Síndrome de Diógenes, el mal de los vertederos domésticos

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

El síndrome de Diógenes afecta, sobre todo, a personas mayores que viven solas.
El síndrome de Diógenes afecta, sobre todo, a personas mayores que viven solas. La Voz de la Salud | iStock

Las personas afectadas suelen ser mayores de 65 años, presentan una tendencia al autoabandono personal y suelen tener complicaciones médicas como la desnutrición y la deshidratación

27 jul 2022 . Actualizado a las 16:36 h.

El síndrome de Diógenes se representa casi igual en todas las mentes que lo imaginan. Una casa, un terreno, un local, lleno de cosas (en su más extenso significado). De cajas rotas, cerradas o desordenadas. De objetos de valor, aunque el que lo acumule, ya no lo valore. O sí, pero a su manera, porque en su cabeza, él o ella no está enfermo. 

La historia de este trastorno es relativamente reciente, fue acuñado en 1975 a raíz del filósofo griego Diógenes el Cínico. No solo esto, sino que el nombre en sí parte de una contradicción: «El filósofo griego Diógenes, en realidad, promovió la independencia de las necesidades materiales y los ideales de privación, cuando lo que hay en estos pacientes es puro descuido (de la higiene, de la alimentación y de los objetos) que genera un autoabandono, no una postura filosófica», señala el doctor Guillermo Lara, profesor titular de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá, jefe de sección en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias y secretario de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM). 

El síndrome de Diógenes es un trastorno del comportamiento. «Afecta, fundamentalmente, a ancianos que viven solos y las complicaciones que tiene son, en su mayoría, médicas como la desnutrición y la deshidratación. Esto puede conducir incluso a la muerte del sujeto», explica Lara. Por su parte, se calcula que en España tiene una prevalencia de 1,7 de cada 1000 ingresos hospitalarios en mayores de 65 años. Se caracteriza por una tendencia al abandono social y deterioro de los hábitos higiénicos. El rasgo más distintivo y peculiar es la acumulación de basura, objetos y desperdicios en los hogares de quienes lo sufren. Para los ojos de la humanidad, sin sentido, para ellos, con toda la coherencia del mundo. 

En más de la mitad de los casos se ha identificado un trastorno mental grave como la demencia, la esquizofrenia, el trastorno de personalidad o la depresión

Pese a definirse como un trastorno, todavía no se reconoce en los manuales internacionales de diagnósticos: «Aparece como categoría porque puede surgir en distintas enfermedades. De hecho, en más de la mitad de los casos se ha identificado un trastorno mental grave como la demencia, la esquizofrenia, el trastorno de personalidad o la depresión», explica el doctor Lara. De ahí, que sea habitual la interacción de distintos factores: «Los rasgos previos de personalidad, los factores estresores propios de la tercera edad, el aislamiento social y el progresivo deterioro del funcionamiento diario», añade el psiquiatra. 

La ayuda puede tardar en llegar, y los pacientes ni siquiera saben que lo son: «Lo habitual es el rechazo de apoyo externo y la nula conciencia de la anomalía de su conducta», precisa el profesor en la Universidad de Alcalá. 

Son varias las razones que llevan a la persona hasta esta situación. Se sabe que es propio de la tercera edad, y que en parte, puede estar causado por la falta de contacto social con sus semejantes, o el fallecimiento de sus seres queridos. También el origen, tal y como comentaba el experto, puede ser una consecuencia de otras afecciones psiquiátricas. De ahí, que el diagnóstico de otros síndrome o enfermedades será esencial para ponerle freno. Eso sí, y pese a que se manifieste en edades avanzadas, los síntomas pueden empezar mucho antes. Por ejemplo, comenzar cuando alguien pierde a su pareja. 

El síndrome de Noé: animales sin cuidados mínimos

La obsesión por acumular más y más no siempre se centra en objetos y basura. Existe un subtipo de este trastorno conocido como el síndrome de Noé, que se basa en el acúmulo de animales domésticos «junto con el intento de mantener o incrementar el número de estos», apunta el jefe de sección del hospital madrileño. Un intento que «implica un fracaso» pues los animales no obtienen un cuidado mínimo, y en el espacio en el que residen las mascotas, no solo están ellas, sino también diferentes restos de alimentos y cadáveres de los animales. Algo que no deja duda: «Constituye un problema de salud pública», señala el doctor Lara.

Es ahora, con la entrada al verano y la llegada del calor, cuando más casos afloran. El olor de la basura acumulada llama la atención de los vecinos, que una vez más, suele ser el contacto más cercano de los pacientes. 

Diógenes primario y secundario

Existen dos tipos de síndrome de diógenes, como una dicotomía entre la causa y la consecuencia. El de carácter primario aparece en personas que no sufren otra enfermedad psiquiátrica previa, pero sí presentan los rasgos distintivos de esta patología: aislamiento, falta de interacción social, abandono personal, escasa higiene, reclusión en sus hogares, rechazo de sus seres queridos y negación de su estado patológico. 

El secundario es la consecuencia. Es decir, son pacientes que ya tienen otras afecciones psiquiátricas conocidas como la depresión, el alcoholismo crónico, o la demencia sencilla. A mayores, también padecen las características más típicas del síndrome. 

Trastorno por acumulación: sin basura y con sentimientos de culpa

En el apartado más social de esta alteración del comportamiento hay un error de base: «Se ha popularizado mucho el término de síndrome de diógenes y se hace extensible, erróneamente, a cualquier forma de acumulación», reclama el doctor Lara. Tanto que puede llegar a confundirse con el trastorno por acumulación, algo diferente. «Este se ha emparentado clásicamente con el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC). Se caracteriza por la imposibilidad de deshacerse de objetos, pero no por el descuido o el autoabandono personal», señala el profesor de la universidad madrileña. Es más, el paciente defiende su postura y sus objetos: «Alega tener razones para guardarlos, especialmente, el potencial uso de todos ellos», añade el experto.

En cambio, la conducta le produce sentimientos de culpa o vergüenza y evita, por ejemplo, invitar a seres queridos a su casa. Además, el desorden dificulta el hecho de encontrar ciertos objetos concretos y «puede producir conflictos con los familiares más allegados». 

Aquí no se acumula basura, sino distintas cosas que suponen una implicación afectiva: «Periódicos atrasados, revistas, electrodomésticos, ropa, botellas, muebles recogidos de contenedores o cintas de vídeo», ejemplifica el doctor Lara, que añade: «Los objetos acaban siendo extensiones de su propia persona». 

Acumulación con valor emocional: una conducta normal del ser humano

¿Somos acumuladores enfermizos por no tirar los apuntes de la carrera a la basura? «La acumulación, como conducta humana, no es necesariamente patológica, y se basa en la adquisición y dificultad para desprenderse de objetos y pertenencias. Cierta tendencia a guardar cosas es normal y puede implicar la falta de tiempo para ordenar lo almacenado, o tener asociadas razones sentimentales», reconoce el secretario de la SEPSM. 

«Una de las diferencias fundamentales con el síndrome de Diógenes es la edad. Este trastorno suele debutar más en edades más tempranas», reconoce Juan Antonio Becerra, profesor de Psicobiología en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), que añade: «En este caso, además, la sintomatología manifiesta que la persona vive la acumulación como necesidad, en lugar de provocarles un malestar», sostiene. 

Como todo, con cierta lógica. El problema llegará si el acopio de recuerdos interfiere en nuestra vida y afecta a nuestro hogar. De lo contrario, el caos puede seguir reinando. 

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.