Martina Pacífico, paciente de bulimia: «Lo primero que miraba en el restaurante era dónde estaba el baño para ir a vomitar después»

Laura Inés Miyara
LAURA MIYARA LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Martina Pacífico ha padecido bulimia nerviosa durante casi una década de su juventud. Ahora usa su experiencia para ayudar a otras personas a salir de la enfermedad.
Martina Pacífico ha padecido bulimia nerviosa durante casi una década de su juventud. Ahora usa su experiencia para ayudar a otras personas a salir de la enfermedad.

La italiana radicada en España insiste en que un TCA «No es solamente "Quiero parecer una modelo". Hay un dolor y un sufrimiento por detrás»

30 ago 2022 . Actualizado a las 19:13 h.

Comer es mucho más que una simple cuestión de nutrición. Todos lo sabemos, en cada bocado de nuestro alimento preferido y en cada comida con familiares o amigos se juegan importantes y profundas emociones. Comer es uno de los grandes placeres en esta vida y esto tiene una causa evolutiva: alimentarse es un requisito fundamental para nuestra supervivencia. Por eso, cuando se sufre un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), todas las demás esferas de la vida se ven afectadas. Así lo retrata Martina Pacífico, una paciente de bulimia nerviosa que convivió con la enfermedad durante casi una década de su juventud. Hoy, a sus 32 años, la italiana radicada en Canarias es presidenta de la Asociación Liberación de la Anorexia y la Bulimia.

«Empecé con la enfermedad cuando tenía 19 años», recuerda Martina. «Yo nunca he estado gorda en mi vida. Pero durante toda mi adolescencia, me veía un poquito gorda, aunque no lo era. Siempre intentaba controlar la comida. Y para cuando llegué ya a los 19, quería, en mi cabeza, encontrar una manera de comer sin engordar. Y era vomitar», cuenta.

«Entré en lo que los psicólogos llaman la luna de miel de la enfermedad: la cosa me iba genial, empecé a adelgazar, comía y vomitaba, comía y vomitaba. Y al mismo tiempo, intentaba controlar la comida, estar sin comer tanto. No comía tanto y, si comía mucho, vomitaba. Y, al final, pasas de controlarlo tú a que la enfermedad te controle. Al principio no te das cuenta», recuerda.

Así, lo que en un primer momento había sido una especie de dieta para bajar un par de kilos, rápidamente se convirtió en un trastorno. «Jugaba mucho con restricciones, por ejemplo, había muchos días en los que no comía nada para no engordar, pero luego esto me llevaba a los atracones, que son la cosa típica de una bulimia nerviosa y son lo peor que te puede pasar, porque empiezas a comer, a comer, a comer, y te descontrolas totalmente. Y luego tienes conductas compensativas como el vómito, o echarte a correr hora y media, a lo loco», describe Martina. Estos patrones son algunos de los indicadores más claros de los TCA: la mayoría de las personas que los sufren, los desarrollan a partir de dietas.

Aunque en lo referido a trastornos mentales siempre es difícil hablar de una causa única (se cree que influyen factores tanto ambientales como genéticos), Martina asegura que, en su caso, la valoración que tenía de sí misma fue una fuente de inseguridad importante que la empujó a desarrollar la bulimia. «La causa principal es la falta de autoestima», dice. «La falta de autoestima te empuja a que, cuando no puedes controlar nada en tu vida, te centres en lo único que puedes controlar, que es tu cuerpo y tu peso. Y entonces, piensas que si estás más bella, más delgada, la gente te aceptará más», señala.

En los momentos más duros, la bulimia la controlaba por completo. «Lo peor de la enfermedad, realmente, es que todo el día estás pensando en la comida. O sea, ya no controlas nada en tu vida, estás concentrado totalmente en lo que has comido, en que no quieres comer, en lo que te vas a comer en un atracón, y todo está centrado en eso», cuenta Martina.

Cuando una persona está sufriendo un trastorno de la conducta alimentaria, el entorno y las personas que la rodean pueden tener un impacto crucial en el curso de la enfermedad. En este sentido, es fundamental no juzgar al paciente y buscar una perspectiva que evite la culpa. «Mi madre me pilló, pero porque ella padecía lo mismo. Entonces, se dio cuenta, pero no me sirvió de nada porque en lugar de ayudarme, me regañó. Yo sabía que estaba haciendo algo mal. Pero hay un momento en que ya no puedes. La enfermedad te controla tanto que tú ya no lo quieres, eso de estar todo el día pensando en la comida es súper pesado y súper triste, súper duro», dice Martina.

Pedir ayuda

¿Qué pasa cuando un paciente llega al punto de romperse? La ayuda que reciba en esa situación será determinante. Desafortunadamente para Martina, en la Cerdeña de hace más de una década, las opciones disponibles no eran lo que ella necesitaba. «Hubo un momento en que dije "Yo quiero salir de esto" y empecé a buscar ayuda. Pero al principio fue difícil, porque me mandaron a un psiquiatra que me dijo que yo tenía adicción a la comida. No sabía por dónde cogerme. Entonces me mandó a un centro de adicciones y yo allí no pintaba nada. Entonces, eso lo dejé. Hice un millón y medio de tratamientos y no me salía nada», relata.

El verdadero cambio se dio, como ocurre para muchas personas, cuando tuvo que alejarse del ámbito en el que había pasado toda su vida. «Volví a buscar tratamiento cuando me fui a Tenerife de Erasmus. Tuve una buena época y luego empecé a vomitar demasiado, estaba cerca del colapso y dije: "O me busco algo, o me tengo que regresar a Italia"», cuenta.

