versiones de los receptores que la detectan. Pero después, debido a la epigenética y nutrigenómica, cambia el sentido y podemos estudiar cómo nuestra dieta varía la manera en que nuestro cuerpo utiliza los genes. Por eso, las exposición dietética forma parte de esa reprogramación. Pero es que además, nuestras dietas también suministran los componentes básicos de los marcadores epigenéticos. Te pongo un ejemplo: el ácido fólico tiene un rol importante en la metilación del ADN. En suma a todo esto, tenemos la nutrigenómica, cuando los nutrientes activan directamente la expresión génica o la previenen indirectamente. Un ejemplo es la vitamina D, que puede introducirse dentro de las células, adherirse a los genes y mandarles un mensaje para que se activen y empiecen a trabajar en la creación de una proteína. Lo que ocurre es que con el microbioma se vuelve todavía más complicado, porque los microorganismo que viven en nuestro cuerpo, ya sea en el intestino o en la piel, también tienen su propios genes, expuestos a una serie de factores que los hace cambiar y crear elementos que influyen, a su vez, en nuestra epigenética y genética. Es un ecosistema muy complejo, en el que se relacionan en todas las direcciones y por eso es tan difícil saber cómo cambiarán las cosas, porque si tocas una es probable que otra responda.
—¿Esto se podría relacionar con los gustos, por ejemplo?
—Sí, de hecho, nuestros genes pueden ser parte de la razón por la cual escogemos ciertos alimentos, porque al final, es algo que depende de la apetencia, de nuestros receptores de sabor o de las diferentes genéticas que determinan cuánta hambre tenemos. Todos tenemos diferentes versiones de los receptores que nos indican si estamos hambrientos o no, así que la cantidad de comida que queremos tomar y cada cuánto tiempo forma parte de nuestra genética. También influyen en cuán sensibles somos a un sabor concreto como el ácido, o también en cuánto deseamos un sabor más apetecible como el dulce. A veces, cuando reducimos todo a los genes, hay mucha gente que piensa que ya no hay nada que hacer. Nada de eso. La genética es el punto de partida y a partir de ahí, cada uno puede moldearse. Podemos adaptarnos y entrenar nuestros gusto y la percepción del apetito.
—¿Cómo se entrena?
—En verdad, la gente se entrena todo el rato sin darse cuenta. Por ejemplo, al empezar a beber café, muchas personas se ponen azúcar o leche para disminuir su sabor amargo y, a medida que crecen, reducen estos acompañamientos. Esto sucede porque cuando lo probamos, al saber agrio, nuestro cerebro nos dice: «Ojo, que puede ser un veneno». En cambio, si se tapa su sabor, el cerebro descubre que es algo agradable. Con la sal también ocurre, que cuanta más se tome, menos se notará. Pues en ambos casos se puede hacer el trabajo a la inversa. Si alguien aprende a que le guste el café o la cerveza, puede aprender a disfrutar de las ensaladas o verduras.
—Si se tiene en cuenta la epigenética, ¿conoce hasta qué punto la alimentación se puede emplear como tratamiento en algunas enfermedades?
—Esto es muy difícil. Para algunas patologías, está claro que necesitamos unas dietas específicas que se correspondan con los genes de una persona. Ocurre con el PKU; la gente con esta enfermedad tiene un error en sus genes por el cual no pueden procesar un tipo concreto de aminoácido, lo que significa que no pueden consumir ningún alimento que lo contenga. Como es lógico, esas personas necesitan una dieta que responda a su necesidad génica. Fuera de casos como este, el asunto se complica. Hoy en día hay empresas que venden test genéticos y una dieta acorde a estos resultados. El problema es que lo que se mide no es tan específico y, de hecho, el consejo supuestamente personalizado que te suelen dar no es diferente del que darían si la dieta no fuese personalizada. Por ejemplo, he visto algún anuncio de una persona que decía: «No sabía que estaba predispuesta a perder más peso comiendo fibra. Después de hacerme el test, como más fibra y pierdo peso». Claro, eso es cierto para todo el mundo. Es probable que casi cualquier persona coma menos al incrementar la fibra y gane en salud porque, entre otras cosas, aumenta la saciedad. Así que por el momento, no tenemos buenos ejemplos de estas dietas personalizadas. Además, tiene una doble vertiente psicológica porque, por un lado, motivan a un grupo de personas, pero desmotivan a otro. Es decir, hay sujetos a los que, si les dices que están predispuestos a tener obesidad, darán todo por vencido y no cuidarán su alimentación. Por eso hay que tener cuidado cuando se habla de esto.
