Rebecca Rolland, psicóloga: «Es fundamental no quitarles la palabra a los niños ni hablar por encima de ellos»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Rebecca Rolland es psicóloga y profesora en la Universidad de Harvard.
Andrew Riley

La profesora de Harvard, especialista en patologías del lenguaje infantil, llama a usar estrategias más efectivas si la familia observa que el niño ha creado vínculos que no le favorecen

29 may 2023 . Actualizado a las 18:45 h.

Rebecca Rolland, psicóloga especialista en patologías del lenguaje oral y escrito en el departamento de Neurología del Hospital Infantil de Boston y profesora de Harvard, defiende que la única manera de ayudar a nuestros hijos e hijas a ganar en autonomía, empatía y felicidad es hablando. «Aun así, muy a menudo, los padres, los educadores y los cuidadores tienen problemas a la hora de comunicarse con los más pequeños», asegura. Por eso, proporciona consejos para fomentar su autonomía, creatividad y confianza a través de su nuevo libro El arte de hablar con niños (Diana, 2023). 

—¿Cree que falta comunicación en las familias?

—Sí. Creo que muy a menudo tenemos una vida muy ajetreada y nos centramos en conversaciones logísticas cuando vamos al cole, a casa o al entrenamiento del niño o la niña. Y no nos queda tiempo para centrarnos en conversaciones que hagan desarrollar habilidades de nuestros hijos e hijas. No necesariamente es culpa de los padres y las madres. Muchas veces, hablamos mucho con nuestros hijos, pero no estamos teniendo esas conversaciones plenas. Esa es una de las cosas que estoy intentando enfatizar, que sean conversaciones más profundas en las que involucremos a nuestros hijos e hijas, les ayudemos a desarrollar sus capacidades y que también disfruten de esas conversaciones.

—¿Esas conversaciones plenas y profundas pueden nacer solas?

—Pienso que debemos de tener más intención a la hora de conversar para que se produzcan esas grandes conversaciones o profundas. No requiere mucho trabajo, pero sí una cierta consciencia. A mí me gusta dedicar algo de tiempo observando simplemente a la criatura para ver qué es lo que le interesa y tratar de plantear esas conversaciones en torno a esos intereses. Estamos mucho tiempo con nuestros hijos, pero a veces dedicamos muy poco tiempo a darnos cuenta de qué se les pasa por la cabeza y tener conversaciones que realmente les interesen. 

—En el libro utilizas el término conversaciones fértiles. ¿Qué son exactamente?

—Considero que las conversaciones fértiles tienen una doble promesa: construyen un entorno en el que disfrutamos con nuestros hijos en nuestra vida cotidiana y también desarrollamos el interés de nuestros hijos. La segunda promesa es que esas conversaciones se acumulan a lo largo del tiempo y consiguen que nuestros hijos sean más empáticos, más seguros de sí mismos, etcétera. Pero estas charlas no surgen si no prestamos un poco más de atención, por eso he desarrollado el método abecé de las conversaciones fértiles. 

—¿En qué consiste ese método?

—En primer lugar, adaptarnos. Ser conscientes de cómo es cada criatura y cuáles son sus hábitos, su estado de humor, niveles de energía, si están muy activos o no. Cuándo es el mejor momento para mantener una conversación con ellos y no cuando nos apetece más a nosotros. Tiene que ser cuando ellos están más abiertos a conversar. En segundo lugar, deben ser conversaciones bidireccionales. Muchas veces les damos una clase magistral en la que solo hablamos nosotros, pero no enfatizamos el hecho de que ellos también lo hagan. Esa bidireccionalidad tiene que ser clave, que estemos en pie de igualdad en esa conversación. Y por último, la conversación tiene que estar centrada en la criatura. Empezar con algo que puede ser interesante, que les atrae, incluso que les pueda preocupar. Si pensamos desde ese nivel, desde el niño o la niña, podemos llegar mucho más lejos en esa conversación.

