Cociente intelectual: ¿cuándo se considera que alguien es superdotado?

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

El cociente intelectual es una estimación que permite acercarse al nivel de inteligencia general
El cociente intelectual es una estimación que permite acercarse al nivel de inteligencia general La Voz de la Salud | iStock

Los expertos señalan que esta medida es una estimación que permite acercarse al nivel de inteligencia de una persona

19 mar 2023 . Actualizado a las 17:02 h.

Haciendo uso de la actualidad, llevamos nuestras preguntas a ChatGPT. Le pedimos a la inteligencia artificial que defina, con sus palabras, qué es la inteligencia. Dice que es una capacidad «cognitiva, compleja y multifacética», que se refiere a la capacidad de una persona para aprender a razonar, resolver problemas, comprender ideas, adaptarse a nuevas situaciones y pensar de forma abstracta. ChatGPT también busca en las entrañas de la web y saca a colación el debate planteado, durante años, «entre psicólogos y filósofos»: la definición exacta de inteligencia. Para algunos, explica la máquina, son habilidades específicas, mientras que otros la ven como una capacidad general. A continuación, le pedimos que relacione este término con el de cociente intelectual. Destaca que es una medida numérica, ampliamente utilizada, «pero es importante tener en cuenta que no es completa o perfecta». Señala que puede verse afectada por factores del día a día como «el estrés, la fatiga o la ansiedad» y que, además, no tiene en cuenta otro tipo de facetas y de inteligencia como la creatividad, la habilidad social o la emocional, «las cuáles pueden ser importantes para el éxito en diferentes áreas de la vida», concluye la máquina. ¿Está en lo cierto o se equivoca el sistema en su análisis?

¿Qué es el cociente intelectual? Los expertos responden

El cociente intelectual es una estimación que permite acercarse al nivel de inteligencia general que tiene una persona. Es una representación cuantitativa, medible y estandarizada. «Se trata de una puntuación que, en psicología, nos permite estimar cuál es el nivel de inteligencia de la persona administrando una extensa batería de tests psicológicos», explica Roberto Colom, catedrático de Psicología Diferencial en el Departamento de Psicología Biológica y de la Salud en la Universidad Autónoma de Madrid. 

Maite Garnica, directora de CES (Centro Especializado en Superdotados), añade que se trata de una cuestión estadística: «Al igual que en el peso o en la altura tenemos una medida, en la inteligencia utilizamos el cociente intelectual para saber dónde se sitúa la persona en los rangos intelectuales que están establecidos en todo la población», precisa. 

Para ello, utiliza una serie de pruebas que evalúan las habilidades cognitivas y la capacidad intelectual de alguien en comparación con su grupo de edad. Es decir, permite observar la capacidad intelectual de un individuo con el resultado promedio que un grupo de personas similares obtuvieron.

Ser inteligente queda lejos de tener mucho conocimiento (aunque cae de cajón que pueda relacionarse). La definición de inteligencia empleada en psicología es estándar y está ampliamente reconocida por la comunidad científica. «Es la capacidad para razonar de modo abstracto, resolver problemas y aprender a partir de la experiencia», apunta Colom.

Aunque se hayan puesto sobre la mesa alternativas de evaluación, «el cociente intelectual sigue siendo la mejor manera de obtener una estimación de la que podamos fiarnos sobre cuál es el nivel intelectual», aclara el catedrático de Psicología Diferencial. España es, por ejemplo, pionera en otros procedimientos: «En nuestro país hay intentos de utilizar sistemas de evaluación a través de videojuegos. Esto permite hacer una estimación del nivel intelectual, pero no quiere decir que las técnicas clásicas no sigan funcionando perfectamente para alcanzar su objetivo», precisa Roberto Colom.

¿De dónde procede el cociente intelectual?

La prueba del cociente intelectual tiene historia. El primero en plantear un método similar fue Alfred Binet, cuando a finales del siglo XIX, el ministro de Educación de Francia le pidió que, junto a Theodoro Simon, un investigador de la época, creasen una herramienta que permitiese diferenciar, y por lo tanto medir, a los niños con discapacidad de aquellos que tuviesen una inteligencia común, pero fueran vagos. El resultado fue un test de inteligencia que sentó las bases para las pruebas actuales de cociente intelectual. El método de Binet y Simon evaluaba la capacidad del individuo en base a su edad cronológica y mental, lo que les permitía determinar si la inteligencia se encontraba en los parámetros normales (correspondientes a la edad mental y cronológica). Se le denominó la prueba de Edad Mental.

Rápidamente cogió fama y se popularizó en Europa y en los Estados Unidos. En Polonia, por ejemplo, el psicólogo William Stern utilizó, por primera vez, el término de cociente intelectual con el que pretendía ponerle nombre al método ideado por sus colegas franceses años atrás. Por su parte, al otro lado del Atlántico, el psicólogo estadounidense Lewis Terman revisó el test de Edad Mental y lo renombró. A partir de aquel entonces, se le conoció como la Escala de Inteligencia Stanford-Binet, que se mantiene hasta la actualidad. Sin embargo, el test que más se utiliza en nuestros días es la Escala Wechsler de Inteligencia, creada por el psicólogo que le dio nombre.

