Susana Al-Halabí, doctora en Psicología: «Las personas con conducta suicida no desean morir, sino dejar de sufrir»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Susana Al-Halabí es doctora en psicología experta en conducta suicida.
Susana Al-Halabí es doctora en psicología experta en conducta suicida. La Voz de la Salud

La experta recalca que «en esas circunstancias podemos encontrarnos todos en algún momento, sin necesidad de que exista ninguna etiqueta diagnóstica»

13 ene 2023 . Actualizado a las 18:19 h.

«El suicidio es un problema de salud pública», así lo recoge el Manual de Psicología de la Conducta Suicida (Pirámide, 2023), el primer manual académico de psicológica escrito sobre este tema que se publica el próximo 19 de enero. Su objetivo no es otro que aportar a los profesionales sanitarios y agentes encargados de políticas sociales, sanitarias y educativas información para tomar decisiones con apoyo empírico para prevenir la conducta suicida. Susana Al-Halabí, junto con Eduardo Fonseca-Pedrero, ha sido la encargada de coordinarlo. La profesora del departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo ha recibido el Premio Sanitas 2022 al talento y liderazgo femenino en Psicología y lleva más de quince años estudiando la conducta suicida. 

—A la hora de hablar de suicidio se utilizan diferentes terminologías: suicidio, conducta suicida o ideación suicida. ¿Qué significa cada término? 

——Cuando hablamos de conducta suicida, hablamos de todas las manifestaciones que abarcan el fenómeno del suicidio. La conducta suicida agrupa desde los primeros pensamientos de muerte, las ideas de suicidio, la planificación, el intento hasta, finalmente, en el caso de que ocurriera, la muerte. Así, cuando hablamos de conducta suicida hablamos de un espectro que incluye todo tipo de manifestaciones relacionadas con él. Cuando hablamos del suicidio exclusivamente, hablamos de la muerte por suicidio; mientras que cuando hablamos de ideación suicida, nos referimos a un conjunto de ideas y pensamientos acerca del suicidio que la persona puede tener. Suelen ir acompañadas de otras emociones como la desesperanza, el atrapamiento o sentirse una carga para los demás.

—¿Por qué una persona puede llegar a tener esta ideación o conducta suicida?

——Es difícil establecer una única causa porque no es igual para todas las personas. La conducta suicida es un fenómeno complejo, multifactorial, dinámico, interactivo, no es igual para todo el mundo y tiene gran influencia cultural y social. Básicamente podríamos decir que está vinculado a un contexto biográfico de sufrimiento y esto es algo personal. También a los valores que una persona tiene. ¿Por qué una persona piensa en suicidarse en un momento determinado y lo intenta? Hay diversos modelos teóricos sobre eso, pero una forma sencilla de explicarlo es que esas personas, en un determinado momento, sufren un gran dolor que para ellas es insoportable. Y a veces, la idea de morir se contempla como una alternativa más aceptable que ese sufrimiento tan inmanejable, como una forma de acabar con él.

En general, aunque cada persona vive su dolor de una forma particular, las personas con conducta suicida no desean morir, sino dejar de sufrir. La idea de morir es muy compleja. Nos cuesta concebir la «no existencia». Pero en general, estas ideas aparecen ante un dolor que es vivido como interminable e insuperable. Y en esas circunstancias podemos encontrarnos todos en algún momento de nuestra vida, sin necesidad de que exista ninguna etiqueta diagnóstica de un trastorno mental por el medio.

—Muchas veces, cuando la persona que se suicida es famosa o conocida, la gente suele decir «es que se le veía bien»...

—La vivencia del dolor psicológico y del sufrimiento es muy personal. Hay personas que pueden manifestarlo de una forma más abierta y hay otras que lo pueden vivir de una manera mucho más privada. De tal manera que para las personas allegadas, o que incluso no son cercanas, resulta sorpresivo y muy impactante el hecho de que alguien intente suicidarse o muera por suicidio. Lo que ocurre es que está rodeado de un gran estigma y tabú y eso también influye en el autoestigma de la persona. Es decir, las personas que piensan en suicidarse sufren mucho y también tienen miedo ante ese tipo de pensamientos que aparecen. En ocasiones, comentarlos, es difícil, por ese estigma social que existe. Incluso la propia culpa que aparece en las personas: «Con todo lo que tengo y aun así pienso en abandonar esta vida». Las razones para morir de una persona son muy personales...

