Mi historia tratando de dejar los psicofármacos: «Empecé a sentir 'calambres' en la cabeza que iban y venían»
SALUD MENTAL
En el año 2020 comencé con síntomas de ansiedad y fui rápidamente medicado, desde entonces acumulo varios intentos fallidos para abandonar la medicación
12 dic 2023 . Actualizado a las 14:04 h.He sido una persona ansiosa desde que puedo recordar, pero en el año 2020 me convertí también en una persona con ansiedad. Menuda novedad, dirán; otro soldado caído de una pandemia que resultó ser doble. Otro nombre en la enorme lista de prescripciones de psicofármacos. De lo que aquí se ve, ni la foto es real, ni tampoco soy anónimo —se ve que todavía no me he librado del todo del estigma—, pero mi historia es tal cual se la cuento.
Antes de que apareciesen los primeros casos de covid en España, antes de aquella comparecencia del presidente del Gobierno y del encierro, yo no sabía absolutamente nada sobre qué era en realidad la ansiedad. Obviamente lo había escuchado, pero no era más que un concepto abstracto. Han sido unos años en los que hemos progresado muchísimo en la pedagogía de este problema, esa es la verdad.
¿Cómo empezó mi ansiedad?
Entre tanta fase, tanta desescalada y nuevas normalidades, me bailan las fechas. No sabría ubicar el momento exacto en el que empezó. Pero sí recuerdo sentir mucho miedo por todo lo que estaba pasando. Vivo con una enfermedad crónica y desconocía si esta me hacía formar parte de ese grupo de personas «con patologías previas», una coletilla que acompañaba a casi cada muerte producida por el covid. Yo no tenía ni idea, pero lo realmente desconcertante era que nadie parecía saberlo. Cuando algo no se sabe, si no hay respuestas, se especula, se rumia. Un terreno perfecto para que la ansiedad crezca. Y si lo que se rumia es, directamente y sin adornos, si vas a morir o no, todavía más.
No recuerdo el cuándo, pero sí el cómo. Podía ignorar una taquicardia, mis cada vez más frecuentes faltas de aire, pero no pude con sentir que tenía problemas para tragar. Por ahí salió todo. Era como si tuviese un nudo en la garganta de manera crónica. ¿Sabéis cuántas veces tragamos saliva al día? Os aseguro que muchas. Cada vez que tragaba, más convencido estaba de que algo terrible me estaba pasando. Intenté ignorarlo, pero tragar saliva y sentir que no podía hacerlo se convirtió en el centro de mi vida. En otro momento y otro contexto, tal vez se me hubiese olvidado metido en una conversación con amigas o jugando al parchís. Yo que sé. Pero eso no pasó porque estaba encerrado, ni siquiera podía salir a la oficina a 'distraerme' —personalmente, el teletrabajo me mató—. Por no hablar de que, por muchas ganas que tuviese de pisar asfalto, la amenaza de morir por covid —real o no— estaba ahí. Ahora lo leo y me río del increíble nivel de drama que contiene la frase. Pero era lo que estaba en mi cabeza. Ni me avergüenzo ni me culpo. En vez de olvidarlo, comencé a sufrir despersonalización, un síntoma de la ansiedad que no sabía ni que existía y que puede resultar terrorífico. Fue la gota que colmó el vaso.
La llamada al médico
Mi pareja me convenció para ir al médico cuando mi cabeza era ya un hervidero. Bueno, para pedir cita telefónica, otra consecuencia de la pandemia. Creo que, si en materia de salud mental el primer punto de auxilio debe ser la atención primaria, las citas telefónicas no lo ponen fácil. Pero esto es una opinión personal al margen del relato. No recuerdo la literalidad de la frase que le dije a la médico, pero fue algo parecido a «me pasa al tragar, estoy asustado de que pueda ser cáncer de garganta». Así soy yo, optimista por naturaleza. La doctora me explicó que esos no eran los síntomas de un tumor y que lo que yo tenía era ansiedad, lo mismo que sospechaba mi pareja, que ya tenía experiencia en convivir con ella.
Me recetó la pauta habitual en cuadros de ansiedad generalizada: ansiolíticos (bromazepam) y antidepresivos (citalopram). 'Antidepresivos', que así se les llama a los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS) aunque, además de la depresión, también estén indicados para combatir la ansiedad. Iría aumentando las dosis para luego reducirlas antes de retirarlos. Se me aviso de que el proceso iba a ser largo porque aunque los efectos de los ansiolíticos son inmediatos, los de los ISRS, no. Ella me llamaría en un par de semanas para ver qué tal avanzaba mi tratamiento. Sabía que iba a ser largo, pero nunca imaginé que tanto.
La mejoría
Con todos los recelos que podía tener ante los ansiolíticos, que sabía que tienen poder adictivo, la medicación supuso un antes y un después. Mis síntomas desaparecieron y la ansiedad dejó de ser el centro sobre el que orbitaba todo mi mundo. Funcionaron, no puedo decir otra cosa.
