¿Podemos morirnos de ancianos? «Nadie fallece por el simple hecho de hacerse mayor»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

¿Es posible morir a causa del envejecimiento? Los expertos sostienen que no.
¿Es posible morir a causa del envejecimiento? Los expertos sostienen que no. La Voz de la Salud | iStock

Es muy común que la edad avanzada justifique el fallecimiento, aunque esto no es posible, la edad no mata

14 sep 2022 . Actualizado a las 14:54 h.

Envejecer es vivir. De hecho, sucede desde el nacimiento, cuando la vida justo acaba de comenzar. La Organización Mundial de la Salud acaba de incluir un código para las enfermedades relacionadas con este proceso, y habla de «un declive intrínseco de la funcionalidad asociado a la edad». Esto debe entenderse en un contexto: ahora se vive más que antes. La mayor parte de la población tiene una esperanza de vida igual o superior a los 60 años, un cambio que no solo se produce en los países avanzados, sino también en los de ingresos bajos y medianos. 

Tal y como apunta la OMS, el envejecimiento es el resultado de la acumulación de «una gran variedad de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo, lo que provoca un descenso gradual de la capacidades físicas y mentales, y puede llevar a un mayor riesgo de enfermedad, y en última instancia, la muerte», recoge la entidad. 

En pocas palabras: sumar velas a la tarta de cumpleaños es sinónimo de un desgaste generalizado que hace que la probabilidad de fallecimiento, por una enfermedad, sea mayor. «Con la edad, se produce un deterioro de la reserva funcional que poco a poco se va gastando. En ese momento, con lo mínimo que ocurra, la persona puede morir», expone Pablo Mato, miembro de la Sociedad Gallega de Medicina Interna (Sogami) e internista del Complejo hospitalario universitario de Ourense (CHUO). En medicina, esta situación se personaliza en el anciano frágil, un sujeto que en estado basal se encuentra bien, pero que, ante el mínimo problema, puede acarrear complicaciones mayores. «Es como un castillo de cartas, que si no mueves nada, se queda en pie, pero con un golpe o un soplo de aire, se cae», describe el doctor. 

La vejez no se reparte en todos por igual. Cada persona tiene su ritmo. Es un progreso condicionado por la herencia familiar o genética, por el estilo de vida, y por el azar. De igual forma, las transiciones vitales, como la jubilación, el traslado a viviendas más apropiadas o perder a un ser querido importan, y mucho. En plena juventud, existen signos que indican el paso de los años: las arrugas, el abdomen prominente, la disminución de la velocidad al correr o la pérdida de masa muscular. También el vaivén del peso. Primero se gana, y a partir de los 65, se pierde. 

Si algo queda claro, en todas las especies, es que el envejecimiento es inevitable. Aunque existen variables que aceleran (o desaceleran) el proceso. Vicente Andrés García, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares Carlos III (CNIC) y miembro del Ciber en Enfermedades Cardiovasculares, explica que, en los últimos años, la literatura científica sobre el proceso de hacerse mayor ha aumentado. «Hay que diferenciar entre la edad cronológica y la biológica. La primera es que si yo he nacido en 1962, ahora tengo 60 años. La segunda es la edad a la que se deteriora nuestro organismo. Ahí hay un componente genético, pero también ambiental. No es lo mismo tener una dieta sana, no fumar, ser físicamente activo, vivir en un entorno socioeconómico favorable que sus situaciones contrarias, las cuales hacen que nuestra edad biológica vaya más rápido», explica el investigador. 

«No existe la persona mayor típica»

Por mucho que sorprenda, la OMS defiende que no existe «tal cosa como la persona mayor típica». Mientras que unos tienen unas facultades físicas y psíquicas envidiables, otros sufren un deterioro arrastrado desde edades mucho más tempranas. Y esto no se debe, en su totalidad, a la suerte. Cuentan, y mucho, los entornos físicos y sociales en los que se encuentran las personas: «Este contexto influye en las oportunidades y sus hábitos de vida. Viene determinado por características personales como la familia en la que nacimos, sexo y etnia, lo que conduce a desigualdades en nuestra relación con la salud», detalla la OMS. 

