Saúl Martínez-Horta, neuropsicólogo: «La edad no explica que una persona desarrolle una demencia o un trastorno cognitivo»
SALUD MENTAL
El especialista explica que nuestros recuerdos nunca son una fotografía exacta de lo que ha sucedido: «Involuntariamente incorporamos información en ellos de cosas que realmente, no sucedieron»
29 dic 2023 . Actualizado a las 16:02 h.No saber dónde hemos puesto las llaves o qué veníamos a hacer a la cocina. Ambos son despistes cotidianos que todos hemos sufrido en algún momento. Los denominamos pequeños olvidos pero, en realidad, no lo son. Sí, has leído bien. El porqué de esta afirmación nos lo explica Saúl Martínez-Horta, doctor en Medicina y especialista en Neuropsicología Clínica con el que conversamos a raíz de la publicación de su nuevo libro ¿Dónde están las llaves? (GeoPlaneta Ciencia, 2023).
—¿Cómo de frecuentes son los olvidos?
—Olvidar es un fenómeno natural, normal. Es una consecuencia de cómo funcionamos y de hecho, es necesario olvidar. Algo distinto es cuando los olvidos se convierten en algo diario, van a más, dificultan la forma en la que nos relacionamos con el mundo, etcétera. Ahí es cuando podemos empezar a considerar la posibilidad de que ese olvido esté reflejando algo problemático que merezca la pena observar.
—El título del libro es ¿Dónde están las llaves?, por lo que, justo tomando ese ejemplo: ¿por qué perdemos las llaves?
—Siempre explico que cuando uno tiene la impresión de que ha sucedido esto como si fuese un olvido, en muchas ocasiones, no es un olvido. Para que algo se olvide, antes tienes que haberlo aprendido. El aprendizaje es necesario para hablar del olvido. Muchas veces, cuando tenemos la sensación de que se nos ha olvidado lo que ha sucedido es porque nunca hemos llegado a aprenderlo. Antes de que la información se convierta en un recuerdo en la memoria, tienen que pasar otras cosas.
—¿Cómo cuáles?
—Entre ellas, la atención que desplegamos a aquello que estamos haciendo. Por ejemplo, dejar las llaves en un lugar determinado juega un papel crítico en que eso se convierta en un recuerdo y, por lo tanto, después podamos saber dónde están las llaves. Eso significa que en muchos de estos casos que hacen referencia a no encontrar las llaves o a no saber qué iba a hacer cuando iba a la cocina, lo que ha provocado esa sensación de olvido es que no lo hemos aprendido, no hemos prestado suficiente atención a lo que estábamos haciendo.
—¿Son fenómenos que suelen ir asociados a la edad?
—La atención suele jugar una mala pasada a efectos de construir una memoria y que sucedan estos fenómenos. Hay dos situaciones a tener en cuenta. Una, que la atención en el ser humano es muy limitada y muy sensible a verse comprometida por otros factores. Por ejemplo, no haber descansado o estar nervioso, pueden comprometer nuestra capacidad atencional y en consecuencia, nuestra capacidad para recordar. Luego está el otro escenario: el paso del tiempo. Conforme envejecemos, es cierto que van disminuyendo ciertas habilidades; tanto a nivel cognitivo como físico. Es cierto que con la edad es más fácil que sucedan pequeños fallos, pero no es cierto que la edad explique que una persona desarrolle una demencia o un trastorno cognitivo, como algo previsible en el envejecimiento. Son dos cosas distintas.
—Una persona cuenta una situación en la que también estuvimos nosotros, pero su versión de los hechos nada tiene que ver con cómo la recordamos nosotros. ¿Cómo es posible?
—Cuando incorporamos información en la memoria, no estamos guardando una fotografía en un cajón; eso no es memorizar. Si yo guardo una fotografía en un cajón y lo abro dentro de diez años, allí sigue la fotografía. Pero la memoria no funciona así. Incorporas en el cerebro algo muy distinto a lo que ha sucedido ahí fuera y lo haces en un lenguaje que el cerebro es capaz de manejar. Cuando lo intentas recordar, el cerebro va a tener que recomponer ese código con el que lo ha almacenado y volverlo a convertir en una imagen o experiencia. Este proceso de transformación de la información es muy susceptible a interferencias.
—¿Qué son exactamente esas interferencias?
—Para hacer este ejercicio de reconstrucción del recuerdo, el cerebro se nutre de qué es más probable que sucediese o, atendiendo a cómo funcionamos o las cosas qué hacemos, qué es lo más probable que formase parte de ese recuerdo. Involuntariamente incorporamos información en nuestros recuerdos de cosas que realmente, no sucedieron. El cerebro lo hace para que el proceso sea más rápido y ágil, pero pagamos un precio: involuntariamente transformamos una parte de los recuerdos. Aunque nosotros lo vivimos como real, que fue así, cuando lo contrastas con otra persona, muchas veces no cuadra. Pero es totalmente normal. Distinto es cuando una persona vive inmersa en una cascada continua de falsos recuerdos. Eso ya es un escenario distinto que habría que valorar.
