El mayor estudio de la felicidad en el mundo: «Las buenas relaciones nos mantienen más sanos y felices. Punto»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Las buenas relaciones (sean de amistad, de pareja, familiares o laborales) son el principal predictor de la felicidad en la vida adulta, concluye el Estudio Harvard del Desarrollo Humano.
Las buenas relaciones (sean de amistad, de pareja, familiares o laborales) son el principal predictor de la felicidad en la vida adulta, concluye el Estudio Harvard del Desarrollo Humano. La Voz de la Salud | iStock

Tras 84 años trabajando para determinar qué es lo que nos hace más felices, el Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos concluye que las buenas relaciones son, con mucha diferencia, la gran clave

22 mar 2023 . Actualizado a las 17:08 h.

Si preguntamos qué es lo más importante para que, en nuestros últimos momentos en este planeta, podamos mirar atrás y sentir la satisfacción de que hemos tenido una buena vida, la respuesta será prácticamente unánime: la felicidad. Es el ideal más alto al que aspiramos. Es su búsqueda la que guía nuestras decisiones y la posibilidad de su pérdida, la fuente de nuestros mayores miedos. Según la ciencia, la felicidad es tan importante que influye incluso en nuestra salud física. Las personas más felices son también, en todo el mundo, las que viven más años y con una mejor calidad de vida. Pero ¿qué significa ser feliz?, ¿qué nos hace ser felices?

Estas son las preguntas que motivaron el Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos, la investigación longitudinal más extensa, profunda y rica que se ha realizado sobre la felicidad humana. Iniciado en el año 1938, en medio de la Gran Depresión, el proyecto continúa en desarrollo en la actualidad y ha analizado a tres generaciones de participantes con un método que ha ido evolucionando y ampliándose, y que sigue haciéndolo. El amplio estudio ha abarcado a personajes históricos como el presidente John Kennedy, que fue uno de los sujetos examinados. En estos momentos, el proyecto cuenta con 1.300 descendientes de los 724 participantes de la investigación original.

A 84 años de su comienzo, el estudio avanza bajo la dirección del psiquiatra Robert Waldinger, director del Centro de Terapia Psicodinámica de Investigación del Hospital General de Massachusetts, y el psicólogo Marc Schulz, profesor de psicología en el Byrn Mawr College. Los expertos han puesto a disposición del público los hallazgos más importantes de este contundente estudio en el nuevo libro Una buena vida (Planeta, 2023), que traza el mapa a seguir para sentir esa satisfacción vital que todos buscamos. Los autores entrelazan las claves para la felicidad sostenida y duradera a lo largo de los años con las experiencias de algunos de los participantes de distintas generaciones de la investigación.

Las claves de la felicidad

Waldinger y Schulz no se andan con rodeos. En una de las primeras páginas de la introducción de su libro hacen un spoiler y enuncian la gran conclusión del Estudio Harvard tras más de ocho décadas de trabajo continuo. «Hay un factor crucial que ha destacado por su consistencia y por el poder de sus vínculos con la salud física y mental y con la longevidad», observan. «Hay algo que demuestra una y otra vez su amplia y duradera importancia: las buenas relaciones», anuncian.

De hecho, insisten los investigadores, «las buenas relaciones son tan significativas que si tuviéramos que reducir los ochenta y cuatro años del estudio a un único principio, a una inversión vital apoyada por hallazgos similares en una amplia variedad de otros estudios sería este: las buenas relaciones nos mantienen más sanos y felices. Punto». De modo que, si vamos a tomar una única decisión que esté garantizado que nos vaya a mejorar la salud y la felicidad, la ciencia dice que debería ser cultivar buenas relaciones. Ahora bien, ¿qué significa esto?

Para poder relacionarnos con los demás, hay que entender primero cuáles son las cosas que nos hacen sentir solos. Cabe aclarar que, como señalan los autores, «el número de personas que conoces no determina necesariamente tu experiencia de conexión o soledad. Tampoco lo hacen tus condiciones de vida ni tu estado civil. Puedes sentirte solo en medio de una multitud y puedes sentirte solo en un matrimonio. De hecho, sabemos que los matrimonios muy conflictivos y con poco afecto pueden ser peores para la salud que un divorcio». Esta última conclusión se apoya en el libro Loneliness, de los neurocientíficos John Cacioppo y William Patrick, publicado en el 2008.

