Vicente Garrido, criminólogo: «No hace falta ser un psicópata para cometer un homicidio o asesinato»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Vicente Garrido, catedrático de Criminología de la Universidad de Valencia y autor, junto con Nieves Abarca, de la saga de novela negra que dio comienzo con «Crímenes Exquisitos».
Vicente Garrido, catedrático de Criminología de la Universidad de Valencia y autor, junto con Nieves Abarca, de la saga de novela negra que dio comienzo con «Crímenes Exquisitos».

El catedrático de criminología y psicólogo explica que el caso de Daniel Sancho ha sorprendido más porque «tiene relación con gente conocida y nadie hacía prever que iba a actuar de ese modo»

01 sep 2023 . Actualizado a las 16:26 h.

El interés por el crimen «nace con la propia sociedad», reconoce Vicente Garrido, psicólogo y catedrático en Criminología de la Universidad de Valencia, cuando se le pregunta si es cuestión de morbo (o no) el revuelo causado por el asesinato de Edwin Arrieta, cuyo autor confeso fue el español Daniel Sancho.

Garrido, que además de ser un reconocido experto internacional en la criminología violenta, también es autor, junto con Nieves Abarca, de la saga de novela negra de Crímenes Exquisitos, ha sido consultor de Nacional Unidas y ha trabajado, en diferentes casos, con la policía y administración de Justicia. El profesional establece el límite en todo homicidio que cualquier persona podría llegar a cometer, y aquel que solo un pequeño grupo de personas es capaz de llevar a cabo. Estatus, dinero o celos son algunas de las razones para justificar que no todo asesino, tiene que ser un psicópata. 

—¿Por qué piensa que, como sociedad, puede causar tanta sorpresa el crimen de Daniel Sancho?

—No todos los crímenes nos interesan igual. Si el asesino del médico colombiano hubiera sido un sujeto del todo desconocido hubiese causado mucho menos interés. Como sociedad, prestamos más atención a aquellos casos en los que el supuesto autor es alguien con estatus, o famoso o tiene relación directa con gente conocida y del que nada hacía prever que iba a actuar de ese modo. Por ello, también son muy noticiables los homicidios perpetrados por niños o, por ejemplo, sacerdotes, profesores universitarios o políticos. La sorpresa es muy poderosa y esto, naturalmente, concita nuestro interés, que se ve aumentado por las peculiaridades del hecho. Cuanto más extremo es el crimen más nos interesa, porque es mayor la desviación acerca de las expectativas de lo que se espera de alguien que, aparentemente, no había mostrado ningún indicador de ser violento. Si Sancho se hubiera limitado a pegarle un tiro hubiera sido noticia, desde luego, pero su interés sería mucho menor.

—¿Es normal que genere tanto interés o es cuestión de morbo?

—El interés por el crimen y las pasiones que se esconden detrás de este nace con la propia sociedad. Ya en el siglo XII, el Cantar de Mio Cid mostró la importancia de introducir la vejación (violación y torturas) de sus hijas a manos de los infantes de Carrión para dar dramatismo a la épica del Cid. Con el paso del tiempo, antes del nacimiento de la prensa, los juglares van recitando los crímenes más notables en su peregrinar por los pueblos y aldeas. En el siglo XVIII se popularizan en diversos lugares de Europa los folletos que dan cuenta de las ejecuciones, en los que se incluyen supuestas confesiones de los ajusticiados. En el XIX, la existencia de una prensa cada vez más rápida en su distribución en el público comprende que nada capta más el interés que un “buen” asesinato. El caso de Jack el Destripador es el ejemplo del crimen sensacional como epicentro de las noticias: es el primer asesino serial de la modernidad que alcanza fama mundial. ¿Por qué tendría que interesar a alguien que vive en París o en Nueva York que alguien cometa crímenes horribles en Londres? Porque está en nuestra naturaleza prestar atención a aquellos fenómenos que, en caso de estar nosotros en el lugar y sitio equivocados, podría convertirnos en las próximas víctimas. 

—¿Una preocupación inevitable?

—Interesarse por el crimen es un modo en que nuestra especie aprende a sobrevivir; con la experiencia vicaria del asesinato del otro adquirimos una información muy valiosa que quizás pueda sernos muy útil en el futuro, por improbable que esta amenaza sea.

—El desmembramiento es algo poco frecuente. Un estudio, publicado en el Journal of Interpersonal Violence, analiza las veces que se cometió en Reino Unidos desde 1975 a 2004 y este solo representa al 0,4 % de los homicidios. Sin embargo, ¿cómo es posible que se llegue a este punto? Choca de lleno con la idea, propia de nuestra cultura, de no profanar el cuerpo de un fallecido.

