La permeabilidad intestinal: ¿cómo cuidar esta barrera de defensa?
Se trata de un filtro fisiológico presente en el intestino delgado que permite, o no, el paso de ciertas moléculas y cuya integridad depende, en buena medida, del estado de nuestra microbiota intestinal
Existen dos barreras fundamentales entre el organismo y el exterior. La primera es la piel, una frontera directa respecto a todo lo ajeno del mundo. El segundo, el intestino, que a través de la permeabilidad del epitelio intestinal permite (o no) el paso de ciertas moléculas. Esta capacidad, y cualidad, resulta imprescindible en la ardua tarea de absorción de nutrientes. «Es algo fisiológico y saludable, porque esta superficie es una forma de protección», explica Olalla Otero, miembro del equipo científico de Nutribiótica y autora del libro El revolucionario mundo de los probióticos.
La barrera intestinal actúa como un guardián y está presente tanto en el intestino delgado, como en el colon. En esencia, realiza tres funciones. Controla el flujo de nutrientes y bacterias, mantiene el equilibrio entre la tolerancia y la inmunidad ante agentes externos e impacta en la nutrición y en el sistema inmune del individuo. Esto último a través de la microbiota intestinal. Es un filtro muy exigente que contribuye a la absorción de nutrientes y agua, mientras que evita la entrada de posibles patógenos o toxinas.
Sin embargo, el problema llega cuando su permeabilidad se altera. Se hablará, entonces, de hiperpermeabilidad o intestino agujereado (leaky gut, como se le conoce en inglés, un término que se ha generalizado mucho). Claro está que no suena bien. Se produce un exceso de permeabilidad, es decir, que la barrera deja pasar más cosas de las que debería. Así, tanto sustancias tóxicas (como los lipopolisacáridos de la pared celular de algunas bacterias) que conducen a situaciones proinflamatorias, como otros microorganismos, que puedan derivar en infecciones, tendrán la puerta abierta. Esta alteración se relaciona con un estado de inflamación crónica de bajo grado, y pese a que no será muy intenso, sí se prolongará en el tiempo. Así lo explica Olalla Otero: «Cuando se produce este exceso de permeabilidad, pueden pasar ciertos alimentos sin digerir o algunas bacterias que no son amigas. Al final, lo que acaban causando es una inflamación, un daño en la barrera intestinal».
¿De qué depende que una barrera intestinal se encuentre en buen estado?
Esta frontera tiene que cumplir varias condiciones para que funcione a pleno rendimiento. En primer lugar, depende de una correcta expresión de las proteínas que forman parte de las uniones estrechas; en segundo, de que la zonulina, encargada de modular la apertura (espacio) de estas uniones, se encuentre en niveles adecuados; de una capa de moco saludable, y por último, de una microbiota en equilibrio.
Si ya de por sí, el problema tiene entidad para causar síntomas, un exceso de permeabilidad intestinal puede estar detrás tanto de trastornos intestinales, como extra intestinales. Incluso, se llega a hablar de un síndrome de intestino permeable, con un amplio abanico de manifestaciones clínicas: diarrea, estreñimiento, distensión abdominal, fatiga o dolores de cabeza.
Más que posible relación con las enfermedades autoinmunes
Son muchas las patologías que se asocian con problemas en la barrera intestinal. La más conocida es el síndrome de intestino irritable o la enfermedad inflamatoria intestinal. Pero hay más, incluso algunas traspasan los límites que a priori se podrían establecer. De hecho, se ha identificado una relación con aquellas enfermedades autoinmunes: esclerosis múltiple, artritis reumatoide, enfermedad celíaca, diabetes tipo I o el lupus, entre otras. «La alteración puede causar síntomas muy diversos, desde distensión abdominal, hasta dolores de cabeza o fatiga. Pero además, en las patologías autoinmunes también está muy descrita la hiperpermeabilidad. De hecho, esta condición se asocia con cualquier enfermedad en la que se registre un estado inflamatorio, como son también los trastornos metabólicos como la obesidad», apunta la experta.
Una de las causas podría estar en niveles elevados de zonulina, y por lo tanto, en el consecuente exceso de permeabilidad intestinal. Esta alteración, y con ello inflamación, parecen ser desencadenantes de una respuesta alterada del sistema inmunitario en personas que ya tuviesen una predisposición genética a padecerlas. Digamos, que bien puede ser la gota que colma el vaso.
La receta de su cuidado: fibra fermentable y vitamina D
Si tan importante es su función, la pregunta casi cae de cajón: ¿cómo cuidarlo? La alimentación se lleva parte de la responsabilidad. Diferentes estudios han demostrado el impacto de determinados compuestos de la dieta sobre las uniones estrechas y la permeabilidad intestinal. Eso sí, para bien y para mal.
En el apartado de evitar, existen tres grandes grupos de alimentos (o compuestos) que parecen tener un efecto negativo sobre esta barrera. Hablamos de la fructosa, del gluten o de los aditivos. La primera puede alterar las uniones estrechas. De hecho, se suele recomendar limitar el consumo de fructosa a las personas que padecen síndrome del intestino permeable.
El gluten, presente en diferentes cereales como el trigo, podría estimular la liberación de zonulina. Esta proteína cambia la apertura de las uniones estrechas, favoreciendo así la hiperpermeabilidad intestinal. Y por último, y ya como patrón general. las dietas occidentalizadas, caracterizadas por altas cantidades de ultraprocesados, no aportan nada bueno.