En cualquier caso, lo que importa es la calidad de estas relaciones. «Hablando claro, vivir rodeado de relaciones cariñosas protege nuestro cuerpo y nuestra mente», afirman Waldinger y Schulz. Esto es importante además porque, tal como señalan los expertos, «los humanos somos malos en el pronóstico afectivo», es decir: no somos capaces de determinar cómo nos va a hacer sentir una interacción o una conexión con alguien antes de experimentarla. Así, muchas veces, acabamos por sobreestimar las complicaciones posibles de acercarnos a alguien, pero infravaloramos los efectos beneficiosos que podría tener hacerlo. Este es el mecanismo que lleva a que, en el día a día, nos vayamos distanciando de las personas que queremos.

¿Cómo podemos mejorar esas relaciones? Los autores del estudio destacan la importancia de algunos conceptos que nos pueden ayudar en este ámbito. Por ejemplo, la curiosidad, entendida como un deseo genuino de prestar atención plena a la persona con la que estamos compartiendo tiempo en el momento presente, puede ser útil para evitar los prejuicios y propiciar la intimidad y la apertura.

Otra idea clave en este sentido es el afecto físico. En el libro, los autores hacen una lectura de los resultados de varios estudios con resonancia magnética en los que se vio que, cuando los participantes le daban la mano a alguien con quien tenían una relación cercana, esto no solo calmaba la actividad de los centros del miedo en su cerebro y reducía su ansiedad, sino que disminuía el dolor que los participantes sentían al recibir una pequeña descarga. «La frecuencia y la calidad de nuestros contactos con otras personas son dos de los principales predictores de la felicidad», concluyen los investigadores.

Esto es especialmente complejo en un mundo dominado por las redes sociales, en el que las interacciones virtuales son mucho más frecuentes que las presenciales, y la tendencia es a que esto se acentúe. Cabe preguntarse si es posible mitigar los efectos negativos de esta tendencia. Afortunadamente, señalan Waldinger y Schulz, tenemos datos sobre esto. Así, explican, «la forma en la que los individuos emplean las plataformas importa». En este sentido, interactuar es clave cuando usamos las redes sociales. «Un estudio muy influyente mostró que quienes usan Facebook de forma pasiva, solo leyendo y deslizando la pantalla, se sienten peor que quienes interactúan activamente, poniéndose en contacto con otros y comentando sus publicaciones». Estos hallazgos han sido replicados en varios estudios, así que ya es oficial: dejar un comentario, siempre que sea en tono amigable, es buena idea.

Por último, Waldinger y Schulz nos animan a no subestimar el valor de las relaciones «poco importantes». Por contradictorio que parezca, estas no se pueden menospreciar. Hablamos de relaciones que muchas personas no catalogan como «amistad», pero que aun así son valiosas en términos de nuestra felicidad: las que tenemos con nuestros vecinos, con los comerciantes del barrio a los que vemos cada día cuando vamos a por el pan, con los camareros que nos ponen el café o los desconocidos que comparten nuestro trayecto en el tren. De hecho, un estudio mencionado en el libro mostró que quienes establecían contacto visual y conversaban o generaban una interacción social con estas personas periféricas salían sintiéndose mejor. «Resumiendo, tener un intercambio amistoso con un desconocido sube la moral», concluyen.

Ocho décadas de estudio

El Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos nació en Boston, en medio de los intentos por establecer proyectos como el New Deal o la Seguridad Social. En un contexto en el que crecía el interés por entender qué factores contribuían a la prosperidad de la vida humana, dos grupos de científicos de Boston, que no tenían relación entre sí, lanzaron iniciativas que seguían de cerca a dos grupos de jóvenes muy distintos.