¿Qué se mide en el test de cociente intelectual?

En España el test más empleado es la escala de Wechsler. Hay dos versiones según la edad del individuo. En el caso de los adultos se recurre al Wechsler Adult Intelligence Scale (WAIS), y en el caso de los niños, al Wechsler Intelligence Scale for Children (WISC).

Así, el test se sostiene sobre cuatro esferas: la comprensión verbal, el razonamiento perceptivo, la memoria operativa y la velocidad de procesamiento. El resultado general de las cuatro es lo que se conoce como cociente intelectual.

En el campo técnico, el conjunto de estas pruebas se conoce como batería de evaluación: «Queremos comprobar lo bien que se utiliza el lenguaje, hasta qué punto la persona es hábil con los números y con el manejo de relaciones espaciales», apunta Roberto Colom, que añade: «Son pruebas muy variadas porque lo que pretendemos es saber hasta qué punto el nivel es alto, medio o abajo resolviendo problemas más o menos complejos». Aquí reside el quid de la cuestión. La batería incluye ejercicios que son fáciles, moderadamente complicados y muy difíciles, que permiten hacer una estimación de cuál es el nivel que la persona es capaz de superar. «El hecho de que esos ejercicios sean verbales, numéricos o espaciales es, en realidad, irrelevante», aclara Colom. 

¿A partir de qué puntuación en el cociente intelectual se puede considerar a una persona como superdotada?

A la hora de establecer los resultados de cociente intelectual obtenidos, «lo hacemos utilizando una muestra que represente a la población española o gallega, por ejemplo. Las puntuaciones se distribuyen siguiendo la forma de una campana de Gauss. Hay un 16 % que presenta un CI bastante bajo y otro 16 % que presenta una puntuación bastante alta», explica Colom. Con todo, existen distintos puntos de corte: «El promedio está en 100, por debajo de 80 u 85 se pueden presentar problemas de discapacidad intelectual, y a partir de 130 se considera que la persona puede ser potencialmente superdotada», resume el catedrático de Psicología Diferencial. De esta forma se organizan los resultados en una escala.

  • Cociente intelectual de menos de 70 puntos: perfil de muy bajo rendimiento.
  • Cociente Intelectual de entre 70 y 79 puntos: nivel de inteligencia limítrofe.
  • Cociente intelectual de entre 80 y 89 puntos: bajo, pero se sentía en el promedio.
  • Cociente intelectual de entre 90 y 109 puntos: promedio normal.
  • Cociente intelectual de entre 110 y 119 puntos: alto dentro del promedio normal.
  • Cociente intelectual de entre 120 y 129 puntos: nivel de inteligencia superior al promedio.
  • Cociente intelectual de más de 130 puntos: nivel de inteligencia muy superior.
  • Puntuación de más de 130 puntos: individuos con altas capacidades intelectuales.

¿Cómo identificar a una persona con altas capacidades?

A la hora de establecer un diagnóstico no solo se tiene el cociente intelectual, sino también la creatividad y una serie de rasgos personales y cualitativos. Estos ayudan en la detección temprana de un niño con altas capacidades: «Tienen un amplio vocabulario, un lenguaje muy avanzado para su edad, se plantean el mundo, la vida y cuestiones trascendentales a edades tempranas; tienen muy marcado el concepto de amistad; son hipersensibles, ya que tienen una disincronía entre lo que ellos pueden entender a nivel intelectual como un niño de más edad y las estrategias emocionales para hacerle frente; son ingeniosos, curiosos y muy creativos, aunque eso no signifique que dibujen bien», concreta Garnica. 

¿Puede evolucionar?

Sí, es más, las pruebas y los segmentos de resultados se adaptan a cada edad. Es decir, se relacionan y comparan con los individuos de su grupo. En ningún caso, se podría tomar como referencia el cociente intelectual de una persona de 15 años con alguien de 45. De hecho, se comporta, en términos de evolución, como lo hace la estatura. «A los seis años se presenta un menor nivel que a los 18», precisa Colom.

Eso sí, quién destaca de pequeño suele seguir haciéndolo de mayor. «Se evalúan a mil niños cuando tienen seis años y se observa que algunos son más altos que otros. Se repite una vez hayan crecido, y si bien todos se han desarrollado muchísimo, su cociente intelectual sigue siendo de los más altos. Es decir, lo que observaremos será parecido, pero no idéntico, a ambas edades», detalla Colom.

¿Qué factores influyen?