—¿Pueden existir una serie de señales de alarma?

—Algunas personas, no todas, pueden tener algún tipo de conductas que pueden dar alguna información sobre el sufrimiento con el que está viviendo la persona o sus intenciones. Son las famosas señales alarma de la conducta suicida y es importante conocerlas. Ahora bien, es necesario destacar que no tiene que aparecer indefectiblemente ni en todas las personas por igual. Hay personas que ocultan su dolor… La idea de que las señales de alarma son «obligatorias» puede resultar dañina y aumentar la culpa de las familias, que suelen sufrir mucho y quedarse desamparadas ante este tipo de pérdidas tan dolorosas. Es necesario ser cautelosos con esta idea. Dicho esto, puede ser cierto que algunas personas manifiesten peticiones indirectas de ayuda que, si las conocemos, quizás podamos identificarlas. Tienen que ver con cambios comportamentales inesperados, como hacer testamento, deshacerse de bienes preciados, despedidas, expresiones del tipo «estaríais mejor sin mí» o «esta vida ya no merece la pena, lo mejor sería morir o acabar con todo», aumentar significativamente el consumo de alcohol u otras drogas, mejorías súbitas… Ese tipo de conductas, en ocasiones, nos pueden dar algunas pistas y por lo tanto la oportunidad de preguntarle a la persona cómo se encuentra y plantearle si está pensando en la muerte como una alternativa a ese sufrimiento.

Esto nos permite abordar otro de los mitos más frecuentes de la conducta suicida: pensar que si le preguntamos a alguien sobre el suicidio quizás le estamos dando una idea que antes no tenía. Es erróneo. Nos da miedo tocar el tema y es normal. Nos despierta muchas inquietudes, inseguridades y miedos, porque es un asunto vital que, además, tienen una gran carga histórica. De hecho, el fenómeno del suicidio ha sido abordado desde muchas perspectivas y disciplinas, no solo la psicología, como la política, el arte, la religión, la sociología, la antropología… Es un concepto con mucha carga existencial. Es falso que si preguntamos a una persona sobre sus ideas de suicidio incrementemos la posibilidad de que, en un momento determinado, lo intente. Es importante que la población general lo sepa.

Más bien es al revés: si tenemos una sospecha, podemos preguntar tranquilamente: «Oye, he escuchado en la radio» o «he leído en la prensa que algunas personas pueden pensar en el suicidio como una forma de acabar con su sufrimiento, ¿alguna vez lo has pensado? Cuéntame.¿Puedo ayudarte? ¿Pedimos ayuda? Me quedo contigo». Sería así de sencillo y así de complejo. Nos da miedo, claro, porque si esa persona nos dice que sí está pensando en ello, se nos para el corazón, sobre todo si es alguien a quien queremos o consideramos imprescindible en nuestra vida. Pero es la oportunidad de acompañar a esa persona, de apoyarla, de hacerle sentir querida y valorada, de buscar ayuda profesional si es necesario. Esta ayuda informal, más allá del abordaje profesional, también es importante. Es conveniente no dejar sola a la persona que está atravesando esa crisis, hacerle saber que estamos ahí, que nos preocupamos. Hablar abiertamente sobre el suicidio puede suponer un alivio para la persona que lo está pensando. Puede ayudarle a disminuir la tensión, la culpa o el miedo. Porque las personas que piensan en el suicidio también están asustadas y tienen miedo. No olvidemos que estamos hablando de un sufrimiento muy complejo, con una gran influencia social y cultural.

—Se habla mucho del efecto llamada. ¿Existe de verdad?

——Sí. La Organización Mundial de la Salud ha señalado que los medios de comunicación constituyen un recurso para la prevención universal de la conducta suicida. La prevención universal incluye aquellas medidas que se dirigen a toda la población, independientemente de su nivel de riesgo. Los medios de comunicación tienen una doble vertiente. Así, suponen un factor de protección si informan de manera responsable, contando con profesionales especializados y ofreciendo información que no sea morbosa, facilitando recursos de ayuda en las noticias, infundiendo esperanza y evitando titulares tendenciosos. Por ejemplo, nunca se debe informar del método de suicidio, del lugar o de características personales. Los medios deben ayudar a desestigmatizar, sensibilizar y alfabetizar a la población, con información veraz y ética. Eso es lo que se llama el efecto Papageno, de protección.