«Cuando tú vives en una ciudad toda la vida, todos te conocen, te tienes que comportar de cierta manera. Ir a Tenerife fue tener la posibilidad de enseñar a la gente quién era yo de verdad, sin miedo del prejuicio de los demás», recuerda.

En esa nueva etapa, Martina recuperaba algo fundamental, algo que había perdido por culpa de la bulimia y que, por primera vez en mucho tiempo, sentía con una fuerza que la motivaba. «Volví a tener ilusión. Yo siempre digo que esa es una palabra que aprendí en España, porque no tiene traducción en italiano. Y fue entender que la ilusión es el motor de tu vida. Además, Tenerife me hacía ilusión porque había una manera diferente de entender la vida, era todo nuevo, el ambiente de siempre estar descubriendo algo nuevo me devolvió las ganas de vivir», recuerda.

Fue entonces cuando Martina se acercó a Alabente. Desde el principio notó la diferencia crucial de poder contar con una terapia específica para su trastorno. «Mientras que en Italia hacía psicoanálisis, es decir, tú vas ahí y te desahogas, en Tenerife mi psicóloga me dio todas las herramientas para enfrentarme a la enfermedad. Empezamos por cambiar los pensamientos. Hay cosas que hay que entender para pensar bien. Que hay ciertos pensamientos que son distorsionados por la enfermedad, y que no son de verdad, entonces hay que cambiarlos para estar en equilibrio entre lo que piensas, lo que sientes y lo que haces», dice.

En este proceso, la ayudó llevar un diario y escribir sobre lo que sentía y lo que pensaba para no naturalizarlo. «Los cambios de pensamiento empezaron escribiendo cuando no estaba bien, o cuando pensaba algo malo, cuando estaba triste. Y luego, leyéndolo con mi psicóloga, ella me preguntaba si ese pensamiento era verdad o era distorsionado por la enfermedad. Y efectivamente, había muchos pensamientos que no eran de verdad. Y yo me daba cuenta al leerlos una segunda vez y ver que no era así la cosa», explica Martina.

«Es como un entreno. Es algo que al principio no te sale automático, pero repitiéndolo te empieza a salir. Y así fue con los pensamientos. Hasta ahora, cuando pienso algo malo, se me enciende una luz que dice: "Martina, cuidado, que esto no es de verdad". Ahora me sale bastante bien», cuenta.

Reconstruir la autoestima

Un patrón que se repite en los pacientes que tienen TCA es la dificultad para aceptar sus errores. La actriz Jennette McCurdy, que saltó a la fama en su adolescencia con la serie de Nickelodeon iCarly, revela en sus memorias que padeció bulimia en su juventud. En el libro publicado recientemente, describe lo importante que fue la ayuda de su terapeuta, que le explicó que las personas con predisposición a los TCA suelen sentir vergüenza ante sus errores, una emoción que es paralizante y les impide aprender de ellos para seguir adelante.

Algo similar es lo que relata Martina. «Una persona que padece un trastorno de la conducta alimentaria es muy exigente consigo misma. Yo no acepto estar en el 5 o en el 7, siempre tengo que estar en el 10. Y soy una persona, no soy un dios o una máquina», dice. «Te vienes muy abajo cuando la enfermedad está en ti. Piensas: "No sirvo para nada, nadie me quiere", cosas así. Se te juntan todos los pensamientos malos y piensas que estás en un cero. Realmente, en el momento en que empecé el tratamiento donde se hablaba de mi autoestima, empecé a entender que yo igual valgo, que me tengo que aceptar así como soy, ahí es cuando empiezas a salir», añade.

El alta y la liberación

Tras unos ocho meses de tratamiento, por fin, Martina recibió el alta. Tenía, en ese momento, 28 años. «El mensaje que yo siempre quiero dar y que a veces no parece nada del otro mundo es que se puede salir. Lo he hecho yo y lo pueden hacer todos. Esto tal vez parezca muy normal, pero el camino es muy largo. Hay que caer y levantarse un millón de veces, porque la verdad es que la vida merece la pena. Después de un trastorno de la conducta alimentaria, la vida es otra cosa y todos nos la merecemos. Alguna recaída he tenido y siempre hay algo en tu cabeza que te dice algo malo. Hay una parte de ti que siempre estará relacionada con eso. Pero cuando recaes es mucho más fácil salir. Es como quitarse un peso de encima», dice.

Lo mejor de todo es que Martina pudo repensar su relación con la comida. «Hoy en día disfruto totalmente de la comida, y es otra cosa. Ahora sí puedo disfrutar de cualquier cosa que esté comiendo, sea un plato de pasta, unas patatas fritas o un helado o hasta una ensalada. Ahora disfruto de todo, porque antes todo era en función de la enfermedad y ahora es: "Tengo hambre, me voy a comer esto". Antes, cuando salía, iba a cenar con mis amigos, la primera cosa que yo miraba en el restaurante era dónde estaba el baño para ir a vomitar después. Entonces ahora, voy a cenar y voy a disfrutar y punto. No estoy pendiente del baño ni de lo que como ni nada», cuenta con alegría.

Conciencia

«Yo lo que deseo es que la gente sepa más, que se sepa que esto no es un capricho de niños sino una enfermedad mental que conlleva un montón de sufrimiento para las personas que lo padecen y para quienes están al lado de los enfermos. Es un dolor súper fuerte y hay que ayudar. No es solamente "Quiero parecer una modelo". Hay un dolor y un sufrimiento por detrás. La gente todavía no entiende que esto es una enfermedad mental, que no es un juego o un capricho. No es que si quieres salir sales, no es solo voluntad. Si bien hay más consciencia de que existe y que han aumentado los casos, no se ha entendido bien lo que es la enfermedad y lo peligroso que puede ser», insiste Martina.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.