Milena González, psicóloga infantil: «A veces no compartimos un momento de calidad con nuestros hijos en todo el día»

LA TRIBU

La experta recomienda abordar las rabietas según el tipo de temperamento que tenga el niño, ayudándole a adaptarse a las situaciones en las que cada uno pueda tener más dificultades
10 may 2025 . Actualizado a las 11:15 h.Las rabietas son parte normal y necesaria del desarrollo de los niños. Sin embargo, no todas son iguales. Desde el nacimiento, cada uno de nosotros tiene unos rasgos determinados genéticamente que van a perfilar, en cierta medida, nuestra personalidad y van a tener impacto directo en nuestras rabietas en la primera infancia. No todos los niños se alteran por los mismos motivos, ni no todas las rabietas se calman con los mismos métodos. Milena González explica cómo abordar estos episodios a partir del temperamento de cada uno. Ella es psicóloga y psicoterapeuta especializada en pacientes infantiles y juveniles. En su nuevo libro, No hay niños difíciles (Zenit, 2025), explica cómo apoyarlos en su crecimiento.
—¿Por qué ocurren las rabietas?
—La rabieta se puede entender como un rasgo madurativo. El niño tiene una explosión emocional porque su cerebro es inmaduro. Pero a mí me gusta definirla como la impotencia que siente un niño cuando las cosas no salen como espera. Va a intentar por todos los medios defender su posición, su deseo y sus ideas. Entonces, es un encuentro entre prioridades diferentes: las de un papá, una mamá o un cuidador y, por el otro lado, las del niño. En ese encuentro entre el adulto y el niño hay un desborde emocional que el niño no está preparado para enfrentar.
—¿Qué hay detrás de ese desborde?
—Se desborda porque hay partes de su cerebro que no están maduras. Si nosotros no nos tiramos al suelo ante estas dificultades es porque la corteza prefrontal de nuestro cerebro, que es la que nos ayuda a regular esas emociones, ya está madura. Pero cuando nacemos, aunque nuestro cerebro reptiliano, que es la parte más reactiva, está totalmente maduro, la corteza prefrontal, que nos permite tener un control de nuestros impulsos y gestionarlos, todavía no. Por eso, los niños son psicocorporales, es decir que sienten las emociones profundamente y las expresan a través del cuerpo. Sobre todo en esa primera etapa que llega hasta los 7 años. No van a expresar la rabia diciendo: «Siento rabia, mamá, ayúdame», sino que van a morder o a pegar. Van a canalizar esa rabia de la forma más explosiva.
—En el libro explica que hay diferentes temperamentos que varían en función de la personalidad de cada niño. ¿Cómo influyen en su conducta estos temperamentos?
—Lo que tenemos que saber es que los rasgos de temperamento son biológicos. Son los que son, como el color de ojos. A medida que interactúas con los demás, se va forjando tu personalidad. El ambiente influye en ella. Pero el temperamento es biológico y se ve en el hecho de que dos hermanos, en la misma situación, se comportan diferente. Entonces, por ejemplo, hay un rasgo muy frecuente que es la intensidad de respuesta emocional, e indica cómo el niño percibe, procesa y actúa cuando siente una emoción. Los niños que puntúan alto en intensidad de la respuesta es más probable que peguen, muerdan, griten o empujen en lugar de usar la palabra. Ese mismo niño, cuando siente alegría, grita, salta, es el que más se expresa cuando le das un regalo, mientras que otro que puntúa bajo podría simplemente decir: «Gracias, mamá».
—¿Cómo podemos abordar los conflictos que surgen de cada rasgo de temperamento?
