Una influencer condenada por sumergir a su hija de tres años en agua fría para acallar sus rabietas

LA TRIBU

Los expertos explican cómo actuar ante una rabieta y por qué los castigos físicos no son la solución
21 oct 2024 . Actualizado a las 17:35 h.La influencer portuguesa Joana Mascarenhas ha sido condenada a dos años y seis meses en prisión por un delito de violencia doméstica tras haber sumergido a su hija de tres años en agua fría para aplacar sus rabietas. La sentencia del Tribunal Penal Local de Lisboa la obliga además a seguir un plan de reinserción y pagar 1.000 euros, si bien la ejecución de la condena se encuentra en suspenso.
Mascarenhas, conocida en redes sociales por hablar de viajes, publicó en el 2023 un vídeo exponiendo esta «técnica» para calmar a su hija pequeña. «Se sentó en el suelo a llorar y a decir que no podía caminar. Lloró y gritó. [...] Ella odia el agua fría. Estaba todavía con el uniforme escolar y lloró otros quince minutos. No le dije nada ni la amenacé. La cogí y la sumergí en la piscina hasta el cuello. Eso la desconcentró. Con la rabieta ella intentaba ganar, pero comprendió que tal vez perdería siempre», contó en el vídeo. La influencer de 36 años aseguró que, con este método, había logrado que la pequeña dejase de tener berrinches.
Con la sentencia, el Tribunal deja clara su posición con respecto a este trato hacia los menores, que considera «humillante» e «indigno». Leyendo el veredicto, el juez afirmó que la estrategia de la madre solamente había resultado eficaz porque la pequeña estaba asustada. «Es una forma de resolución forzosa. No es una forma de cuidar», reproduce la sentencia. Pese a todo, el tribunal consideró que estos episodios no tendrían impacto traumático en la menor y vio este acto como un hecho aislado, aunque inadmisible.
Con todo, el caso pone de relieve una problemática a la que se enfrentan a diario todos los padres que tienen hijos pequeños, las rabietas. Aunque estas son parte natural de la infancia, el saber gestionarlas es fundamental para minimizar su impacto en la vida familiar y evitar que la agresividad del niño se potencie.
Los terribles dos
Entre los dos y tres años de edad, todas las personas atravesamos lo que se conoce como la etapa de las rabietas. Conocidos como los «terribles dos años», este período pone a prueba la paciencia y las herramientas de los padres, que se enfrentan a la ardua tarea de acompañar a los pequeños en el desarrollo de estrategias de gestión emocional apropiadas para su edad estableciendo, al mismo tiempo, los límites necesarios.
Para el psicoterapeuta y doctor en educación Rafa Guerrero, el establecer un apego seguro y respetuoso con los hijos en esta etapa es fundamental. Se trata de proporcionar un entorno seguro en el que ellos puedan refugiarse. En este sentido, debemos entender que, para los pequeños, el comportamiento no es más que el lenguaje que tienen para comunicarse. Al contrario de lo que afirma Mascarenhas en su controvertido vídeo, la conducta no es, en ningún caso, una afronta personal del niño contra los padres.
Qué significado tiene una rabieta
Lo primero que hay que saber es que, detrás de una rabieta, siempre está el deseo del niño de comunicar algo. «El problema es que el cerebro que tienen es tremendamente inmaduro. Debido a la inmadurez, sobre todo de la corteza frontal, que es la parte del cerebro que se encarga de las emociones y los impulsos, cada vez que ellos sienten una emoción como la rabia, la convierten en una conducta que se conoce como rabieta. Y eso es algo normal y evolutivo, a pesar de que al adulto le incomode», explica Guerrero.
En muchos casos, los niños están manifestando que necesitan atención o protección en un momento dado. Pero otras veces, es su forma de expresar que quieren que les concedamos un capricho, «y están en su derecho de pedirlo: una cosa es pedirlo y otra que se pueda conceder», señala el experto.
¿Se pueden evitar las rabietas?