—¿La empatía es una característica con la que nacen los niños o se puede trabajar?

—Creo que todas las criaturas nacen con la capacidad de empatía. Es como un depósito de gasolina que se tiene que reponer. Nuestros hijos son capaces de todo, pero no todos tienen de por sí, esas habilidades. O mejor dicho, no se les ayuda a desarrollarlas. Hay que ayudarles a desarrollar los tres aspectos de la empatía. En primer lugar, el aspecto mental, que sean capaces de ponerse en la piel de la otra persona, pensar como los demás. En segundo lugar, la parte emocional, que sean capaces de sentir lo que sienten los demás. Y en tercer lugar, que sean capaces de ayudar a los demás. Creo que si conseguimos alimentar esos tres ámbitos, lograremos desarrollar su empatía.

—¿Cómo podemos contribuir en ese proceso de desarollo de la empatía de un niño? 

—En primer lugar, hay que actuar como ejemplo. Los niños, muchas veces, se comportan según lo que ven. Incluso cuando están teniendo algún problema, como que se han cortado con un trozo de papel, es importante para nosotros también ponernos en su piel: qué les ha pasado, por qué están enfadados o tristes. Y si les ayudamos a ver qué nos preocupa, para ellos puede ser muy importante. Cuando nos vean hacerlo, lo van a imitar con sus amigos. Si por ejemplo, no reaccionan o no entienden cómo se siente su hermana, su hermano o algún amigo, podemos ayudarles en ese momento a intervenir para que desarrollen la empatía: cómo deberían actuar frente a lo que le está sucediendo a la otra persona. 

—Si el pequeño se bloquea contándonos un problema, ¿cómo podemos ayudarlo?

—Un aspecto fundamental es no quitarles la palabra, no hablar por encima de ellos. A veces nos incomodan los silencios, sobre todo si creemos que al niño le está costando explicarse. Nuestra reacción instintiva es preguntar más o hablar por ellos. Y si hay gente, otros miembros de la familia, puede que sea el hermano o la hermana quien habla del niño. Sí, puede ser útil y avivar lo que quiere decir el niño, pero en otras ocasiones no aciertan y a él no se le da la oportunidad de expresarse. Por eso, si se bloquea, si no encuentra las palabras, lo más importante es esperar y enfatizar que le queremos dar lo que necesita. Podemos preguntar cosas o enlazar preguntas abiertas. Por ejemplo: «Parece interesante, cuéntame más». Y también servir como ejemplo de que estamos relajados. Si nosotros parecemos nerviosos o con prisas es más probable que el niño se atasque. 

—¿Cuál es la importancia que tienen para ellos las amistades? 

—Las amistades son fundamentales para el desarrollo de los niños. Las solemos pensar como algo «que no está mal tener» pero es mucho más que eso. Le enseñan a los niños casi todo lo que tienen que saber sobre el mundo, cómo gestionar un conflicto, cómo enfatizar con alguien o cómo celebrar con esa persona. Deberíamos pensar las amistades como algo que sienta los cimientos de las relaciones que van a tener en su vida y si somos capaces de establecer relaciones dinámicas. Sobre todo, si les enseñamos a mantener esas amistades en momentos de discusiones o peleas, les va a ayudar mucho en sus relaciones adultas. No tenemos que enfatizar que las relaciones deben ser perfectas o que busquen relaciones que lo van a ser, porque eso nunca va a pasar. Lo que tenemos que enfatizar es: ¿cómo podemos reparar algo?, ¿cómo podemos solucionar un problema que nos ha sucedido con un amigo? Esto nos pasa a todos. Es algo crítico y además es uno de los aspectos que más dejamos de lado en las relaciones, ya sean laborales, familiares o de amistad. 

—¿Qué obstáculos se pueden encontrar los niños a la hora de forjar esas amistades?

