Grasa corporal y cómo reducirla: «La más perjudicial es la que está entre los órganos del abdomen»
ENFERMEDADES
La obesidad se caracteriza por un exceso de grasa corporal que supone más riesgos para la salud de los que se pensaba hasta hace poco
11 abr 2023 . Actualizado a las 18:24 h.Desde infusiones hasta dietas extremas e inyecciones de bótox, pasando por rutinas de ejercicio y suplementos, las estrategias a corto plazo para acabar con el exceso de grasa corporal son tantas como las personas que a ellas recurren. Apoyándose en las inseguridades y las preocupaciones estéticas que gran parte de la población comparte, se hacen hincapié en la parte menos importante del problema: las apariencias. Porque detrás de la grasa hay mucho más que un cambio en el aspecto. La obesidad es una condición crónica que aumenta de manera súbita el riesgo de sufrir no solo enfermedades metabólicas y cardiovasculares sino incluso ciertos tipos de cáncer.
La buena noticia es que estos riesgos pueden mitigarse en gran medida aplicando modificaciones en los hábitos y el estilo de vida. De hecho, en muchos casos, no es necesariamente el peso en sí el problema, sino estos hábitos tóxicos que favorecen al bucle del exceso de grasa. Lo que hay que entender es que, como señala el endocrinólogo Alberto Goday, presidente de la Fundación de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), «a igualdad de peso, la probabilidad de que tengas otros problemas de salud relacionados con el exceso de peso será menor si haces una dieta saludable y ejercicio que si no la haces. A igual peso, alguien que hace ejercicio tendrá muchos mejores resultados en su salud que una persona que no lo hace y que no se cuida». Pero ¿cómo emprender ese cambio de hábitos?, ¿qué opciones hay para reducir la grasa?
Para llegar a esas respuestas, primero debemos entender cómo funciona la grasa corporal y cómo actúa en el organismo. «Hasta hace unos años, pensábamos que la grasa era una parte del cuerpo que no actuaba, que simplemente acumulaba energía. Pero actualmente sabemos que las células grasas fabrican unas moléculas que hacen que el cuerpo tenga un grado de inflamación bajo pero persistente. Y esta inflamación hace que los vasos sanguíneos se puedan tapar, que el páncreas fabrique menos insulina o que esta sea menos efectiva, o que algunas células puedan evolucionar hacia células cancerosas. Todo esto está relacionado con las sustancias que fabrica el tejido graso. Por eso es potencialmente tan grave esta enfermedad, mal interpretada como una patología estética, el exceso de grasa de la obesidad», explica Goday.
Pero no toda la grasa que acumula el cuerpo es igual de peligrosa. «Actualmente, sabemos que la grasa que es más perjudicial para el cuerpo es esa que está entre los órganos del abdomen: la que llamamos grasa visceral. Ese acúmulo de grasa en la cintura es lo que está más asociado a fabricar estas sustancias perjudiciales para el cuerpo que hacen que la persona tenga ese exceso de grasa. Otros acúmulos de grasa que a veces preocupan mucho estéticamente, como la de las caderas o en la parte externa de los muslos, tiene menos efectos perjudiciales para la salud que la que se acumula en el abdomen en cuanto a producir estas sustancias nocivas», apunta Goday.
¿Cómo se mide el exceso de grasa corporal?
Sharona Azriel, vocal de la Junta Directiva de la SEEDO, explica que «lo más importante es determinar si ese exceso de grasa corporal es una grasa disfuncional, ectópica. Esa es la más perjudicial desde un punto de vista metabólico, y la que se relaciona con más complicaciones: diabetes tipo 2, hipertensión, dislipidemia, enfermedad metabólica hepática, apnea del sueño».
En este sentido, si bien el Índice de Masa Corporal (IMC) es uno de los cálculos más populares para medir el grado de sobrepeso en un individuo, no por esto es el más exacto. Esta es una fórmula que simplemente divide el peso de la persona por el cuadrado de su altura. Pero, como el IMC mide la masa total, no permite hacerse una idea clara de la proporción que ocupa la grasa dentro de esto. Por lo tanto, este índice no es el único del que depende un diagnóstico. Como señala Azriel, «en múltiples ocasiones no indica la cantidad de grasa visceral y abdominal que se relaciona con problemas metabólicos o cardiovasculares. Por eso, cada vez más, se tiende a utilizar no solamente el IMC para definir el exceso de peso, sino también otros parámetros».
Actualmente, «hay fórmulas más finas y exactas, como la densitometría corporal total, que se hace con rayos X, o la impedanciometría, que se hace poniendo las manos en unos manubrios y los pies, y pasa una mínima cantidad de corriente que estima esta cantidad de grasa. Incluso, se están haciendo ahora ecografías para saber la composición corporal», explica Goday.
