Juan José Escudero, tras el suicidio de su hijo: «Yo antes era anti abrazos, pero ahora me hacen falta y los doy»
SALUD MENTAL
Nico Escudero se quitó la vida a los 19 años en el 2022, tras la muerte de su madre por cáncer
11 sep 2024 . Actualizado a las 12:05 h.Juan José Escudero es superviviente por el suicidio de su hijo, Nico, quien se quitó la vida el 24 de septiembre del 2022, a los 19 años. Es presidente y fundador de la asociación Sendas, que lucha por la prevención del suicidio y ofrece apoyo y contención a supervivientes. Pero Juan José aclara inmediatamente que no se siente identificado con «esa palabra», superviviente, que la OMS ha utilizado para designar a quienes han perdido a un ser querido de esta manera. «La mayoría de nosotros no nos identificamos con los accidentes o las situaciones que se asocian a esa palabra, ni mucho menos con el programa de televisión que lleva ese nombre», señala. En el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, que se conmemora cada 10 de septiembre, nos cuenta su historia.
El camino hacia el suicidio
La ideación suicida comienza, en muchos casos, con una serie de circunstancias que se suman y hacen que la persona no pueda ver otra forma de acabar con su dolor. En este caso, la muerte de su madre a raíz de un cáncer durante la pandemia fue el primer desencadenante del deterioro de la salud mental del joven.
«Todo ocurrió en medio de la pandemia, a mi mujer la operaron en dos ocasiones, fueron neurocirugías, y tuvimos que dejar a nuestro hijo solo porque no se podía salir de casa. En ese momento, como él parecía preparado y apto, mi mujer y yo creíamos que estaba asimilando estos problemas pero, en plena pandemia, mi mujer fallece, fue una muerte larga, porque estuvo mucho tiempo en cuidados paliativos, y le afectó muchísimo a mi hijo», recuerda Juan José.
Este fue el inicio de una depresión en la que el duelo por la pérdida de su madre se agravó por otras situaciones de su vida. «Él estaba estudiando restauración y le encantaba la cocina asiática. Estaba trabajando en un bar durante ese verano y volvía contento, hasta que llegó el mes de agosto, cuando el bar cogía vacaciones y cerraba. Ese mes no quiso salir con sus amigos, los planes que ellos tenían no le gustaban. También tuvo una ruptura amorosa en el medio. En septiembre, no le llamaron para trabajar y se empezó a inquietar», cuenta el padre.
A esta serie de factores se sumó el miedo a ser una carga para los demás, uno de los temas que Nico estaba tratando con psicoterapia y psiquiatría. «La psicóloga me dijo después que él se sentía de esa manera. Esa sensación de carga que tenía es algo que no acabo de entender, porque él y yo teníamos muy buena relación, no teníamos conflictos como otros padres con sus hijos», dice Juan José.
El psiquiatra Enric Armengou, especializado en suicidio en jóvenes, observa en este sentido que «en jóvenes, la idea del suicidio está muy relacionada con una tríada de factores: sentirse solos, aunque tengan amigos y familia, sentir que son una carga o un problema para sus padres, y un dolor profundo, del alma, una desesperanza y una desesperación. Cuando se da todo esto y la persona además se siente capaz de matarse, hay un alto riesgo». Así fue como ese 24 de septiembre, durante una fiesta de despedida a una amiga que se iba a trasladar a París para estudiar, Nico Escudero dijo adiós a sus amigos y se marchó. Esa sería la última vez que lo verían con vida.
Un dolor inexplicable
La historia que cuenta Juan José es, todavía, reciente, y su dolor es tangible a través de su voz. Pero, pese a la empatía que suscita, explica que comprender la magnitud de esta pérdida es prácticamente imposible para quienes no han pasado por esto. «Las fechas son algo tremendo para nosotros. Cada vez que se acerca ese día nos cuesta enormemente manejarlo, de una manera que es difícil de imaginar desde fuera», explica.
Este dolor profundo le ha transformado incluso su carácter. «Yo antes era antiabrazos, siempre lo he sido hasta que llegó el suicidio de mi hijo. Ahora, la sensación de un abrazo me hace falta y si puedo, lo doy también. Mi tendencia es a abrazar, a ayudar y a estar cerca de una persona que esté mal, permitir que la persona hable, porque esto abre puertas para que la persona busque ayuda profesional y encuentre alivio», cuenta.
A la culpa del superviviente se añade el peso del duelo, una mochila con la que carga y que, por momentos, se hace insoportablemente pesada. «Estuve a punto de suicidarme después de esto, estaba desesperado. No soy una excepción, porque es algo que les ocurre a muchos padres o personas cercanas. Por suerte encontré a otros supervivientes y vi tanto sufrimiento en esos otros padres que habían pasado por lo mismo que yo, cada uno con sus propias circunstancias, que decidí hacer algo para visibilizar todo esto», cuenta.