—¿Cómo influye la epigenética en enfermedades crónicas, relacionadas hasta cierto punto con el estilo de vida, como son la obesidad o la diabetes?
—La diabetes es un gran ejemplo para hablar de ello. Antes, solíamos decir que la diabetes tipo 1 era genética , por eso la gente era diagnosticada de joven, y la diabetes tipo 2 se relacionaba con el estilo de vida, por eso se desarrollaba en la vida adulta. Pero ahora sabemos que ninguna de estas afirmaciones es completamente cierta, porque las dos tienen parte de genética y parte de exposición. Por ejemplo, dos personas podrían tener el mismo perfil de riesgo para cualquier tipo de diabetes, pero al tener diferentes niveles de exposición a su entorno, una la desarrolla y otra no. Con esto quiero decir que ninguna de las dos se debe solo a los genes o solo a la dieta. Es cierto que el tipo 1 es más genética, por eso se manifiesta antes, y la tipo 2 se relaciona menos con la genética y más con el estilo de vida, y por eso se manifiesta más tarde. Esto se relaciona con la obesidad y el microbioma, porque este último es uno de esos factores que pueden cambiar las cosas. Es decir, puede haber dos personas con los mismos genes y misma dieta, pero con un microbioma diferente, y eso determine si desarrolla o no la enfermedad. Ahora bien, es muy complicado predecir quién puede tenerla o no, solo podemos hablar del perfil de riesgo basado en unos factores. Conocer la interacción de genes con la diabetes y de genes con la obesidad es muy difícil, porque se le ha de sumar la interacción con el entorno. Es decir, sabemos que ambas patologías están conectadas y que, si por ejemplo, una persona con obesidad y diabetes pierde peso, puede reducir la medicación, pero no conocemos la relación exacta para explicar por qué esto sucede.
—En relación a lo que explica sobre el microbioma, en personas con obesidad se observaron cambios en la comunidad de su microbiota intestinal. ¿Puede estar el camino para entenderla por ahí?
—Bueno, sabemos ciertas cuestiones. Por ejemplo, tenemos algunos microorganismos destinados a digerir hidratos de carbono y, si la persona tiene una cantidad elevada de estos, habrá menos hidratos que puedan dar el pico de glucosa en el sistema. Precisamente, uno de los factores que predisponen a la diabetes es tener los niveles de azúcar continuamente elevados, con una insulina que no para de trabajar, y la microbiota puede entrar a formar parte en su abordaje. Es más, uno de los problemas que vemos cuando la gente sigue una dieta baja en hidratos de carbono es que, al final, acaba matando de hambre a esto microorganismo beneficiosas de su microbiota, y en lugar de prevenir la diabetes, que en ocasiones es la razón por la que se sigue este patrón, acaban incrementando el riesgo. Además, de forma accidental se reduce el consumo de fibra que también regula estos picos de glucosa. Este tipo de prácticas afectan al futuro de la microbiota e incrementan el riesgo de ciertas enfermedades. Algo así sucede con la obesidad. Se ha visto que si extraes la microbiota de un ratón delgado y la transfieres a uno con obesidad, este perderá peso sin ningún cambio de hábitos. Esto no es tan simple en los humanos, porque nuestra esperanza de vida es mayor y a largo plazo, estos microorganismos transferidos acabarían alternándose. De hecho, ahora la investigación se centra más en cómo simular el metabolismo que tiene una persona delgada, en normopeso, más que en transferir la microbiota de unos a otros.
—Usted se encarga de divulgar, continuamente, sobre temas relacionados con salud y alimentación. Participa en conferencias, foros y además, tiene presencia en medios y en redes sociales. De todos los mitos que ve, ¿cuál le gustaría erradicar para siempre?
—Hay muchos, pero creo que sería la idea de que la dieta que funciona para una persona también funciona para otra. No podemos decir que alguien está sano solo con mirarlo. El hecho de que un individuo copia la dieta de su vecino guapo y delgado no garantiza que tenga los mismos resultados. Los cambios en la alimentación deben adaptarse a las necesidades, al contexto y al momento de cada uno, por eso siempre recomiendo acudir a un nutricionista, que se interese por su vida, apetencias, gustos, ritmos u objetivos, sin tener en cuenta test extravagantes y de lujo.