—Hay un par de obstáculos clave. El primero que, sobre todo tras la pandemia, muchos niños tienen dificultades a la hora de contar problemas de relaciones o situaciones. Nosotros damos por hecho que, como a nosotros no nos incomoda, como sabemos gestionarlo, los niños también van a saber, pero eso no es así. Los niños no tienen de forma natural esas habilidades. Pienso en mi hijo, que ahora tiene seis años, pero tenía dos años y medio cuando empezó la pandemia y, hace poco, me dijo que no sabía lo que era quedar con otro niño para jugar en su casa porque claro, hasta hace poco estábamos todos encerrados. Si te paras a pensarlo, es una situación muy grave a la que se están enfrentando muchos niños. A nosotros no nos ha sido posible salir a ver una película con amigos como hacíamos antes, pero es que hay muchos niños que directamente no lo conocen, no saben lo que es esa experiencia.

Por otro lado, las redes sociales y la velocidad a la que conseguimos nuevas amistades, aunque sean virtuales, hace que los niños tengan menos paciencia a la hora de navegar a través de un conflicto: «No estoy de acuerdo contigo, así que ya no somos amigos». Hemos tenido un problema, nos hemos peleado, por lo que ya no eres parte de mi grupo de amigos. Eso también es un gran obstáculo al que se están enfrentando los niños que está poniendo en peligro las amistades duraderas. Nosotros podemos ser como coaches y ayudarles, guiarles. Sobre todo, guiarlos en esos momentos de problemas, de situaciones de conflicto en las amistades. 

—¿Cómo ayudarlos en esas situaciones de conflicto?

—Diría que hay que encontrar un punto intermedio. A veces los padres quieren meterse directamente en el conflicto, sobre todo si los hijos son un poco más mayores. «Nos vamos a sentar con tu amigo y vamos a hablar con él», como padres helicóptero, que se suele decir. Por otro lado podemos decir: «Bueno, lo van a arreglar entre ellos, me voy a quedar totalmente al margen y no voy a participar en ese juego». En realidad, mi experiencia es que lo mejor es encontrar un punto intermedio entre esas dos opciones y ser un poco como un guía, un coach, tras lo que ha sucedido. Si tienen un conflicto, un amigo, por ejemplo, una vez que ha terminado el día, hablar con ellos y tratar de reflexionar sobre lo que ha sucedido. Incluso hacer un poco de juegos de rol: hacer como si tu fueras el amigo, «¿por qué no pruebas a decirle esto?». Reconocer que los estilos comunicativos también son muy diferentes entre distintas generaciones. Lo que a nosotros nos parece que va a funcionar y solucionar el conflicto, puede que no lo haga para ese grupo de amigos o amistad en concreto. Lo que tenemos que hacer es no darles las respuestas al niño, sino ayudarles a ganar consciencia y a gestionar los conflictos por su cuenta.

—¿Y si consideramos que ese amigo es malo para él?

—Si tiene una amistad tóxica, por ejemplo, sería muy importante no decirle que le prohibimos ver a ese amigo, sino decirle: «Nos estamos empezando a dar cuenta de cómo te encuentras, cómo te sientes, cuál es tu estado de humor, cada vez que quedas con esa persona o que estás con ese amigo». Con el tiempo, el niño se va a dar cuenta de esos estados de ánimo, de cómo se siente y va a aprender a tomar mejores decisiones a la hora de escoger sus amistades. 

—Llegados a este punto es importante tratar otro asunto importante: el acoso. ¿Es bueno dejar que los niños solucionen el problema por sí solos?