—Presencias y alucinaciones, ¿cómo de frecuentes son?
—Según el tipo de alucinaciones, son entre relativa y muy frecuentes en población sana. Por ejemplo, pequeñas ilusiones auditivas como que te parezca haber escuchado tu nombre, que ha sonado el timbre o que te han llamado, son alucinaciones, pero son fenómenos muy autolimitados en el tiempo y muy poco complejos desde el punto de vista de la experiencia. Otros fenómenos como una visión compleja de tener un animal o cualquier ser dentro de casa, ya es completamente distinto. Estas segundas, difícilmente suceden en la normalidad neurológica, pero las primeras que he contado, son muy probables en una persona completamente sana.
También es importante recordar que en determinados momentos del día, sobre todo cuando nos despertamos y cuando nos estamos durmiendo, ahí sí que pueden darse alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas que pueden suceder en personas completamente sanas durante el proceso de transición del sueño a la vigilia y viceversa.
—¿Cómo son estas últimas?
—Hay un escenario, la parálisis del sueño, donde se suelen asociar fenómenos alucinatorios muy complejos, como observar presencias dentro de la habitación, tener la sensación de que algo maligno te observa o incluso que se posa en el techo. Pero fuera de lo que es la parálisis del sueño también hay bastantes personas que explican que en el instante mismo del despertarse o mientras se están quedando dormidas, sin que haya una parálisis del sueño, pueden aparecer seres conocidos en la habitación, notar como una presencia que se tumba al lado de la cama, llegando a notar que esta se hunde, ver siluetas o formas, o figuras incluso monstruosas dentro de la habitación. Esto es un fenómeno, en este contexto de transición vigilia-sueño, que no necesariamente es patológico y que la propia arquitectura neuronal de lo que sucede cuando nos estamos durmiendo o despertando explica el porqué pueden aparecer estas alucinaciones.
—¿La pérdida de un ser querido puede influir en que se sufran este tipo de alucinaciones?
—Sí. Esto es muy interesante. El cerebro humano continuamente se está anticipando a lo que sucede. Es decir, la realidad que vemos y sentimos, en cierta medida, es una realidad anticipada. El cerebro utiliza el conocimiento que ha ido incorporando para reconstruir el mundo que tenemos ahí fuera y así no invertir tantos recursos procesándolo. Cuando alguien o algo deja de existir a nuestro lado, aunque lleve toda la vida, esa ausencia no es inmediatamente incorporada al cerebro. Este ha aprendido, durante todo este tiempo, que esa persona o figura estaba ahí, de modo que la ausencia puede provocar perfectamente una sensación de presencia, porque esa ausencia, ese vacío, el cerebro no lo entiende ni lo integra. Utiliza su experiencia para incorporar la presencia de quien debería de estar allí. Por eso muchas personas que pierden a un ser querido o a un animal de compañía, durante algún tiempo, sienten o llegan a escuchar determinados eventos que tienen que ver con esa persona o ese animal de compañía.
—Si sufro ese tipo de alucinaciones, ¿debería preocuparme?
—Depende mucho. Al final, lo que tiene que ponernos siempre en alerta es el impacto que un síntoma tiene en nuestra calidad de vida y bienestar. Hay determinadas personas que conviven, debido a determinadas condiciones médicas, con alucinaciones. Saben que lo son y eso no supone ningún problema. Cuando el fenómeno alucinatorio se torna muy complejo, muy persistente, la persona vive con miedo a la experiencia de lo que sucede en el marco de la alucinación, y eso va a más, e incluso va perdiendo ese contacto con la realidad, todo esto, inequívocamente, tiene que ponernos en alerta. Y evidentemente, cualquier persona que experimente un fenómeno alucinatorio que nunca antes hubiese tenido, que sea muy intenso, merece la pena valorarlo. No significa que tenga una enfermedad cerebral, pero merece la pena que se valore por qué ha sucedido eso.
—¿Puede existir gente que se sienta cómoda en esas alucinaciones?
—Totalmente. Las alucinaciones no necesariamente son perturbadoras, incluso cuando la persona no reconoce que es una alucinación. A mucha gente no les genera miedo, conviven con ello. Por ejemplo, existen muchas personas mayores que viven en soledad, que cuando hablas con ellas, te explican que por las noches tienen algún tipo de visita, que notan una presencia y no les incomoda. Eso no hay que manejarlo como un síntoma de algo, hay que preocuparse cuando todo va a más o cuando impone una dificultad.
—¿Ver la luz del túnel tiene explicación científica?
