El entrenador del City, inmerso en una dinámica muy tensa a nivel deportivo, aseguró en una rueda de prensa que buscaba hacerse daño
27 nov 2024 . Actualizado a las 17:55 h.«Quería hacerme daño», dijo Pep Guardiola, entrenador del Manchester City tras acabar empatando su partido de Liga de Campeones frente al Feyenoord. Lo dijo en una rueda de prensa tras ser preguntado por un periodista sobre las heridas que se había autoinfligido. Su cabeza estaba llena de marcas de arañazos —muy visibles dada la ausencia de pelo— y hasta presentaba una pequeña herida abierta en su nariz. Todo el mundo en la sala entendió por sus palabras —tras pronunciarlas, se levantó y se marchó— que ese fue el método que encontró para afrontar su frustración, que viene acumulándose durante el último mes. A Guardiola no le fue bien la noche tras presenciar desde la banda un partido en el que su equipo contaba con una ventaja de tres goles, en el que ejercían como locales y en el que, sin embargo, dejaron volar dos puntos.
El Manchester City, para aquellos a los que el fútbol les quede lejos, es uno de los grandes equipos europeos y, en condiciones normales, ganaría nueve de cada diez partidos frente a un rival del nivel del Feyenoord —y quizás nos quedásemos cortos—. Pero es que la escuadra del entrenador catalán se encuentra en un momento de profunda crisis de resultados. De los últimos seis partidos que han disputado los cityzens, no han logrado ganar ni el primero. De hecho solo han podido empatar uno. Hace más de un mes que no suman una victoria y este fin de semana se enfrentan al Liverpool, que es el primer clasificado de la liga inglesa. Se trata de una situación inédita en la carrera del míster, plagada de muchos éxitos y contadísimas decepciones.
Cualquiera que no haya vivido en otro planeta en la última década habrá escuchado hablar de los logros de Guardiola desde los banquillos del fútbol. El exfutbolista del Barcelona se ha ganado un puesto como uno de los mejores entrenadores del mundo —sino el mejor— gracias a su método revolucionario, casi obsesivo, de análisis del juego. Claro que ha perdido partidos, claro que ha sufrido reveses porque «el fútbol es así», pero siempre ha tendido a la excelencia. La actual situación no tiene precedentes y las marcas en el rostro de Guardiola parecen indicar que lo está llevando regular desde el plano mental. Solo Guardiola sabe lo que pasa dentro de su cabeza, pero alguna que otra vez ha dejado pistas sobre la carga que le provoca esta constante necesidad de estar en lo más alto, sobre el coste emocional que le supone el haber acostumbrado a los aficionados a que su nombre sea sinónimo de títulos para los equipos a los que entrena. «Siempre tienes que estar en la cima, siempre tienes que ser mejor. Es una carga que se siente», ha llegado a decir; «el fútbol me está desgastando», comentó en alguna ocasión. Siempre sin dramatismos, pero sí deslizando cuál es el peso de esa fama.
Sus autolesiones durante la noche de Champions han vuelto a ponerle bajo el foco. Y esa frase de «quería hacerme daño» —pronunciada en inglés, la hace todavía más enfática que en español porque utilizó el myself— brindan una ocasión para, exagerase Guardiola o no, analizar los mecanismos de autorregulación que muchas personas tienen para enfrentarse a situaciones que los superan. Y las autolesiones es una forma común de proceder.
Mecanismos de autorregulación
Todos conocemos a alguien que se muerde las uñas para enfrentar una situación de estrés. Es obvio que morderse las uñas no cumple ninguna función adaptativa, no obedece a ninguna necesidad biológica, sin embargo hay muchas personas que lo hacen. De hecho, es una estrategia de afrontamiento que también podemos ver en el reino animal. Otras personas optan por mover la pierna de manera compulsiva ante una situación tensa o desplazarse de un lado para otro; son otros dos métodos que no van a resolver nada, pero que aún así hacemos. Pero claro, hay métodos más desadaptativos que otros, porque morderse las uñas no tiene la misma gravedad que provocarse quemaduras, por poner solo un ejemplo.
Es muy difícil inferir de las palabras de Guardiola, que suele tirar de sarcasmo en sus declaraciones, si su intención real era la de hacerse daño o no. Tal vez hablase en serio o tal vez su piel sea especialmente sensible a los rascazos; tal vez, simplemente se rascó más fuerte de lo normal debido, efectivamente, al estrés que le estaba produciendo el desmoronamiento de su sistema táctico. Lo que sí sabemos es que el dolor autoinfligido es una estrategia común de regulación que busca reducir el sufrimiento emocional a través del daño físico.
Más allá de Guardiola: autolesiones y salud mental
No, las autolesiones no son sinónimo de ideaciones suicidas, sino que suelen evidenciar una carencia de herramientas psicológicas en los afectados para lidiar con sus emociones —de hecho se catalogan como autolesión no suicida—. Se trata de una práctica mucho más prevalente de lo que se podría pensar. Laia Briones, investigadora que coordinó la línea de suicidio del grupo de investigación en Salud Mental e Innovación Social (SaMIS) de la Universidad de Vic en un trabajo que realizó junto al psicólogo Daniel Vega, estimó que el 58 % de los jóvenes entre 12 y 18 años que fueron ingresados por problemas de salud mental, se habían autolesionado. De entre el total de la población adolescente que ha recurrido a las autolesiones alcanza el 17-18 %. Y podríamos estar quedándonos cortos.
Pero no se trata de un problema exclusivamente adolescente. En el año 2019, la psicóloga María Such publicó una tesis llamada La autolesión no suicida en población española adulta: estudio comparativo de algunos factores de riesgo. En este trabajo analizó una muestra de casi 2.000 personas muy variopintas —muchas de ellas en tratamiento por problemas relacionados— entre los 18 y 66 años a las que se les preguntaba por si se habían realizado autolesiones en el pasado o sobre sus métodos para hacerse daño. Aunque la autora reconoce la dificultad para establecer una prevalencia de este tipo de daño autoinfligido en población adulta, si parece apreciarse una mayor tendencia a estos comportamientos son más habituales en los menores de 25 años, edad a partir de la cual «la tasa parece ir disminuyendo de forma gradual». También tienden a hacerse más esto las mujeres.
Basta un vistazo al DSM-5, el manual diagnóstico de referencia a nivel psiquiátrico, para observar que existen un montón de cuadros emocionales que cursan con autolesiones. Si bien el diagnóstico incluyo por primera vez en los ochenta las autolesiones como síntoma del trastorno límite de la personalidad, hoy se registran otras conductas desadaptativas como la existencia del llamado trastorno de excoriación, que consiste en «dañarse la piel de forma recurrente». Este tipo de síntomas son relativamente comunes. Por ejemplo, en la llamada tricotilomanía encontramos también a personas que se arrancan su pelo de forma recurrente, llegando a perder el cabello. Ambos problemas se encuentran relacionados con el trastorno obsesivo-compulsivo.
Es muy probable que todos estos cuadros clínicos están muy alejados del día a día de Guardiola. Es cierto que el de Santpedor parece ser una persona muy autoexigente, quizás más de lo que sería recomendable por cualquier psicólogo. Pero de ahí a lo patológico hay un trecho. Si Guardiola decía en serio que su intención era hacerse daño, la psicoterapia podría ayudar al entrenador a enfrentar mejor este tipo de emociones —esto es, de forma más adaptativa—; si era simplemente un chascarrillo, que sirva al menos para dar a conocer la realidad que muchos adolescentes y también adultos viven.