Mateo Gualdaroni: «Cuando leí esquizofrenia paranoide pensé: "Yo no quiero ser eso"»

SALUD MENTAL

Diagnosticado a los 17 años, este paciente explica que las «alucinaciones auditivas», es decir, las voces, «eran persecutorias»
13 dic 2023 . Actualizado a las 18:34 h.La esquizofrenia es un trastorno mental que afecta a unas 400.000 personas en España. Mateo Gualdaroni es una de ellas. De sus casi 30 años, lleva 13 acompañado de este diagnóstico. Tenía 17 cuando, de la mano de su profesor de Matemáticas de instituto, abrió el sobre que se lo confirmaba: «Leí "esquizofrenia paranoide" y recuerdo que le dije: “Yo no quiero ser eso”, a lo que el tutor le respondió: “Es que tú no eres eso, tú eres mucho más”».
Desde entonces, ha tenido que recorrer un camino de aceptación. De saber lo que hay y aprender a lidiar con ello. Él también representó el estigma contra el que ahora lucha. «Con 13 años, yo podía pensar que alguien con esquizofrenia estaba mal de la cabeza, que eran personas violentas, incapaces de estudiar y trabajar. Era todo una incógnita», explica.
Los primeros síntomas llegaron mucho antes de la mayoría de edad. Explica que empezaron como una «bolita que poco a poco se fue haciendo más grande». Entre los 12 y 13 años, su familia empezó a ver un comportamiento extraño que, en un primer momento, achacaron a la edad. «No quería hablar, hablaba solo, actuaba de forma extraña, me escondía, tenía un miedo desmedido, me autolesionaba y cada vez que salía de casa me ponía la capucha porque empezaba a sentir que la gente me quería hacer daño a través de las miradas», apunta. Tampoco lo contaba, así que su realidad acabó por basarse en que alguien, tarde o temprano, le haría daño.
Las voces llegaron más adelante, después de atravesar un momento complicado con su padre, también paciente de esquizofrenia. «No lo supe hasta que hablé con terapeutas y profesionales, que pensaron que esta situación podría haber sido la desencadenante. Yo, en cambio, lo relacionaba con algo sobrenatural, con algún dios o una divinidad». Precisamente, el trastorno tiene un fuerte componente hereditario, por lo que prevenirlo es casi imposible.
Al escuchar estas «alucinaciones auditivas», explica Mateo, sentía miedo, angustia y terror. «Eran voces persecutorias, me decían: “Sabemos dónde estás”, "te queremos ver”». Esta fue la punta del iceberg, que se había empezado a formar con un sentimiento de soledad, de indefensión, y había crecido hacia algo de mayor magnitud: «Primero me sentía solo, indefenso, después pasas a sentir que la gente te observa y lo relacionas con la violencia. Y en este punto, cuando piensas que todo el mundo te quiere hacer daño, el comportamiento ya se empieza a alterar». Capuchas, sudores y ataques de pánico: «Así fue la evolución de algo tan pequeño. Llegué a creer que podrían entrar en mi mente».
Del terapeuta al psiquiatra, y un ingreso en salud mental
El camino hasta el diagnóstico fue largo. Primero pasó por un terapeuta y luego por un psiquiatra. Con este último, se atrevió a contar la verdad: «Me preguntó: “Mateo, ¿oyes voces? Y yo, con el cuello muy rígido, le dije que sí». Sentía miedo e inseguridad, a partes iguales, a la hora de asumirlo. Acto seguido, le prescribieron una medicación. Unas píldoras de color azul celeste y blanco, «que no hicieron más que empeorar mis brotes», lamenta. Le daban sueño, hambre y cansancio, a la vez que le quitaban las ganas de hacer cosas.
Ante tal reacción, el resultado más inmediato fue el ingreso en un centro de salud mental. Su experiencia es de todo menos agradable. «No sé si desde entonces ha cambiado mucho, pero los ingresos hospitalarios en salud mental no son iguales a los de una dolencia física, no hay tele, no hay visitas y tampoco te dan información». Sentía que estar allí era un castigo, un precio a pagar por haberse portado mal. Al contrario que antes, recibió «tal avalancha de medicación» que, apunta, «parecía que me querían resetear». Siempre dice que con los síntomas se fueron también sus «ganas de vivir». «Tenía la sensación de que era una planta puesta en el medio de un salón».
De un extremo a otro
Afortunadamente, el camino desde entonces no ha sido igual de tortuoso. Ha pasado de la vergüenza al orgullo. Eso sí, con mucho trabajo detrás. En sus redes sociales, @soy_como_el_aire, enseña su día a día, aunque reconoce que no están libres de confusión: «A lo mejor muestro erróneamente una parte muy positiva de la enfermedad: que voy a trabajar, que tengo mis proyectos y que tengo mis amigos. Pero también hay días que pienso: “Maldito este diagnóstico”». No es para menos.
Por un lado, siente que aporta un grano a la causa de dar visibilidad a una enfermedad tan mal comprendida, y por otro, no escapa de la comparación: «Hay veces que veo que no soy como los demás. Por ejemplo, a nivel de historia personal, cuando tú llorabas en tu habitación, yo lo hacía en un hospital de salud mental; cuando tú estabas en el recreo, yo estaba en el psicólogo o cuando tú puedes tomar alcohol, yo no».
Con todo, no desiste en mostrar todo esto. A él le hubiese gustado que el Mateo adolescente tuviese un ejemplo que seguir. Algo distinto a lo que encontró en películas, series, libros o medios de comunicación. Por eso, cuando empezó a asistir a los grupos de apoyo de Amafe, tuvo la sensación de picar en nuevas puertas. «La cabeza me hizo click cuando llegué a la asociación y conocí a gente con esquizofrenia, con psicosis, que tenían amigos, pareja y trabajo», detalla.

