El cambio de Vicente, de los 130 kilos a perder 40: «Caminaba 15.000 pasos, pero solo me destrozaba las rodillas»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Vicente Hernández decidió cambiar sus hábitos en el 2018, cuando empezó a hacer ejercicio y a comer mejor.
Vicente Hernández decidió cambiar sus hábitos en el 2018, cuando empezó a hacer ejercicio y a comer mejor. La Voz de la Salud

Vicente Hernández logró dejar atrás la obesidad, aunque reconoce haber caído en alguna dieta milagro con la que «en la primera semana pierdes tres kilos, pero a la siguiente coges seis»

22 dic 2023 . Actualizado a las 11:49 h.

Vicente Hernández tiene 68 años. En unos días cumplirá 69, pero rejuvenece cada vez que entra en un gimnasio: «Veo las poleas, a la gente entrenando o los sacos de boxeo, y me siento un chaval. La primera vez que fui me emocioné». No siempre fue así, hace cinco años pesaba 130 kilogramos. Ahora, unos 40 menos. Dejó atrás una carga física y mental, pero ganó el doble en salud. Eso lo tiene claro. Quiere contar su historia, en el Día Mundial de la Obesidad, para animar a otras personas que estén en una situación parecida: «Cuando veo a alguien por la calle que estaba grueso como yo, quiero decirles que, en muchos casos, se puede. Sé que a veces hay una cuestión metabólica detrás». 

Por sus características físicas, Vicente entraba dentro del marco de la obesidad, pero cuando decidió dar un giro radical a su vida, este no era su único problema. «Tengo miastenia gravis, una enfermedad autoinmune y neurológica que produce mucho cansancio y fatiga. Es crónica, no tiene cura, pero no es invalidante. En el 2017, tuve un brote muy grave que se juntó con la obesidad que presentaba. Los problemas se multiplicaron», recuerda. A su vez, también tenía apnea obstructiva del sueño, con duraciones de hasta dos minutos, que estaban en su grado más severo. Un cóctel de contraindicaciones para poder sentirse bien. Era la pescadilla que se mordía la cola. 

La única solución a la miastenia es la medicación, que en situaciones normales «consigue dar respuesta en tres o cuatro meses». Por aquel entonces, tardó cerca de un año. Mientras tanto, apenas podía moverse, se le cerraban los ojos y no tenía fuerzas ni en las manos. Como guinda del pastel, tenía pautadas grandes dosis de cortisona «correspondientes a lo que pesaba», precisa. Vicente era consciente de que tenía que cambiar. De que no podía seguir así. De hecho, lo había intentado en varias ocasiones sin éxito. 

Dietas milagro que solo empeoran la salud

Reconoce que no sabe cómo llegó a tener tal ganancia de peso. De joven hacía baile contemporáneo con su mujer y estaba en plena forma. Sin embargo, el paso de los años, descuidos en la alimentación y algo de herencia genética familiar pasaron factura. «Subí de peso gradualmente. No te vas dando cuenta. Me acuerdo de una ocasión, con 40 años más o menos, en la que estando de vacaciones me subí a una báscula en la farmacia. Marcó 90 kilogramos y yo pensé: “¿Cómo puede ser?”. Claro, en mi cabeza seguía en los 70», explica. Esta situación resultará familiar para muchos. 

Cuando tuvo el primer brote de miastenia, su endocrina le recomendó bajar de peso. «Me daba unas dietas de cajón. Cuando las miraba me resultaban imposibles. Pienso que esos regímenes de los médicos no se pueden hacer salvo que estés muy convencido. Por aquel entonces, yo trabajaba, tenía que ponerme de acuerdo con mi familia respecto a las comidas, y no era algo sencillo de hacer», lamenta. 

También cayó en las dietas milagro. En las que prometen todo y más. «Hice la del jarabe de arce. Efectivamente, la semana que lo haces pierdes dos o tres kilogramos, pero a la siguiente coges seis. No servía para nada», indica. Reconoce que los caminos rápidos no le llevaron a ningún sitio. Todo lo contrario. «Los hábitos de vida solo se cambian con paciencia y constancia. Lo viví yo mismo. Hay que hacerlo de manera gradual para que el cuerpo se pueda acostumbrar y no sea algo radical», explica. El tiempo se lo enseñó. Habla de fuerza de voluntad, pero reconoce que no todo el mundo la tiene. 