El curso de toda una vida puede dividirse en cuatro fases según el estado de salud. Lo explicaba el doctor Ángel Durántez en esta entrevista. La primera de todas es la juventud, divina juventud, aunque no eterna. Se denomina vida libre de enfermedad crónica y dura hasta los 35 o 40 años. La cuarta década sirve como momento de corte para comenzar la segunda fase. Afloran enfermedades como el ovario poliquístico, la presencia de un mioma, una hipercolesterolemia o una hipertensión arterial. «A partir de esta edad, sabemos que estas enfermedades se disparan. Este dato coincide con lo que conocemos sobre la senescencia programada, y es que a partir de los 35 o 40, se inicia el declive de salud asociado al envejecimiento», detalla Durántez. 

A continuación, «llega la fase de vida de buena salud subjetiva». El sujeto, a pesar de padecer ciertas enfermedades, se encuentra como un roble. «Esta fase dura más o menos hasta los 60 años».

A los 65, comienza lo que se conoce como «vida libre de discapacidad». «No necesitas la ayuda de otras personas para vivir pero te encuentras regular, mal o muy mal», detalla el experto en envejecimiento. Y, finalmente, la última se produce en torno a los 80 años, y aquí sí se precisa cierto apoyo. «Sabemos que el 50 % de la población a partir de esa edad ya tiene una discapacidad», concreta Durántez. 

¿El envejecimiento es una enfermedad?

Así las cosas, ¿es posible que alguien muera por anciano? No, la edad por sí misma, no mata, aunque se considere un factor de riesgo inevitable. Un conocido ejemplo de ello es el cáncer. «Morir de anciano es un error epistemológico. Nadie muere por el simple hecho de hacerse mayor o alcanzar una longevidad extrema, fallece por una enfermedad concreta, y ahí sí, el propio hecho de hacerse mayor puede contribuir a su presencia o gravedad», explica el doctor Francisco Tarazona, vocal de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. Es decir, la causa de un fallecimiento siempre se produce por una patología concreta y aislada o por una concomitante a otras entidades. 

Más respuestas que coinciden: «Conforme la edad aumenta, se va produciendo un deterioro a nivel sistemático de los órganos y de la reserva funcional que tenemos ante determinados estresantes como una caída», comienza explicando la doctora Ana Ayesta, presidenta de la Sección de Cardiología Geriátrica de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), que añade: «Al final, si uno fallece súbitamente mientras duerme, lo normal es que haya tenido una arritmia cardíaca. Y eso no deja de ser una alteración a nivel de un órgano. Es decir, cuando uno se muere, el corazón se para, por lo que debe haber algo que provoque esa parada», precisa la cardióloga. 

Y si bien es cierto que la población envejecida es considerada un grupo de riesgo, «el envejecimiento en sí no es, de ninguna manera, una patología. Es una etapa del ciclo vital, que puede llegar a ser muy saludable», precisa el doctor Jacinto Bátiz en referencia a la opinión de sus compañeros de profesión. El responsable del Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) y director del Instituto Para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurce (Vizcaya), sostiene que según la edad, la sensibilidad para padecer una patología u otra es mayor o menor. 

Síndromes geriátricos

Aunque no ocurra por igual en cada historia, la vejez se asocia a la aparición de varios estados de salud complejos denominados síndromes geriátricos. Estos son consecuencia de factores subyacentes que incluyen, entre otros, «la fragilidad, la incontinencia urinaria, las caídas, los estados delirantes y las úlceras por presión», explica la OMS. 

A la vez, existen enfermedades que también son más comunes en el anciano: «Del área cognitiva como el alzhéimer, la artrosis, la osteoporosis o los problemas cardiovasculares», describe el doctor Jacinto Bátiz. 

Los años no pasan en balde para nadie, al igual que la respuesta del organismo ante ciertas enfermedades empeora con la edad: «Tanto los músculos, y no olvidemos que el corazón es uno de ellos, como la piel, los huesos e incluso el sistema cognitivo se ven afectados, y pierden fuerza o resistencia. Esto provoca que el anciano no esté lo suficientemente preparado para afrontar ciertas actividades o patologías», añade el miembro de la SEMG. 

