Fui un bebé prematuro, así es mi vida y mi mayor miedo: el abandono

TESTIMONIO ANÓNIMO LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

Foto familiar de cuando la protagonista de este relato llegó definitivamente a su hogar.
Foto familiar de cuando la protagonista de este relato llegó definitivamente a su hogar. La Voz de la Salud

Este es el testimonio de una joven que nació en el séptimo mes de gestación y que cuenta a La Voz de la Salud cómo este hecho repercute en su día a día

19 nov 2022 . Actualizado a las 09:15 h.

En España, se calcula que cada año nacen alrededor de 30.000 niños antes de la semana 37 de embarazo. Bebés prematuros que necesitan de un cuidado mucho más especializado y presentan un mayor riesgo de complicaciones. Yo fui uno de ellos. Estaba previsto que naciese en agosto, pero me adelanté. En mayo de 1998, por circunstancias de la vida, llegué antes de tiempo a este mundo. 

Tan solo pesaba un kilo y 700 gramos. Para que os hagáis una idea, mi cuerpo era de un tamaño parecido a un botellín de agua. Como era de esperar, la cosa se complicó desde el minuto uno, cuando mis pulmones intentaron funcionar. Aún no se encontraban lo suficientemente desarrollados y sufrí un neumotórax, es decir, una acumulación de aire entre el pulmón y la pared torácica. La respiración se dificulta y la presión arterial disminuye, por lo que el pulmón incluso puede llegar a colapsar.

Además, en el momento de nacer los bebés prematuros tenemos una piel mucho más delgada y transparente. Incluso se pueden ver los vasos sanguíneos por debajo. No existe esa grasa corporal que protege a nuestro cuerpo del frío y, por lo tanto, no podemos permanecer expuestos a temperaturas ambientes normales; nuestro cuerpo no es capaz de protegerse por sí solo. 

Evidentemente, me fui directa a la incubadora. No existió ese momento en el que, nada más nacer, mi padre o mi madre me pudieran coger en brazos, me pusieran en su pecho y con emoción susurrarme: «Todo va a ir bien». En realidad, ni los propios médicos podían afirmar eso. No se sabía qué iba a pasar ni si saldría adelante. 

Los animales lamen a sus crías inmediatamente después de nacer. Necesitan contacto máximo para sentir la piel de su mamá. Es un instinto, una necesidad. Yo no tuve eso. Estuve 43 días en la incubadora, aislada de mis padres. Sí, soy afortunada teniendo en cuenta que lo estoy contando ahora mismo. Pero que tu primer contacto con este mundo sea así, aunque no se hable mucho de ello, puede traer consecuencias en un futuro. Traumas que después, descubrimos ya de adultos, en terapia. 

En mi caso, vivo enfadada con mis padres sin razón aparente. No soy capaz de mostrarles cariño, de darles un abrazo o un beso. No solo me ocurre con ellos, también con amigos o con parejas que tuve a lo largo de mi vida. En mis períodos de ansiedad, me remueve una sensación terrible que llevo en mis adentros: el abandono. Y eso, hace que me aísle de todo el mundo. Me paso horas dolida, sin querer hablar con nadie y sin pedir ayuda, con una enorme tristeza. 

Todo esto es debido a ese «abandono» que llevo dentro, aunque sea injustificable en mi vida presente. Tengo todo el amor de este mundo en mi familia, amigos y pareja. Pero mi yo interior, mi yo de bebé, sigue teniendo esa necesidad de contacto piel con piel que nunca tuve. 

Empecé a ir a terapia psicológica a los 17 años. No por este tema en concreto, que yo desconocía. Mi segundo psicólogo (he pasado por tres distintos), fue el que me descubrió todo esto. Fue ahí cuando me di cuenta de que muchos comportamientos y traumas que tenía en mi vida estaban estrechamente ligados con ser prematura, y en ellos sigo trabajando. 

Pero no solo me afecta a mí. Supongo que no es fácil, cuando nace tu primer hijo, que el personal médico te diga que no sabe si va a salir adelante. Y por eso, mis padres son muy protectores conmigo. Totalmente comprensible, teniendo en cuenta que me han visto durante tantos días en una incubadora luchando por seguir adelante. 

Estoy segura de que habrá más gente que ha nacido prematuramente a la que, a lo mejor, le sucede lo mismo. O no, está claro que no todos somos iguales y que, afortunadamente, los protocolos en las unidades de neonatos también han cambiado mucho. Yo no me habría dado cuenta de todo esto si no acudiese a terapia psicológica. Es algo de lo que no se habla y creo que es importante. Si también es tu caso, que sepas que no estás solo. 

La importancia del apego y el método canguro

A día de hoy, las unidades neonatales son abiertas y los padres pueden estar todo el tiempo que necesiten al lado de sus bebés. «Fue un gran error que se llevó a cabo hace veinte años aproximadamente. El bebé ingresaba en la unidad neonatal y prácticamente volvías a estar con él cuando ya estaba bien y podía valerse por sí solo», confiesa el doctor Alejandro Martínez, neonatólogo del Complexo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS) y miembro de la Sociedad Española de Neonatología (SeNeo).

«Por fortuna, eso ha cambiado mucho a día de hoy. Se fomentan los cuidados centrados en el desarrollo y en la infancia, es decir, no solo cuidamos a ese niño, atendemos a la familia en su conjunto. Ellos forman parte de nuestras decisiones y consultamos todo con ellos», explica.

De esta forma, en la actualidad se fomenta el método canguro tan pronto como el pequeño se encuentra estable «y vemos que lo puede tolerar perfectamente». Entre los múltiples beneficios, el doctor indica que favorece la producción de lactancia materna, la subida de la leche y va a permitir establecer ese vínculo afectivo con el recién nacido para la madre: «Al fin y al cabo ellas en ese momento también tienen una sensación de que han perdido el embarazo, que ese bebé que estaba creciendo en su interior ha desaparecido, por lo que ese método canguro y ese piel con piel vuelve a restablecer ese vínculo». En cuanto a los beneficios para el niño, existen múltiples estudios que han demostrado que mejora su desarrollo y su adaptación al exterior.