—En estos temas siempre suelo añadir que yo no cuestiono la existencia de estas experiencias ni el significado que una persona que las sufre le da, pero como psicólogo me toca intentar encontrarle una explicación. La muerte sucede a diario. Es tan cotidiano que lo hemos podido estudiar muy bien porque a diario fallecen personas en un contexto que permite estudiar qué sucede cuando estamos muriendo. Cuando empezamos a morir, empieza a morir un cerebro. Este no se muere de golpe. Suceden una serie de cosas a nivel cerebral cuando una persona empieza a morir que, teniendo en cuenta lo que sabemos sobre cómo funciona un cerebro, explica por qué las experiencias cercanas a la muerte tienen este aspecto tan estereotipado: la visión de un túnel, con la luz, de revivir escenas de la vida pasada, ver a personas que han fallecido o incluso verse a sí mismos cuando nos observamos flotando en la habitación. Estos fenómenos tienen una sólida base científica y neurológica.
—¿Qué hay de las «corazonadas», también tienen evidencia?
—Según el tipo de corazonada, sí. Si yo miro por la ventana, veo un avión y pienso: «¿te imaginas que cae?» y no cae, esta idea, la olvido. Pero si un día miro por la ventana y pienso: «imaginas que cae» y cae, voy a tener la sensación de que sabía que eso iba a suceder. No, en realidad lo has pensado muchas veces, pero no te acuerdas.
—¿Cuál es el otro tipo?
—Es muy interesante, de hecho tiene un matiz neurológico, que es esa sensación de «mejor no hagas esto» o «no vayas por ahí». Esa intuición, corazonada, tiene una explicación neurológica y científica que la desarrolló muy bien hace algunos años el neurólogo portugués António Damásio; le llaman la hipótesis del marcador somático. Somos conscientes de una pequeña parte de lo que está sucediendo a nivel cerebral. Por ejemplo, ahora estamos hablando y nos damos cuenta de que estamos entendiendo el lenguaje, pero no qué esta sucediendo para que lo entendamos. ¿Esto por qué lo digo? Porque cuando nos estamos relacionando con el mundo, el cerebro está procesando mucha información relativa a lo que está sucediendo ahí fuera y la utiliza para, de algún modo, guiarnos, sin que nosotros nos demos cuenta de que está sucediendo. Cuando yo me meto en una determinada calle y en esa calle hay elementos como un color, una silueta o una música, que en mi memoria, en algún momento, eso tuvo una relevancia, sin yo darme cuenta, mi cerebro estará utilizando esta información para mandar una señal de alerta. No lo vamos a notar como tal, vamos a notar una sensación muy visceral, pero detrás de ella hay una experiencia previa de cómo el cerebro se nutre para ayudarnos a tomar decisiones. Esto es el modo en el que neurológicamente construimos la intuición.
—¿Mejor guiarnos por la cabeza que por el corazón?
—Es verdad que en gran medida, a pesar de que es evidente que en determinadas circunstancias, intentar desplegar razonamiento crítico es una forma muy buena de tomar decisiones, no es menos cierto que esas decisiones que tomamos, entre comillas, metafóricamente hablando, con el corazón, es decir, atendiendo a lo que nos cuentan las sensaciones, suelen ser buenas decisiones. Pero aquí no hay nada de mágico, sino que hay un producto más de cómo se ha construido nuestro cerebro y de cómo toda la información que maneja este, aun cuando no nos damos cuenta, nos ayuda a vivir y a tomar decisiones.
—¿Cómo es el funcionamiento cerebral de los niños?
—A diferencia de otros animales, el ser humano ha desarrollado una habilidad muy característica: ser capaces de autoregularnos. Podemos ajustar nuestra conducta acorde a unas reglas sociales y a unas demandas determinadas. Puedo contenerme aunque tenga mucha hambre y no ponerme a comer porque no toca, o puedo no pelearme con alguien porque no es el momento adecuado. Somos capaces de hacerlo, a diferencia de otros animales, porque hemos desarrollado unas funciones frontales que, básicamente, dependen del lóbulo frontal. Lo que sucede es que estas no se desarrollan por completo hasta los 25 o 30 años. Esto explica cómo y por qué, a lo largo del desarrollo de los niños y adolescentes, aparecen lo que a nivel clínico llamamos conductas hipofrontales, conductas de poca función frontal. En contextos de enfermedad, se pueden sufrir lesiones en el lóbulo frontal. Pero en los niños, no son un síntoma de una enfermedad, son una manifestación de un cerebro que todavía no es capaz de permitir la autorregulación.
—Desnihibición.
—Sí, sin que exista planificación o anticipación, sin que se evalúen correctamente las consecuencias de los actos. Todo esto son funciones que dependen del lóbulo frontal y en tanto el niño no está desarrollado, es totalmente normal y previsible que aparezcan este tipo de conductas. Distinto es cuando estas cobran una envergadura extraordinaria. Esto es lo que nos hace pensar, por ejemplo, en si lo que hay es un trastorno por déficit de atención o hiperactividad u otros problemas del desarrollo. Pero en esencia, estas conductas son normales a lo largo de la vida de los niños y adolescentes.