El duelo es un dolor que aparece en lo cotidiano, de manera repentina e inesperada. «Cuando volví a trabajar, pensando que me serviría como terapia, fue duro. Llega un momento en que las dinámicas del trabajo te envuelven de forma directa y nadie se da cuenta de que, para ti, oír hablar a alguien de las cosas que hacen sus hijos es tremendamente doloroso, porque tomas consciencia de que tu hijo ya no está porque se suicidó. Es tremendamente duro, el suicidio tiene componentes que van más allá de una muerte», explica el padre.
«Yo tengo una psicóloga experta en duelos de suicidio y si no fuera por esta profesional que ha sabido canalizar mi sufrimiento de una manera que no sea insoportable, no sé dónde estaría hoy. He recibido terapias que se aplicaban a soldados que volvían de la guerra de Vietnam, porque me encontré a mi hijo y esa imagen constantemente me llegaba de manera intrusiva, era insoportable», cuenta.
«Para los supervivientes es complicado, porque cualquier cosa te recuerda esta situación. Ayer fui a hacer la compra y de repente vi las bolsas de regañás. Esto que parece no tener ninguna importancia me provocó un dolor inimaginable para la mayoría de las personas. Porque a él le encantaban las regañás y siempre me pedía que se las comprara. Es una auténtica patada en el estómago, es infinitamente inexplicable. En el día a día, es tremendo. Te sientes culpable de sonreír», detalla.
Comunicación
Cuando una persona está en riesgo de suicidio, muchas veces, lo comenta con su psiquiatra o su psicólogo, pero no con su familia. A este silencio contribuyen, desde el punto de vista del paciente, esa sensación de querer evitar ser una carga para su entorno y, desde el punto de vista del profesional, la obligación de respetar el secreto y la confidencialidad de lo que se habla en la consulta.
Para Juan José, esto es un problema. «Sería importante que nos expliquen las cosas. Cuando tú llevas a tu hijo al médico de cabecera, o acompañas a tu madre, el médico te dice qué tienes que darle cuando le vuelva a doler, te da una serie de pautas e instrucciones. En psiquiatría, todo queda en el paciente. Ni a mí ni a ninguno de los otros padres que he conocido les han dado pautas para saber qué se debe hacer si se observa una conducta determinada, una actitud o una situación. Si la persona es mayor de edad, no avisan de nada a la familia o al entorno cercano. Estamos totalmente perdidos y eso crea una mayor imposibilidad de actuar», señala.
A Juan José el suicidio lo pilló desprevenido porque la psiquiatra y la psicóloga le habían dado el alta a su hijo meses antes. «Me habían dicho que él estaba mejorando, que ya no tendría que volver», recuerda.
Abrir el diálogo es vital para que la persona pueda desahogarse y encontrar salidas alternativas para sus problemas. «Con gran frecuencia, los jóvenes no quieren morir, sino que quieren dejar de sufrir. Si hablamos con ellos y trabajamos en esto, podemos evitar no solo el suicidio, sino el sufrimiento de los jóvenes», explica el doctor Armengou.
A su vez, la comunicación es fundamental para detectar a tiempo las señales de que la persona está en riesgo. «A mi hijo le habían recetado sertralina para la depresión, cosa que yo desconocía. Pero él no se la tomaba, descubrí después que había escondido todas las pastillas en un lugar de la casa y me quedé blanco cuando las encontré recogiendo seis meses más tarde. Sus amigos me dijeron que Nico sentía que con la medicación no era él mismo, por eso había dejado de tomarla. Si yo hubiera sabido, como padre, qué cosas le podía producir tomar esa medicación y dejar de tomarla, podría haber actuado antes», lamenta Juan José.
Mitos, tabús y estigma
Aunque poco a poco las campañas de concienciación han hecho del suicidio un tema del que se habla, el tabú que lo rodea sigue estando presente. «Hay muchos mitos, tabús y estigmas que influyen en la salud de una persona. A mí, mi hijo me dijo una vez: "Yo no estoy loco". Y yo no sabía de dónde había sacado esa idea, porque nosotros nunca habíamos sido así. Es más, su madre iba al psiquiatra y no pasaba nada porque fuera. Pero es la sociedad la que se encarga de introducir este tabú», señala Juan José.
A pesar del dolor, está convencido de que la información es prevención. «A algunos les extraña que yo visibilice esto y hable tanto del suicidio, que sea capaz de decir la palabra, aunque no siempre lo soy. El sentimiento de culpabilidad es intenso. Quedamos tan afectados, que para nosotros es muy difícil nombrar esa palabra. Pero hablar del suicidio de forma responsable ayuda a evitarlo», dice el padre.
Por eso, tras optar a una jubilación anticipada al no verse capaz de trabajar, fundó la asociación Sendas, que trabaja para la prevención del suicidio. «Yo no sé cuándo conseguiré manejar ese dolor. Superarlo, yo creo que nunca. Pero hoy, el poder ayudar a otras personas es lo único que me da un propósito», asegura Juan José.
Línea de atención a la conducta suicida, disponible siete días a la semana durante las 24 horas: 024.