Por qué acumulamos grasa
El exceso de grasa, que se manifiesta en sobrepeso u obesidad, es una circunstancia multicausal. Al igual que ocurre con cualquier fluctuación en el peso que se salga de la norma, «existen muchos factores que intervienen. Desde los genéticos, hereditarios y epigenéticos, hasta los ambientales, y fármacos que pueden hacer que la persona gane peso, el sedentarismo, que es tan característico del mundo occidental, la mala alimentación... Es una sumatoria de múltiples factores lo que condiciona que se acumule grasa y tejido adiposo tóxico, ese tejido es proinflamatorio y esa inflamación crónica hace que se desencadenen una serie de vías que dan lugar a otras enfermedades asociadas», señala Azriel.
Más allá de la estética
Los datos son contundentes a la hora de mostrar que la motivación para reducir la grasa corporal no debe plantearse en términos estéticos. No solo porque esto lleva al uso de estrategias de corto plazo que no resuelven el problema y pueden generar el conocido efecto rebote, sino porque esto aleja el foco del verdadero peligro.
Lo cierto es que, cuando hay exceso de grasa, «se activan sistemas hormonales y el sistema nervioso simpático. Todo eso hace que el paciente tenga predisposición luego a presentar otras complicaciones. La base de esas enfermedades es ese tejido adiposo dañino. Ese tejido inflamado desencadena inflamación a muchos niveles, aumenta el estrés oxidativo, se activan una serie de vías neurohormonales y procesos que dan lugar a otras enfermedades como la diabetes tipo II, la hipertensión, la enfermedad metabólica hepática, el ovario poliquístico, o las enfermedades cardiovasculares», advierte Azriel.
Del mismo modo, los beneficios para la salud de reducir este acúmulo de grasa son indiscutibles. «Si la persona ya tiene alguna enfermedad asociada a este exceso de grasa, estas enfermedades van a mejorar claramente. Y si no las tiene, la probabilidad de que las tenga en el futuro van a disminuir, por el hecho de perder peso. Son beneficios para la salud tan evidentes como reducir la probabilidad de tener un cáncer, o de que un cáncer pueda recidivar. No es solo un poquito de tensión alta o un poquito de colesterol, sino que estamos hablando de algunos de los cánceres más frecuentes, y de cosas como la enfermedad cardiovascular, que es de lo que se mueren la mayoría de las personas en los países desarrollados», señala Goday.
Uno de los cánceres más frecuentes que están relacionados con la obesidad es el colorrectal. Este tipo de tumores, que son los más diagnosticados a día de hoy en España, están afectando cada vez a pacientes más jóvenes y se cree que esto tiene que ver con factores como el síndrome metabólico, el consumo elevado de bebidas azucaradas, carne roja y procesada, en el marco de un patrón de alimentación occidental, la obesidad y el sedentarismo. Frente a esto, se aconseja seguir las guías de estilo de vida saludable que buscan prevenirlo de manera general. Esto incluye llevar una dieta equilibrada, rica en frutas y vegetales, mantenerse físicamente activo, evitar el comportamiento sedentario y no fumar.
Cuál es la mejor forma de reducir la grasa corporal
Teniendo en cuenta que la obesidad es una condición crónica, los expertos coinciden en que el tratamiento, que puede tener varios componentes, debe encararse de la misma manera. Es decir: no es realista buscar soluciones a corto plazo, y cualquier dieta que prometa adelgazar o quemar grasa muy rápido puede provocar un rebote al abandonarla.
«La obesidad es crónica, por tanto, si tú haces un gran esfuerzo pero dejas de hacerlo y vuelves a lo mismo que hacías antes, es probable que lo que has perdido, el cuerpo intente volverlo a poner en su sitio. Esto no quiere decir que haya que desmoralizarse. Si tú cambias hábitos, cambias la forma en que vas a hacer las cosas para siempre, por eso son hábitos. Pero si solo cambias durante una semana o 15 días, cuando lo dejes, volverás al estadio de salida», explica el doctor Goday.
En cualquier caso, la primera línea de tratamientos es el estilo de vida sano, indicado y supervisado por un profesional. «La base para cualquier persona que tenga un exceso de peso corporal es una intervención en el estilo de vida, basándonos en una reducción de la ingesta calórica y un incremento de la actividad física, con ejercicio tanto aeróbico como de fuerza y combinado. Y además, si es necesario, se ofrece tratamiento farmacológico para ayudar conseguir una pérdida de peso. Si, a pesar de todo, el paciente tiene un exceso de peso que lo clasifica en un estadio mayor, puede ser subsidiario un tratamiento quirúrgico para buscar un efecto más a medio o largo plazo», propone la doctora Azriel.