La fase de las rabietas es evolutiva, normal y sana. Como explica Guerrero, «no podemos pretender que no sucedan, es como pretender que tu hijo no pase por la adolescencia. Es una etapa inevitable. Pasa en todos los niños. No se puede eliminar. Pero sí que se pueden hacer cosas para amortiguar tanto su frecuencia como su duración e intensidad».
En este sentido, la clave está en construir un vínculo de apego seguro, desde el respeto mutuo, desarrollando el autocontrol como padres y poniendo límites firmes, pero justos. «No nos quedemos solamente en qué hacer ante una rabieta: el trabajo previo es fundamental», sostiene el terapeuta.
Para ello, la relación con los hijos no puede ser de carácter excesivamente autoritario. «Para que haya realmente conexión tiene que haber respeto mutuo. Hay dos tipos de respeto. Uno es el tratar al otro como un ser humano, independientemente de su edad y la relación que tengas con él. Muchas veces, esto no pasa, hemos normalizado algunos comportamientos como sociedad que no son respetuosos con los niños. Y luego hay un respeto más profundo e importante que consiste en aceptar al otro como es, sin intentar cambiarlo a toda costa, respetando su esencia. Cuando eres capaz de hacer esto, la conexión viene por añadidura», señala la psicóloga y educadora Angélica Joya.
Cómo actuar ante una rabieta
Lo primero que hay que recordar es que estas conductas están queriendo comunicar algo, por lo que ignorarlas no ha de ser una opción. «Si la ignoramos, al final lo que le estamos diciendo es que cuando siente esas emociones en su cuerpo, no estoy ahí para ayudarte. No le estoy enseñando herramientas para la próxima rabieta que tenga, para poder gestionarla, sino que le estoy enseñando que a la próxima el niño va a reprimir esas emociones o no las querrá explicar porque sabe que si hace eso, su familia le ignora», explica en este sentido la pediatra Anna Estapé.
Estar presente y darles herramientas no equivale a intentar controlarlos. «Si un padre es capaz de hacer el duelo de aceptar que su deber como padre no es controlar el comportamiento de su hijo, modelarlo como una plastilina ni ser responsable de su felicidad y de ahorrarles sufrimiento, en ese momento hace un gran cambio. La labor de un padre es acompañarle, influirle, mostrarle el mundo, pero no controlar lo que hace en ese mundo», asegura Angélica Joya.
Cuando estamos ante una rabieta, el primer paso tiene que ser, entonces, conectar con nosotros mismos y con el niño. Mostrar disposición a escucharle, sin juicios. A continuación, llega el momento de responder. «Tenemos que hacerlo con calma porque si tengo una rabieta que es fuego y respondo con nervios, gritos y castigos, estoy poniendo gasolina en ese fuego, estoy avivándolo mas. Muchas veces la rabia, que es lo que solemos sentir cuando hacemos rabietas, se calma o se disipa cuando nos sentimos escuchados. Es importante dar respuesta con palabras, con empatía verbal, pero también con la no verbal: la cara, los ojos, mi postura… Todo esto es importante porque los niños perciben mucho esta empatía no verbal», aconseja Estapé.
La rabieta es también una oportunidad para que el niño aprenda acerca de sus emociones y cómo gestionarlas. «Tenemos que poner en palabras lo que estamos sintiendo porque él no sabe lo que es y tenemos que validarla. Pero evidentemente, vamos a mantener el límite, tampoco debemos ceder», señala la pediatra. Por último, es importante acompañarles hasta que pase el pico más alto a nivel emocional. «Acompañar esa rabieta sin prisas, el tiempo que haga falta y la rabieta durará lo que tenga que durar», indica Estapé.
Una vez la situación se haya calmado, podemos pasar a una fase de reflexión acerca de lo ocurrido. Abrir el diálogo desde la tranquilidad puede ser útil para pensar en qué ha pasado y qué podemos hacer para evitar que vuelva a ocurrir, poniendo soluciones a los conflictos. «Si nos hemos equivocado en el momento de la rabieta, hay que pedir disculpas. Si en ese momento me he abrumado, le he chillado, sobornado, lo que sea, es el momento de repararlo», recomienda la pediatra.