Así utilizó Finlandia un «reality show» para reducir las muertes por enfermedad cardiovascular
ENFERMEDADES
En 1971, instituciones nacionales e internacionales pusieron en marcha el Proyecto Karelia del Norte para luchar contra el aumento de ataques del corazón
26 sep 2023 . Actualizado a las 15:27 h.Finales de los 60, principios de los 70. Los países industrializados ven cómo las enfermedades cardiovasculares aumentan en prevalencia y mortalidad. Entre ellos, destaca Finlandia, que presenta el índice más alto de fallecimiento por patología coronaria isquémica a nivel mundial.
En concreto, llama la atención la provincia de Karelia del Norte, una región situada en la frontera con Rusia, sobre la cual se pronuncia un comité de expertos internacionales. Allí, un elevado número de la población masculina joven está falleciendo de ataques del corazón, lo que lleva a describir la situación como una «aterradora crisis de salud pública».
En 1971, los habitantes de este pequeño territorio, que observan con preocupación el problema al que se enfrentan, firman una petición al gobierno para que tome cartas en el asunto. Urgía una lucha contra la enfermedad cardiovascular.
La respuesta no se hizo esperar. La muerte de población potencialmente activa ponía en jaque la productividad y el futuro de la región. Así que, instituciones finlandesas, acompañadas de la Organización Mundial de la Salud, pusieron en marcha el Proyecto Karelia del Norte, una de las intervenciones comunitarias más famosas y exitosas de la salud pública internacional.
El gobierno nombró a Pekka Puska, un joven médico de 27 años, Director General del Instituto de Salud Pública de Finlandia. Recién aterrizado de la carrera, confiaba en que el origen de este tipo de enfermedades se encontraba en el estilo de vida. La prevención, para él, era la clave.
Mucha mantequilla y altos niveles de sal
Desde una visión actual, no podía ser de otra forma. Los habitantes de Karelia del Norte presentaban altos niveles de colesterol total en sangre e hipertensión, el tabaquismo era una práctica muy común entre los varones, la dieta se caracterizaba por altos niveles de sal y grasa saturadas de origen lácteo, y la escasa ingesta de verduras parecía ser el denominador común en todos los hogares.
El plan, que se presentó como un programa piloto para futuras iniciativas en el país, consistía en realizar distintas medidas preventivas desde 1972 a 1977. Para ello, se crearon varias bases de datos como encuestas estandarizadas a toda la población, un seguimiento de la incidencia de las enfermedades y la mortalidad, así como un conjunto de actividades de promoción de la salud que implicaron la estrecha colaboración de todos los servicios médicos. Estos debían, por ejemplo, facilitar la adquisición de buenos hábitos a todo aquel que se presentase a consulta.
¿De dónde venían los malos hábitos?
Se piensa que, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, en la que muchos habían pasado hambre, la recuperación del país vino de la mano de un festín diario. Celebraron el final del conflicto con un aumento del consumo de mantequilla, leche y carne animal, alimentos a los que no habían tenido acceso hasta ese momento. Los vegetales, prácticamente, dejaron de ser parte del menú.
La actuación también cobró forma en las escuelas, en los centros de salud, en las empresas, en los supermercados y hasta en los medios de comunicación. De hecho, llegó a emitirse un programa de televisión, una especie de reality show, en el que un conjunto de voluntarios con varios factores de riesgo cardiovascular cumplían con las indicaciones que los educadores de salud daban a los participantes y a los espectadores. Hasta el mismísimo Puska aparecía.
Para llevar un control, cada semana se hacía un análisis de sangre y tensión arterial, a la vez que se daban unos cuantos consejos. Duró 15 años en antena y la receta fue de éxito: distintos expertos de la comunicación ayudaron a diseñar un discurso comprensible y a traducir la información científica en conversaciones del día a día.
Esto no fue todo, sino que el proyecto también se apoyó en líderes de opinión, así como en la relación médico-paciente. De hecho, se apeló a los objetivos del programa como parte del orgullo de la región. Casi sobra explicar hasta qué grado lo consiguieron.