Sin embargo, el peso cae por completo sobre todo lo que hincamos el diente. El sedentarismo o el estrés, así como hábitos tóxicos como el alcohol, el tabaco, pueden dañar la barra intestinal. Por último, y aunque necesarios, existen ciertos fármacos que tienen un efecto deletéreo sobre la función de la barrera intestinal.
En el otro lado de la balanza no solo se encuentran los alimentos que no tienen un impacto negativo, sino aquellos que pueden mejorar la función de este guardián intestinal. Hablamos de la fibra fermentable, que aumenta la producción de ácidos grasos de cadena corta. Y de la vitamina D, una gran moduladora de la microbiota y de la integridad del epitelio intestinal.
Microbiota y permeabilidad intestinal: la utilidad de los probióticos
La microbiota ha ido ganando fama en los últimos años. Se trata del conjunto de microorganismos vivos presentes en nuestro cuerpo. Si bien su composición es relativamente estable, puede variar de una persona a otra en función del tipo de dieta, de infecciones, del estrés o de la ingesta de medicamentos. Así, el funcionamiento de la permeabilidad será óptimo cuando la microbiota se encuentre en equilibrio (eubiosis), e ineficiente cuando esté en desequilibrio (disbiosis). «Más que una proporción de microorganismos que sea muy estricta, hablamos de una microbiota saludable cuando cumple sus funciones», comienza detallando Olalla Otero, que añade: «La composición puede ser muy distinta entre dos personas, y ambas tenerla en buen estado».
Para entender su importancia, hay que hablar de sus funciones: «Sabemos que la parte bacteriana de nuestra microbiota, que es la parte más estudiada, nos ayudará a la digestión de ciertos compuestos como puede ser la fibra fermentable. También a contrarrestar patógenos. Una de las acciones de las bacterias intestinales es la de modular el sistema inmunitario de su huésped, por decirlo de algún modo, es como si lo entrenase. Otra de las funciones es la de mantener una correcta comunicación entre el eje intestino-cerebro», precisa la experta. Con ejemplos, una microbiota en buen estado contribuye a la producción de sustancias beneficiosas: «Vitaminas, neurotransmisores o butirato», señala Otero.
Los síntomas intestinales no se deben normalizar. Estar estreñidos, tener diarrea, hinchazón o exceso de flatulencias pueden ser signos de alarma ante una microbiota que pide ayuda. Para no empezar la casa por el tejado, la persona tendrá que mejorar su alimentación, e incluir alimentos prebióticos. También establecer una rutina de descanso (no andar como pollos sin cabezas) y ejercicio. Sin embargo, la mejoría de todos estos aspectos puede no ser suficiente. De ahí, que pueda ser necesario recurrir a la microbioterapia. Vaya, la terapia con probióticos. Y ojo, que no es cuestión de magia. «Yo siempre le explico a la gente que estamos habitados por billones de microorganismos, y los probióticos, especialmente aquellos que derivan de humanos, no son algo ajeno. Deberían formar parte de una microbiota equilibrada», explica Otero.
Prebióticos o probióticos, una vocal que lo cambia todo. El primero es el alimento de la microbiota. Su materia prima, lo que hace que funcione bien. El claro ejemplo es la fibra fermentable, el omega 3 o los frutos rojos. Los probióticos son, por su parte, microorganismos vivos, en su mayoría bacterias buenas que equilibran la vida en el intestino. Muchas veces se habla de los bichitos que nos habitan, y aunque suene mal, no son patógenos ni dañinos, cuando están en las cantidades adecuadas.
De esta forma, algunas cepas han demostrado ser beneficiosas sobre la barrera intestinal. Una de ellas es la B.longum BB536, que estimula la expresión de ciertas proteínas presentes en la barrera. Otras igualmente conocidas con la Lactobacillus plantarum CECT 7315 y CECT 7316, o la Bifidobacterium.lactis. El probiótico de Serobioma, del laboratorio Bromatech, ha demostrado, en una estudio reciente, que puede prevenir la hiperpermeabilidad inducida por los lipopolisacáridos (esas sustancias que podían causar inflamación) y ayudar al buen estado de las uniones estrechas.
A mayores, esta formulación también tiene almidón resistente, el que a su vez deriva en una acción antiinflamatoria. Así lo describe Olalla Otero: «Una pieza clave para que el intestino sea una verdadera barrera son unas proteínas llamadas uniones estrechas, que mantienen las células unidas entre sí. El Serobioma mejorará la salud de nuestra barrera intestinal, aun cuando determinadas sustancias tóxicas producían inflamación».
¿A quién podría beneficiar? A muchos, en realidad. «A personas con enfermedades autoinmunes, con síndrome del intestino irritable, en intolerancias alimentarias y al final, a todo aquel que quiera darle una ayuda extra a su microbiota», señala Otero. Según la experta, hoy en día es complicado tenerla al cien por cien: «Incluso, si cuidamos la alimentación no podemos evitar muchos factores que causan disbiosis: el estrés, la contaminación o la falta de contacto con espacios verdes», precisa. Por eso, serían una ayuda aparte. Una especie de tratamiento válido tanto para individuos con alguna patología, o sin ella.