Gente con la que compartía etiqueta y con la que, ahora, veía que también podía compartir vida. Así que decidió lanzarse a probar. «No digo que cuando empecé a trabajar me saliese todo bien, porque no es así. O la primera vez que me presenté, me sentía tan nervioso que hasta babeaba. Pero hay cosas que nunca hubiese probado porque directamente no sabía que podía hacerlas», celebra.
Poco a poco aprende a «manejar», que no «controlar», su esquizofrenia. Hubo momentos en los que no podría haber hecho lo que hace en la actualidad, que no podría hablar de sus problemas, o tan siquiera, salir a la calle. «Desde las voces que no podía manejar, hasta sentir los complots, que todavía los percibo, y que he aprendido a llevarlos mejor gracias a la terapia, a una medicación efectiva, a un psicólogo que me ve como una persona y al apoyo de mi familia».
Precisamente, agradece la ayuda de sus seres queridos. «Estuvieron cuando no tenían que estar, porque he tenido reacciones muy malas de las que no estoy orgulloso», lamenta. Ahora, solo quiere saber de dónde venían para que no se repitan. «Pienso que toda esa rabia y malestar no los causaba la esquizofrenia, sino el no sentirme como los demás». Algo que su línea de tiempo le ayudó a comprender.
Crear un espacio de confianza y comprensión
Pedir ayuda en esta situación no es tan fácil como parece. Hubo momentos en los que no respondía a las preguntas de la gente, que las evitaba y se escondía, o vomitaba. Un comportamiento raro que su familia castigaba sin conocimiento de la enfermedad. «Me hubiese gustado que ellos supiesen que ahí yo estaba sufriendo. Creo que se debe a la falta de conocimiento que hace que la gente se desespere, que aparezca el aislamiento o el abandono, el cual en mi caso no llegó pero en otros sí». A veces, Mateo siente que no se habla lo suficiente de su trastorno, «que solo están la ansiedad o la depresión, pero nosotros también caemos en el saco de salud mental», reclama.
Crear grupos de apoyo son fundamentales para alguien con esquizofrenia. «Mis amigos saben que yo no bebo alcohol y no me presionan, saben que necesito mi espacio y mis tiempos, y lo respetan», cuenta. En su caso, la asociación le ha ayudado a exteriorizar, «y a contar lo que tengo». Por su parte, su familia también ha tomado parte de sus dinámicas: «Muchas veces se piensa que solo tiene que cambiar la persona con el diagnóstico y no es así. La familia, si de verdad quiere crear un vínculo, también tiene que hacer click», comenta. Su caso es ejemplo. Su madre solía decía que era Mateo quién debía ir a terapia, «y si bien es cierto, ellos pueden variar su forma de hablar, su manera de entender las cosas, de comunicarme, y de escucharme», cuenta. Algo que, no sin esfuerzo, han trabajado entre todos.