Beatriz, paciente de trastorno bipolar: «A mí, las ideaciones suicidas me aparecieron en la fase maníaca»
SALUD MENTAL
Descubrió que tenía trastorno bipolar con 28 años tras una crisis que derrumbó su vida de entonces; ahora la ha reconstruido en Vigo tras mucho trabajo de autoconocimiento
30 mar 2024 . Actualizado a las 17:51 h.Beatriz tiene 53 años y es bipolar. Una frase que solo es fácil en su sintaxis. Ella tardó décadas en poder pronunciarla sin juicios. Le costó, pero hoy acepta —de hecho, acepta sin dudarlo— dar la cara por su enfermedad en el Día del Trastorno Bipolar, que se celebra este 30 de marzo. Actualmente vive en Vigo, ciudad en la que se ha instalado tras varias vueltas de campana. Nada la unía a Galicia cuando, a los 28 años, los pilares de su vida con viento a favor en Castilla-La Mancha —buen trabajo, economía de buen pronóstico y familia unida— colapsaron. «Llevaba una vida completamente normal. Tenía un puesto de responsabilidad en una empresa importante. Suponía bastante presión y ahí empezaron mis problemas», explica. Sin rodeos ni excusas reconoce que fracasó gestionando la vida.
No había pistas en su familia que la preparasen para la irrupción de su bipolaridad. Debutó con una fase maníaca, que la llevó a romper el relato y lanzarse «a viajar». En un mundo de plástico, de vidas de escaparate en redes sociales, dejarlo todo para viajar suena a buen material para un reel que se hinche de likes. Pero no lo fue.
Arriba y abajo
Los pacientes de trastorno bipolar se caracterizan por atravesar fases de manía y depresivas, episodios que se alternan en el tiempo; temporadas de estar muy arriba, con otras de estar muy abajo. El problema de utilizar adverbios para describir estados emocionales es que, por muy visuales que resulten, son confusos. Porque a nuestro cerebro le encanta categorizar entre blancos y negros. Así, todo el mundo entiende que estar abajo es ‘malo’; por lo que, por pura lógica... Aquí es donde falla el silogismo. Estar «abajo» es malo, sí, pero estar «arriba» también lo es. «A mí, las ideaciones suicidas me aparecieron en la fase maníaca», explica Beatriz sobre su experiencia estando demasiado arriba.
Esa fase maníaca, que desdibujó la realidad, es esencial para entender su historia. «Fue mi primera crisis fuerte. Dejé el trabajo, lo dejé todo y me fui a viajar durante tres años, cuando volví, tuve un brote. Fue una temporada de estar fatal, de quererme suicidar, de estar aislada. El psiquiatra enseguida me diagnosticó bipolaridad. Lo vio claro por mis tendencias a fantasear, a agrandar los problemas y a mi forma completamente distorsionada de ver mi identidad. Ahora me parece todo bastante irreal, pero en una época de manía estás confundida y tienes un sentido del ego muy grande. A veces, te ves muy superior. Y todo lo contrario a cuando caes en depresión», relata. Da detalles sobre esa realidad desdibujada. Comenta sus alucinaciones, cómo le dio por lo espiritual. «Cosa que, de por sí, no es nada malo», matiza, consciente de que al mundo, en general, no le vendría mal conectar algo más con su espiritualidad —una dimensión de todo ser humano, ateos y no ateos—. Pero reconoce que lo suyo era demasiado: «Hablo de llegar a creerte que eres una persona con una misión especial en el mundo, y que esa misión especial está oculta. No entiendes muy bien el qué y el cómo, pero sabes que la tienes, que es algo que los demás no entienden, pero que tienes que encontrarla».
Los fastos del bautismo
Su diagnóstico fue rápido. Pero, en ningún caso, el final de sus problemas. Algo ceremonial, como un bautizo que, cuando se termina, toca recoger y poner orden.
«El gran obstáculo no fue el diagnóstico, sino que tardé de los 28 a los cuarenta y algo en dar con la medicación adecuada. Se tarda en ajustar el tratamiento. Es un problema mental y no es tan fácil hacer ese click. Inicialmente, lo intentan con medicamentos clásicos de la bipolaridad y, a partir de ahí, van probando con otras cosas», explica. El final es feliz, porque tras más de una década ha conseguido estabilizarse. «Ahora estoy fenomenal, llevo cinco o seis años sin ningún tipo de crisis», comenta.