—Lo importante es recordar que tu hijo no tiene la intención de hacerte la vida imposible cuando en medio de una rabieta grita, llora, pega o muerde. Lo que no significa que se lo vayamos a permitir, necesita límites. Necesita que nosotros le enseñemos cómo gestionar ese volcán emocional que tiene dentro. Si el niño está lanzando juguetes en el parque, tengo que mantener a salvo al entorno y si lo tengo que coger y retirar de ese espacio, es lo que voy a hacer. Pero es importante aprender a identificar las señales que detonan estos episodios, sea hambre, sed, sueño, aburrimiento o necesidad de conexión.
—¿Cuáles son algunos detonantes que no solemos tener en cuenta?
—A veces no nos damos cuenta de que ha pasado el día y no compartimos un momento de calidad con nuestros hijos. Van al cole, vuelven a casa, comen, hacen los deberes y no hay un espacio intencional donde nosotros estemos con ellos. Esta es una necesidad. Así como yo le doy el alimento que necesita para crecer fuerte, le voy a dar también esa comida emocional. Y eso es algo que el niño pequeño no va a saber identificar para pedirlo. Lo va a expresar a través del comportamiento explosivo, del llanto o del enfado. Nosotros debemos ser esos traductores emocionales de nuestros hijos, ayudándoles a poner en palabras lo que sienten. Cuando vemos que están enfadados, decirles: «Cariño, estás enfadado, es normal y válido sentir enfado».
—¿Qué errores solemos cometer los adultos en este proceso?
—El requisito fundamental para disciplinar a un niño es que el adulto aprenda a mantener primero la compostura él mismo. Yo no puedo decirle a mi hijo «No grites» gritando. Si yo le quiero enseñar a mi hijo que tenemos que hablar con respeto al otro, me tengo que dirigir a él con respeto. Porque nuestro hijo no va a aprender de lo que le decimos que haga, sino de lo que nos ve hacer a nosotros.
—¿Cuáles son las crisis más frecuentes que los niños atraviesan en la infancia?
—Hay muchas crisis específicas en la infancia y algunos niños se adaptan más rápidamente a esos cambios que ocurren que otros. Hay un rasgo del temperamento que se llama adaptabilidad al cambio. Los niños que puntúan alto en este rasgo, se adaptan rápidamente, son flexibles. Pero otros son de adaptación lenta, lloran, se quejan cuando una actividad se acaba y empieza otra. Esto hace que cualquier situación nueva o cualquier cambio, por pequeño que sea, les estrese. Una herramienta que tenemos son las historias sociales. Para anticipar los cambios importantes en su vida, como el nacimiento de un hermanito, podemos contárselos como si fuera un cuento: ahora va a llegar un bebé, mamá se va a ir al hospital porque está embarazada. Esto les va preparando para todo lo que va a ocurrir, regulando su sistema nervioso para que no sienta miedo o incertidumbre.
—¿Cómo podemos ayudar a los niños a gestionar la hiperactividad, que es otro rasgo frecuente?
—Antes quiero aclarar que no hay que corregir este rasgo, así como yo no intentaría corregir el color de ojos o de pelo de mi hija. El niño que puntúa alto en nivel de actividad va a ser el típico adulto que cuando está sentado se pasa todo el rato moviendo la pierna porque necesita movimiento. En realidad, muchas personas confunden el rasgo que se llama nivel de actividad, en un niño muy activo, con un TDAH y esto es un error. La hiperactividad asociada al TDAH está relacionada con un factor neurobiológico. No es un capricho ni una mala conducta. Es una expresión de un sistema nervioso que está en un estado alto de activación y que tiene dificultades para autorregularse. En cambio, el nivel de actividad alto en un niño es un rasgo típico de aquellos que cuando están sentados se mueven todo el rato. En muchos casos, se diagnostica con TDAH a niños simplemente por este rasgo del temperamento. Pero son niños que empiezan una tarea y tienen la capacidad de terminarla. En cambio, un niño con TDAH tiene las funciones ejecutivas comprometidas.
—¿Cómo se puede integrar este rasgo a la vida del niño?