El primero era un grupo de 268 alumnos de segundo año de la Universidad de Harvard, que fueron seleccionados por sus altas probabilidades de convertirse en hombres sanos y socialmente integrados. El proyecto estaba liderado por el nuevo profesor Arlie Bock, que quiso alejarse de las investigaciones centradas en qué cosas empeoraban la salud de la gente y estudiar, en cambio, qué la mejoraba.

El otro proyecto se proponía analizar a un grupo de 465 jóvenes provenientes de los barrios marginales de Boston de 14 años que habían sido elegidos para el estudio porque, a diferencia de sus coetáneos, habían logrado no caer en la delincuencia. Este estudio estaba a cargo de Sheldon y Eleanor Glueck, abogado y trabajadora social, respectivamente. Ellos querían entender qué factores vitales prevenían la delincuencia.

Ambos estudios empezaron por separado y con objetivos diferentes, pero acabaron uniéndose y hoy constituyen el Estudio Harvard. Una investigación pionera que, mediante una gran cantidad de preguntas y visitas periódicas a los numerosos participantes y sus familias para entrevistas en profundidad, ha construido una base de datos de un volumen excepcional. Pero lo interesante de este estudio no es solo el tamaño de la muestra. Lo más interesante de todo es que esta investigación da cuenta de una dimensión que es poco frecuente estudiar, porque requiere de recursos con los que no cuentan todos los equipos de investigación: el tiempo.

Puntos ciegos

Como reconocen Waldinger y Schulz en el libro, «todos los estudios son producto de su época y de los seres humanos que los ejecutan. En el caso del Estudio Harvard, estos seres humanos eran mayoritariamente blancos, de mediana edad, con educación superior, heterosexuales y hombres. Debido a los sesgos culturales y a que tanto la ciudad de Boston como la Universidad de Harvard estaban conformadas por una población mayoritariamente blanca, los fundadores del estudio optaron por el cómodo camino de analizar solo a hombres blancos».

Aunque admiten que esto «no es un hecho aislado, sino algo que el Estudio Harvard debe asumir, así como trabajar para corregirlo», señalan que los hallazgos divulgados en el libro no se aplican solo a estos grupos acotados de personas: a lo largo de los años, la muestra se ha ampliado para incluir a personas con trasfondos culturales y económicos, identidades de género y etnicidades más diversas. A su vez, el libro se apoya en hallazgos corroborados por otros estudios: hallazgos que han sido probados como ciertos para mujeres, personas racializadas, miembros del colectivo LGBTIQ+ y un amplio rango de grupos socioeconómicos, es decir, en palabras de los autores, «para todos».

El dinero no es todo

La información que proporcionan las más de ocho décadas del estudio Harvard nos permite derribar algunas creencias que le juegan en contra a nuestras perspectivas de ser felices. La más contundente de ellas es la idea de que el dinero o la riqueza material equivale a un aumento de la felicidad. «El dinero importa más en los niveles más bajos de ingresos, donde un dólar, un euro, una rupia o un yuan se usa para cubrir necesidades básicas y proporcionar sensación de seguridad», observa el libro.

Como explican Waldinger y Schulz, si bien es cierto que un aumento en los ingresos, cuando las personas no llegan a cubrir sus necesidades básicas con certeza, sí que proporciona un incremento en la felicidad y el bienestar, una vez superada esta cantidad mínima de dinero para subsistir sin el estrés de la pobreza, que, en términos numéricos, dependerá del costo de vida de la zona donde uno reside, el resto del dinero no hace a la felicidad.

Esto es porque los seres humanos hemos evolucionado para tener la capacidad de adaptarnos. Esto quiere decir que, cuando nuestro nivel de vida mejora, nos sentimos felices y afortunados, pero solo de manera temporal. Rápidamente nos adaptamos a este ingreso extra, y volvemos al nivel general de felicidad que hemos sentido siempre, al cual los autores se refieren como «felicidad basal», y que está determinado por cuestiones genéticas y rasgos de la personalidad. De hecho, señala el libro, «un año después de ganar la lotería, los afortunados son indistinguibles del resto de nosotros en cuanto a felicidad».

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.