Jordi Figuerola padece anorexia: «Costó mucho que pidiera ayuda, pero finalmente accedí porque estaba más en la muerte que en la vida»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Jordi Figuerola, de 38 años, padece anorexia desde hace veinte.
Jordi Figuerola, de 38 años, padece anorexia desde hace veinte. La Voz de la Salud

Aunque recibió el diagnóstico mucho más tarde, en realidad lleva veinte años conviviendo con este trastorno de la conducta alimentaria (TCA)

21 oct 2022 . Actualizado a las 10:52 h.

«Mi historia con el TCA empieza en la adolescencia». Es la primera frase de Jordi Figuerola, el punto de partida de veinte años conviviendo con un trastorno de la conducta alimentaria. Echa la vista atrás para contar todas las etapas de lo que él considera como un gran iceberg del que, exteriormente, solo se suele ver la más superficial: la relación con la comida

Cuenta que era un niño muy tímido, «muy cerrado y me costaba mucho expresar lo que sentía o comunicarme con una persona adulta, ni siquiera con mis profesores. Llegó un momento en el que mis compañeros de colegio se empezaron a meter conmigo y yo no sabía defenderme», asegura. Los comentarios se cronificaron, hasta que «llegó a ser acoso porque hasta me daba pánico ir al colegio». La gran masa de hielo empezaba a construirse. 

 Una llamada de atención 

«Lo mantenía en silencio, no se lo explicaba a mis padres ni a nadie. Me lo tragaba hasta tal punto que te acabas creyendo todo lo que te dicen. Me empecé a coger rabia a mí mismo. Me di cuenta de que tenía que buscar una solución o llamar la atención de alguna manera para pedir ayuda, ya que yo me sentía impotente en ese sentido», explica. Y fue en ese momento, cuando Jordi empezó a dejar comida en su plato: «Fue la manera en la que me di cuenta que podía llamar la atención en el colegio, dejando de comer». 

Tanto la monitora que vigilaba a los alumnos en ese momento, como sus propias amigas, se dieron cuenta de que algo estaba pasando. Jordi no se acababa la comida o la escondía. «Todo esto fue creciendo hasta que al cabo de un año, mi tutora se puso en contacto con mis padres y me llevaron a un psiquiatra. Yo considero que no me sirvió de nada, pero a partir de ese momento, inconscientemente, la bomba ya estaba encendida», asegura. 

Jordi remarca en varias ocasiones que un trastorno alimentario «no es solo la comida». Que son muchos otros factores: «No solo es: "Aquel día decidí no comer y se me generó todo el trastorno". Aquello fue el detonante, pero detrás de todo había una mochila que yo estaba cargando con aspectos de mi personalidad, mi carácter y todos los ataques que iba recibiendo diariamente de mis compañeros», aclara. «El detonante fue mi físico, mis dietas y todo esto, pero el trastorno engloba mucho más», añade. 

El verano, un enemigo

El joven siguió conviviendo con el trastorno durante varios años más sin dar ninguna voz de alarma. Hasta que en el verano de 2017, los síntomas se agravaron: «Cuando estás de vacaciones y tienes mucho más tiempo libre, te da por pensar más. Era en esa época cuando más conductas del trastorno padecía y cuando peor lo pasaba. Me acuerdo de que pensaba: “Jolín estoy de vacaciones, tendría que estar súper contento y no lo estoy”». 

Jordi optó, como la inmensa mayoría de los mortales a día de hoy, por buscar cómo se sentía en internet. Y aunque doctor Google le proporcionó respuestas, estas no fueron las que él esperaba: «Todos los resultados me llevaron a la anorexia. Pero todo estaba escrito en femenino. Algunas páginas especificaban posibles síntomas, como “perder la regla”. Y yo decía: “Imposible que tenga esto porque no concuerda conmigo”». 

 Algo en lo que también se fijó fue en las estadísticas. «Las páginas daban datos, como ‘nueve de cada diez personas que la sufren son mujeres'. Y yo pensaba para mí: "Pues no seré yo ese uno de cada diez, es imposible". Y lo descarté». 

Dentro de él se quedó como una especie de gusanillo. ¿Y si en realidad sí que padecía anorexia? Pero lo dejó pasar. Hasta que todo empezó a empeorar bastante y en el año 2019, se decide a solicitar apoyo profesional gracias a una amiga: «Costó mucho que pidiera ayuda, pero finalmente accedí porque estaba más en la muerte que en la vida». 