—Como indicas, el descuartizamiento es una conducta muy poco frecuente por varias razones. La primera es que es exigente físicamente e implica problemas logísticos considerables, como dejar posibles restos biológicos en la escena del crimen, así como el desplazamiento del cadáver y su ocultación o desaparición. La segunda son los costos psicológicos: existe un poderoso tabú contra la profanación de los cadáveres; la mayoría de la gente se siente inquieta con tan solo mencionar la muerte, así que piensa en lo que supone estar varias horas despedazando un cuerpo. Hay una violencia moral brutal que ha de controlarse, y eso no está al alcance de muchos. Por ejemplo, recuerdo que el psiquiatra convicto por el homicidio de Nagore Lafage en Pamplona, un caso bien conocido, declaró en el juicio que intentó desmembrar el cuerpo de Nagore pero que después de cortar uno de sus dedos, dijo: «Me faltó el valor para seguir».

—Y aún así, a veces sucede. ¿Por qué?

—Las razones para descuartizar el cadáver son tres. La primera y fundamental es evitar ser incriminado. Si se hace desaparecer el cuerpo toda la investigación policial se complica mucho, como bien sabemos. Junto al móvil de quedar impune, en psicópatas y asesinos en serie puede añadirse la gratificación emocional que puede generar realizar este acto, debido a que forme parte de un ritual necrofílico o sádico. Y finalmente, el crimen organizado realiza este acto como forma de marcar su territorio y dar mensajes acerca de su poder a sus competidores o enemigos.

—¿En qué niveles se encuentra la reinserción de un asesino sin un perfil psicopático?

—Los homicidas primerizos que no forman parte de una mafia o de la subcultura criminal y que no son adictos al alcohol o las drogas, en general, tienen un buen pronóstico. El homicidio se debió a una serie de circunstancias que difícilmente volverán a repetirse.

—Precisamente, ¿qué diferencia la psicología de un individuo que asesinó a alguien, de la de una persona descrita como un psicópata? En numerosas entrevistas usted ha dicho que se ha encontrado con muchos frente a frente. 

—La psicopatía y el asesinato son dos cosas muy diferentes. La primera es un modo de ser, un tipo de personalidad, que se caracteriza (en su presentación plena) por actuar de modo despiadado sin que “se le vea venir” debido a su capacidad para engañar y manipular. La falta de conciencia y de empatía les permite planificar sus actos dañinos, aunque en ocasiones pueden actuar tras estallidos de ira. Este tipo de personalidad está muy asociado con los criminales más prolíficos, versátiles y peligrosos (por ejemplo, la mayoría de los violadores y asesinos seriales lo son), pero no puede decirse que la mayoría de los delincuentes o de los que matan lo son, porque no es cierto.

—¿Por qué?

—Por dos razones. La primera es que, a pesar de la asociación entre psicopatía y delito, la gran mayoría de los psicópatas son integrados, es decir, no cometen delitos (al menos de relevancia), y mantienen una fachada de normalidad ante los que no los conocen, si bien sus actos son inmorales y marchitan la vida de quienes están bajo su control, ya sea en el trabajo o en la familia. La segunda es que la gente puede matar por muchas razones, y en general estas son de tipo emocional, como ocurre con los celos, la envidia, los arrebatos de ira, la lujuria, sentirse acosado o perjudicado gravemente por alguien;, adquisitivo, por dinero o bienes; o por estatus, por ejemplo, en una banda o en una secta. Estas son pasiones humanas del todo ordinarias, y no hace falta ser un psicópata para cometer un homicidio o asesinato.

—Pienso en el perfil de un asesino en serie, ¿qué motivos pueden estar detrás que le llevan a cometer varios crímenes? 

—Un asesino serial, esa persona que mata a dos o tres en momentos temporales diferentes en medio de los cuales el sujeto regresa a su vida ordinaria y lo hace como resultado de la gratificación emocional que recibe por el asesinato, persigue una fantasía que generalmente ha empezado a elaborar de adolescente. Debido a su psicopatía, que les impide vincularse emocionalmente con los demás, encuentran en el hecho de dominar y controlar totalmente a sus víctimas su auténtica naturaleza, su propósito existencial. En un libro que saldrá en octubre que he escrito con Virgilio Latorre (El monstruo y el asesino en serie, Ariel) explicamos que la carrera de un asesino serial es su esfuerzo persistente por encontrar su auténtica naturaleza, que puede resumirse como la de alguien que vive a costa de la muerte de su víctima, lo que le sitúa en el ámbito del vampirismo, ya que los vampiros han de matar para seguir siendo un “ no muerto”.

—¿Qué sucede en la mente de un asesino?

—En criminología solemos decir que existen dos tipos de homicidios: los reactivos y los instrumentales. Los primeros son los que tradicionalmente la prensa ha calificado de “emocionales”, que surgen como consecuencia de un descontrol emocional. Es lo que sucede en muchos de los típicos homicidios producto de altercados: encuentros con gente que nos desagrada a los que se sigue una acalorada discusión, y en parte de los homicidios de pareja. Contrariamente, los instrumentales son premeditados, y están al servicio de un fin que ha sido meditado: este puede ser adquirir bienes, deshacerse de alguien a quien odiamos o nos frustra en una meta importante, o bien lograr su control para nuestro disfrute emocional (la violación que llega a su clímax con el homicidio) o asegurar nuestra impunidad, como ocurre en el homicidio que sigue a una agresión sexual para que la víctima no pueda identificarle.