—No. Diría que es una excepción muy importante en la que no hay que dejar que los niños solucionen las cosas por su cuenta. El acoso es una dinámica de poder. El niño acosado no tiene poder en esa situación y no son capaces de solucionarlo o de digerirlo y, pidiéndoselo, les estamos culpabilizando una vez más o los estamos empujando contra las cuerdas. Si empezamos a ver indicios de acoso es importante involucrar a otras personas, a la administración, al profesorado y asegurarnos de que el acoso en sí termina. Nuestro papel como educadoras o como madres no es detenerlo directamente, sino asegurarle a ese niño o niña que estamos ahí, que vamos a protegerle y que no deberían tener que pasar por esta situación, por este tipo de trato. El niño muchas veces, ni siquiera es consciente de lo que está sucediendo. A lo mejor piensa que se lo merece o que es una mala persona y por eso le sucede eso. Así, es importante reflexionar con ellos para ayudarles a generar más confianza y al mismo tiempo, tomar medidas activas para detener ese acoso. 

También diría que, a nivel de la escuela, es importante que el resto de niños defiendan a los amigos que están siendo acosados y no quedarse al margen, de brazos cruzados. Tenemos que enseñar a nuestros hijos: qué puedes hacer, a quién se lo puedes contar si ves que alguien está siendo acosado. Para asegurarnos de que eso no suceda en las escuelas. 

—¿Cree que no le prestamos la atención suficiente al temperamento de los niños?

—Escribí un capítulo entero al respecto en el libro porque, desde luego, creo que no. Tendemos a pensar que son niños y que, si tienes un hijo de dos o seis años, te centras más en la edad que en su temperamento. Pero hay dos elementos en el temperamento. Por un lado, la forma de ser del niño, pero por otro, tenemos que saber cómo encajar nuestro temperamento con el de nuestro hijo. Y si no encajan, por ejemplo, si nosotros somos muy activos y el niño no lo es tanto, vamos a tener que adoptar medidas para poder adaptarnos y poder ceder, en cierto modo. ¿Por qué? Los niños se pueden sentir culpables si ven que su energía no encaja con la de sus padres. Si somos muy extrovertidos, muy activos, puede que no dejemos de decirle a nuestro hijo o hija: ¿por qué no tienes más amigos?, ¿por qué eres tan callado? Y a lo mejor esa criatura está feliz con el número de amigos que tiene y estás generando un problema donde no lo había. Siendo conscientes de cómo funciona el temperamento podemos ayudar a esas situaciones o a esas comunicaciones con nuestros hijos y ayudarles también a sentirse más cómodos con cómo son. 

 —Por último, ¿podría proporcionar un consejo sobre cómo deben los padres jugar con sus hijos, qué deben de tener en cuenta?

—Es una muy buena pregunta. Me encantaría subrayar, en primer lugar, que los niños de cualquier edad y los adultos, tienen que jugar, lo necesitan. A veces solo les dejamos jugar cuando son más pequeños, pero cuando ya tienes diez o quince años, le decimos que no hace falta que jueguen porque nosotros como padres ya no jugamos con ellos. Esto es algo que los niños echan mucho de menos, a menudo, ese entorno de relajación, de creatividad y de pasar tiempo contigo. Es algo que tenemos que recordar: todos necesitamos y queremos jugar.

Por otro lado, el juego puede rebajar un poco el ritmo, intentar no tener un horario tan ajetreado para encontrar momentos de juego. Por otro lado, los niños también necesitan o quieren jugar solos y no nos necesitan, pero hay veces que sí que podemos encontrar formas divertidas de jugar con ellos. Me gusta subrayar siempre lo siguiente: siéntate con tu hijo o tu hija y pregúntale cosas que se te pasan por la cabeza. A mí me gusta plantear las preguntas en condicional. Si un niño está jugando con un robot, yo le preguntaría: «¿Cómo podríamos hacer que pareciera un tiburón o el doble de grande?». Les ayudamos a que se les ocurran sus propias ideas y, además, también genera un vínculo proque los dos estamos contribuyendo con nuestras ideas y jugueteando alrededor de estas. Y no implica necesariamente que yo me siente en el suelo con mi hija o con mi hijo y le dé indicaciones, sino que le estoy dando invitaciones para que sean creativos. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.