Modificar la dieta y hablar con productores
El primer desafío que el proyecto se planteaba era el de modificar la dieta local. El patrón alimenticio, por aquel momento, se basaba en embutidos, mantequilla, queso y leche entera. Se solía decir que las verduras eran para los conejos.
Así, por ejemplo, los frutos del bosque como los arándanos, que eran típicos de la región en verano, solo se tomaban durante su corta temporada. Para potenciar el consumo de este tipo de frutas, el equipo del doctor Puska animó a los agricultores y productores de alimentos a diversificar sus plantaciones hacia el cultivo de bayas. También apoyaron la creación de entidades que congelasen, procesasen y se encargasen de su distribución el resto del año. ¿El resultado? Las ventas se dispararon.
A su vez, visitaron las fábricas de pan, para que redujesen el contenido en sal y sustituyesen la mantequilla por aceites vegetales, e incluso, animaron a los fabricantes de salchichas de la zona a sustituir la grasa de cerdo por un relleno de setas locales. Lo hicieron y los consumidores no solo no lo percibieron, sino que compraron todavía más.
El plan salía a pedir de boca. Mientras el programa promovía una dieta más saludable, también emprendió una lucha contra el tabaco, basada en advertencias y legislación. Fumar se considera un factor de riesgo de manual en los niveles de colesterol o hipertensión.
Los resultados
Al cabo de cinco años, el proyecto obtuvo una serie de logros sin precedentes. Se observaron cambios en el estilo de vida de las personas, lo que redujo, de forma notable, el riesgo cardiovascular de toda la población. Por ejemplo, si en 1972, un 52 % de los hombres fumaban, en 1977 la cifra fue del 44 %.
El éxito se reflejaba tanto en el papel, como en la realidad. Los nuevos hábitos adquiridos entre la población no tenían fecha de caducidad, sino que los mantuvieron como parte de su rutina. Por ello, fue posible realizar un seguimiento durante 30 años y observar como la tasa de mortalidad por eventos cardiovasculares se redujo un 73 % entre 1969 y 1995.
El doctor Puska resumió en un artículo publicado en el 2008, en la revista Diabetes Voice, los éxitos alcanzados al cabo de estas tres décadas:
- La media de colesterol total en sangre de los habitantes cayó en más de un 20 %.
- El consumo de sal consiguió reducirse en mayúsculas.
- Cuando el proyecto comenzó, una amplia mayoría se excedía con el uso de la mantequilla. Era habitual que se utilizara tanto para cocinar, como para untar en una tostada de pan. A comienzos de los dos mil, menos del 5 % de la población lo seguía haciendo, y en torno a un 60 % de las familias lo habían sustituido por aceite vegetal.
- Por último, si en los 70, más de la mitad de la población masculina fumaba, a inicios de los dos mil, este problema solo suponía un riesgo para el 20 % de ellos.
No es de extrañar, por lo tanto, el impacto que estos cambios tuvieron en la salud. El índice de mortalidad anual por enfermedad coronaria cardíaca en hombres de edad laboral fue un 85 % más bajo en el 2006, que entre 1969 y 1971. Además, al reducir el hábito tabáquico, los infartos cerebrales y la incidencia de cáncer por esta causa también cayeron. La mortalidad, por cualquier causa, en edad laboral disminuyó un 50 % y, con todo esto en mente, la esperanza de vida aumentó al cabo de los años.
De esta forma, los carelianos del norte supieron aprovechar un proyecto basado en la comunidad y el orgullo de enfrentarse al control de enfermedades crónicas. «Las experiencias siguientes han demostrado que los programas que combinan la implicación de la comunidad con medidas medioambientales y basadas en políticas obtienen unos resultados marcadamente superiores en comparación con los enfoques puramente educativos o dirigidos al individuo», declaraba Puska hace, ahora, 15 años.