—En ocasiones, vemos asesinatos machistas en los que el asesino se marcha del lugar del crimen pero, al final, acaba entregándose. ¿Hay una explicación detrás de este vaivén de posiciones?

—Como es lógico, los homicidios reactivos o emocionales conllevan una reflexión mínima, y es en esos casos donde es más probable que la mente del homicida se “nuble” y actúe de un modo que después, probablemente, lamentará. En el caso del homicidio premeditado está claro que el sujeto ha tenido tiempo para pensar, no solo en el mejor modo de llevarlo a cabo, sino también para quedar impune (aunque esto muchas veces se realiza de forma muy incompetente).

—En 1994, la Universidad de Pensilvania realizó escáneres cerebrales a asesinos para entender su criminalidad violenta. La investigación comparó a 41 asesinos convictos, con un grupo de control “normal” de 41 personas de perfil similar, y encontró que los asesinos tenían una reducción significativa en el desarrollo de la corteza prefrontal. ¿Tiene sentido?

—En general, los estudios de la neurociencia aplicados a los psicópatas muestran patrones diferenciados de activación cerebral por lo que respecta a su capacidad de sentir emociones morales como la empatía o la compasión. Esto significa que los inhibidores más poderosos de la violencia (porque nos socializamos aprendiendo a asociar el daño del otro con ansiedad y miedo gracias a que disponemos de esas emociones) están ausentes en ellos. Ahora bien, dicho esto, hay que decir que no todos los estudios han llegado a las mismas conclusiones, y la existencia de esa inconsistencia en la investigación nos impide afirmar que este sea el origen cierto de la psicopatía.

—Pero, ¿una persona que comete un asesinato varía en niveles de empatía, de inteligencia o de gestión emocional al común de la población?

—Si estamos hablando de un asesinato (un homicidio premeditado agravado por la alevosía, por ejemplo), está claro que, como he dicho, se trata de un comportamiento que en una sociedad avanzada, como es Europa, está al alcance de unos pocos. Está claro que se trata de alguien que al menos ha sabido anular la empatía hacia la víctima (porque puede mantenerla para otra mucha gente) en aras de conseguir su propósito. Un perfecto ejemplo es la película Match Point, de Woody Allen, en la que un hombre mata a una ex amante para que no interfiera en su ascenso social. El asesino tiene lazos afectivos reales con mucha gente, pero para cometer este acto tuvo que cosificar a su víctima y dejar de lado sus escrúpulos.

—¿Hasta qué punto influye el ambiente a la hora de cometer un asesinato? Me refiero al nivel socioeconómico, a la crianza o a la relación con otras personas. 

—En general, no obstante, podemos decir que unas condiciones de crianza deficitarias hacen más posible cometer un asesinato, ya que hace más difícil generar los recursos cognitivos (pensar en las consecuencias) y morales que inhiben el deseo de matar a un semejante.

—En cuanto a la reacción de la sociedad, vemos casos en los que algunos asesinos despiertan fascinación entre la gente. ¿Cómo es posible?

—Desde luego hay asesinos que capturan nuestro interés y pasan a ser iconos de la cultura. Hay varias razones de esto, pero el común denominador es que nos sorprenden y nos provocan horror y en ocasiones repugnancia. Por eso gente como Landrú, el Destripador, el Zodíaco, Ted Bundy y un largo etcétera han sido objeto de un prolongado tratamiento en la cultura occidental. En ciertos sentidos son casos excepcionales, bien por ser pioneros, por sus métodos, por su capacidad para evitar la captura, etc. Cualquiera puede comprender por qué Jeffrey Dahmer suscitó tanto interés. ¿Cuántas veces conocemos a un tipo que mata a sus amantes de una noche, los descuartiza y luego se los come? Te puedo asegurar que nadie hará un documental del tipo que ha matado a otro en una pelea de bar estando borracho, si solo hay eso que destaca en su vida. Pero si matas en compañía de tu hija a la presidenta de la Diputación de León (como narra la docuserie true crime Muerte en León) eso es otra historia: la víctima y las asesinas son muy improbables, nos sorprenden y nos causan estupor. ¡Esa es una historia tremenda!

—Es una historia tremenda pero hay gente que llega a enamorarse o a sentir atracción por delincuentes. Hablo de la hibristofilia. En los casos en los que este tipo de atracción está presente, ¿el asesino tiene un perfil concreto?

—Exacto. Hay gente que, debido a sus carencias personales, presta una admiración exagerada y persistente ante ciertos asesinos, lo que cae fuera de la normalidad. Que nos interese saber quién fue el Zodíaco y leamos todo lo que podamos sobre él no puede ser una pasión que te consuma, como por cierto le ocurre al personaje de la película de David Fincher Zodiac. No obstante, aquí había una pasión profesional hecha obsesión. En cambio, en todos los fans de los serial killer hay una desviación notable del juicio moral, cuyo origen hay que situarlo, generalmente, no siempre, en un desarrollo inadecuado de su personalidad.

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.