Por el contario, cuando los medios de comunicación informan mal, con datos imprecisos y morbosos, ocurre justo lo contrario. Esto ha sido demostrado en varias publicaciones científicas mediante metaanálisis y revisiones sistemáticas. Se sabe que cuando un medio de comunicación informa de manera sensacionalista de la muerte por suicidio de una persona famosa o popular, dando detalles innecesarios que tienen que ver con el lugar, método, circunstancias personales, fotos inapropiadas que ahondan en el dolor de la familia, etc., pueden aumentar las muertes por suicidio mediante el mismo procedimiento durante los días subsecuentes. Los medios de comunicación tienen que tomar conciencia y hacer un esfuerzo por formarse y evitar titulares que atraigan «clics». Creo que ahora mismo estamos en ese camino, mejorando poco a poco, aunque aún queda trabajo por hacer. Existen guías de la OMS, del Ministerio o de asociaciones como Papageno que han publicado documentos sobre cómo informar bien. Informar correctamente es un factor de protección e informar con irresponsabilidad es un factor de riesgo, no hay un papel neutro. Y todo esto en caso de que la muerte por suicidio de una persona sea algo noticiable lo que, a su vez, es debatible. Es mejor informar desde la perspectiva de problema social o de salud pública.

—Se suele relacionar el suicidio con la existencia de un trastorno mental asociado. ¿Es cierto, siempre está relacionado?

—Estamos ante otro mito muy frecuente: la vinculación de la conducta suicida con un diagnóstico de trastorno mental. La verdadera relación tiene que ver con que el hecho de que recibir un diagnóstico de trastorno de la salud mental puede ser un factor de riesgo para la conducta suicida. Pero un factor de riesgo no implica causalidad. Este mito supone una idea reduccionista de la conducta suicida como si esta fuera un mero síntoma de un trastorno mental, y no es así. La conducta suicida es un fenómeno muy complejo, multidimensional y con profundas raíces existenciales, psicológicas, culturales y sociales. Es también un fenómeno muy anclado a los valores de la persona. Las personas, en unas circunstancias determinadas, pueden perder el sentido o propósito de la vida. No se trata de un factor diagnóstico ni de una avería intrapsíquica, sino de un problema anclado a las circunstancias de la vida, en contextos sociales, económicos y culturales determinados.

La cuestión es que la vinculación del trastorno mental, particularmente la depresión con el suicido, es histórica y tendría sentido en la medida en que una de las características de la depresión puede ser la desesperanza. La presencia de una etiqueta diagnóstica puede suponer una dificultad en la existencia, por decirlo así. Pero en ningún caso entendemos que la conducta suicida sea un síntoma de la depresión. Establecer una relación tan simplista es contraproducente, especialmente para un fenómeno que hay que empezar a situar más en el plano social y menos en el individual. Desde la psicología, lo que se pretende es comprender cómo es que una persona tiene ideas de morir o está deprimida. Es el diagnóstico lo que debe ser explicado, y no al revés. Explicar el suicidio mediante la depresión es una tautología que no explica nada.

En definitiva, la depresión es un factor de riesgo, pero es uno más de tantos. Al final las etiquetas diagnósticas nos informan de dificultades en la vida, sean cuales sean.

 —¿Crees que ha cambiado, desde tu experiencia, la forma en la que vemos el suicidio?

——Creo que está cambiando. Yo me dedico al estudio de la conducta suicida desde hace más de quince años y hay un cambio cualitativo. Han crecido exponencialmente el número de publicaciones científicas, particularmente a raíz de un informe de la OMS en el 2014 y de dos revisiones Cochrane del año 2015. La Psicología ha aportado, en los últimos años, modelos teóricos comprensivos y muy relevantes para el avance del conocimiento. Además, es un tema que se trata en los medios de comunicación, en redes sociales… también tienen su lugar y es importante. La pandemia ha dejado a su paso una mayor concienciación sobre la importancia de la salud mental y el fenómeno del suicidio en particular. Especialmente ahora que vemos que las cifras que nos ofrece el INE van subiendo un poco cada año. Estamos en un momento en el que necesitamos pararnos, reflexionar, estudiar esa tendencia al alza. Al final el suicidio nos habla de personas que sufren bajo una circunstancias sociales y económicas determinadas.Tenemos que ver qué estamos haciendo y qué queremos hacer.