Al poco tiempo, el joven tuvo que contarle a su entorno lo que estaba sucediendo porque lo iban a ingresar en un hospital de día de modo urgente. «Tuve que confesárselo a amigos y familia porque sabía que solo no lo iba a conseguir. Al principio me costó mucho que lo entendieran. Es decir, ellos querían ayudarme, pero no sabían cómo. Les tuve que hacer entender cómo funciona el trastorno, así como con quién podían ponerse en contacto ante cualquier duda —los conocidos como grupos para familias con TCA—. Ellos sufrían porque veían que yo no estaba bien, pero ahora, ya van viendo que aunque el trastorno siga conmigo, voy dando pequeños pasos. Y al entenderlo, ellos también están mucho más tranquilos». 

Cuenta que en realidad es muy importante este ejercicio con el entorno para que ellos entiendan cómo funciona un TCA, porque según sus palabras, ayuda a diferenciar «cuando habla el trastorno y cuando hablo yo, porque él habla con rabia y con desprecio a otras personas, pero yo no». Y añade que se siente afortunado: «He tenido y sigo teniendo el apoyo de mi familia, amigos y compañeros de trabajo. Siempre, al cien por cien».  

Un tabú en hombres 

Después de estar ingresado en un hospital de día, Jordi se dio cuenta de que sí, de que la mayoría de las personas estaban ingresadas allí, eran mujeres. Pero también de que sí que había hombres que, como él, convivían con un trastorno alimentario. «Cuando estuve allí pensé que era imposible que fuéramos tan pocos. Tiene que haber muchos más que estén viviendo lo que estoy viviendo yo. Solo que puede que busquen información y les pase lo mismo que a mí, que todo está dirigido a un público femenino», opina. 

Esa es una de las razones que le ha llevado a abrirse una cuenta en Instagram donde relata su día a día con el TCA: «Para mostrar que no solo es un trastorno de mujeres, sino que al final, es algo que sufrimos todos. Existe mucha invisibilidad y estigma. Cuesta mucho que el hombre exprese emociones, que muestre cómo se siente. Si en general hablar de salud mental ya cuesta y es un tabú, en hombres, por como estamos educados, aún se acentúa más a la hora de pedir ayuda o la hora de visibilizar o aceptar que tienes un trastorno de la conducta alimentaria». 

En su relato, Jordi reitera en varias ocasiones que «un TCA no es solo comida». Que al final, es lo único que se ve —haciendo referencia a la punta de un iceberg— pero que eso no quiere decir que no existan muchos otros factores a tener en cuenta. «Las enfermedades mentales no se ven. En el caso de un trastorno de la conducta alimentaria, lo que se ve es que esa persona adelgaza o gana peso, o que no está comiendo. Es lo único que vemos y se atribuye a la comida. Pero esta es solo una de tantas cosas que llevamos en una mochila que cargamos durante mucho tiempo», lamenta. De hecho, añade: «La única forma en la que tienes un control de algo es la comida. Yo soy el que decido que dejo de comer, decido lo que como, yo controlo. Pero en realidad más que control, es un descontrol». 

Un largo camino que aún sigue recorriendo

A día de hoy, sigue en tratamiento. «Cuando salí del hospital de día pasé a formar parte de la unidad de trastornos de la conducta alimentaria (UTCA) con un grupo de chicos y sigo yendo a terapia. Es un camino largo y un proceso muy lento. No es como se suele pensar "ah pues si ya come, entonces ya está". No, una cosa es que tú aprendas a comer y a quitarte miedos sobre las comidas, pero está todo lo otro. Cuando entras en terapia, sí, tratas una serie de pautas de nutrición, pero también se trabaja todo lo que hay debajo: rechazo, muchos miedos, baja autoestima... Porque llega un punto en el que tú mismo te anulas como persona en todos los sentidos». 

Jordi termina su relato confesando otra de las razones —aparte de terminar con el desconocimiento que él se encontró sobre los TCA en hombres— que le han llevado a querer contar su experiencia con un TCA en redes sociales: es profesor de instituto. Ese lugar, donde para él, empezó todo. «Es importante que esto llegue a los escolares, porque es donde puede iniciarse», sentencia. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.