Medicación
Cuando hablamos de fármacos para reducir la grasa corporal, no nos referimos a productos como suplementos que pueden adquirirse sin receta médica, sino a tratamientos específicos que se ha visto que funcionan en estos casos.
«Actualmente, disponemos de medicamentos que se diseñaron inicialmente para personas que tenían obesidad asociada a diabetes tipo II en adultos o ancianos. Y vimos que estos medicamentos ayudaban a bajar de peso. Son fármacos que simulan o imitan las sustancias que nosotros fabricamos en el intestino cuando estamos saciados después de haber ingerido alimentos. Segregamos sustancias desde el estómago y el intestino que le avisan al cerebro que no hay que comer más, porque ya hemos comido bastante. Son hormonas gastrointestinales que imitamos en su función o su forma, haciendo que duren más tiempo en sangre, y esos son los tratamientos que utilizamos para la obesidad actualmente, les llamamos agonistas del GLP1. Estas sustancias son, claramente, mucho más efectivas que otros medicamentos que teníamos hasta ahora para el tratamiento de la obesidad y más seguras», explica Goday.
Se trata de fármacos que están indicados cuando hay obesidad, o bien, cuando hay alteraciones en la salud que ocurren en función del sobrepeso. Sin embargo, estos fármacos se consideran como una línea secundaria que debe complementar a los buenos hábitos de dieta y ejercicio, no reemplazarlos.
En España, está aprobado para el tratamiento de la obesidad el análogo del receptor del GLP1 o liraglutida conocido como Saxenda, así como los que inhiben la absorción de grasas como el Xenical. El fármaco se presenta en inyecciones subcutáneas de aplicación diaria en el abdomen, parte superior del brazo o en el muslo, y su precio oscila entre los 200 y los 300 euros, ya que no se encuentra cubierto por la Seguridad Social.
Hay que tener en cuenta que estos tratamientos, idealmente, no deberían interrumpirse. «Si un paciente ha conseguido una pérdida de peso lo suficientemente importante, de más de un 10 o 15 % con medidas farmacológicas y, prácticamente, ha conseguido revertir o normalizar las morbilidades, se podría plantear una retirada progresiva del fármaco o mantener la mínima dosis eficaz para mantener esa pérdida de peso», dice Azriel.
Es importante mantener el tratamiento porque el cuerpo va a interpretar la reducción de la grasa como un período de hambruna y eso hará que, al abandonar la medicación, se pueda recaer con facilidad. «Fisiológicamente, el organismo está preparado para que cuando hay una pérdida de peso, ya sea a través de intervención en el estilo de vida o un tratamiento farmacológico, se liberen una serie de hormonas que hacen que aumente el peso para responder a esa pérdida. Entonces, disminuye el gasto energético y el paciente vuelve a tener más hambre, y eso hace que haya una reganancia ponderal», explica la vocal de la SEEDO.
«Hay pacientes que consiguen una pérdida de peso lo suficientemente importante para que se considere que no necesitan volver al tratamiento farmacológico. Lo que ocurre es que, desgraciadamente, pueden recurrir, recidivar y volver a ganar peso. En muchos casos, hay que hacer varios ciclos de tratamiento farmacológico. Si no nos planteamos en un paciente con hipertensión suspender la medicación, porque volvería a tener los niveles de tensión arterial elevados, hay que plantearse que la obesidad es una enfermedad crónica recurrente y que, al retirar el tratamiento, hay una recaída que supone una reganancia de peso y, en muchas ocasiones, todo lo que se ha conseguido de mejoría en otras enfermedades acompañantes, vuelve a empeorar», señala en este sentido Azriel.
Por último, cabe recordar que los cambios en los hábitos y la incorporación de un estilo de vida saludable tienen efectos en el cuerpo que no solo van más allá de lo visible, sino que están presentes aunque la pérdida de peso no se materialice. «A veces, una persona se desmoraliza porque está haciendo esfuerzos muy importantes para cuidarse y ve que su peso no baja. Esto, por ejemplo, es especialmente frecuente en personas de edad avanzada, más en mujeres que en hombres, porque tienen un metabolismo diferente de la grasa. Mujeres de más de 60 años que a lo mejor están cuidándose mucho más de lo que se cuidaban hasta entonces y ven que no tienen los resultados que tenían antes. La reacción más habitual es tirar la toalla. Pero la progresión natural de una persona es ir aumentando de peso o ir empeorando los indicadores. Por tanto, si con una dieta o una estrategia global de dieta y ejercicio te mantienes en tu peso, eso ya está bien», insiste Goday.