Entre medias quedan las luchas internas, la rebeldía contra un trastorno que se negaba a aceptar, la ruptura y la reconciliación con su entorno y con ella misma. Obviarlo sería dulcificar su pasado. «En todo este proceso, yo no aceptaba mi enfermedad. Me revolví desde el principio y dejaba la medicación. Me negaba a creerlo, pensaba que no era un problema mío, sino de adaptación social. Veía que la sociedad funcionaba muy mal, que había muy poca comprensión con la gente y que era todo muy competitivo. Además, estaba muy cansada de hacer el trabajo que hacía», rememora en un análisis sociológico con el que muchos podrían, con un vistazo a su alrededor, coincidir.
La diferencia entre pacientes como Beatriz y cualquier otro es lo claustrofóbico del lugar desde el que observan al mundo: «Con la bipolaridad, lo que haces es intensificar cosas, ser incapaz de ver nada con perspectiva. Cualquier persona que no tenga bipolaridad, al no tener ese exceso de manía ni depresión, puede lidiar más o menos con los retos que le plantea la vida; logra poner las cosas en perspectiva. Hay mucha gente deprimida, muchas personas con ansiedad; es un problema muy común que a la gente le cueste gestionar su vida. Pero veo la bipolaridad como algo más extremo; llevas al cerebro a agotarse».
Catarsis y redención
«Fue después de una época de depresión profunda cuando entendí que me pasaba algo y que tenía que actuar, coger las riendas. Entonces acepté la medicación y lograron acertar. No sé por qué funcionó en ese momento, si fue porque dieron de verdad con la tecla o porque el hecho de aceptarlo hizo que empezase a mejorar». En realidad, que correlación implicase o no causalidad fue lo de menos. Cambió su dinámica. Reconstruyó los puentes que habían volado con su familia; con sus seis hermanos. Salió de la caverna. «Claro que hay un parte que es real, que la sociedad está neurótica, pero necesitas trabajarte para poder verlo con claridad. No solo con la medicación está hecho todo, necesitas profundizar mucho en ti mismo, quitarte todas las creencias que has tenido».
No hace falta ser demasiado intuitivo para darse cuenta de que Beatriz lleva muchos kilómetros de psicoterapia encima. Siendo la misma, es distinta a aquella que con 28 años empezó su via crucis. Tuvo otros empleos. Trabajando encontró a su pareja, un vigués que la trajo hasta donde está. Y descubrió el mindfulness, una vía de escape que ha convertido en parte de su trabajo: «Me he dedicado al mundo de la empresa, emprendí, estaba llevando un proyecto con un compañero sobre energías renovables. Ahora he decidido dedicarme a dar talleres. Llevo muchos años practicándolo y mi enfermedad me llevó a aprender más. Me encanta. El trabajo de empresa es, quizás, menos humano».
Asignaturas pendientes
Beatriz forma parte de Asbiga, la Asociación Bipolar de Galicia. En el colectivo ha encontrado parte de las respuestas que no encontró en su camino por la especialidad de psiquiatría. «El sistema médico no me dio oportunidades de hablar de mi caso en particular, eran sesiones más orientadas a la medicación», se lamenta. Así que decidió buscar historias como la suya y compartir el camino que ella recorrió.
«Es verdad que el sistema de Galicia me ha ayudado bastante, la enfermería, por ejemplo, es buenísima. Pero cuando pregunté si podía ir a un psicólogo, me remitieron a una asociación de bipolaridad, dijeron que tal vez podrían ayudarme». Y hasta allí se acercó. «Es gente muy normal, muy consciente de su situación y que te puede ayudar mucho, a la que le puedes preguntar lo que sea y que no se van a asustar. Sobre todo con el tema de las alucinaciones, sobre lo que todavía hay un estigma fuerte. Como tú, los demás también las han tenido y las comentamos; te puedes reír del tema. Ahí te das cuenta, al tomar distancia, de que no eran parte de ti, sino de la enfermedad», remarca.
Beatriz da la cara ahora para que, en caso de que el estigma exista porque haya gente que todavía se esconda, deje de serlo. A todos los trabajos a los que se ha presentado, ha contado lo que es. Lo ha hecho con miedo al rechazo, pero sus temores nunca se cumplieron. «Aunque es verdad que nunca ha tenido una crisis en público», aclara. «Soy Beatriz, tengo 53 años y soy bipolar». Ahora sí le sale. Pero sabe que hay otros que se lo guardan. Personas que temen que, si surge una discusión, la réplica sea acusarles de bipolares. El lenguaje también hay que educarlo. Qué mejor que ponerle rostro.