Varios profesionales han explicado, en La Voz de la Salud, por qué las dietas milagro no sirven para nada. Son hipocalóricas y muy restrictivas. Su estructura rígida entra dentro de lo conocido como "conductas alimentarias de riesgo", que conllevan el peligro de evolucionar hasta la pérdida de control y la enfermedad. En el nivel físico, bajar la ingesta calórica diaria, es decir, comer menos de lo recomendado solo conlleva a una pérdida de masa muscular. No solo esto, si se prolonga en el tiempo podrán aparecer alteraciones hormonales, metabólicas o digestivas. Encuentra más información

Un cambio lento y progresivo

En enero del 2018, como una especie de propósito de año nuevo, vida nueva, decidió dar un giro a su vida. Su hijo, doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, le sugiere que pruebe con Pronaf (ahora llamado Nohayexcusas), un departamento de la facultad dedicado al tratamiento de la obesidad. Se pone manos a la obra. El seguimiento que le ofrecían era multidisciplinar con la supervisión de un médico, nutricionista, psicólogo y entrenador. Se deshace en palabras para todo el equipo. «En un par de años perdí casi 40 kilos. Venía de una situación de incapacidad, prácticamente, y ahora sé cómo mantenerme en el peso. Sigo entrenando, pero ya no voy al psicólogo o al nutricionista, porque a lo largo de estos años he aprendido a organizarme las comidas y mis platos de manera saludable», celebra. 

Tiene mejor calidad de vida. Ha cambiado en todo aquello que se ve, «tuve que desprenderme de toda la ropa que tenía porque perdí varias tallas en el cinturón», y más importante si cabe, en cómo se siente. «Nunca hablamos de adelgazar, sino de adquirir hábitos saludables. Hago ejercicio, como mejor y duermo más horas», explica. Las analíticas reflejaron sus mejorías. Aprueba en todo aquello que puede controlar: «Tengo el colesterol y el azúcar ajustados en sus niveles. Esto no era tan común», precisa. 

Vicente Hernández entrenando con su nieto, Nekaïtz, de cinco años.
Vicente Hernández entrenando con su nieto, Nekaïtz, de cinco años.

Ejemplos prácticos tiene muchos. «Antes caminaba mucho, hacía 15.000 pasos al día. Pero mis paseos iban al ritmo de una persona de 130 kilos. Mi entrenador me dijo que así solo destrozaba mis rodillas. Por lo que incorporé rutinas de fuerza, intervalos, y ahora camino menos, pero lo hago más rápido», explica. Tiene una filosofía para seguir el ritmo, caminar como si perdiese el bus. «Antes no podía hacerlo porque me dejaba las rodillas en cada paso». 

El otro de los bastiones es la alimentación. «Solía picotear mucho entre horas y ahora tengo unas pautas a seguir. Al mediodía me armo un plato con mitad de verduras, un cuarto de proteína y cuarto de hidratos; mientras que, por la noche, pongo mitad verduras y mitad proteína. Pero esto no era una dieta con prohibiciones, sino consejos para ganar en salud», explica Vicente. Pasó página con los fritos. «En casa ni tenemos freidora», bromea. Se ha vuelto «un cocinillas». Con el fin de comer más verduras fue versionando los platos más tradicionales: «Empecé a hacer el cocido vegetariano, a base de legumbre con vegetales, le echaba pimentón para que supiese a chorizo, pero evitaba ponerle las grasas malas», apunta. 

«La parte de psicología fue fundamental para mí»

Le preguntamos por el plano mental. Si le costó, si se siente bien. «La parte de psicología fue fundamental para mí. Cuando iba, me reafirmaba en lo que estaba haciendo, hablábamos de mis emociones, sabía cómo animarme y hacerme ver que lo que estaba haciendo me servía», cuenta Vicente. Ahora ya “rueda” solo, pero considera que este aspecto es «esencial» al comienzo. Por el camino, no hubo dudas. «Yo sabía que lo estaba haciendo bien y que era por mi salud. Al final, a medida que cumples años, las enfermedades se complican», precisa. La obesidad era un factor de riesgo añadido. «Enseguida fui viendo los resultados. Eran progresivos, pero en cuanto empiezas a sentirte mejor, más ligero, te motivas». Reconoce que hubiese sido imposible sin el apoyo del equipo de expertos y familiar. 

Para él fue muy importante no estar solo. De haberlo estado, piensa que no lo habría conseguido. «Era por mi salud. Si me llega a pillar el covid con 130 kilogramos, seguro que no lo habría pasado como un catarro», detalla, y añade: «El volumen de grasa que tenía, con los años, era un lastre que me podría haber costado la vida. Por eso tengo claro que hay cuidarse». Es tajante. Va cumpliendo objetivos poco a poco. En el futuro, por ejemplo, le gustaría correr la San Silvestre. «Tengo ese gusanillo. Siempre voy a verla, pero nunca me atrevo». La intención la tiene y, al menos al principio, es lo que cuenta.

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.