¿Cómo influye el estrés en nuestra alimentación? ¿Es verdad que nos engorda?

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

La Voz de la Salud

Cambios en el estado de ánimo pueden acabar afectando a nuestros patrones alimenticios

05 sep 2022 . Actualizado a las 10:38 h.

El estrés es la respuesta que da una persona para afrontar una situación muy demandante, que supera sus recursos personales. Se trata de un aviso natural que sirve a nuestro organismo para ponerse en alerta ante una situación de peligro. En realidad es de gran ayuda, pero si no lo sabemos controlar puede llegar a convertirse en un problema. 

Cuando estamos estresados, pueden verse aumentados nuestros niveles de cortisol, es decir, «la hormona del estrés». Aunque esta tiene unas funciones beneficiosas para el cuerpo, sus niveles excesivos pueden causar una serie de problemas en nuestro organismo. Entre ellas, crear antojos de alimentos dulces o salados. 

«El estrés supone una amenaza para nuestro homeostasis, nuestro equilibrio. Cuando esta es tan grande que incluso nuestros recursos de capacidad de adaptación a él fracasan, nos afecta y nos desequilibra. En este sentido, hay quien tiene tendencia a utilizar la comida como forma de regularse emocionalmente», explica Miguel Álvarez de Mon, psiquiatra en el Hospital Infanta Leonor de Madrid.

«La relación entre el estado anímico y la alimentación es estrecha, ya que algunos estados de ánimo estimulan el apetito mientras otros lo inhiben», asegura Katherine García Malpartida, miembro del área de nutrición de la SEEN. 

Entonces, ¿puede el estrés provocar cambios a la hora de aumentar o disminuir el apetito? «Por supuesto, produce cambios en el apetito. Lo más habitual es que lo aumente, pero hay personas que experimentan una reducción del mismo», responde García. 

Hambre y apetito no son lo mismo

Con todo, cabe diferenciar dos aspectos. Aunque hambre y apetito suelen utilizarse como sinónimos, no son lo mismo: «El hambre es la necesidad fisiológica de alimentarse debido a una carencia de nutrientes. Se podría satisfacer con cualquier alimento, mientras que el apetito es selectivo hacia unos determinados. En este último interviene la voluntad y está condicionado por experiencias sensoriales positivas anteriores. El hambre es una sensación fisiológica, mientras que el apetito es más selectivo y dominable. De hecho, se puede desequilibrar por factores psicológicos», explica la doctora. 

El apetito, a diferencia del hambre es una sensación que puede considerarse psíquica. Puede haber deseo de comer exista o no la necesidad de hacerlo. Es decir, aunque lo normal es que el hambre se acompañe de apetito, en determinadas circunstancias, no existe esta asociación. 

¿Aumenta o disminuye nuestra ingesta de alimentos con el estrés?

Según un estudio que se llevó a cabo con 82 estudiantes universitarios emocionalmente sanos de entre 18 y 30 años, se descubrió que en condiciones de estrés agudo, aumentaban los alimentos no saludables que comían. En él se recalca que los episodios menores de estrés repetidos en el tiempo también pueden mantener el sistema de respuesta a este, en un estado crónicamente activado, y por lo tanto, alterando las vías de recompensa y motivación del cerebro involucradas en querer y buscar alimentos. 

Sobre la elección de alimentos no saludables por parte de los jóvenes, los autores lo relacionan con un posible ambiente obesogénico propio de las instalaciones universitarias que puede llegar a promover un mayor consumo de alimentos no sanos. 

Dejando a un lado esta investigación, Álvarez apunta otra posible vía que puede experimentarse con el estrés: «Sin embargo hay otras personas que curiosamente, se somatizan mucho. Entonces esa preocupación se manifiesta mucho en el estómago porque se les cierra. Normalmente, suelen tener menos apetito». Incluso puede suceder que se llega a experimentar una sensación de hambre, pero al pensar en ingerir cualquier alimento nos puede provocar náuseas o malestar estomacal.

«Igual que comer, sobre todo cosas dulces, y hacer una sobreingesta o darse atracones es nocivo para la salud, también lo es el hecho de empezar a perder el apetito como forma de control. Por eso todo lo que se sale de lo previsto nos suele afectar, porque en realidad, nos gusta el control», precisa el psiquiatra. 

Cuando no controlar el estrés puede acarrear problemas de salud

El problema es que este tipo de cambios acarrean consecuencias para nuestra salud. «En el caso de aumento del apetito, con el consiguiente aumento de ingesta, se puede producir un aumento de peso corporal. El sobrepeso y la obesidad a medio y largo plazo pueden producir alteraciones en el metabolismo como hipertensión, diabetes y aumento de enfermedades cardiovasculares», asegura García.

No obstante, una disminución de la ingesta de alimentos tampoco cae en saco roto en opinión de la doctora: «Puede desencadenar un estado de desnutrición si esta situación se mantiene en el tiempo, con las consecuencias que la desnutrición produce en el metabolismo».

«Luego también hay un problema —alerta el psiquiatra— que es una tendencia o una forma de afrontamiento del estrés que incluso puede disponer a la anorexia nerviosa. Se produce cuando, como existen estresores que nos desequilibran y no los sabemos manejar, hay personas que empiezan a recurrir a no comer como forma de afrontamiento. Lo vuelven su rincón de seguridad porque es algo que sí pueden controlar». 

En resumen, uno de los aspectos en los que más nos influye el hecho de estar estresados es en nuestro estado nutricional, sobre el que puede desencadenar tres síntomas importantes: alteraciones del apetito que pueden llevar a situaciones de exceso o defecto de nutrientes; problemas a nivel intestinal como colon irritable, úlceras, diarreas y vómitos que pueden condicionar la buena absorción de nutrientes; y alteraciones metabólicas como diabetes reactiva o hipercolestolemia. 

¿Qué hacer para evitar que las situaciones de estrés afecten a nuestra alimentación?

El primer punto sería ser conscientes de las situaciones que nos llevan a comer compulsivamente, o por el contrario, a no comer. Si lo que sucede es la primera opción y se suele recurrir a la ingesta de alimentos ricos en azúcares, grasas o sodio, los expertos recomiendan no tenerlos disponibles en casa. Otra posible opción sería cocinar lo que vayamos a ingerir, así se podrían elegir alimentos de buena calidad. 

Además, si se logran identificar los sentimientos o pensamientos que nos llevan a comer más, se puede trabajar en cambiar la respuesta a estos alimentos. Una opción sería desviar esta impulsividad a otras actividades con repercusiones más positivas para nuestra salud, como dar un paseo o hacer ejercicio. 

«Se ha hablado de muchos alimentos que de forma individual podrían reducir el estrés por su contenido en diferentes vitaminas o minerales, sin embargo, más que un alimento en concreto, la realización de una dieta equilibrada y saludable, junto con la práctica de ejercicio físico regular y un descanso nocturno adecuado es lo que podría ayudar a reducir el estrés», concluye García. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.