Cumplí estrictamente con la pauta marcada con el bromazepam. Primero aumenté y luego disminuí. Me llamó el médico de cabecera para saber qué tal, le dije que bien y pactamos aumentar la dosis. Me quedaba un mes y pico por delante con el citalopram. Luego había que retirarlo. Y ahí fallé. El primer 'culpable' soy yo. Lo tengo clarísimo. Pero no es tan fácil dejar una medicación que te hace estar 'bien'. El miedo de volver a estar como antes es una espada de Damocles. Al final, ¿qué esfuerzo genera tomar una pastilla al día que cuesta cincuenta céntimos en la farmacia? Creo que aquí es donde todos tropezamos, que esa es la razón por la que a tanta gente le cuesta dejarlo. «¿Y si vuelvo a lo de antes?». En la balanza de beneficios y riesgos, no parece tan mala opción seguir igual si estás bien. Y un poco más. Y un poco más. Somos muchos en esta situación, en mi círculo cercano hay personas que llevan cinco años tomando citalopram.
Los meses pasaron. Actualmente llevo tres años tomando antidepresivos. Las recetas se caducan cada tres meses, pero te las renuevan sin preguntar por qué sigues con el tratamiento. Lo he intentado dejar varias veces y no lo he conseguido, aunque estoy metido de lleno en un nuevo intento que parece prometedor. En parte, porque cada vez estoy más convencido de que debo hacerlo. En este tiempo he leído mucho sobre esta medicación, que actúa sobre un supuesto desequilibrio químico en los neurotransmisores de la serotonina. Muchas voces insisten en que no existe evidencia científica concluyente de que el desequilibrio químico del cerebro sea el causante de los trastornos mentales. También muchos exponen los efectos secundarios tras abandonarlos, el llamado efecto rebote; algunos incluso llegan a referirse a un síndrome de abstinencia. También los estudios muestran que, tras un tiempo, sus beneficios parecen diluirse y que entra en juego el efecto placebo. No lo sé. Ni soy experto ni se me ocurriría recomendarle a nadie que los tome o los deje de tomar. Pero yo quiero hacerlo. Y me está costando más de lo que hubiera podido pensar.
El efecto rebote
Iba de sobra avisado —por médicos y farmacéuticos— de que la pauta de deshabituación es fundamental; reducir las dosis para poder dejar un psicofármaco. Pero estaba harto. Soy una persona testaruda que tiene un toque de soberbia y me pareció que eso de ir poco a poco era para personas sin fuerza de voluntad. Así que opté por el brillante plan de, simplemente, dejar de tomar la pastilla por las mañanas. Estaba dispuesto a estar un poco peor un tiempo, ya se pasaría. Los dos o tres primeros días fueron bastante bien, pero a partir de ahí me aplastó la realidad. La ansiedad volvió multiplicada, haciendo que por momentos sintiera que estaba fuera de la realidad —creo que a esto se le llama desrealización—. Con el rabo entre las piernas, volví a tomarlos. Primer fracaso.
Como ya he dicho, soy una persona testaruda hasta el absurdo, así que, pasado un tiempo prudencial —eso me pareció— que se caracterizó por mi falta de disciplina en el tratamiento —tomaba la pastilla un día sí, dos no, tres sí, uno no— volví a intentar dejar la medicación de la misma forma: de golpe. Suena estúpido, lo sé, pero confié en que la aleatoriedad con la que me había acostumbrado a tomar las pastillas funcionase como una pauta de deshabituación improvisada. Pero lo que pasó fue que empecé a sentir síntomas físicos. No sé por qué, supongo que los inhibidores selectivos de recaptación de serotonina producen alteraciones en las hormonas o neurotransmisores del cerebro. El caso es que empecé a sentir una especie de 'calambres' en la cabeza que iban y venían, una sensación extrañísima. La verdad que, para lo raro que suena, no me asusté demasiado. Pero decidí que era hora de asumir que este no podía ser el camino, que había 'fracaso' otra vez si es que quisiese verlo así, vuelta a empezar.
A la tercera...
Mi pauta era para un mes y llevo tres años. De entre los muchos errores que cometí y estoy cometiendo, está el de no estar metido en psicoterapia. Estoy convencido que ese tiene que ser mi camino, pero por tiempo y dinero de momento se queda en eso: en convencimiento. Y con las pastillas voy tirando. He reducido la pauta y con medio comprimido cada tres días estoy estable y con la sensación de que el objetivo de retirarlos por completo se va acercando. Veremos si lo consigo, pero de momento pinta bien.
Con todos mis errores, que asumo, también tengo una visión crítica. Ya sé cómo está la atención primaria, no culpo a estos profesionales de la medicina que bastante tendrán y que les ha caído un melón que quizás no debería ser suyo, pero la falta de seguimiento de los casos es obscena. Además, el acceso a la terapia psicológica no puede recaer en los bolsillos de la gente, que también bastante tenemos tal y como está el patio. Sí, podría haber sido más insistente y solicitar el acceso a un profesional de la psicología de la sanidad pública, pero conozco casos que han llegado hasta ahí y el resultado ha sido frustrante. ¿De qué me vale contarle mis problemas a una persona cada tres meses? Es más, ¿qué sentido tiene que la persona que me atienda en mi primera cita no sea la misma que en la segunda? Con todos los respetos a los triglicéridos, no estamos hablando de niveles de colesterol. Nos sorprendemos de la cantidad de gente que está medicada, pero es que ante la alternativa, es casi la mejor opción.
Tengo esperanzas. He aprendido mucho sobre mí y sobre psicofármacos. Pero lo he tenido que hacer a la fuerza. Tiene que haber alternativas. La apuesta por la salud mental no debe ser solo un titular bonito. Somos muchos los que estamos en esta situación. Y no sería tan grave de no ser porque el número va a más.