Fernando Marín, médico por el derecho a la eutanasia: «No se elige entre vivir o morir, sino entre morir de una manera o de otra»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Fernando Marín es médico y vicepresidente de Derecho a Morir Dignamente.

El experto es vicepresidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente, que apoya a pacientes terminales en el proceso de solicitar y llevar a cabo la eutanasia

27 dic 2024 . Actualizado a las 13:59 h.

Pensar en la muerte es, para muchos, algo que se intenta evitar, sea de manera consciente o inconsciente. Pero cuando una enfermedad incurable y terminal nos obliga a enfrentarla, la posibilidad de elegir cómo y cuándo morir puede ser lo único sobre lo que tenemos control. Esta idea es la que defiende la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), organización de referencia en el apoyo a la eutanasia en España. Fernando Marín, médico y vicepresidente de DMD, ha participado de este proceso en calidad de médico responsable en varias ocasiones, acompañando a pacientes que toman esta decisión y a sus familiares.

—Cuando alguien acude pidiendo una solicitud de eutanasia, ¿cómo se procede?

—Desde un punto de vista médico, es complejo. La primera sensación es de cierta perplejidad. Piensas: «Vaya, no sabía que estaba pensando en ello». Si es un paciente conocido, como sucede con los médicos de cabecera, a veces no sorprende tanto, muchas veces, ya esperabas que en algún momento hiciera esa solicitud por su forma de pensar o cosas que ha dicho antes. Pero en todo caso, es una situación que te obliga a posicionarte y tomar una decisión personal: ¿estás dispuesto a ayudarle o no?

—¿Qué factores influyen en esta decisión para un profesional?

—Depende mucho de las creencias personales del profesional. Por ejemplo, si es una persona muy religiosa, puede que no quiera participar porque lo considera un pecado o algo contrario a la ley de Dios. Incluso, aunque no tengas creencias religiosas, podrías considerarlo contrario al espíritu de la profesión médica. Pero esto es un poco absurdo, porque ya existe el derecho a rechazar tratamientos y medidas de soporte vital. La vida dejó de ser sagrada hace mucho tiempo en términos médicos. Sin embargo, administrar una dosis letal, como un anestésico en dosis muy altas, aunque se usa de forma habitual para otras cosas, es distinto cuando el objetivo es causar la muerte.

—¿Cuál es el primer paso una vez se decide ayudar al paciente?

—Primero hay que informarse sobre la tramitación, el proceso deliberativo, los informes y los plazos. Hay que redactar un informe como médico responsable, cumplir unos plazos para que la persona reitere su voluntad, firmar el consentimiento informado, obtener el informe de un médico consultor y, finalmente, el visto bueno de la comisión. Es un proceso complejo que al principio abruma, pero te acostumbras.

—¿Cómo tiene que ser la solicitud para recibir el visto bueno?

—Primero se debe comprobar que el paciente cumpla ciertos requisitos: mayoría de edad, nacionalidad, o residencia con empadronamiento de al menos 12 meses si es extranjero, y capacidad mental para tomar decisiones. Es fundamental que la persona esté en sus cabales, que no esté bajo un brote psicótico o delirios. Si eres su médico de cabecera, ya la conoces y sabes si es capaz de tomar decisiones. Después, evaluamos si cumple los requisitos de un contexto eutanásico, es decir, que tenga una enfermedad grave e incurable, con pronóstico de vida limitado y en un contexto de fragilidad y sufrimiento constante. Muchas veces, estos casos no te pillan de sorpresa. Por ejemplo, si son pacientes oncológicos con historias largas de tratamientos y recaídas, que llegan a un punto en el que ya no hay más opciones.

—¿Cómo se comprueba que exista este contexto eutanásico?

—Es una combinación de factores: primero, la enfermedad clínica que debe estar documentada; segundo, la experiencia de sufrimiento del paciente, que puede ser física, psíquica o existencial; y tercero, la voluntad inequívoca de la persona. Esto último es crucial. Debemos asegurarnos de que no hay coacción ni factores externos, como presiones económicas o familiares.

—Este contexto no siempre se ve tan claro...

—No, y en ese sentido los casos más difíciles son aquellos con padecimiento grave crónico e imposibilitante, pero sin un pronóstico de vida limitado. También personas que padecen trastornos mentales graves o demencias, donde es clave un testamento vital. Hay personas que, aunque parezcan inconscientes, podrían estar sufriendo y haber pedido la eutanasia de forma anticipada. Cada caso debe estudiarse con detalle.

—¿Qué papel desempeña la asociación en este proceso?

—Muchas personas que nos contactan preguntan, por ejemplo, si el médico responsable debe esperar los 15 días para firmar la segunda solicitud. En algunos casos, si el paciente está en una fase terminal, se puede adelantar el proceso para evitar que muera antes de completar el trámite. El caso de Laura Fernández en Vigo es un ejemplo. La asociación también intercede con los profesionales o las comunidades autónomas para agilizar la tramitación. Pero también les explicamos que la ley establece un contexto eutanásico, y no todas las personas que sufren cumplen con los requisitos.

—¿Cómo se apoya a las familias en este proceso?