Si la capacidad mental que estima a través de los test de cociente intelectual nace o se hace ha sido uno de los grandes debates en torno a la inteligencia. La ciencia se ha preguntado hasta qué punto podría influir la genética y hasta cual llegaría el ambiente. Así, la conclusión es que hay ciertas capacidades que nacen con la persona, mientras que otras se pueden estimular o inhibir según el ambiente. La experiencia de aprendizaje del niño importa y mucho. Pero esto no es lo único que se valora, también lo hace un correcto nivel de nutrición, especialmente, en la infancia, o el consumo de ciertos tóxicos como la contaminación del aire o las drogas.

Es más, son varias las investigaciones que así lo corroboran. Un metaanálisis del 2015 señala que los ambientes socioeconómicos deprivados obstaculizan la expresión de la genética. La idea de los autores (Elliot M. Tucker-Drob y Timothy C. Bates) se basa en un trabajo anterior conocido como la Hipótesis de Scarr-Rowe sobre la interacción de la genética por el estatus socioeconómico, que sostiene que las diferencias entre individuos de un grupo privilegiado sí se pueden deberse en mayor grado, a cuestiones genéticas.

¿Más de una inteligencia?

Si bien el Cociente Intelectual fue el método por excelencia creado en el siglo XX, primero para medir la diversidad funcional, y después en un ámbito educativo de la mano de la creciente escolarización en Europa. A partir de los ochenta, empezaron a nacer otras corrientes que, para valorar la inteligencia, ponían el foco sobre otras cualidades. Primero, de la mano de Howard Gardner, quién acuñó la inteligencia múltiple en contra de la única: lingüística, musical, espacial, corporal, naturalista, inter e intrapersonal, y la lógica matemática. Dos años después, se dio a conocer la de Robert J. Sternberg, quien con su lotería triárquica de la inteligencia puso en valor la creatividad, la analítica y la práctica, que se hace en la adaptación de las persona al contexto y los obstáculos que puedan surgir. Con todo, ninguna se ha asentado, todavía, como medidor en las escuelas.

El efecto Flynn

En 1984, James R. Flynn concluyó que el cociente intelectual de las personas se había incrementado globalmente durante el siglo XX. Por ejemplo, los españoles habían ganado 19 puntos en 28 años, una diferencia que se veía entre generaciones (de padres a hijos). Este fenómeno se acuñó, por primera vez, como efecto Flynn en el libro The Bell Curve, publicado en 1994 por los profesores Richard J.Herrnstein y Charles Murray. El libro establecía una relación entre el cociente intelectual de los ciudadanos y su nivel socioeconómico, «entre otros resultados sociales de marcado interés como el nivel educativo o la comisión de delitos», describe el catedrático. 

Este efecto ha sido objeto de estudio en el equipo de investigación que dirige el catedrático. «Durante el siglo XX hubo un crecimiento generalizado en todos los países del planeta, pero aproximándonos al cambio de milenio, en algunos lugares del mundo se comenzó a observar que ese crecimiento se detenía o, incluso, se revertía», precisa Colom, que insiste: «Esto solo ocurrió en ciertos países, porque en otros, el crecimiento sigue vigente».

La razón no se escapa de la lógica. El fenómeno se detuvo en aquellos territorios en los que antes comenzó el incremento «y por lo tanto, no hay grado de mejora». Ocurre algo parecido con la estatura o la esperanza de vida. «En Escandinavia, por ejemplo, se observó que el efecto Flynn se había detenido. Pero en países de África o Sudamérica se sigue produciendo», indica Colom.

El campo de la Psicología ha tratado de arrojar un porqué. De hecho, se barajan distintas hipótesis. «Hemos visto que depende del lugar del planeta en el que nos centremos. Por ejemplo, en determinados sitios está claro que el efecto positivo se debe a mejoras sociosanitarias y nutricionales, pues si comes mejor y además cuentas con una mejor atención sanitaria, eso tendrá un impacto beneficioso en el desarrollo cerebral», destaca el catedrático de Psicología Diferencial. En cambio, en otros lugares dónde la dieta podría ser adecuada o los cuidados sanitarios estar estandarizados, «habrá otro tipo de factores que influyan como puede ser el acceso masivo a los medios de comunicación, las mejoras educativas o la tecnología», apunta Colom. Sobre ello se pronunció Flynn en su libro What is intelligence, del 2007. Destacó que el aumento de la capacidad de razonamiento abstracto en la población puede deberse a variables tecnológicas o sociales.

El factor g en el cociente intelectual

La Teoría Bifactorial de Charles Spearman propuso un sistema en el que la inteligencia se divide en distintos factores: el general, conocido como el factor g, y los factores específicos. Así, el primero es común a los diferentes tipos específicos de inteligencia. «Sería la súper capacidad intelectual que coordina e integra el resto de las inteligencias más específicas (lenguaje, memoria o atención)», añade Colom. Tiene carácter es hereditario, como sucede con otros factores psicológicos, «aunque es interesante destacar que la genética posee un menor impacto en la infancia que en la edad adulta».

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.