Así fue como 678 monjas demostraron que la actividad mental puede prevenir la pérdida de memoria en el alzhéimer

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

La Voz de la Salud

El estudio de Snowdon confirmó que, aunque existe una predisposición genética a la hora de desarrollar la enfermedad, entrenar el cerebro puede retrasar la aparición de sus síntomas

22 abr 2022 . Actualizado a las 18:13 h.

Todos conocemos la importancia de ejercitar la memoria. Esta se encarga de almacenar, recuperar y codificar información, permitiendo al organismo recordar acontecimientos vividos, ideas, sensaciones, y todos los estímulos que hemos experimentado en algún momento. Aunque son muchas las áreas cerebrales implicadas, se suele relacionar con el hipocampo. 

Pero, ¿cuándo y cómo debemos ejercitarla?, ¿por qué es tan importante?. «La memoria debemos ejercitarla a cualquier edad, pero especialmente cuando sentimos que comenzamos a tener olvidos más frecuentes», apunta Pedro Montejo Carrasco, médico psiquiatra, director del Centro de Prevención del Deterioro Cognitivo del Instituto de Salud Pública de Madrid y miembro de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG). 

Para explicar su importancia, Montejo cuenta la historia que el doctor David Snowdon recogió en su libro 678 monjas y un científico. En sus páginas, describe sus estudios sobre una congregación de monjas católicas de distintos conventos de las Hermanas de Notre Dame, en Estados Unidos. El objetivo de este doctor en Epidemiología por la Universidad de Minnesota y profesor de Neurología en la Universidad de Kentucky, era comprender el deterioro cognitivo asociado al envejecimiento y a la enfermedad de alzhéimer. Las participantes, con una media de edad de 83 años, contaban con condiciones físicas y mentales variadas. 

¿Por qué eligió monjas? Por su estilo de vida tan regular y controlado. Este grupo de población tenía la ventaja de ser bastante homogéneo, además de que se contaba con una importante fuente de información en los archivos de los conventos. «Tenían estilos de vida parecidos, tanto si se habían licenciado en la universidad como si no: los ingresos no eran un factor, no fumaban y disfrutaban de la misma asistencia sanitaria,  alimentación (...) Todos esos factores reducen las variantes que inducen a la confusión, tales como la pobreza o la falta de asistencia médica, y que pueden ensombrecer el significado de los datos. Aparte de en un laboratorio, sería difícil encontrar un entorno tan puro para la investigación», cuenta el autor en la obra. 

El desarrollo del estudio

En un primer momento, Snowdon tenía la idea de «estudiar hasta qué punto la actividad mental podía prevenir la pérdida de memoria», así como las relaciones entre el nivel educativo o de estudios de las monjas con sus capacidades físicas y mentales durante la vejez. En definitiva, el científico quería conocer cómo influía la educación en el envejecimiento. Él mismo señalaba, por aquel entonces, que «todavía no comprendemos del todo por qué la educación se encuentra tan relacionada con un envejecimiento satisfactorio», pero sí partía de la base de que era un factor protector. «Les hacía análisis de todo tipo y test neuropsicológicos sobre la memoria, el lenguaje, la atención, etc.», indica Montejo. Así, Snowdon confirmó lo que otros ya habían concluido antes: las personas con un mayor nivel educativo tenían una mayor esperanza de vida y más posibilidad de mantener su independencia durante la vejez. 

Pero dos años después de haber iniciado el estudio, Jim Mortimer, director de investigación en geriatría de un centro médico de Mineápolis, se unió al proyecto de Snowdon. Este investigador había trabajado en una hipótesis sobre la «reserva cerebral»: que el cerebro puede adquirir una mayor o menor «reserva» según cómo se haya desarrollado la vida de esa persona. Defendía que aquellas actividades que requieren un esfuerzo intelectual no solo refuerzan las sinapsis de las neuronas, sino que también estimulan la formación de nuevas neuronas en las zonas del cerebro que son responsables de la memoria y el aprendizaje (como el hipotálamo). 