—A veces, el paciente está decidido, pero la familia no. Por ejemplo, los hijos pueden no estar de acuerdo. Es comprensible, nadie quiere que su madre o padre muera. Sin embargo, cuando ves el sufrimiento de esa persona, puedes llegar a comprender su decisión. También hay casos en los que la familia ve un sentido en ese sufrimiento, quizás religioso, pero el paciente no. Un caso extremo fue el de un padre en Barcelona que denunció a su hija para detener una eutanasia que ya estaba aprobada, después de que ella, con una parálisis irreversible a raíz de un intento de suicidio, solicitara morir. Con 23 años, había quedado parapléjica y le habían dicho que no iba a volver a caminar. Decir que sí a la muerte voluntaria con esa edad no es algo frecuente. Ese caso es de una complejidad enorme y aún está en los tribunales.

—¿Cómo se prepara la familia para el momento de la eutanasia?

—El proceso de tramitación, aunque a veces es largo, ayuda a que la familia asimile la realidad. Se dan cuenta de que el final está cerca y que deben aprovechar el tiempo que les queda. Algunas familias tienen momentos de reconciliación y despedida, aunque no siempre es así. La familia debería acompañar a la persona y en ese sentido, el proceso de tramitación de la eutanasia tiene algo bueno. A veces se prolonga durante 30 o 40 días o incluso más. Pero, si todo va bien, en ese mes la familia se va dando cuenta de que efectivamente la persona va a morir, de que ha llegado el final y que lo que haya que hacer o decir hay que hacerlo ya. A veces ocurre esa catarsis y la familia se reencuentra, se pide perdón y decide destacar lo bueno y olvidar lo malo. En las familias hay muchas historias así. Sin embargo, alguna vez ha habido personas que han muerto con una eutanasia en un hospital y no se lo han dicho a sus hijos, lo que te deja un poco perplejo.

—¿Por qué llegan a ocultar el proceso a sus seres cercanos?

—Una mujer me dijo que su hijo estaba esperando un bebé que iba a nacer la semana siguiente y no querían perturbarlo con la muerte de su padre. Entonces, le dijeron que se el padre se había puesto mal y había muerto. Esto es una decisión personal, pero si la muerte voluntaria tiene algo bueno es que permite una despedida. Entonces, es llamativo cuando le niegan esa oportunidad a los familiares.

—¿Existen casos en los que el paciente cambia de opinión en el último momento?

—Sí, puede pasar. Ha habido personas que, después de que todo está listo, se echan atrás. Se ven en la situación, después de nosotros movilizarnos hasta su domicilio y ponerles la vía intravenosa, y dicen que no. Luego llaman arrepentidas, pidiendo reanudar el proceso. Nos han llegado a llamar diciendo que por favor volviésemos, que lo sienten mucho y que han tenido un momento de debilidad, que no anulemos la solicitud. Esto complica todo, porque acompañar a una persona en su muerte no es algo que se tome a la ligera y hay más personas implicadas. Para llevar adelante una eutanasia, un equipo tiene que gestionarlo. Incluso ha habido casos donde la familia ha impedido físicamente que el paciente acceda a la eutanasia, como el de una madre en Santiago de Compostela que no abrió la puerta al equipo médico porque estaba en contra. Habíamos quedado en recoger a su hija, una mujer que tenía ELA, en su casa, para llevarla al hospital a morir, y cuando llegó el equipo, no lo quiso permitir, porque se quedaba sola y porque de corazón pensaba que la hija estaba mejor viva que muerta, mientras ella le pedía por favor que nos abriese. Estas situaciones son horribles.

—¿Cómo se llega a ese tipo de situaciones?

—Cuando esto ocurre, algo se ha hecho mal, porque el médico responsable tiene que indagar sobre la historia de la persona y de su familia. Cuando viene un paciente pidiendo hacer la solicitud, hay que hacerle preguntas, tomárselo con calma, darle unos días para que lo piense, volver a llamar e ir a ver a la persona, para asegurarte de que no hay conflictos. Si haces bien este trabajo, vas a conocer a la familia del paciente y te vas a dar cuenta de si no aceptan la decisión. Y conociendo esto, podrías intentar evitar situaciones complicadas, convencer a la familia de que este es un derecho que cada persona tiene y que no podemos oponernos. Intentas hablar con todos y evitar conflictos, pero no siempre es posible.

—¿Cómo vive el médico el momento de la eutanasia?

—Es una experiencia muy intensa. Por un lado, tienes la certeza de que estás ayudando a alguien a liberarse de un sufrimiento insoportable. Pero también es un momento simbólicamente fuerte, porque estás acompañando a alguien en su muerte. Es una mezcla de responsabilidad y alivio para el paciente. Pero, al final, es una opción más. Antes, teníamos la opción paliativa del tratamiento de los síntomas, hasta que el cuerpo aguante. Y ahora tenemos esta otra posibilidad de salir de la vida de una forma más preparada. El reto es que toda la familia viva esto como una buena muerte, pero para eso, tienen que asumir que esa muerte iba a ser un desenlace inevitable, que no se está eligiendo entre vivir o morir, sino entre morir de una manera o de otra.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.