La soledad, perjuicio a la salud mental

La salud mental, el bienestar emocional y el estado físico tienen igual importancia. Los abuelos tienen un papel esencial en más de una familia, y según datos de la OMS, «más de un 20 % de las personas que pasan de los 60 años sufren algún trastorno mental o neural». A ellos también hay que cuidarlos. Por ejemplo, y tal y como refleja la entidad internacional, es frecuente que los problemas por abuso de sustancias psicotrópicas se pasen por alto o se ofrezca un diagnóstico erróneo. De hecho, una de cada diez personas mayores sufre maltrato, y este problema no solo tiene una consecuencia física, sino también psíquica, como la depresión o la ansiedad

Con este panorama, el apoyo social se vuelve imprescindible. «La soledad, aunque no es una enfermedad, es uno de los factores negativos que condicionan mucho su estado de salud», explica el doctor Bátiz. A mayores, el deterioro propio de la audición y visión «también pueden derivar en aislamiento». 

Aun sin un diagnóstico claro respecto a una enfermedad, existen una serie de afecciones que deterioran el bienestar de una persona. El doctor Bátiz lo explica mediante la biología: «Las articulaciones se desgastan por el trabajo realizado durante décadas; los huesos han perdido calcio; el corazón, que es el motor, se va deteriorando después de haber latido a una media de 75 veces por minuto sin parar; las arterias se hacen cada vez más rígidas y la probabilidad de obstruirse aumenta, y el cerebro, que controla el funcionamiento de nuestro cuerpo, también se va desgastando», precisa. Sin caer en banalidades, este proceso puede entenderse mejorar mediante una metáfora: «A medida que aumenta la antigüedad de nuestro coche, más probabilidad tiene de dejarnos tirados». Una versión que no varía demasiado del cuerpo humano. 

Ante las enfermedades cardiovasculares

Las enfermedades cardiovasculares son una de las principales causas de mortalidad en todo el mundo, «suponen entre el 25 y 50 % de las muertes, en función del país», precisa el doctor Vicente Andrés. Aquí cobra especial protagonismo, la aterosclerosis, que provoca el 75 % de estas patologías. «Es un ejemplo clarísimo de cómo el envejecimiento provoca que progresivamente nuestras arterias se vayan deteriorando, acumulando sustancias anómalas que se depositan en la pared arterial, estrechándose y acaban provocando un trombo», detalla. Una condición silente en sus comienzos. La doctora Ana Ayesta destaca que, con el envejecimiento, «es muy común ver la cardiopatía isquémica, lo que suele provocar infarto o angina de pecho, también las valvulopatías, o una insuficiencia mitral severa-moderada», señala.

Cuando las células no se pueden regenerar

El cuerpo es finito. Nace, digamos, con una especie de reloj programado. En el transcurso de la vida, las células de un organismo se regeneran, pero su capacidad de hacerlo disminuye progresivamente como parte del proceso de envejecimiento. Un claro ejemplo de ello son las cicatrices o la curación de huesos fracturados con la formación de tejido nuevo que se genera entre los trozos de hueso. 

«Las células y su recambio tienen unas estructuras denominadas telómeros, que se encuentran en los extremos de los cromosomas y se pueden replicar una serie de veces cuando las células se copian. Cuando no se pueden seguir replicando, el momento llegó. Es decir, hay un tope a nivel genético en la replicación de células que nos dice: “Hasta aquí”», expone el doctor Mato. 

En el curso de la vida, el organismo sufre una serie de agresiones, las cuales pueden ser ambientales, que inciden sobre las células: «Cuando somos jóvenes y esto ocurre, tenemos mucha capacidad para eliminar las que ya no funcionan, pero además, somos capaces de reemplazarlas por células nuevas gracias a las células madre», explica el doctor Andrés. 

No obstante, el desgaste en el tiempo, «hace que perdamos esa capacidad, por lo que nuestros tejidos se van deteriorando», añade el investigador del CNIC y CiberCV. El límite de la supervivencia humana no está claro, aunque el reto está ahora en alargar la vida libre de enfermedad. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.