Snowdon relata en la obra que a Mortimer le interesaba, sobre todo, la hipótesis de que la «reserva cerebral» estaba directamente relacionada con el trabajo que estaba realizando él mismo con las religiosas (estudiar cómo la actividad mental podía prevenir la pérdida de memoria). Es decir, Mortimer sugería que el nivel de discapacidad que pueden padecer los enfermos de alzhéimer, así como algunos síntomas de la enfermedad, pueden llegar a no aparecer si se posee una «reserva» mayor. De hecho, la teoría incluso asegura que aunque la enfermedad de alzhéimer pudiera causar lesiones en el tejido cerebral de estas personas, estas pueden llegar a no experimentarlas.

El mismo Mortimer fue el que sugirió poder hacer una autopsia a los cerebros de las monjas y así poder abordar muchas de las incógnitas sobre el alzhéimer. Así, se les sugurió a las religiosas que donasen sus cerebros a la ciencia. Y así fue como 678 monjas aceptaron la propuesta de los investigadores, siendo sometidas a pruebas cognitivas, genéticas y exámenes psicológicos. Una vez fallecidas, también a autopsias cerebrales. 

Los resultados

«En el análisis de los cerebros encontró que unos tenían más atrofia que otros, y que muchos de ellos estaban afectados por la enfermedad de alzhéimer», cuenta Montejo. «Observó, entre otras cuestiones, que aquellas monjas que se habían dedicado a la formación, estudio y a tareas más cultas e intelectuales, aunque se presentase atrofia en su cerebro, no habían padecido los síntomas de alzhéimer, mientras que aquellas que tenían menos formación y se habían dedicado sobre todo a trabajos menos cualificados, presentaban menos atrofia cerebral pero tenían más problemas de memoria y otros síntomas de la enfermedad», añade. 

Entre todos los casos, el más sorprendente fue el de la monja Bernardette, que falleció de un ataque al corazón a los 85 años con unas perfectas condiciones mentales. La autopsia de su cerebro reveló que padecía un sustrato neuropatológico típico de la enfermedad de alzhéimer de gran severidad, pero ella no había mostrado ningún síntoma de demencia. De esta forma, el caso de esta mujer apoyó la hipótesis sobre la «reserva cerebral» de Jim Mortimer, ya que de alguna manera, su cerebro había resistido a la enfermedad. Al igual que ella, también hubo otras mujeres que no habían mostrado indicio alguno de deterioro mental o cognitivo. 

«Es decir, la formación, el estudio y la cultura demostraron ser elementos protectores del de las alteraciones que producían la enfermedad de alzhéimer, porque aumentaban la reserva cerebral», afirma Montejo. Pero, ¿de qué depende la «reserva cerebral»? El doctor apunta a varios factores: el nivel educativo; de inteligencia; las relaciones sociales del individuo; su nivel general de salud; la alimentación; el ejercicio físico; actividades de ocio y placer; y el control de la tensión arterial, glucemia y colesterol. 

Este estudio demuestra que, además del importante papel de la reserva cerebral en el desarrollo de una enfermedad neurodegenerativa como es el alzhéimer, la predisposición genética no es lo único que se debe de tener en cuenta. Podría hablarse de múltiples factores, donde también encontramos los ambientales, como los sociales, culturales, emocionales e intelectuales. Al igual que los relacionados con el estilo de vida, como la alimentación, el ejercicio físico o el cuidado de nuestra salud, ya que hoy en día también se le dá mucha importancia a factores de riesgo cardiovascular como la tensión arterial, la diabetes o el sedentarismo. 

«Los mayores debería hacer ejercicios de memoria, lenguaje, atención, razonamiento, construcción, etc. Al hacerlos, estamos entrenando nuestra memoria y reforzando o aumentando las conexiones neuronales del cerebro. Está comprobado científicamente que, si hacemos estos ejercicios de modo regular, la memoria mejora, y además, previenen la aparición de síntomas de alzhéimer. También conviene realizar ejercicio físico a diario, como caminar con buen paso entre media hora y una hora diaria y cuidar nuestra alimentación. Todo esto, si queremos que sea eficaz , debemos hacerlo de modo regular y sistemático. Es decir, todos o casi todos los días. No vale con que un día hagamos ejercicios de memoria o actividad física y luego no lo volvamos a hacer en varios días», explica el doctor. 

El médico psiquiatra concluye diciendo: «Hay una frase que dice que 'todo lo que se ejercita mejora, todo lo que no se ejercita, se pierde'». 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.