—Si la hiperactividad aparece únicamente como rasgo, podemos usar como herramienta las pausas activas. Vamos a dar saltos durante un minuto mientras hace los deberes, porque el niño tiene una necesidad de movimiento que su cuerpo le está pidiendo para regularse. También podemos usar cojines sensoriales o pelotas de pilates para sentarse en ellas y hacer movimientos mientras trabajan en sus deberes. Si necesitamos que hagan una tarea, como guardar los juguetes, podemos convertirla en un reto físico: vamos a ver cuánto podemos recoger en este tiempo. Evitemos exigirle esa concentración prolongada sin descanso físico, porque es cruel.
—Otro rasgo que menciona en el libro es la sensibilidad al estímulo. ¿Cómo podemos acompañar a un niño con esta característica?
—Aquí también hay que diferenciar entre el rasgo de sensibilidad a la estimulación y los niños altamente sensibles. Porque cuando yo hablo de sensibilidad a la estimulación, lo que estoy diciendo es que el niño es capaz de percibir estímulos aunque sean muy sutiles. Por ejemplo, niños que se ponen un pantalón y sienten la costura del pantalón y les molesta. Es un rasgo de temperamento. Las texturas, los olores, los sonidos los perciben mucho más que un niño que puntúa bajo en esto. Y un niño que puntúa alto en sensibilidad a la estimulación es mucho más sensible, no solamente a esto, sino a las emociones. Pero la diferencia está en que los niños altamente sensibles, o NAS, también presentan una profunda empatía, además de esa sensibilidad al estímulo. Algo que podemos hacer para ayudarles a lidiar con esto es enseñarles a reconocer los estímulos que les saturan. Anticiparse a los estímulos que puedan aparecer también es útil. Si estos calcetines te molestan, ¿cuáles vas a escoger para mañana? También debemos permitirles pasar tiempo a solas o en compañía de pocas personas.
—¿Por qué necesitan estar solos?
—El 70 % de los niños altamente sensibles son introvertidos. Ser introvertido o ser extrovertido es la forma en la que nosotros nos recargamos nuestra energía y puede ser con muchas personas o con pocas. Los niños que puntúan alto en sensibilidad a la estimulación, así como los que son altamente sensibles, suelen necesitar un ratito a solas o con pocas personas. Un baño de agua tibia o un juego con un hermano, pero donde no haya una gran cantidad de estímulos.
—¿Restringir el uso de los dispositivos es útil para estos niños?
—Es fundamental controlar y reducir el tiempo que pasan ante las pantallas, independientemente de sus rasgos de temperamento. No es que las pantallas sean nuestras enemigas, se trata de escoger bien los momentos en los que permitimos su uso: momentos específicos y horarios específicos, un tiempo medido y un uso claro, como ver una peli.
—¿Qué elementos debe incluir sí o sí la rutina de un niño?
—Es importante tener rutinas, porque estas le están diciendo al niño lo que se espera de él y lo que puede esperar a cambio. Lo que hace es darle al niño orden y el orden es un antídoto contra el caos. Lo que les indico a las familias siempre es dividir el día como en dos rutinas, la de la mañana y la de la noche. Estos son los horarios que más se dificultan para los niños. Entonces, el tener establecida una rutina de la hora en la que se va a despertar, que sea clara y visual, con imágenes, les ayuda a saber que es el momento de cepillarse los dientes, de vestirse, de desayunar. Y a la hora de dormir, también debe haber una rutina: me ducho, me cepillo los dientes y me acuesto. Al final del día, para poderse dormir es importante tener un acompañamiento por parte de una figura de apego primaria, sea papá, mamá, la abuela o quien le acompañe. Las investigaciones arrojan que hay niños que necesitan incluso hasta los diez años este acompañamiento. No es dormir toda la noche con él, puede ser darle un beso de buenas noches o leer juntos un cuento, y dar unas palabras de afirmación: te quiero, siempre te querré. El contacto físico también es muy importante, porque va a reducir su cortisol.