Algo que hemos demandado mucho es la aprobación de una ley nacional de prevención de suicidio. Una publicación reciente en una revista científica de referencia habla sobre la necesidad de que las estrategias de prevención sean multicomponentes e integradoras. Medidas aisladas no tienen un impacto real. Por ejemplo, la línea 024 es un gran paso adelante, pero esta medida aislada no va a reducir las tasas de muertes por suicidio. Tiene que ser una estrategia más global con implicación política y recursos, por supuesto.

Teléfono de ayuda ante el suicidio, disponible siete días a la semana durante las 24 horas: 024. 

 —Existen diferencias entre géneros: las mujeres lo intentan más, pero los hombres mueren más por suicidio. ¿Existiría una explicación a este fenómeno?

——Sí, efectivamente, es la llamada paradoja del género. En los países occidentales la mortalidad por suicidio afecta principalmente a los hombres (en una relación de 7 de cada 10) lo que se ha relacionado con la mayor letalidad del método utilizado por los hombres y por ciertas características asociadas a los roles de género, como la impulsividad y la agresividad. No obstante, en sociedades orientales, como las áreas rurales de China, son las mujeres las que más se suicidan. También es posible que los hombres, por esos roles de género de los que hablaba, tengan más dificultades para pedir ayuda, por ejemplo. Se les permite menos mostrar una supuesta vulnerabilidad cuando en realidad nadie está exento de sufrir en algún momento de la vida.

—En el caso de los adolescentes, ¿las señales de alarma suelen ser las mismas que en el caso de los adultos?

—Es importante ser cautos en este tema porque he leído informes y titulares muy alarmantes, y creo que deberíamos poner la dimensión del problema en su sitio. Es decir, siendo un problema importante creo que no es necesaria una alarma como la que he visto en algunos casos. Es verdad que han aumentado los casos de muerte por suicidio en adolescentes y personas jóvenes, que nos informan de dificultades en la vida de este grupo etario. Sabemos por publicaciones como el Libro Blanco de la Salud Mental Infanto-Juvenil, que ha publicado el Consejo General de Psicología de España, que la prevalencia de trastornos emocionales ha crecido.

En cuanto a las señales de alarma, serían parecidas, pero incluyendo de una forma destacada la simbología de la era digital. Sus manifestaciones, sus señales de alarma, pueden llevarse a cabo a través de las redes sociales.

—Pasando al otro extremo de la pirámide poblacional. ¿Qué hay de los suicidios en personas mayores?

——Es uno de los grupos vulnerables más olvidados. Cuando somos mayores, algunas dificultades de la vida tienen que ver con las pérdidas, la presencia de enfermedades físicas, etc. Pero perder el sentido de la vida o el propósito, es otra cosa. Es algo cuantitativamente diferente. Las personas mayores pueden sufrir aislamiento social. Esa soledad no elegida, junto con los duelos y las dificultades de acceso a servicios y recursos, pueden ser un factor de riesgo.

—Llegados a este punto, ¿en qué fallamos a la hora de hablar de suicidio?

——Es difícil responder porque como comentaba, es un fenómeno con una gran carga histórica y cultural. De hecho, el suicidio no siempre fue considerado un problema clínico. Creo que socialmente nos hace falta tomar conciencia de la necesidad de apoyar y de acompañar a las personas que sufren. Estamos tan inmersos en una sociedad de consumo y productividad, de felicidad obligatoria, que no permitimos a las personas que sufren expresarse y pedir ayuda. Considero que se trataría no solo de ser capaces de identificar a las personas que sufren y pueden tener pensamiento de suicidio, sino de promover entre todos, tanto individuos como agentes sociales, con un andamiaje continuo, una sociedad con promoción de valores de cuidado mutuo y de ayuda. Parémonos a reflexionar, intentemos trabajar más desde la cooperación y la integración, no solo desde iniciativas locales o aisladas. Y desde luego, es imprescindible evitar utilizar este problema como recurso de enfrentamiento político. Miremos nuestras tasas de suicidio del INE y reflexionemos. Igual no estamos haciendo las cosas bien y es posible poner en marcha recursos sociales y sanitarios a un coste asumible. Existe evidencia científica suficiente para ello. Lo que no es asumible es mirar hacia otro lado.

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.